Acoso entre lesbianas. ¿Hacia dónde caminamos?

Acoso entre lesbianas. ¿Hacia dónde caminamos?

Alicia Murillo abre el debate sobre cómo el feminismo reacciona ante la violencia entre mujeres, a partir de una vivencia que le provocó perplejidad, dudas y tristeza

Casi no existe bibliografía, ni colectivos, ni leyes que traten y regulen esta problemática. Una vez más, las mujeres contamos solo con nuestras vidas y experiencias para hablar de las cosas que más nos atañen. Por todo ello decido basar este artículo en mis vivencias. No voy a sacar conclusiones, voy solo a relatar algo que viví en una ocasión y a lanzar preguntas porque es un tema que me ha proporcionado tanta incertidumbre que solo puedo hablar desde la perplejidad, las dudas y la tristeza.

Un grupo de mujeres feministas estamos en un bar tomando unas cervezas. Una de ellas nos empieza a contar que está teniendo una aventura con un hombre pero que la cosa no va bien: está siendo acosada. Asisto perpleja a la conversación, ella relata cómo no se encuentra bien en este periodo, que no le apetece mantener relaciones sexuales, que está pasando por una mala racha y dice que este hombre la presiona, le llama “egoísta” y que incluso, en ocasiones, cuando ha bebido demasiado, la ha esperado en la puerta de casa y le ha hecho escenas muy agresivas instándola a dejarle entrar en casa y a mantener relaciones sexuales con él. Mi perplejidad va en aumento por minutos.

Las instituciones no hacen  campañas para paliar este problema porque las lesbianas, simplemente, no debemos existir, no se debe hablar de nosotras

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Me confunde la tranquilidad con la que el resto de compañeras escucha el relato. Muchas no hablan, solo escuchan o mueven la cabeza de un lado a otro diciendo: “Uf, no sé qué decirte…”. Otras en cambio le aconsejan que frene ese tipo de situaciones y sea tajante. Yo siempre he sido muy pasional por lo que intento moderar mi asombro y seguir escuchando con calma pero la idea de tener a una compañera feminista (que cada 25 de noviembre sostiene una pancarta en contra de la violencia de género) delante de mí justificando a su novio con frases del tipo estaba borracho, no lo volverá a hacer, es un comportamiento normal si te gusta alguien… me parece, cuanto menos, desolador. A un cierto punto me dirijo a ella directamente y le pregunto algo así como ¿pero cómo puedes justificar una situación como esa? a lo que ella me responde mirándome fijamente a los ojos “esas son cosas que todo el mundo ha hecho, estoy segura de que tú también has presionado a alguien para que se acueste contigo”. A ese punto de la conversación sí que no entiendo nada. Ella insiste “yo también me he comportado así muchas veces, es algo normal”.

Al día siguiente una de las compañeras y yo comentamos la conversación del bar:

-¿Qué habrá querido decir con que ella también acosa sexualmente?- pregunto inocentemente.

-Ah ¿Pero no lo sabes? Pues ¿recuerdas aquella época cuando follaba con María?-nombre ficticio- Pues eso, que cuando María quiso cortar con ella se le fue la pinza y la estuvo acosando de muy mala manera, hasta el punto en que María tuvo que coger distancia porque la situación se le fue de las manos.

Querida amiga, bienvenida al maravilloso mundo de Lesbolandia donde todo es maravilloso, donde las mujeres son complacientes, sonrientes, maravillosas, donde nunca pasa nada

Yo sigo perpleja, mi asombro empieza a traducirse en una especie de confusión y desolación profunda. No comprendo nada. Es la violencia patriarcal, esa contra la que lucho día a día, dentro del colectivo de mujeres que consideraba mis camaradas. Todo el grupo sabía de esta situación, todas conocían el carácter acosador de esta compañera y todas actuaban como si nada estuviese ocurriendo.

Pasan varias semanas, mi relación con esta señora se hace cada vez más tensa. Me vuelvo inflexible ante sus errores en el trabajo, no soporto su actitud victimista y me siento cómplice de la situación por no denunciarla.  Me sorprende la doble moral del colectivo, no comprendo por qué le aconsejaron que dejase al hombre que la acosaba pero parece no importarles que ella sea a su vez una acosadora, incluso cuando la víctima de este acoso es otra compañera del colectivo. La situación me desborda, abro la caja de pandora en una asamblea y, como resultado, encuentro una respuesta casi unánime del tipo: “Te estás metiendo donde no debes, estás haciendo las cosas personales, estás destruyendo el grupo, deja esa agresividad para los machos que nos acosan fuera, etc.”.

Querida amiga, bienvenida al maravilloso mundo de Lesbolandia, donde todo es maravilloso, donde las mujeres son complacientes, sonrientes, maravillosas, donde nunca pasa nada. Las princesas Disney son pura dinamita al lado de este prototipo de mujer correcta, que siempre lleva su pañuelo palestino bien planchado y que tapa con flores de plástico todo aquello que le parece feo.

¿Por qué hacemos esto? Las instituciones no hacen  campañas para paliar este problema porque las lesbianas, simplemente, no debemos existir, no se debe hablar de nosotras, pero: ¿Por qué las propias lesbianas y feministas insistimos en hacer como que el problema no existe? Reaccionamos de manera idéntica a como la sociedad reacciona ante la violencia heterosexual: victimizamos a la agresora, minimizamos y justificamos la agresión y cuestionamos la reacción de defensa. ¿Hacia dónde nos va a llevar todo esto? ¿Hacia dónde caminamos?

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