Por ellas. Por nosotras. Por todas y todos. ¡No olvidamos!

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En los últimos 40 años hemos pasado de considerar normal, “natural” la violencia machista, porque los hombres eran así, a un proceso de patologización de los agresores. Este no es un error de bulto, ni un detalle, sino que responde a intereses políticos.

07/03/2011

 

En los últimos 40 años hemos pasado de considerar normal, “natural” la violencia machista, porque los hombres eran así, a un proceso de patologización de los agresores. Este no es un error de bulto, ni un detalle sino que responde a intereses políticos.

Las mujeres, históricamente, hemos siso acosadas, agredidas, violadas y asesinadas por el hecho de ser mujer. Esta violencia no sólo es ejercida por hombres concretos, último actor de conducta que además, ahora, se nos presenta victimizado, patologizado por sus circunstancias, sino que la violencia es estructural porque responde a condiciones materiales impuestas por un sistema con un orden social injusto sustentado en un código moral sexista, donde se ha avalado la violencia masculina bien por natural, bien como ejercicio de corrección de los malos comportamientos de algunas mujeres.

Hasta comienzos de lo ochenta la violencia sexista solo aparecía en los medios cuando era especialmente grave o era violencia sexual ejercida por desconocidos, pero no se relacionaban con la sociedad como otros temas, era relegada a sucesos. Desde entonces, ha habido una fragmentación interesada de la violencia y una interpretación errónea acerca de los porqués de su existencia.

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El modelo de referencia empleado es el de salud pública, que patologiza a los agresores como si estos careciesen de voluntad propia o su violencia no respondiese a intereses instrumentales. Este abordaje no sucede en otro tipo de actos violentos, donde el patrón de referencia es el patrón desviado normativo (conductas punibles, que influyen nocivamente en la convivencia basada en reglas) cuyo patrón de referencia es el marco de la ley. Sin embargo en un patrón de referencia basado en salud pública el baremo que se utiliza es una población de referencia, es decir, la masculinidad normativa, aquí cabria preguntarse cuantas veces hemos escuchado que el agresor era un hombre «  normal » o que tipo de patología mental posee el juez que absuelve a un violador por la vestimenta que utilizaba la mujer, o las personas que legitiman la violencia en base a que las mujeres vamos provocando y merecemos ser violadas. El mensaje implícito en las agresiones sexistas es que los varones atacan por cuestiones pasionales o románticas o por una masculinidad excesiva que se les va de las manos, mientras que las mujeres van provocando lo que les pasa.

La violencia sexista es una manifestación política y estructural del sexismo que se estimula en la socialización de la masculinidad en las sociedades patriarcales. Del cómo definamos la conducta dependerá nuestro abordaje para erradicarla o para perpetuarla.

Por otro lado, cuando defendemos la lucha contra la violencia sexista no lo hacemos porque las mujeres seamos buenas (que parecería que es algo que debemos de acreditar para ser susceptible de derechos) sino porque es una violación de los derechos humanos al igual que defendemos el derecho a no ser asesinada-o sin pensar en la bondad o maldad de las víctimas, simplemente hacemos una defensa de los derechos humanos sin fisuras.

Sin embargo, llama la atención las voces que se han alzado para pedir a las mujeres que dejen de ser víctimas, cosa que curiosamente no se hace con las víctimas de otros conflictos, que obtienen reconocimiento en su sufrimiento, presencia social y solidaridad.

En la violencia contra las mujeres se dan dos factores que podríamos considerar contradictorios, pero no lo son: por un lado una excesiva victimización de las mujeres, como objetos pasivos que no tienen ninguna capacidad para hacerla frente y por otro lado una visión de las mujeres como victimarias, provocadoras y merecedoras de ser castigadas. Estos dos elementos configuran, en parte, la ausencia de reconocimiento de las victimas como sujetos de derechos, es decir, el no reconocimiento de la especificidad, sistematización y la responsabilidad social de actuación. Hoy en día, en la nueva oleada de ataques machistas contra los derechos de la mujeres, se escuchan muchas voces, e incluso desde estamentos que deben de proteger los derechos, que cuestionan la veracidad de las denuncias, se invisibiliza intencionadamente la violencia sexual, transmitiendo la idea de que este es un problema que también sufre los varones en manos de malas mujeres. Es decir, se pretenden negar la misoginia y el feminicidio.

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Por ello, desde octubre pasado la comisión contra la violencia sexista de la AMB-BEA estamos desarrollando una campaña de recogida de firmas con el propósito de acabar con la impunidad de la violencia sexista y poder crear un lugar de la memoria.

Nos parece importante que la ciudad de Bilbao, y todas las ciudades y pueblos, tengan un lugar de la memoria, un lugar que recoja nuestra solidaridad con las víctimas y nuestro rechazo hacía los agresores. Donde significar que la ciudad de Bilbao y su ciudadanía rechaza la violencia contra las mujeres pero también en el que recordar a todas las mujeres y organizaciones feministas que han luchado contra el silencio impuesto por quién ha recogido la historia olvidándose de lo que estaba pasando con el 50% de la población

La violencia sexista debe ser situada en el marco de la ruptura de las normas de convivencia democrática, las víctimas merecen reparación del daño ocasionado por la violencia, con su consiguiente duelo social, que señale que la violencia contra las mujeres ha sido un instrumento histórico que debe de quedar registrado en nuestra memoria como una realidad que existe pero que deseamos y luchamos para que se convierta en un recuerdo de lo que no puede volver a suceder. Mientras esto no ocurra con las mujeres víctimas de la violencia sexista estaremos lejos de resolver el problema porque seguiremos abordándolo desde lo anecdótico en lugar desde lo estructural. No puede haber empoderamiento sin previo reconocimiento del daño ocasionado, sin reconocimiento de las condiciones y códigos culturales que han sustentado hasta ahora este “daño aceptable”.

La falta de memoria histórica en la existencia de la desigualdad así como su mantenimiento a través de patrones culturales estereotipados, sesgados y sexistas ha permitido todos los análisis legitimadores y ex- culpadores de los hombres machistas violentos. La inhibición y ceguera social frente a la desigualdad sexista es lo que nos deja sin poder reconocer los elementos legitimadores de la superioridad masculina.

La violencia contra las mujeres nos tiene que importar, doler, que avergonzar socialmente y sobre todo nos tiene que indignar para transformar todas esas emociones en motor de la transformación social que nos lleve a deslegitimar las conductas masculinas violentas y sirva para la construcción de un futuro basado en la igualdad y en el respeto a la diferencia. Por eso, exigimos al ayuntamiento de Bilbao la creación de un lugar de la memoria, concretado en una plaza de Bilbao, en el que podamos expresar: ¡Nunca más, ni una más!


Quédate un ratito más:

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