“Porque yo lo valgo”: la tiranía de la talla 38 en los medios

“Porque yo lo valgo”: la tiranía de la talla 38 en los medios

June Fernández analiza en este artículo de opinión la presión que ejercen la publicidad y los medios de comunicación sobre las mujeres, mostrando modelos clones, imposibles y fragmentados del cuerpo femenino.

24/01/2011
Talla 38

Pintada realizada en un escaparate de Pamplona

En el último capítulo de Anatomía de Grey, un enfermero increíblemente atractivo invita a salir a la entrañable Miranda Bailey, una cirujana baja, gorda y refunfuñona. Es uno de los motivos por los que es mi serie de televisión preferida. Cally, la ortopeda latina bisexual, es demasiado corpulenta como para cumplir los cánones estéticos imperantes, pero a lo largo de toda la serie, los distintos personajes masculinos y femeninos ven en ella una mujer explosiva. Eso hace que el público la vea también así. Cristina Yang es una cirujana tan brillante y su personalidad tan compleja, que pese a su rostro picassiano, capítulo a capítulo nos va enamorando.

Las mujeres en la publicidad necesitan de la mirada masculina para existir, y vinculan un producto para su cuerpo con su autoestima y éxito social

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Al dicho de “la cámara te quiere” se le puede dar otro significado: si la cámara aprecia la belleza en una mujer que no cabe en la talla 38 y, más aún, si la propia mujer se quiere a sí misma, aparecerá como deseante y deseable a los ojos de quien la mira. Sin embargo, Anatomía de Grey es una excepción en una televisión reinada por mujeres clones de cuerpos imposibles

La publicidad sigue siendo profundamente androcéntrica: los anuncios dirigidos a un público mixto son protagonizados por hombres y pensados para gustar a hombres (pensemos en anuncios de coches, de cerveza, de productos financieros…). En ellos, los modelos pueden ser guapos o no, pero son resolutivos, ingeniosos, seguros de sí mismos.

Las mujeres protagonizan, por lo general, anuncios de productos femeninos: higiene íntima, limpieza del hogar, productos para adelgazar, maquillaje y perfumes. Salvo en el caso de la limpieza del hogar, en el que sigue presente el modelo de ama de casa (aunque cada vez se opta más por la superwoman fabulosa, capaz de ser ejecutiva, buena madre y tener la casa como una patena), en todos ellos tener un buen físico es una cualidad indispensable. En muchos casos, como los perfumes, no hace falta que las mujeres tengan voz: pasean lánguidas, divinas, soñadoras, por las calles de París (por ejemplo), o se tienden al sol en una playa paradisíaca, para satisfacción de la mirada masculina.

Necesitan de esa mirada masculina para existir. Cuando hablan, vinculan la necesidad de un producto determinado ligado a su cuerpo (desde la laca L’Oréal a las compresas contra la incontinencia urinaria) a su autoestima y al éxito social. “Porque yo lo valgo”, exclama Eva Longoria tras embadurnarse con crema anticelulítica un muslo sin rastro de piel de naranja.

La publicidad no sólo nos muestra cuerpos imposibles, sino que además a menudo aparecen fragmentados. Esta tendencia viene del cine: el primer plano es femenino, porque es el que propicia recrearse en unos labios carnosos, unos pechos generosos o unas piernas interminables. Así, las mujeres sabemos cómo tiene que ser cada parte de nuestro cuerpo por separado: pechos grandes, vientre plano, muslos estilizados. Queremos cumplir con cada uno de esos mandatos, lo cuál resulta imposible.

¿No os ha pasado eso de alcanzar el objetivo de bajar tres kilos y decepcionaros después al ver que en vez de eliminar las cartucheras habéis perdido media talla de sujetador? Las organizaciones naturistas defienden que el nudismo es especialmente recomendable para las mujeres, porque ayuda a desfragmentar el cuerpo y a observar la armonía natural que tiene. Mientras que el bikini lleva la mirada a la tripa, el culo o el escote, en una mujer completamente desnuda vemos un cuerpo entero, con su propia lógica.

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Sabemos que los cuerpos imposibles que salen en la portada de la Cosmopolitan han sido diseñados a golpe de bisturí o de photoshop, pero tal bombardeo de imágenes vinculadas al éxito social hacen mella. Revistas femeninas como Cuore van a la caza de culos celulíticos de famosas, de cutis con acné o pies hinchados. Pero en vez de hacerlo para mostrar que todas somos humanas, y que si en el cuerpazo de Scarlett Johanson hay lugar para la piel de naranja, tendríamos que aceptar la nuestra, lo hacen de forma misógina, mofándose de esos supuestos defectos y sugiriendo que la estrella de turno pierde su atractivo por no ser tan perfecta como se creía.

Lo preocupante es que esta presión no viene sólo de la publicidad. Hay quien se pregunta si a las presentadoras de La Sexta las fichan en las facultades de Periodismo o en las agencias de modelos. El otro día vi los programas de sobremesa de Cuatro y La Sexta, y las reporteras eran calcaditas: larga melena ondulada, mirada envuelta en sombras ahumadas, cuerpito fino embutido en un minivestido del que emerge un pecho voluptuoso. Los presentadores son, en cambio, el gordito graciosete Florentino Fernández y el anodino Ángel Martín. Esto no ocurre sólo en los programas de entretenimiento: no hay más que comparar a Susana Griso con Matías Prats, a Pedro Piqueras con Carma Chaparro o a Letizia Ortiz con Alfredo Urdaci. Mientras que ser buen periodista es suficiente para que muchos hombres conquisten los informativos con más audiencia, Pepa Bueno es una de las pocas conductoras de telediarios que no serían aceptadas para posar en la portada de Vogue. Sara Carbonero se hizo conocida (antes de su relación con Iker Casillas) por su espectacular belleza, que ha llegado a eclipsar su talento como comunicadora. Todo esto lanza un mensaje claro a las estudiantes de Periodismo: si no eres guapa y delgada, olvídate de  hacerte un hueco en la tele. Y si eres guapa y delgada, eso será lo primero que se destaque de ti.

Los medios de comunicación no sólo reproducen estos modelos de belleza en los espacios publicitarios. Recientemente, el Diario Vasco dedicó su portada a las jugadoras de balonmano que habían lanzado un calendario posando en bikini para “lograr visibilidad social”. El Correo publicó un especial “Las muñequitas de Zapatero” en el que estilistas analizaban la imagen de las ministras. Carme Chacón, Leire Pajín, Arantza Quiroga, la exministra francesa Rachida Dati e incluso la dama de hierro (otro de los roles femeninos habituales en la prensa) Angela Merkel han protagonizado titulares debido a sus escotes, atuendos o demás cualidades físicas.

La gran pregunta es: ¿los medios de comunicación reflejan la realidad o la crean? Pues yo diría que las dos cosas al mismo tiempo. No es de extrañar que si en la sociedad las críticas a las mujeres por su aspecto son el pan de cada día, los medios de comunicación incurran también en ello. Pero en su caso, el efecto y la capacidad de influencia son mucho mayores, y por eso han de ser responsables y modélicos. Las mujeres seguimos teniendo más dificultades para hablar en público. No es muy descabellado pensar que tememos ser juzgadas no sólo por lo que digamos, sino por cómo vistamos o cómo sea nuestro cuerpo.

El harén de Occidente
Esa presión es una de las causas de la anorexia y la bulimia. Estos desórdenes alimenticios se suelen exponer como problemas de chicas con pocas luces, que se dejan influir demasiado por lo que ven y que están absurdamente obsesionadas por parecerse a Kate Moss. Pero lo cierto es que más de la mitad de las mujeres han hecho dieta alguna vez, y que su principal motivación para ello es estética. Pensar que los problemas los tienen las otras es más cómodo que reconocer que todas somos un poco anoréxicas.

Naomi Wolf, escritora estadoounidense autora de El mito de la belleza, hace un análisis brillante de la situación: “El sometimiento a regímenes alimenticios es el sedante político más potente de la historia de las mujeres: una población silenciosamente trastornada es una población muy fácil de manejar”. La preocupación por el peso provoca “un colapso virtual de la autoestima” y la restricción calórica conduce a una personalidad caracterizada por “pasividad, ansiedad y cambios emocionales bruscos”. Los desórdenes alimentarios generan neurosis y la sensación de pérdida del control. Quienes nos controlan son todas esas industrias dirigidas por hombres: la moda, la cosmética, la cirugía estética, la industria alimentaria y la pornografía.

¿Y por qué nos dejamos controlar? Pierre Bordieu nos da la respuesta en La dominación masculina: “Al confinar a las mujeres al estatus de objetos simbólicos que siempre serán mirados y percibidos por el otro, la dominación masculina las coloca en un estado de inseguridad constante. Tienen que luchar sin cesar por resultar atractivas, bellas y siempre disponibles”. Es algo que podemos observar en la publicidad: la actitud de las modelos va de la inocente lolita a la ardiente femme fatal. Pero en todo caso, están para gustar. Existen porque hay un hombre que las mira y las desea. Y tal vez, porque hay una mujer que las envidia y desea ser como ellas. Si a la mujer se le niega su capacidad de ser sujeto de deseo y se la relega a la condición pasiva de objeto, lo único que le queda es provocar, explica la feminista Maitena Monroy en sus talleres de autodefensa jurídica. Así, el hombre machista se erige en intérprete de los deseos de sus víctimas para justificar sus agresiones. Y la sociedad lo acepta: si Nagore Laffage subió al piso de su asesino, José Diego Yllanes, será porque algo buscaba.

“El harén de las mujeres de Occidente es la talla 38”, afirma la escritora marroquí Fatema Mernissi. Esta idea se le ocurrió cuando fue a comprar una falda a una tienda en Nueva York y le dijeron que no había tallaje para ella, que tendría que ir a una tienda de tallas especiales. “A diferencia del hombre musulmán, que establece su dominación por medio del uso del espacio (excluyendo a la mujer de la arena pública), el occidental manipula el tiempo y la luz. Este último afirma que una mujer es bella sólo cuando aparenta tener catorce años. (…) Fijarla [esa imagen de niña] en la iconografía como ideal de belleza condena a la mujer madura a la invisibilidad”. Mernissi concluye que esas actitudes son “más peligrosas y taimadas que las musulmanas”, porque “el tiempo es menos visible, más fluido que el espacio”.

Identificar este bombardeo constante que sufrimos las mujeres y que nos anima a ser delgadas, delicadas, lánguidas, expuestas y disponibles para los hombres, no debe hundirnos, sino hacernos sentir capaces de darle la vuelta. Ver que si nos da miedo cambiar de talla, si nos sentimos inseguras por no tener el vientre plano y si envidiamos la figura de las famosas, no es porque seamos unas estúpidas volubles, sino porque se nos ha educado para ello. Detectado el problema, podemos actuar contra él. Reclamar otras representaciones de la feminidad y la masculinidad. Buscar películas, series y revistas en las que salgan mujeres con las que sentirnos identificadas. Observar nuestro cuerpo desnudo sin juzgarlo, descubriendo en él la belleza y la armonía presentes en todo cuerpo. Recordarnos cada día que nuestra valía no se reduce porque salgamos a la calle despeinadas, porque los años dejen marcas en nuestra piel o porque nuestras caderas vayan ensanchándose. Salir a la calle en las manifestaciones feministas y desahogarnos gritando eso de “¡La talla 38 me oprime todo el chocho!” o “¡Abajo las Barbies, arriba Barriguitas!”. En definitiva, ser capaces de mirarnos al espejo y decir eso de “Porque yo lo valgo” sin necesidad de sostener un bote de laca, de maquillaje o de gel anticelulítico.

¿Qué hay de los hombres?

Cada vez que hablamos de la tiranía de la talla 38, sale alguien (ya sea hombre o mujer) que nos recuerda que la población masculina también sufre presiones, y cada vez más. Es cierto que en la publicidad también reinan bellísimos modelos masculinos. O que los niños se engominan para parecerse a Cristiano Ronaldo. Sin embargo, la distancia sigue siendo abismal. Por una parte, mientras que las top-model son referentes para las adolescentes, es difícil encontrar a un chico que sepa quién es Jon Kortajarena. Los hombres a los que admiran (como el futbolista portugués), no han alcanzado el éxito por ser guapos. En segundo lugar, esos modelos refuerzan los valores asignados tradicionalmente a la masculinidad. La publicidad empieza a crear necesidades ficticias en los hombres (por ejemplo, cremas anti-arrugas), pero la actitud que siguen transmitiendo los modelos es de virilidad y fuerza.

Reconocer que el modelo “metrosexual” limita a los hombres no puede llevarnos a normalizar el machaque que sufrimos las mujeres. Debe animar a unirnos contra la tiranía estética sexista

La vigorexia (obsesión por tener un cuerpo musculoso) es una enfermedad con consecuencias graves. Cada vez son más los hombres que consumen sustancias para lograr muscularse más rápido. Sin embargo, observemos que, mientras que adelgazar lleva a estar débil y frágil, la vía para cumplir el canon estético masculino es el saludable hábito de hacer deporte. En el gimnasio se libera endorfinas; haciendo dieta se pasa hambre. Además, dicho canon estético se ha mantenido mucho más estable a lo largo de la historia. Comparemos las tres gracias de Rubens con Kate Moss. En cambio, el cuerpo del David de Miguel Ángel sigue siendo deseable. En todo caso, la mayoría de los hombres, si bien pueden tener cierta preocupación por su físico, éste no se vincula tanto a su autoestima como en el caso de las mujeres.

No es mi intención, sin embargo, negar o restar importancia a las presiones que sufren los hombres. Creo que lo importante es reconocer que los medios de comunicación siguen mostrando representaciones sexistas tanto de las mujeres como de los hombres, y que por tanto, todas y todos debemos reclamar un cambio. Reconocer que el modelo “metrosexual” limita a los hombres no puede llevarnos a normalizar el machaque que sufrimos las mujeres. Debe animar a unirnos contra la tiranía estética sexista que nos impide crecer libres y sentirnos bien en nuestros cuerpos.


También puedes leer este artículo traducido al catalán, en La Independent


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