Chefs versus cocineras

Chefs versus cocineras

Cuando los hombres han cogido por fin el cucharón, han conseguido debido al sexismo dotar de prestigio una actividad tradicionalmente femenina

18/06/2012
Emma Gascó

Emma Gascó

Angélica Cortés Fernández

Saber sobre las hazañas culinarias de reputadísimos chefs de élite es habitual hoy en día. Ver a los hombres cocinar es muy reconfortante, pero conceder que la profesión se ha masculinizado y que a las mujeres chef no se las promociona de la misma manera que a sus colegas hombres en los medios de comunicación es algo, por lo menos, llamativo.

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Lo verdaderamente perverso es que una vez que ellos extrapolan los valores ancestrales culinarios del ámbito privado al público y los elevan a categoría artística, se generaliza la idea de que los hombres son mejores cocineros que las mujeres

El estereotipo de género relega a las mujeres al espacio privado y, por lo tanto, a ellas les ha correspondido tradicionalmente hacerse cargo de la tarea de cocinar.
Sorprendentemente, cuando los hombres por fin cogen el cucharón, consiguen dotar a esta actividad de prestigio y convertirla en algo público, en un asunto serio e importante por la simple razón de estar realizada por ellos, mientras que las mujeres han sido siempre relegadas a ese papel de alimentadora-cuidadora. La cocina, una vez conquistada por los hombres, se hace famosa y se convierte en trabajo remunerado y respetado: es encumbrada y elevada a la categoría de arte porque la realizan los varones.

Son ellos los que consiguen que se dote de un prestigio social nunca visto a la cocina. El mismo intento por parte de las mujeres habría sido considerado una intrusión en el ámbito público, terreno vetado para ellas hasta hace bien poco. Sin embargo, ellos han tenido la oportunidad de entrar en el espacio ‘femenino’ de la cocina y de hacerlo público, ‘masculino’, creando un nuevo concepto de la Cocina con mayúsculas.

Y es que cuando los hombres por fin entran en la cocina, no lo hacen para quedarse, sino para marcharse con el libro de recetas y, de paso, con la gloria. El encumbramiento de esta actividad supone un claro ejemplo de perversión y sexismo de la sociedad. La cocina solo adquiere mérito social cuando se convierte en algo masculino, terreno interesadamente diferenciado del femenino. La cocina femenina queda relegada a la de casa; la masculina, a la del negocio. La femenina es gratis, la masculina está remunerada.

Si los hombres son capaces de crear Alta Cocina, no hay impedimento objetivo alguno para que se dediquen a la cocina doméstica y, por extensión, para que compartan las responsabilidades del ámbito privado en el que generalmente tan poco participan.

La cocina se institucionaliza y se eleva a Alta Cocina gracias a los chefs, reconocidos mundialmente como artistas y a quienes se tilda de gurús de la restauración, dotándoseles de un prestigio social sin precedentes en una actividad donde subyace el hecho mismo de preparar de comer. Y es que ser chef, cocinero famoso, reputado y alabado, supone además ser empresario, estratega, hombre de negocios, visionario.

Ahora bien, lo verdaderamente perverso es que una vez que ellos extrapolan los valores ancestrales culinarios del ámbito privado al público y los elevan a categoría artística, derivada de la trasnochada analogía de que hay más hombres chefs que mujeres chefs, se generaliza la idea de que los hombres son mejores cocineros que las mujeres: “Cocinan mejor porque son más”, sin entrar a analizar el asunto desde el punto de vista de género.

De manera idéntica, en otros ámbitos como la pintura clásica se formula la opinión de que los hombres pintan mejor porque no hay pintoras de renombre, sin razonar que no las hay porque la historia las ha invisibilizado, obviando que a las que consiguieron serlo les costó mucho más porque tuvieron que conquistar un terreno que, por mandato de género, no les correspondía y eran consideradas intrusas en una profesión masculina.

Hay más cocineros famosos que cocineras famosas porque no se dan las mismas oportunidades a unas que a otros; la palabra ‘chef’ se identifica automáticamente con un Arzak, un Adriá, un Berasategui, un Subijana pero, ¿dónde están las chefs?

En el mundo de la alta cocina existe para las mujeres una discriminación doble y contradictoria desde el punto de vista sexista: si corresponde a las mujeres el papel de cocinera por ser mujeres, ¿por qué no se las encumbra como artistas geniales y se las reconoce y prestigia socialmente? Por otro lado, si ahora cocinar se valora monetariamente, ¿por qué ellas lo siguen haciendo gratis?

Estamos ante otra perversidad de género más. Es claro que la cocina, la capacidad misma para hacer de comer, la de alimentar, no es propia de las mujeres, no está en su código genético, sino que todo responde al estereotipo de género que inculca el patriarcado. Si los hombres son capaces de cocinar también y tan bien como las mujeres, de ser tan buenos hosteleros, reputados restauradores y de crear Alta Cocina, no hay impedimento objetivo alguno para que se dediquen a la cocina doméstica y, por extensión, para que compartan las responsabilidades del ámbito privado en el que generalmente tan poco participan. De la misma manera, las mujeres merecen estar presentes en la vida pública al mismo nivel que sus colegas hombres.

chefs

Reputados chefs posan con el lehendakari Patxi López en un congreso de cocina de autor./ IREKIA

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