Vida laboral en un mundo de hombres
¿Por qué seguimos pensando que el mundo laboral es un “mundo de hombres”?
Sofía A. Albero Verdú
Cuando nos enfrentamos al debate sobre la introducción1 de las mujeres en el mundo laboral actual, cuando hablamos sobre la conciliación en las empresas y lugares de trabajo, sobre los horarios, las prestaciones… Podemos observar cómo son estructuras perfectamente adecuadas al ritmo de vida de un “hombre/padre tipo”, caracterizado por: ser el sustentador principal de una familia que está siendo cuidada por otra persona, generalmente la mujer o esposa, y por tanto, con una jornada que puede dar de sí todo lo necesario sin mayor preocupación que llevar una vida medianamente sana y un estrés medianamente soportable.
Aunque bien es sabido que existe una gran diversidad de modelos familiares, pongamos un ejemplo concreto basado en una familia biparental heterosexual típica. Así pues, si pensamos en un empleo de jornada estable y completa, las jornadas pueden ser partidas con un determinado descanso para la comida que suele ser muy reducido, por lo que se obliga a la persona a comer en el trabajo o tener un tiempo muy escueto para pasar por casa y regresar rápidamente. La otra opción es realizar una jornada continua, la cual no finaliza hasta bien entrada la tarde, la mañana o la noche, si se trata de turnos, etc. Se consideran periodos vacacionales de aproximadamente un mes de duración a repartir durante el año o durante un periodo determinado del calendario, según los casos y diferentes convenios, contratos… Se contemplan las bajas médicas como imprevistos, pero no se planifican como periodos necesarios. En el caso de las personas sustentadoras de familias, en su mayoría hombres, no se contemplan interrupciones prolongadas coincidentes con los partos, adopciones, y primeros meses o años de vida de las criaturas. Lo único socialmente aceptado y popularizado, es conceder únicamente a las mujeres, las bajas maternales debido a la incapacidad física temporal que experimentan.
En una “familia tipo” que cuente con niños o personas adultas dependientes, sería el hombre, cabeza de familia, el que realizaría esta jornada laboral. Esto sería posible porque, pese a que dependen de él los demás miembros, tiene la posibilidad de dedicar su tiempo al trabajo remunerado fuera del hogar, dado que mientras, la mujer realizaría los trabajos de crianza y domésticos.
Pero, ¿qué ocurre cuando las personas trabajadoras no siguen, o no quieren seguir, esta estructura familiar tradicional? ¿Qué ocurre si en una familia la mujer pretendiese acceder al mundo laboral extra-doméstico remunerado de la misma manera y simultáneamente al hombre? A continuación veremos que el engranaje económico no está construido para que esto pueda suceder. Es por ello que muchos intentos de acceder al mundo laboral por parte de las mujeres se ven frustrados o se dan en casos diferentes al de la familia tal y como la concebimos en nuestra sociedad.
En primer lugar, debemos conocer las reglas del juego, es decir, reconocer las condiciones laborales tal y como están instituidas. Esto implica aceptar que la vida laboral está concebida como un continuum, abocado a producir sin descanso ni interrupción, porque la competencia acecha y el tiempo, en nuestro mundo actual de comunicaciones inmediatas y consumo, es oro. Mientras que la vida familiar comprende un proceso cambiante e irregular que varía su ritmo a lo largo de nuestra existencia. Lo cierto es que en todas las familias existen necesidades de cuidado de niños y/o personas mayores. De echo, las familias se constituyen cuando varias personas se establecen en una ubicación, que puede variar a lo largo del tiempo, pero que da pie al nacimiento, desarrollo y envejecimiento de sus miembros.
En una sociedad desarrollada, que ha reflexionado sobre los procesos vitales, sobre las maravillosas posibilidades de las personas como seres inteligentes y racionales, tendría que tenerse en cuenta nuestra condición humana y cambiante y adaptar nuestras formas de producción a nuestras condiciones como seres sociales, para conseguir conciliar nuestros derechos y nuestros deberes como sustentadores y sustentadoras de otras personas.
Sin embargo, nuestro sistema económico capitalista español no prevé espacios en la vida laboral (perfil de trabajador continuado) para el cuidado de los demás miembros de la unidad familiar. En cambio, cuenta con el tiempo completo de otra persona que se ocupará del correcto funcionamiento de los ritmos de las demás personas dependientes. Esta otra persona es la mujer.
Llegados a este punto, vuelvo a la pregunta que me hacía al inicio: ¿Qué ocurre si en una familia la mujer pretendiese acceder al mundo laboral extra-doméstico remunerado de la misma manera y simultáneamente al hombre?
En este supuesto, tendríamos un núcleo familiar en el cual, las dos personas sustentadoras principales estarían la mayor parte del tiempo fuera de casa, por ejemplo. Cómo distribuir el tiempo sobrante para atender a l@s niñ@s u otros miembros, realizar las tareas de mantenimiento del hogar, preparar las comidas, organizar y vivir los horarios lectivos… sería el primer asunto a resolver.
Por otro lado, es importante tener en cuenta cómo se regiría la economía familiar en este supuesto y, en consecuencia, quién toma las decisiones y cómo. Si los dos adultos sustentadores introducen un sueldo en casa (sean iguales o desiguales) los dos se convierten en cabeza de familia, en el sentido de que proporcionan los medios materiales para el día a día. Cómo tomar las decisiones, organizar los presupuestos, plantearse objetivos y, en definitiva, gestionar el poder y la autoridad sería un nuevo asunto que plantearse.
El estilo de vida y la realización personal sería un aspecto que deriva de los anteriores. Si las dos personas responsables de la familia estuviesen establecidas en una actividad laboral, podrían desarrollar sus actividades tanto en el ámbito público, donde su trabajo al estar remunerado sería reconocido socialmente como útil e importante, como en el ámbito privado, el doméstico, donde se encontrarían inmersos en las dinámicas familiares. En este sentido, la educación y socialización diferenciada y sexuada que recibimos mujeres y hombres juega en nuestra contra. Desde antes de nacer, se nos asignan unos tratos, comportamientos, roles, imágenes corporales y expectativas distintas según vayamos a convertirnos en hombres y mujeres. En nuestra estructura social patriarcal, los hombres son socializados con el objetivo de cumplir una función sustentadora y protectora de la familia, mientras que las mujeres somos encaminadas a realizar las funciones reproductivas y de cuidado de los demás, así como de control de nosotras mismas, de nuestras mentes, nuestros cuerpos y nuestra sexualidad. No hay más que ver los estudios realizados con niños y niñas2 para conocer con qué género se identifican y por qué. Por tanto, es este un asunto que ahonda en el lugar que ocupan mujeres (privado-silenciado) y hombres (público-político) según la estructura tradicional en la que queramos o no seguimos estando inmers@s.
¿Cuál sería la forma ideal de gestionar estos supuestos que cambian radicalmente el concepto de familia tradicional?
En principio, para conseguir realidades laborales en igualdad para hombres y mujeres, tendrían que barajarse estos puntos que he comentado, con la intención de repartir de forma justa y equitativa las tareas y funciones domésticas y laborales. Esto supondría una negociación interna de los adultos responsables de la familia, que debiera ser completamente conscientes de que existen unas conductas preestablecidas socialmente, difíciles de identificar, que perpetúan las desigualdades. Con el añadido de tener como objetivo cambiarlas.
Pero no es sólo necesario este cambio interno en las familias. Desde las propias empresas, los ritmos de trabajo y las leyes debieran cambiarse. Si hemos detectado que existen ciclos vitales como la maternidad y paternidad, una sociedad igualitaria debe considerar el derecho a ejercer esta responsabilidad de forma equilibrada entre padres y madres o madres o padres. Y no sólo en las bajas laborales, sino en las épocas de crianza, las jornadas reducidas deben considerarse para los dos adultos responsables por igual. O, de otra manera, considerar la posibilidad de elección de mayor carga para uno de los miembros sea éste padre o madre, favoreciendo la oportunidad a cualquiera de los dos sin distinción. Esto, aunque parezca una idea muy lejana, está siendo aplicada ya en algunos países como Suecia3, por cierto, uno de los mejores exponentes de la educación pública de calidad.
1: El propio término introducción ya nos está hablando de una forma de inclusión, en un sistema preestablecido y preformado, de un sujeto ajeno al mismo.
2: Según el estudio de Camino Jusue sobre coeducación, objeto de su doctorado, los niños y las niñas menores de 8 años se reconocen en un género u otro por las señales físicas correspondientes a los estereotipos masculinos o femeninos (pelo largo, dar patadas, llevar dos pendientes, ser fuerte…) o por las características propias de los perfiles psicológicos masculinos o femeninos (seré mamá para darle todo mi amor a mi niño, quiero ser profesor de kárate y no tener problemas de novias).
3 En el programa de Jordi Evole que trata sobre la educación pública en España, se describe el modelo Sueco de paridad en las bajas materno-paternales y el sistema educativo que permite conciliar vida laboral con familias con hijas e hijos.