¿Tienes un par de tallas más de cerebro?

¿Tienes un par de tallas más de cerebro?

Sí. Hablo de vosotros: de la gente que no soporta la gordura. Las personas a las que la gordura les hace sentir mal, les incomoda, que odian a la grasa por encima de todas las cosas.

09/05/2013

Isa Piqueras

A lo largo de mi vida como mujer tetona, culona y gorda, me he encontrado con múltiples actitudes. Yo no tenía que hacer nada para provocarlas. Solo ser un cuerpo. Estar ahí dentro. Nada más. Cachocarne nos hemos sentido todas muchas veces. Ya se ha preocupado alguien de recordarte que es tu obligación como mujer agradar a toda costa, a través de tu tibia sonrisa, tu empatía innata o de tu físico. Cuanto más sacrificio, inseguridad y lucha contra ti misma te suponga el esfuerzo, mucho mejor.

Así hay en el mundo personas encantadoras que se fustigan lo indecible para luego disfrutar del premio que es ser un jamón de bellota en este mercado de los cuerpos. Todos queremos que nos quieran, ¿no? Y para eso lo mejor es esconder aquello que lo define a uno, para mutar en otra cosa menos monstruosa. ¿Menos? Como además de tener unos “kilos de más” (já!) soy tía, la gente parece entender que su opinión es lo que más necesito para poder soportar este gran peso que supone en la sociedad no entrar en una 38.

Sí. Hablo de vosotros: de la gente que no soporta la gordura. Las personas a las que la gordura les hace sentir mal, les incomoda, que odian a la grasa por encima de todas las cosas. Que no pueden evitar sentirse atraídos por aquello que han aprendido a leer como atractivo y viven con el miedo a descuidar su militancia de step y ENGORDAR. O esos otros que no admiten que lo que de verdad añoran es sentirse bien con su cuerpo, que aún no ha averiguado cuál es.

Habrá quien me diga en este punto que cada uno construye su identidad a su manera; que no se puede frivolizar así con este asunto. Yo pienso que frivolizar es no reflexionar acerca de esto que tienen que decir las voces de gordas y gordos acerca de lo que hacéis vosotros con vuestros cuerpos. Y de cómo proyectáis hacia nosotros esos temores nocturnos.

No se trata de querer estar sano -la gordura o la delgadez pueden ser síntomas de distintas enfermedades, luego ninguno de los dos puede asociarse a priori con estas-; ni de encontrarse mejor -anorexia, bulimia, vigorexia y otros trastornos de la alimentación o patologías pueden demostrar que la apariencia física no lo dice todo acerca de la salud mental y física-. Se trata de algo mucho más simple: querer encajar en los patrones que te marcan, tener un hueco, ser alguien. Dicho de otra forma: “Haré lo que me pidáis, pero queredme”.

Y no hay que culparse. Todo el mundo tiene derecho a ser querido. Lo que sigo sin entender es por qué entonces seguís dando lecciones de supervivencia a las personas que han entendido que no les gusta el juego. Que no quieren participar. Que se han cansado. Que una 42 corresponda a una 40 y que no pueda encontrarse en la mayoría de las tiendas de ropa “para jóvenes” es una fascistada inenarrable. Que alguien, por su talla, tenga que invertir el triple de tiempo y de dinero para conseguir algo que, seguramente, tú no te pondrías ni aunque te pagaran es algo que no se entiende hasta que se vive con ello. Que te insulten; te ninguneen; te hagan comentarios gratuitos acerca de lo que comes o cómo vistes; que te miren con cara de asco; que te consideren más accesible por no estar delgada; que te cuestionen; que te dejen para el final, que tú siempre puedes esperar y te conformas con poco; que te atribuyan ramplonería o falta de criterio por elegir no machacarte los abdominales; que te digan que lo que tienes que hacer es espabilar y cambiar en lugar de quejarte tanto; que te miren las piernas o el culo con descaro porque están ahí y son muy grandes, y a ti seguro que no te molesta, que ya estás acostumbrada; que te exhiban; que te hablen de tu cuerpo en cualquier momento y en cualquier lugar sin plantearse si a ti te apetece; que te exijan maneras a la hora de expresar que te han hecho sentir como una mierda, para no ofender a una mayoría sobre la que no se debe generalizar; que te gestionen la pataleta, porque es eso y nada más.

Esas son algunas de las miles de cosas que hacéis con buena voluntad (quiero pensar) la mayor parte de las veces. Y, muchas otras, con enjundia, mala educación y ganas de poner en práctica la exclusión que tan evidente y ofensiva os parece cuando la vivís en primera persona.

TALLA, GÉNERO, RAZA Y CLASE.

Nada más.

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