A los sones del nuevo año
La música clásica es tradicionalmente reluctante a las mujeres y el concierto de año nuevo de la Filarmónica de Viena lo demuestra.
Joseba Lopezortega
Tanto desde el punto de vista musical como televisivo, pocas citas resultan tan previsibles y repetitivas como el concierto de año nuevo de la Filarmónica de Viena, una de las escasas –si no la única- citas periódicas en las que públicos ajenos a la música clásica se asoman por una ventanita (sobre el azul Danubio) para reconocer populares compases (de Strauss) y recordar que es primero de enero, el comienzo del año.
La retransmisión de este 2012 aportó, sin embargo, algunas novedades: Una, la repetición de recargados planos de un recinto recargado de esos artilugios mecánicos que ya conocemos de las primeras ediciones de ‘Operación triunfo’ y cuyo máximo logro es emular una montaña rusa. Otra, la segunda, el desafortunado traje gris del gran director letón Mariss Jansons, que le daba un hiriente aspecto de maître de balneario decadente. La última y principal, la inclusión de dos hermosas páginas de Chaikovski, de su ballet ‘La bella durmiente’, pues aunque el gran compositor ruso practicó mucho y magistralmente la forma vals, el Wiener Museikverein le estaba cerrado a cal y canto, dominado por la austriaca familia Strauss. Ni el vals como tal. ni Chaikovski, ni un solo valor musical son ambicionados por la Filarmónica de Viena ese Primero de enero: sólo perpetuar una tradición cerrada y sellada en torno a valores completamente trasnochados. La inclusión de un plano de Julie Andrews, asistente al concierto, fue el epítome necesario de la retransmisión. Una vez más.
En consonancia con esos aires rancios y valores conservadores, la Filarmónica de Viena mostraba al mundo que está cerrada a la indiscutible y del todo natural –y desde luego asumida por las restantes orquestas del mundo– presencia de instrumentistas mujeres. Han pasado 30 años desde el episodio en torno a la inclusión de la clarinetista Sabine Meyer en la Filarmónica de Berlín. Pero no para la Wiener, firme en torno a tan erróneo anacronismo.
La música clásica es tradicionalmente reluctante a las mujeres. El podio es territorio casi vedado a las directoras de orquesta. Aunque, desde luego, hay excepciones –también las hay que manipulan la reluctancia machista para enmascarar su mediocridad musical–. El mismo Primero de enero, un Norman Lebrecht brillante y frenético tuiteaba sobre estos asuntos, y el especialista norteamericano William Osborne proporcionaba algunos datos: “En quince años, sólo seis mujeres se han podido incorporar a la Filarmónica de Viena pese a una renovación muy amplia de la plantilla”. Es un porcentaje irrisorio –e hiriente– respecto de cualquier otra orquesta, aunque son varias las asoladas por un dominio relativo de los varones. Es interesante el enlace El Danubio puede ser azul –poéticamente, claro–, pero sus aromas son de after shave. Esperemos que no por mucho tiempo y que la Filarmónica de Viena sepa emitir al mundo, y pronto, señales de una más que necesaria evolución.