II. El presente: empeños en el desierto

14/11/2010

Saleh Brahim

Saleh Brahim

Once voces en el desierto
I. El pasado: la maldición
II. El presente: empeños en el desierto
III: El futuro: con la palabra o con las armas


SALEH BRAHIM. Artista formado en Cuba, 37 años.

“Si tienes sangre en las venas, debes volver donde tu gente”

“¿Me lo has notado tan rápido? ¿Por el acento? Pues sí, compañero, estuve catorce años estudiando en Cuba. En Camagüey.

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En los campamentos teníamos algunas escuelas pero la república saharaui no contaba con medios para hacerse cargo de tantos niños en el desierto. Y entonces, en los años 80, llegó Cuba para ayudarnos. Miles de jóvenes nos fuimos allá a estudiar. Yo viajé en 1984, con 12 años. Y estuve hasta los 26 sin ver a mi familia, salvo unas vacaciones de diez días en las que pude venir a los campamentos, con 17 años. Estudié Artes Plásticas. Ahora pinto en acrílico y en óleo, retratos, paisajes, estampas políticas. Casi todo se lo vendo a los extranjeros. Y también trabajo de decorador en la televisión saharaui.

Cuando volví de Cuba a los campamentos, me sentí como un pez fuera del agua. ¿Qué podía hacer yo en mitad del desierto? Pero tenía que regresar, porque si no me hubiera sentido como un traidor. El Gobierno saharaui me dio la oportunidad de formarme en Cuba y yo tenía que devolver la inversión. Debo enfrentarme al destino de mi pueblo. En Cuba vivía bien, pero nunca se me olvidaba que mi familia seguía en un campamento de refugiados en el desierto, con el calor, el siroco, sin posibilidades de hacer nada en la vida. Yo tenía que volver a su lado. Si te queda sangre en las venas, debes volver donde tu gente.

Echo de menos a los cubanos. Nos trataban muy bien, con mucho respeto, y eran muy alegres. ¡Con una lata y un palo, baila el cubano! Si te ven triste, te dicen: no pienses en arreglar el mundo, que eso cansa. Aprovecha la vida, que la muerte es segura.

Ahora aquí estoy contento, porque vivo con mi familia, puedo desarrollar mi carrera artística en la televisión y en mi pequeña galería de arte. Se llama ‘El arte del exilio’”.

Buyema Fateh

Buyema Fateh

BUYEMA FATEH, “CASTRO”. Educador de niños con deficiencias.
“Somos refugiados pero no debemos ser mendigos”

“‘Aquí no crecen plantas ni árboles pero florecen personas’. Ese es el lema del centro. Todas las mañanas vienen cuarenta o cincuenta niños con deficiencias mentales. A quienes viven en las zonas más alejadas del campamento los recogemos con un Land Rover. Empecé en 1996: el primer centro para discapacitados mentales del mundo en un campamento de refugiados. Ahora trabajamos varias educadoras y yo. Otro lema: ‘El inicio es difícil pero la historia me enseñó que nada es imposible’.

Cuando llegan por primera vez, estos niños son criaturas casi salvajes, porque en casa los tienen arrinconados. En los países pobres, la discapacidad es marginación. Te margina hasta tu propia madre.
‘Educación, integración, autonomía’. Enseñamos a los niños las destrezas básicas: vestirse, atarse los cordones, usar el cepillo de dientes. Así pueden ser más autónomos. Y les repetimos que ellos son iguales que los demás, que deben recibir el mismo trato, que no son animales sino personas. Incluido el niño hemipléjico y el parapléjico. Pero ellos también deben aprender a comportarse como los demás, a cumplir unas normas. Tienen que recoger los juguetes. No pueden tirar papeles por la calle. Han de colaborar con sus compañeros.

Mira, estos son los talleres de carpintería y pintura. Aquí los niños hacen trabajos manuales y luego los vendemos a los visitantes, recaudamos unos pocos fondos y ellos vuelven a casa con un dinerito. Así la madre ve que su hijo no es una carga, que también es útil.

Trabajamos con mucha vocación, mucho amor, mucha alegría y mucha dignidad. Y funcionamos con donaciones de las familias y con nuestras pequeñas ventas. Mira, los trabajos de los niños valen cinco euros: las banderitas, los llaveros, los collares. Cuando viene gente de buen corazón, toda esta mesa se agota. Cinco euros, ¿eh?

Es importante. Vivimos en campamentos de refugiados pero no debemos ser mendigos. Tenemos que sacar la vida adelante con nuestro trabajo y nuestro sudor.

¿Castro? Me pusieron el apodo porque yo era un soldado barbudo. Bueno, en realidad me llaman ‘ese loco de Castro’”.

Darchalha Mohammed Lami

Darchalha Mohammed Lami en su casa

DARCHALHA MOHAMMED LAMI. Ama de casa, 20 años

“Quiero estudiar pero me toca cuidar a mi padre, que quedó ciego en la guerra”

“Yo no he podido estudiar porque cuido a mi padre, que se quedó ciego en la guerra. Mi madre tenía asma, problemas respiratorios, y murió hace un año. No había médicos ni tratamientos para ella. Mi hermano se fue a España hace unos cuantos años para operarse los ojos y se ha quedado allí trabajando. Todavía no sabe que nuestra madre murió. Mi hermana trabaja en el dispensario del campamento. Ahora yo me encargo de mi padre, de la casa, de los hermanos pequeños. Me gustaría mucho estudiar en el centro de formación de mujeres, me apunté, pero hay pocas plazas. Quiero aprender a usar ordenadores y trabajar.

Pero por ahora tengo que cuidar la casa. Ir a dar de comer a las cabras. Recoger la ayuda: todos los meses nos reparten un kilo de arroz por persona, un kilo de lentejas, de alubias, aceite, harina, té, azúcar, las bombonas de gas… A veces se retrasan; por ejemplo, llevamos tres meses sin recibir té, pero podemos comprar un poco en el mercado, si tenemos algo de dinero. No pasamos hambre, porque si a alguna familia se le va acabando la comida, los vecinos le ayudan.

Yo como poco, porque a los chicos saharauis les gustan las chicas gordas y yo no me quiero casar hasta los treinta por lo menos [ríe a carcajadas]. Aquí tendría que ser como en España: os casáis más tarde, cuando encontráis una persona buena, y no porque tengáis necesidad. Muchas chicas saharauis se casan muy pronto, porque en su familia no tienen dinero ni trabajo y necesitan que las mantenga un hombre”.

Fatima Mahmoud

Fatima Mahmoud durante el partido

FÁTIMA MAHMOUD. Entrenadora de fútbol, 26 años

“El deporte ayuda a quienes no tienen ningún proyecto en la vida”

“Las mujeres valemos para entrenar a un equipo de hombres, por supuesto, no hay ningún problema. Me formé en una escuela deportiva en Argelia, empecé a entrenar al equipo de la Brigada Sumud y aquí estamos, jugando la final de la Copa saharaui. Mis chicos me respetan.

Si mejoráramos un poco el nivel de nuestros futbolistas, la selección saharaui podría participar en alguna división inferior de las ligas argelinas y seguir desarrollándose. Soñamos con el día en que nuestra selección juegue partidos oficiales. Porque el deporte también es una herramienta para defender nuestra causa: atrae la atención de mucha gente y nos serviría para divulgar la injusticia que padecemos.

El deporte es fundamental para los refugiados. En los campamentos hay cientos de jóvenes que no pueden estudiar y que no encuentran trabajo, no tienen nada que hacer en todo el día, no se plantean ningún proyecto. Eso trae problemas: frustraciones, depresiones, drogas…  Con las competiciones logramos que tengan algunos objetivos, que adopten una disciplina, que se esfuercen, que trabajen en equipo, que sean buenos compañeros, que conozcan a chicos de otros campamentos cuando juegan contra ellos…

Ahora tenemos Liga, Copa y selección nacional. Pero los mejores deportistas saharauis se echan a perder porque no tienen posibilidad de desarrollar una carrera, de competir con más nivel. O porque tienen algún problema de salud que aquí no se puede arreglar. Hamuda, por ejemplo, es un delantero centro muy bueno, tiene un regate prodigioso, corre de un lado a otro del campo, y la gente de los campamentos le admira porque juega con unas gafas muy gruesas, que no son las adecuadas para su miopía.

Tiene nivel para jugar en algún equipo de Argelia, pero necesita operarse la vista y aquí es imposible. Así se pierden los mejores deportistas saharauis”.

Hamuda Hamuda Chej

Hamuda Hamuda Chej

HAMUDA HAMUDA CHEJ. Futbolista, 22 años.

“No tengo gafas adecuadas: pronto tendré que dejar el fútbol”

“Tengo 12 dioptrías en el ojo derecho y 13 en el izquierdo. Me revisaron la vista hace cuatro años, así que puede que ahora tenga más. Y mis gafas son de 9 o 10 dioptrías, no me valen. Me cuesta acertar con los pases y los disparos lejanos.

Por culpa de este problema no puedo jugar en otras ligas, en equipos superiores, pero me siento feliz compitiendo en mi país. Cuando empecé de niño, en los campamentos no teníamos botas, ni camisetas, ni entrenadores ni competiciones. Y hoy voy a jugar la final de la Copa. Es un gran logro.
No puedo seguir jugando mucho más tiempo con este problema de la vista, pero dentro de un año o dos me gustaría ser entrenador de niños pequeños. Quiero ayudarles a que hagan deporte, para que se formen, para que en sus años de juventud tengan, por lo menos, alguna ilusión”.

[El Brigada Sumud pierde la final por tres a cero contra el Ujsario, el equipo de las juventudes del Frente Polisario. Esperan desquitarse en la Liga saharaui, que empieza un par de semanas más tarde, con 20 equipos de los distintos campamentos de refugiados que se enfrentarán a doble vuelta].

Once voces en el desierto
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