Y lo que te rondaré, morena…

Y lo que te rondaré, morena…

“¿Por qué no estáis orgullosas de ser mujeres?”, me preguntan con insistencia. Yo me felicito de ser feminista, una mujer en lucha. Porque ser feminista es algo que he elegido. Sin embargo, ser mujer, me vino dado por la autoridad médica y yo comulgué con tal diagnóstico. (Las otras opciones hubieran sido hombre o intersex, y en esa segunda sí que hubiera estado jodida.) Desde el sujeto mujeres hemos resistido y seguimos haciéndolo: esa es la historia del feminismo. Aunque no es el sujeto único ni puede delimitarse.

Texto: Itziar Ziga
20/11/2010


“Me fragmentarán y a cada pequeño pedazo le pondrán una etiqueta.”

Gloria Anzaldua La frontera/The Borderlands (1987)

“Desde hace algunas décadas es evidente que el feminismo no es uno, sino que en su composición puede ser comparado con una gota de mercurio que estalla y se pluraliza, pero que guarda dentro de sí una composición que le permite multiplicarse, separarse y volver a unirse por medio de alianzas…”

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Sayak Valencia Capitalismo Gore (Melusina 2010)


“¿Por qué no estáis orgullosas de ser mujeres?”, me preguntaron con insistencia hace unas semanas en una charla que impartí bajo el título Qué coño es el transfeminismo. Siempre contesto que yo estoy orgullosa, o más bien me felicito, de ser feminista, una mujer en lucha. Porque ser feminista es algo que he elegido. Sin embargo, ser mujer, es decir, ser identificada como mujer, me vino dado por la autoridad médica y yo comulgué con tal diagnóstico. (Las otras opciones hubieran sido hombre o intersex, y en esa segunda sí que hubiera estado jodida.) Desde el sujeto mujeres hemos resistido y seguimos haciéndolo: esa es la historia del feminismo. Aunque no es el sujeto único ni puede delimitarse.

Pero afirmar que me siento orgullosa de ser mujer así, sin más, a mí me da escalofríos. Al fin y al cabo podría coincidir en tal enunciación con otras orgullosas mujeres a las que sólo me acerca tal diagnóstico médico y de las que me distancian todas mis opresiones y luchas: Esperanza Aguirre, Yolanda Barcina, Sarah Pallin, Barbara Harris,…

Todavía me sorprende que dedicase mi primer libro (Devenir perra, Melusina 2009) a la feminidad, aunque fuese extrema, impostada, sucia y guerrillera. La feminidad se atraganta en nuestras laringes (feministas), lógico. Con ella trataron de colarnos toda la sumisión autocomplaciente que el HeteroPatriarcadoCapitalista necesita de nosotras para dominarnos a todas, a todos.

En su perverso engranaje nos programan para asumir orgullosas ese rol de eternas y graciles segundonas, cuidadoras entregadas por instinto aprendido y sin reconocimiento ni paga, obsesivas vigilantes de ese qué dirán que armaron para doblegarnos y que blandiremos como niñas preferidas y chivatas contra las otras.

También debemos aceptar la violencia de los machos como parte de nuestras vidas, como una amenaza inevitable de la que sólo pueden protegernos, y a medias, otros machos (nuevos y supuestamente mejores hombres de nuestras vidas, el Estado, la policía, algún profesor Neira de turno y pacotilla). Para que no olvidemos nunca quién es el amo. Y para que ellos se crean los amos. Una dudosa supremacía, sobre todo para los hombres pobres. Y la mayoría lo son, como nosotras. La feminidad y la masculinidad normativas siempre me parecieron traiciones demasiado baratas.

¿Os suena de algo? Y sino tragas con todo eso, a sobrevivir con la culpa y con el estigma. Se lo montaron muy bien para convencernos, por algo somos imprescindibles para el Sistema. Siempre trabajando gratis. Siempre cubriendo necesidades materiales y afectivas en un mundo predador basado en el engorde de unos pocos. SIempre conciliando, negociando, facilitando, esperando. Siempre auto-relegándonos. Siempre defendiendo el orden moral temerosas de que se vuelva contra nosotras, ¡cuando fue inventado contra nosotras!

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Por algo se empeñan tanto en que nos sintamos esencialmente mujeres. En diagnosticarnos como tales al nacer y en que una minoría (señalada como intersex) pague en carne la dolorosa segregación de sexos. No es que existan cuerpos confusos que deberán ser sacrificados por la medicina patriarcal para dejar bien clarito que no es lo mismo un hombre que una mujer, y que Ellos detentan el poder de decidir quién y cómo es un hombre o una mujer. Es que esa medicina patriarcal fabrica los cuerpos confusos (al diagnosticarlos intersex) para apuntalar a sangre la frontera entre ambos sexos. Los y las intersex nos muestran mejor que nadie el precio de ser mujer. Otra cosa es que no queramos verlo.

Ante este asfixiante panorama que en lo más profundo no cambia, no es de extrañar que Monique Wittig afirmara (en 1978) que “las lesbianas no somos mujeres (como no lo es tampoco ninguna mujer que no esté en relación de dependencia personal con un hombre)”. Porque quizás, cuando dejas de servir a tiempo completo al patriarcado, dejas de ser mujer. Desertas de ser mujer.

El feminismo ha consagrado miles de horas a decidir si cuando te rebelas contra el patriarcado reinventas lo que significa ser mujer o simplemente dejas de serlo. Nunca nos hemos puesto de acuerdo. Y, por mi parte, ni falta que hace.

Hay un oscilar feminista con la identidad “mujeres” que gira, y se atropella, que cuaja y después explota, que se bifurca en posturas irreconciliables para converger de nuevo. Una y mil veces a vueltas con lo mismo. Probablemente, porque nos hace falta. Porque en esa encrucijada fantasma e irresoluble habita el máximo potencial expansivo del feminismo para deshacer el sortilegio de nuestra dominación. Y también todo el peligro de ser asimilado por el sistema y volverse cómplice de la supremacía blanca, burguesa y heterosexual, a veces desde dentro. Porque somos eternas cuestionadoras de casi todo.

¿Quién es el sujeto político del feminismo? Hay preguntas que valen mil veces más que sus frágiles y arrogantes respuestas. Aunque a veces nos agote volver a ellas… Y lo que te rondaré, morena.

Cuando a esta altura de la jugada (más de dos siglos de rebelión, como poco) es más que evidente que el duelo entre el feminismo y el patriarcado ha provocado cambios en las vidas de mujeres y de hombres, y lo afirmo sin caer en triunfalismos autocomplacientes, ¿tiene sentido seguir considerándonos dueñas y señoras de su discurso?, ¿quiénes somos nosotras?, ¿las diagnosticadas como hembras al nacer por la medicina patriarcal?, ¿las que se nombran a si mismas mujeres o las que son interpretadas socialmente como tales?, ¿las poquísimas que tienen voz porque no les ha sido arrebatada por estar en el lado más incómodo de la barrera sexual, de clase, racial, confesional, laboral?, ¿una bio-hembra blanca, heterosexual, burguesa y con poder tiene las mismas oportunidades de ser considerada enunciadora del feminismo que una mora con hyjab, que una puta transgénero, que una negra sin papeles, que una yonky sin techo?

Desde lo que hemos nombrado como transfeminismo estamos retomando estas preguntas. O más bien, nuestra acción parte de ciertos lugares que revuelven las acciones y los discursos de otros feminismos. Porque yo no tengo la más mínima duda de que una mujer transgénero y trabajadora sexual que se defiende y funda espacios habitables para ella y para sus compañeras, es sujeto de feminismo. Afortunadamente no soy la única que así lo siente, y ellas (en este caso, las transexuales putas) han llamado muchas veces a las puertas del feminismo auto-legitimado sin ser a veces bien recibidas. No me extraña que tengan a menudo tan mala leche. (Mi hermana Bea Espejo me lo decía hace poco: ya no soy políticamente correcta, por el camino me fui cabreando.)

El feminismo del que somos tataranientas (el occidental) nació bastardo, pobre, transversal, híbrido, radical y callejero con Olympe de Gouges y sus hermanas. Su sentencia a muerte en aquella orgía de sangre que fue la Revolución Francesa (y de la que heredamos democracias heridas de machismo y frustración), la señalaba como “mala madre, esposa sin virtud y mujer perdida que se creía un hombre de estado” (1793). Mala mujer. Porque, a fin de cuentas, las feministas (radicales) somos exactamente eso, mujeres malas. Muy malas. Y como siempre hemos anunciado, podemos ser peores. Y lo seremos.


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