Kukutza: un proyecto cultural sin cabida en Bilbao
"Entre la confusión, el miedo y la adrenalina, miles de bilbaínas y bilbaínos resistimos en Rekalde". Crónica de Andrea Momoitio, tras una semana de movilizaciones marcadas por los excesos policiales
Debajo de los escombros en los que han convertido a Kukutza podríamos encontrar: más libros que en la biblioteca municipal del barrio de Rekalde, malabares, marionetas, fotos, una escultura de Mikel Varas, un rocódromo, planes de futuro… Pero sobre todo cultura, ilusión y los rayitos de esperanza que han hecho posible la resistencia.
Los días han sido muy intensos desde que lanzaran cohetes desde la azotea de Kukutza avisando de que el desalojo era inminente. Quienes nos acercamos casi corriendo nos encontramos allí un despliegue policial histórico y una orden clara: Kukutza se tirará pase lo que pase. Los ánimos estaban caldeados en el barrio: las cargas policiales empezaron a las cinco de la mañana cuando todavía eran pocos en la calle y el vecindario pegaba golpes con sus cazuelas en protesta por el desalojo del mítico gaztetxe. El miércoles, antes del mediodía, quienes resistían dentro de Kukutza fueron desalojados. Los últimos en salir –los que aguantaron muchas horas en la azotea del edificio- fuero detenidos y trasladados a la comisaría de Erandio. Les trataron bien y fueron puestos en libertad ese mismo día.
Kukutza había sido desalojado. Trece años de actividades culturales que ya son historia. Rekalde no es un barrio más; marcado por una tradicional ideología de izquierdas, lleva años luchando por no quedar al margen del resto de la ciudad. Kuku ha sido un actor transversal en el proceso. En un momento socialmente efervescente, los agentes políticos que nos representan han evitado trabajar por el bien del barrio. Estaba en sus manos, porque tienen las herramientas para hacer lo que quieran. Sólo hacía falta que pensaran en el pueblo, pero no lo han hecho. Los intereses económicos, mal que nos pese, priman en cualquier contexto.
Desde primera hora de la mañana del miércoles, un grupo desproporcionado de policías respondieron a nuestras inquietudes con porras y bolas de goma. La policía entró al ambulatorio, lleno de gente, a sacar a quienes allí se escondían, aparecieron porras rotas, numerosos adolescentes fueron golpeados, cargas policiales junto a parques infantiles, colegios a los que no se podía acceder, personas detenidas por grabar la brutalidad policial. En definitiva: palos, palos y más palos. Entre la confusión, el miedo y la adrenalina, miles de bilbaínas y bilbaínos resistimos en Rekalde. En una de las asambleas en la plaza del barrio se desató la alegría: una jueza había paralizado la orden de derribo y un juicio rápido –el jueves- decidiría si el proceso judicial había sido correcto.
[sc name=”suscribete”][/sc]Esa misma tarde, más de 7.000 personas –esta es mi cifra, ¿no funciona así esto?- nos reunimos en Ametzola para bajar hasta Kukutza y mostrar nuestro apoyo al proyecto y los detenidos. La marcha fue disuelta al llegar al gaztetxe. Entre la multitud había criaturas y gente mayor. Todos, indistintamente, tuvimos que correr. Esa fue la tónica del día: pelotazos para evitar protestas. La democracia mostraba en Rekalde su peor cara.
La actitud de la Ertzaintza no varió el jueves. Los alrededores de los juzgados de Bilbao estuvieron esa mañana abarrotados de policía y simpatizantes de Kukutza. Usuarios del gaztetxe aparecieron mostrando golpes en todo el cuerpo y portando una pancarta que decía: “Estoy todo morado y no me he tomado nada”. El humor no evitó que la policía actuase cuando una manifestación espontánea tomó la Gran Vía.
Fue tal la desproporción, que cargaron sobre las puertas del Corte Inglés, local en el que muchos nos resguardamos de su rabia. La imagen fue más bien curiosa: decenas de personas corriendo por la planta baja del centro comercial, entre colonias de lujo y relojes. Un joven que no puedo acceder al Corte Inglés, presa del pánico, entró en la boca del metro, pero había tal cantidad de gente y presión que se cayó por las escaleras, abriéndose la cabeza.
Las noticias del juicio que se estaba produciendo hacían creer que no todo estaba perdido. Los abogados de Kukutza y de la asociación vecinal relataron a la jueza las irregularidades del proceso, pero, una vez más, la ley de propiedad privada primó sobre todo lo demás. El viernes, sobre las doce del mediodía, se hizo público el fallo: Kukutza sería derribado con carácter urgente.
Los móviles y las redes sociales ardían. El derribo sería esa misma tarde y había que evitar, a toda costa, que las máquinas llegasen al corazón de Rekalde. Sobre las cuatro de la tarde la violencia ya había estallado en las calles. Contenedores quemados, cargas policías indiscriminadas incluso sin bajarse de la furgoneta (cargaban desde el propio vehículo), gente corriendo atemorizada y una solidaridad vecinal digna de destacar. No llevábamos ni media hora en el barrio cuando nos acogieron en un comercio. Los dueños nos vieron atemorizadas por la fuerza que estaba empleando la policía para evitar el desalojo y por las actuaciones callejeras de partidarios de Kukutza (y quién sabe si de alguien más, no dejaron de sucederse los rumores sobre policías infiltrados). Poco después de salir de la tienda, aún asustadas, vimos aparecer a un grupo de antidisturbios y nos escondimos en un portal. Subieron las escaleras, pero unos vecinos nos acogieron en su casa evitando que nos pasara lo que le sucedió a una de mis compañeras, que fue detenida.
La policía autonómica, durante el desalojo y derribo de Kukutza, ha disparado más mentiras que pelotas. Su trabajo, mal hecho, ha tenido una consecuencia clara en muchas personas: detenciones arbitrarias que pueden marcar el resto de tu vida. Había que buscar culpables por los destrozos. A partir de ahí, los recuerdos se mezclan con el miedo y la información que nos llegaba de otros puntos de Rekalde: entraron a un supermercado, al ambulatorio, pegaron a un joven por “sudar” sospechosamente, no permitieron el acceso al barrio ni de vecinos ni de manifestantes, cargaron en la Escuela de Ingeniería de “La Casilla”… Pero sobre todo hicieron uso de su arma más poderosa: la impunidad.
Han derribado el edificio y han roto todo lo que estorbaba en su camino: piernas, brazos, locales, sueños, ilusiones y un proyecto que es admirado en muchos rincones del mundo, pero que sobra en una ciudad diseñada para otro tipo de ciudadanos.
Quédate un ratito más con nosotras: