Si trabajas, ¿cómo vas a cuidar a tu hijo?

Si trabajas, ¿cómo vas a cuidar a tu hijo?

Nueve de cada diez familias monoparentales están encabezadas por mujeres, que se enfrentan a diario a situaciones discriminatorias. Esther Benito relata cómo en una entrevista de trabajo sólo le preguntaron sobre su maternidad

24/01/2013

Esther Benito

"Que nadie nos discrimine, margine o juzgue con desprecio y superioridad por ser madres y educar solas a nuestros hijos"

"Que nadie nos discrimine, margine o juzgue con desprecio y superioridad por ser madres y educar solas a nuestros hijos"

Ni décadas de lucha feminista ni supuestos avances sociales han acabado con los obstáculos mentales provocados por  la ideología machista y capitalista. Para muestra, lo que me sucedió hace unas semanas.

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Soy madre sola, más que soltera. El padre de mi hijo desapareció cuando éste tan sólo tenía seis meses y sobrevivimos como podemos gracias a los apoyos familiares y amigos. Estoy desempleada desde hace un año y diez meses y las dificultades para encontrar un empleo comienzan a pasarme factura anímicamente. En diciembre, por fin, me  llamaron para una entrevista de trabajo. Hacía meses que no ocurría. La oferta a la que me presentaba era para trabajar en una panadería del barrio. Soy licenciada pero, obviamente, aceptaría cualquier trabajo que me ayudase a estabilizar mi situación.

La entrevista, que paso a relatar y que se desarrolló en una de las oficinas de la empresa, sucedió así:

Ante mí, una mujer de unos 45 años. Sonrío por nervios, saludo educadamente y me siento.

-Buenos días. Este es tu currículum, ¿verdad?

-Sí, este es.

-¿Edad?

-Treinta y seis. (Vuelvo a sonreír)

-¿Casada o soltera?

-Soltera.

-¿Hijos?

-Uno de cinco años. (Lo digo orgullosa. ¡No lo puedo evitar!)

-¿Vives en pareja?

-No…

A partir de este momento, el tono se vuelve más tajante y seco. Sigo contestando con perplejidad.

-¿Quién cuida de tu hijo?

-Yo y mi tía, que me ayuda.

-Y si trabajas, ¿quién va a cuidar de tu hijo?

-Mi tía, amigos, yo…. Me buscaré la vida. Siempre lo he hecho.

-Pero, ¿no podrás trabajar en horario de tarde? Sólo podrás por la mañana…

-Bueno…encontraré el modo de organizarme. Si tengo que elegir, prefiero por la mañana pero no tengo problema con cualquier otro turno.

Suena el teléfono móvil y lo coge sin disculparse. Cuelga y continúa preguntando con la misma frialdad y además con un severo tono de superioridad.

-¿Eres de aquí?

-No, del norte, pero llevo en esta ciudad cinco años.

-Ya. ¿Tu último trabajo?

-En una librería

-¿Tenías contrato?

-No…

-Ya…

-¿Tienes paro?

-Ayuda familiar, pero se me acaba en febrero.

-Podrás renovarla. (Afirmación con tono despectivo)

-Pero no se trata de eso. ¡Quiero trabajar!

-Y este otro trabajo en una asociación. Voluntaria ¿no? (Con desprecio, de nuevo)

-He tenido contrato y también he sido voluntaria.

Las preguntas son directas, sin rodeos, desagradables y con actitud déspota. Sigo sin hacer nada y contesto con educación. Nunca voy preparada para justificarme por ser madre.

-Y tu familia, ¿está aquí o allí?

-Bueno…. Aquí y allí.

-Y ¿cómo  vas a trabajar y cuidar de tu hijo? No podrás hacerlo….

Ya no contesto.  Estoy seria y comienzo a indignarme. Sé seguro que el trabajo no será mío.

-Tenemos más entrevistas. Ya te…..

-Gracias.

Durante los escasos diez minutos de conversación, la entrevistadora sólo vio en mí un problema y me negó el empleo por ser madre.  Prejuicios y suposiciones sobre mi vida y mi capacidad para trabajar y organizarme me cerraron de nuevo una puerta sin la oportunidad de poder demostrar mi valía como trabajadora. En ningún momento, me explicó que ofrecía la empresa o me preguntó qué podía aportar yo. Sólo se centró en mi vida privada y en las supuestas dificultades que mi realidad personal podría suponer para los beneficios de la compañía.

Lo increíble de la situación, además de mi reacción tardía, es observar cómo la discriminación contra las madres solteras sigue siendo un hecho normalizado, un modo de pensar y actuar que no se disfraza. De hecho, y según las conclusiones del estudio ‘Monoparentalidad y exclusión social’ realizado por el Instituto de la Mujer, “para el mercado en general y las empresas en particular, ser madre sola constituye un indicador inequívoco de menor productividad, mayor absentismo y mayor conflictividad laboral”. Una afirmación que, lejos de ser resulta por políticas públicas y asimilada por los ciudadanos en general, se acepta y asume sin más discusiones.

También los datos obtenidos por la Fundación Adecco en el ‘II Informe Mujer con Responsabilidades Familiares no Compartidas y Empleo’ son claros: nueve de cada diez familias monoparentales están encabezadas por una mujer. Tienen mayor nivel de desempleo que las mujeres en general; un 26% frente a un 24,7%. Además, de aquellas que están en situación de desempleo la mayoría lleva más de un año sin trabajar y casi una quinta parte de uno a seis meses sin empleo.

Una situación de vulnerabilidad que contrasta con las afirmaciones extraídas de un informe realizado por la Universidad alemana de Humboldt, en Berlín, que indica que una madre soltera resulta ser una persona mucho más responsable en el aspecto laboral, ya que la  necesidad económica es mucho más fuerte”.

Sin embargo, los recortes en materia de igualdad y las corrientes ideológicas machistas aún imperantes en algunos sectores nos convierten a las madres solteras en un colectivo en claro riesgo de exclusión. Es más, si no podemos acceder al mercado laboral, si se nos discrimina en las entrevistas de trabajo y se nos trata con desprecio es también improbable, por no decir imposible, que podamos acceder a una vivienda y, aún peor, ofrecer a nuestros hijos un futuro digno.

La solución no pasa por políticas sociales que nos mantengan ni apoyos económicos a fondo perdido, la única medida justa que nos merecemos es que nos traten con respeto y educación, que nadie nos discrimine, margine o juzgue con desprecio y superioridad por ser madres y educar solas a nuestros hijos. Sólo si la sociedad nos ofrece las mismas oportunidades podremos salir adelante.

Quien aún crea que el feminismo es un movimiento innecesario y pasado de moda, debería enfrentarse a una entrevista laboral donde los factores personales cierran puertas, oportunidades y futuro. Eso sí, abren modos de comportamiento despectivos, maleducados y dolorosos para quien los sufre.

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