Dirty Dancing, una lectura más allá del romanticismo
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Hay películas que marcan a toda una generación. A la mía, la generación X, una de las que nos dejó una huella indeleble fue Dirty Dancing, escrita por Eleanor Bergstein y dirigida por Emile Ardolino en el año 1987. Como afirma Coral Herrera Gómez, fue esta película la que nos enseñó a amar románticamente y en mi caso la que confirmó mi heterosexualidad. Y es que aquella intensa historia entre la inicialmente anodina Baby (Jennifer Grey) y el musculoso Jhonny (Patrick Swayze) nos enseñó a amar -quién no ha sonado con que el fornido protagonista le hiciera cosquillas en su costado- pero nos enseñó muchas más cosas además de aquella máxima cinematográfica de chica conoce chico, se enamoran y tras vencer profundos y casi insalvables escollos, finalmente el amor triunfa por encima de todo.
La película no cuestiona el orden patriarcal basado en el matrimonio y en la pareja heterosexual, pero se cuestiona un orden social discriminatorio hacia las personas con menos recursos, y la autoridad paterna, ofreciendo nuevas formas de identificación
La película arranca con las vacaciones de la familia Hausman que, como gran parte de las familias de la clase media-alta norteamericana de la década de los 60, transcurren en un hotel familiar lleno de actividades. Desde el inicio se diferencian dos grupos sociales: la clientela y los y las trabajadoras del hotel. Incluso entre los trabajadores existe una gran diferencia ya que algunos de ellos son estudiantes universitarios expresamente buscados por el director del hotel y otros no. Los conflictos que surgen por las fricciones entre ambas clases sociales son una de las bases argumentales del film y es que, el amor entre la adinerada Baby y el trabajador Johnny nace con vocación de imposible.
En estos dos planos sociales que muestra la película, frente a las pelucas y el foxtrot se abre paso un “baile sucio”, el baile como expresión, el baile como expresión de la sexualidad en los sótanos del familiar hotel donde los empleados y empleadas dan rienda suelta a sus deseos mientras mueven y juntan sus caderas.
Baby se queda de inmediato fascinada por el ambiente de las y los camareros y por Johnny. Esto esto hace que inicie un proceso personal de transformación física y vital que le hace enfrentarse a los privilegios de su clase social y a las expectativas que en ella tenía depositadas su padre. Nuestra heroína cinematográfica se enfrenta a su padre, quien piensa que Johnny es el responsable del embarazo de Penny . El Doctor Jake Hausman (Jerry Orbach) quien en última instancia salva a Penny de una muerte segura, ese padre que le ha inculcado a su hija justicia social para cambiar el mundo, no esperaba de ella que cambiara su propia vida. La valiente Baby rompe con las imposiciones patriarcales y con la autoridad paterna de forma clara, y es que como ella misma afirma:
“Siento haberte mentido, pero tú también me mentiste. Me dijiste que todos éramos iguales y que todos merecíamos la misma oportunidad, pero hablabas de los que son como tú. Deseabas que yo cambiara el mundo, que lo mejorara, pero te referías a que me hiciera abogado (sic) o economista y a que me casara con alguien de Harvard. (…) sé que pensabas que era de otra manera pero si me quieres, tienes que aceptarme como soy. Yo te quiero, siento mucho haberte decepcionado, pero tú también me has decepcionado”.
La película no cuestiona el orden patriarcal basado en el matrimonio y en la pareja heterosexual, pero se cuestiona un orden social discriminatorio hacia las personas con menos recursos y la autoridad paterna, ofreciendo nuevas formas de identificación.
El aborto
Otro de los personajes femeninos destacables es el personaje de Penny (Cynthia Rhodes), la compañera de baile de Johnny, una mujer curtida por la vida y clara antagonista de Baby. Su madre la echó de casa cuando contaba 16 años. Es una mujer independiente porque desde entonces se ha buscado la vida, pero esta fortaleza no le ha impedido sucumbir a los encantos de Roby de quien se ha quedado embarazada. Las mujeres autónomas e independientes también necesitan de un príncipe azul. Dirty Dancing muestra una problemática específica como la del aborto, y los riesgos derivados de su mala praxis, consecuencia a su vez de la escasez de recursos. A pesar del tufillo moralizante que desprende relacionar esta problemática con una clase social determinada y con un modelo femenino específico, su introducción es otra de las grandes aportaciones del film.
Penny se ha quedado embarazada pero, como ella misma afirma con rotundidad, no es una chica fácil que tenga una vida sexual promiscua: “No me acuesto con cualquiera, pensé que le amaba, pensé que era alguien especial”. El mensaje, no exento de cierto didactismo, era claro: la sexualidad sin protección tiene sus consecuencias, los abortos clandestinos también porque pueden matarte. También aprendimos con Penny que existía una masculinidad patriarcal que no se responsabiliza de sus actos porque como Roby afirma “hay gente que cuenta y otra que no” que era como decir “hay unas mujeres para casarse y otras para follar”.
La masculinidad de Johny
También nos enseñó Dirty Dancing que el dinero no da la felicidad y que existían esposas adineradas pero insatisfechas. Otro modelo femenino que retrata la película es el de la mujer madura de gran voracidad sexual que necesitaba de los favores sexuales de los jóvenes. Esta actitud cuenta con la sorprendente comprensión de su marido, y de la sociedad representada nada más y nada menos que por el jefe del hotel, el el señor Kellerman que dirá de ella “es una de nuestras gatitas. Así llamamos a las mujeres que se quedan aquí toda la semana sus maridos vienen los viernes por la noche (…) pasa mucho tiempo fuera, es difícil”.
Llama la atención esta comprensión hacia la soledad femenina y esa permisividad hacia su necesidad sexual. Esta voracidad la convierte finalmente en la mala de la película ya que por venganza a la poca atención de Johnny consigue que le dejen sin trabajo. Y es que a la mujer que se sale de la norma siempre se la condena.
En la película destaca el personaje de Johnny, un personaje lleno de matices. Frente a la masculinidad patriarcal que suelen representar los personajes masculinos macarras, Johnny es un personaje sensible y tierno que apoya y cuida de su amiga Penny y se responsabiliza de su situación. No quiere formar parte del sindicato de yeseros, oficio familiar, porque quiere seguir siendo libre y seguir bailando por lo que rompe con los mandatos patriarcales de tener un oficio sustentador. Su personaje destaca por su imponente físico que se explota al máximo. Su cuerpo se objetualiza, ya que no es en absoluto casual que cuando Baby vaya a buscar a Johnny a su habitación él le reciba con el torso desnudo. Incluso se convierte en un problema para él, en un ambiente de resorts de lujo, la película deja entrever la obligación de Johnny de satisfacer sexualmente a las clientas.
En el caso de Vivian, vemos que finalmente la rechaza en aras del amor puro y verdadero hacia Baby, pero no es descabellado pensar que Johnny haya tenido que acceder a tener relaciones sexuales con clientas de los hoteles en los que trabaja. Él mismo se queja y lamente de esta exigencia: “Pensar que el mes pasado sobrevía a base de pastillas de regaliz y este mes las mujeres me llenan los bolsillos de diamantes. Me mantengo en la cuerda foja y en cualquier momento volveré a caer”. Con la perspectiva que dan los años es cuanto menos curioso que el problema de las exigencias estéticas las sufra el personaje masculino.
Y es que Dirty dancing, nos enseñó todas estas cosas, nos imprimió conciencia de clase y nos educó en la ideología de la victoria del amor romántico, porque Baby para volar alto necesita a Johnny. A pesar de que todas sepamos que no queremos príncipes azules y que el amor dependiente y romántico nos puede hacer mucho daño, todo esto no implica que podamos disfrutar de estas películas que tanto nos marcaroun y gustaron. A mí al menos me sigue emocionado cuando Johny entra en el comedor y le dice a Baby aquello de “no permitiré que nadie te arrincone” …