¿Es la criminalidad una cuestión de género?

¿Es la criminalidad una cuestión de género?

Lohitzune Zuloaga plantea la necesidad de apostar por una perspectiva de género que identifique las desigualdades entre hombres y mujeres también en el ámbito de la delincuencia

17/04/2013

Lohitzune Zuloaga, socióloga y experta en políticas de seguridad

Ilustración de Emma Gascó

Ilustración de Emma Gascó

La teoría criminológica continúa sin llegar a un consenso sobre la naturaleza de la delincuencia, sobre por qué las personas delinquimos (nos saltamos las normas definidas en un código penal) y qué condiciones favorecen que lo hagamos. Las causas, las consecuencias o la forma de controlar la desviación han dado lugar a multitud de líneas de investigación que intentan comprender cómo los aspectos socioeconómicos, los políticos o los morales afectan al fenómeno de la delincuencia. En esta línea nace la criminología feminista en los años 70, que incorpora la perspectiva de género para dar visibilidad a la mujer en los estudios sobre delincuencia y que ofrece una alternativa a la persistencia de perspectivas machistas en la disciplina. El interés de la nueva corriente se centró en estudiar la condición de desigualdad de las mujeres, bien como autoras de delitos bien como víctimas de ellos.

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Durante los años que he dedicado a explorar el miedo que sentimos las personas a ser víctimas de un delito, me resultó particularmente revelador el hecho de que el miedo es una experiencia individualmente experimentada, socialmente construida y culturalmente compartida. Efectivamente, el miedo es una vivencia emocional, de origen psicológico, pero que puede ser compartida colectivamente. Son las personas las que sufren la sensación de miedo, pero es la sociedad la que construye el contexto y la realidad en que ese miedo al delito tiene lugar, construcción al mismo tiempo influenciada por los factores culturales en los que pervive dicha sociedad. Me preguntaba entonces si las mujeres, como grupo específico, experimentamos el fenómeno de la inseguridad ciudadana desde una perspectiva particular respecto de los varones, y de qué manera esa cualidad de ser mujeres nos afecta en nuestra experiencia con la delincuencia. ¿Somos las mujeres más miedosas que los varones ante la posibilidad de ser víctimas de un delito? ¿Tenemos realmente más probabilidades de sufrirlos? ¿Es la delincuencia una cuestión de género?

La explicación de por qué los jóvenes varones sufren más delitos es que las mujeres nos sentimos más vulnerables y tenemos una mayor percepción del riesgo que ellos

Éstas son, por ejemplo, algunas de las preguntas que se plantearon las primeras criminólogas feministas y, a pesar de que la literatura criminológica, la feminista en particular, tienen todavía mucho por recorrer, no faltan trabajos extraordinariamente reveladores sobre estos asuntos. En general, por (in)seguridad ciudadana suele entenderse el miedo que las personas compartimos ante la presencia de peligros relacionados con la delincuencia común (robos, agresiones, asesinatos…) y cuya responsabilidad de protegernos recae sobre las instituciones públicas (no sólo en la policía). Uno de los aspectos más relevantes de la inseguridad ciudadana es que está formada por elementos tanto objetivos como subjetivos. En otras palabras, existe por una parte una dimensión objetiva, que hace referencia a la delincuencia real, a la tasa de delitos, a las acciones concretas que ocurren cada día; y tenemos por otra parte una dimensión subjetiva, que tiene que ver con la opinión de la ciudadanía sobre la seguridad, con la percepción que tienen las personas de la posibilidad que existe de ser víctima de un delito. Por tanto, la causa del miedo –de la inseguridad ciudadana– no necesariamente proviene de amenazas o peligros objetivamente reales, sino que puede estar determinada por factores diversos (la edad, el sexo, el nivel socioeconómico, la valoración del entorno, etc.) que provoquen la impresión de que, efectivamente, lo son en el colectivo sobre el que recae el miedo. Partiendo entonces de que el fenómeno es complejo y de que el género debe entenderse junto con otros factores que condicionan los sentimientos y los comportamientos de las personas, paso a plantear algunas ideas clave sobre la experiencia de la mujeres en su relación con la delincuencia.

1.- ¿Tienen las mujeres más probabilidades que los varones de ser víctimas de un delito?

No. Según las estadísticas policiales, las víctimas de delitos son principalmente varones jóvenes. En términos generales, lo más probable (lo que más ocurre) es que la víctima de un delito sea un varón entre 20 y 50 años, aunque este dato varía en función de algunas tipologías delictivas, como por ejemplo la violencia de género o las agresiones sexuales, en los que las víctimas son mujeres.

Algunas de las explicaciones que más suelen enfatizarse a la hora de explicar por qué los varones sufren más delitos es que las mujeres nos sentimos más vulnerables y tenemos una mayor percepción del riesgo que los varones, lo que nos lleva a ser más precavidas en nuestras rutinas y a evitar situaciones de peligro. También podríamos interpretarlo desde el ángulo contrario: a los hombres se les incentiva a involucrarse en situaciones de riesgo, lo que aumenta las probabilidades de que la iniciativa no acabe con buenos resultados. Pero no es tan sencillo de interpretar y, de hecho, estas explicaciones no terminan de ser satisfactorias.

Hay que tener en cuenta que la gran mayoría de los cuestionarios de opinión y estadísticas que se elaboran sobre cualquier tema incluyen automáticamente la variable sexo para mostrar resultados diferenciados entre varones y mujeres; pero no se ha realizado un esfuerzo igualmente serio para intentar comprender el porqué de las diferencias entre estos dos grupos. Con esta presentación tan simplista de los datos se tiende a considerar que el hecho de ser mujer (en términos biológicos) conlleva estar predispuestas a pensar o actuar de una forma determinada (ser vulnerables) cuando, en realidad, las explicaciones tenemos que buscarlas en terrenos más sociológicos (cómo afecta la vida en sociedad a las mujeres como grupo, los procesos de socialización a través de los cuales nos hemos desarrollado para adaptarnos a las normas sociales, las construcciones sociales con las que manejamos nuestra realidad cotidiana…). Y, en este sentido, queda mucho por explorar. Teniendo en cuenta esta importante consideración, la siguiente pregunta sería…

2.- ¿Sienten las mujeres una mayor inseguridad ciudadana que los varones?

Sí. Las diferentes encuestas de victimización realizadas en diversos países así lo confirman. Las mujeres suelen expresar unos porcentajes de inseguridad en sus respuestas significativamente mayores que los varones Aquellos estudios que vinculan el miedo al delito con factores personales concluyen con que las mujeres, las personas de mayor edad, las minorías o las personas de baja clase social suelen exhibir, por regla general, un mayor temor frente al delito.

El miedo que sentimos las mujeres a ser víctimas de una agresión sexual grave es muy desproporcionado en comparación con las probabilidades reales que tenemos de sufrirla

Las diferencias son también constatables por tipos de delitos. En comparación con los varones, las mujeres sentimos que tenemos más probabilidades de ser víctimas de tirones de bolso, agresiones sexuales, atracos, o estafas; mientras que los varones superan a las mujeres en el miedo a sufrir abusos o coacciones por parte de agentes de autoridad. El caso de las agresiones sexuales resulta especialmente significativo. Si preguntamos a la ciudadanía en qué delitos piensa cuando se habla de inseguridad ciudadana, las agresiones sexuales suelen aparecer sistemáticamente en los primeros puestos cuando, objetivamente, las probabilidades que tiene una mujer se sufrir una agresión sexual es infinitamente inferior que a sufrir un robo. Las estadísticas son claras al respecto, las agresiones sexuales constituyen un porcentaje muy pequeño de las denuncias que se registran diariamente en las comisarías de policía: las violaciones y abusos sexuales conocidos en el Estado no alcanzan el 0,4% de total de infracciones registradas.

Ahora bien, aunque las denuncias policiales son la mejor fuente de información que tenemos para conocer la criminalidad de un país, tienen su lagunas. Es más que probable que la cifra negra (los delitos que no se denuncian) sea particularmente importante en el caso de las agresiones sexuales, como consecuencia del costo social y personal que conlleva para una mujer denunciar este tipo de delitos. Es razonable pensar que las estadísticas policiales recogen los casos más graves, y que desconocemos el alcance real de muchas situaciones de violencia sexual que sufrimos las mujeres (particularmente en el ámbito privado), bien porque sentimos que no vamos a ser comprendidas o apoyadas, bien porque preferimos no pasar el trago de la denuncia.

Aunque fuéramos capaces de contabilizar el alcance real de las agresiones sexuales (más allá de las definiciones oficiales, tampoco resulta sencillo acordar qué situaciones deberían considerarse dentro de esta categoría), este tipo de delitos continuaría siendo minoritario en comparación con otras acciones criminales. Cuando decía anteriormente que la ciudadanía identifica las agresiones sexuales como uno de los principales delitos en los que piensa cuando se habla de inseguridad ciudadana, esta respuesta ha sido proporcionada en su gran mayoría por mujeres. Y esto resulta muy significativo. El miedo que sentimos las mujeres a ser víctimas de una agresión sexual grave es muy desproporcionado en comparación con las probabilidades reales que tenemos de sufrirla. Es razonable que las personas temamos sufrir los delitos más graves, especialmente aquéllos que atentan contra nuestra integridad, pero el binomio mujer-agresión sexual parece estar fuertemente asimilado en la percepción que la mujeres tenemos de las amenazas que provienen del mundo de la delincuencia. Las mujeres hemos sido educadas en el pensamiento de que tenemos altas probabilidades de ser violadas y de que tenemos que estar alerta frente a la violencia que puede sufrir nuestro cuerpo y protegerlo. El acoso sutil (y no tan sutil) al que  las mujeres nos vemos rutinariamente expuestas intervine en nuestra percepción de que existe una amenaza real de ser agredidas. Esta percepción se consolida además en la literatura criminal, las películas y las series de televisión, donde es habitual que las víctimas femeninas de delitos sean mujeres violadas.

La responsabilidad de la mujer en la educación y bienestar de su familia parecen dificultar las oportunidades para cometer actividades delictivas y facilitan que éstas sea controlada y socializada en el respeto por las normas

En definitiva, podemos afirmar que la mayor inseguridad ciudadana que sienten las mujeres es una realidad. La criminología feminista es consistente con esta afirmación y subraya que no hay razón para esperar que las mujeres sean más temerosas del delito por su condición sexual, sino que las circunstancias se deben a otro tipo de factores. Hemos analizado hasta ahora a las mujeres desde el punto de vista de las víctimas, pero…

Ilustración de Emma Gascó

Ilustración de Emma Gascó

 

3.- ¿Cometen los varones más delitos que las mujeres?

Rotundamente sí. Un indicador muy interesante lo encontramos en las cárceles. Las mujeres constituyen el 8% del total de personas que cumplen condena en prisión. Esta cifra se encuentra más o menos estable desde hace dos décadas y es superior a la de otros países del entorno. Dicho del modo contrario: ¡el 92% de las personas encarceladas son varones! ¿Significa esto que las mujeres no delinquimos? Cabe comenzar recordando que las cárceles no son un reflejo de la realidad criminal, sino de la política criminal que se práctica. Así por ejemplo, el sistema favorece que las clases sociales más desfavorecidas estén claramente sobrerrepresentadas en las instituciones penitenciarias. Sería interesante investigar en qué medida los sesgos característicos de nuestro sistema penal inhiben el ingreso de mujeres en prisión, si es que lo hacen. Por otra parte, se me ocurre pensar que la presunción de culpabilidad que recae sobre inmigrantes o personas de etnia gitana y la presunción de inocencia con la que se ha tendido a tratar a las mujeres pueden ser dos caras de la misma moneda. Numerosos estudios anglosajones han concluido con que las mujeres, en general, reciben un trato más benevolente por parte del sistema penal; no obstante, aquéllas que no cumplen con los roles familiares que tradicionalmente se les ha asignado (el de madres y esposas) tienden a ser castigadas con penas más duras. Si bien esta cuestión merece ser estudiada con mayor atención, lo que sí es posible confirmar es que los varones cometen más delitos, los tipos de delitos que cometen son más graves y reinciden más que las mujeres.

La delincuencia es una actividad cometida por varones, y las políticas penitenciarias también están claramente pensadas por y para varones. Se han publicado trabajos muy significativos al respecto, en los que se critica la discriminación añadida que supone ser mujer en una cárcel: ausencia de programas específicos de salud para nuestro cuerpo, actividades sexistas, ausencia de políticas de conciliación maternal, falta de espacios apropiados para las mujeres, etc. Otro de los debates abiertos es el que se cuestiona si la prostitución es un delito o bien una estrategia para no cometer delitos;  y la tradicional condición de madres y cuidadoras de las mujeres parece ser el condicionante principal para que adoptemos estrategias de supervivencia extremas en situaciones de precariedad, para evitar así ingresar en prisión.

Precisamente, uno de los análisis feministas más potentes desarrollados hasta el momento plantea la opresión y el fuerte control social como la base para explicar la relación entre mujer y delito. Según este marco, la mujer es objeto de un fuerte control social informal, que se produce principalmente en los espacios privados en los que ejerce su rol de cuidadora familiar, mientras que el espacio público (formal) en el que se desenvuelve el hombre no ejerce un control social tan intenso. La responsabilidad de la mujer en la educación y bienestar de su familia parecen dificultar las oportunidades para cometer actividades delictivas y facilitan que ésta sea controlada y socializada en el respecto por las normas. La mujer tiene además mayores dificultades para acceder a los espacios públicos (un trabajo, un cargo masivamente visible, etc.), y cuando lo hace no abandona las tareas de cuidadora que realizaba hasta el momento. Sin embargo, no parece que el cada vez mayor acceso de la mujer al mercado laboral haya provocado un aumento significativo de la delincuencia protagonizada por mujeres.

Ahí quedan las preguntas abiertas y los interrogantes por investigar. Pero lo más importante es que, definitivamente, la criminología debe apostar por una perspectiva de género que identifique las desigualdades que sufrimos las mujeres en este ámbito y poder así generar las oportunidades que faciliten una mayor calidad de vida de las mujeres, tanto de las delincuentes como de las víctimas.


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