Las mujeres, el “bien más preciado”

Las mujeres, el “bien más preciado”

Dori Fernández pone ejemplos que demuestran la subordinación de las mujeres para "arrojar un poco de luz dentro de la tiniebla patriarcal que hace borrosa la situación de desigualdad".

20/04/2012
Emma Gascó

Emma Gascó

Dori Fernández

Las mujeres hemos sido a lo largo de la historia el “bien más preciado” para el patriarcado; el objeto de deseo por excelencia y el mayor símbolo de triunfo social y económico de los varones. Cuanto más guapa, servicial, amorosa, atenta, sana, abnegada, intuitiva, comprensiva, fuera una mujer, más triunfador se le presuponía al afortunado poseedor. De ahí expresiones tales como “detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer”.

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Sacamos brillo y esplendor a cada hombre al que vinculamos nuestra vida: elegimos su ropa para que vaya elegante; la lavamos y planchamos (o lo mandamos hacer) para que vaya impecable, e impecable se refleje en el espacio público nuestra labor constante en el privado; elegimos y cocinamos los mejores manjares para que tenga una vida saludable y placentera, se sienta orgulloso de nosotras y lo muestre al mundo con su “curva de la felicidad”, curva que en ellos, por supuesto, siempre adorna; nos ocupamos de sus (nuestros) hijos e hijas, espejo del triunfo de ambos, único triunfo en la vida para muchas; dulcificamos el final de su jornada laboral con atenciones y cariños, dando sentido a aquello del “descanso del guerrero”; los mantenemos alejados con uñas y dientes de nuestra más feroz competencia, las otras mujeres; y muchas de nosotras, incluso, rezamos al cielo para que no nos falten nunca.

Virginia Woolf utilizó una ilustrativa metáfora para explicar este valor simbólico que las mujeres representamos en las sociedades patriarcales, en las que quedamos reducidas por voluntad propia (por amor) a un espejo “dotado del mágico y delicioso poder de reflejar la silueta del hombre del tamaño doble del natural” (1) y que Bourdieu hará extensiva a las labores que habitualmente muchas han pasado a desempeñar también en el ámbito empresarial, realizando actividades de presentación, representación y acogida (recepcionistas, azafatas, secretarias, portavoces, etc.), elevando de la misma forma lo que denomina “el capital simbólico de las empresas”, muestra de triunfo social y por ende con repercusión directa en el capital económico de éstas (2).

Tres artículos publicados en los últimos días me servirán para ilustrar esta reflexión, con la que intento arrojar un poco de luz dentro de la tiniebla patriarcal que constantemente nos hace borrosa la situación de desigualdad en la que vivimos. Una situación de subordinación que produce mucho sufrimiento todavía de forma inconsciente a muchas mujeres que, amarradas a la dictadura de las normas sociales hegemónicas y a la tradición, sólo atisban a ver cuando los efectos les tocan muy de cerca y ponen su empeño en comprender el porqué.

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El primero de ellos, es el de Vicenç Navarro, publicado en el diario Público bajo el título ‘¿Ha descendido la pobreza en el mundo?’, en el que se constata de nuevo cómo las políticas neoliberales (más bien la ausencia de ellas en cuanto su no intervencionismo en los mercados) son el motor de destrucción masiva más grande inventado hasta el momento por el hombre (no, no es lenguaje sexista), puesto que se caracterizan por esquilmar sin contemplaciones todos los recursos a su alcance, ya sean materiales (naturales, económicos, etc.) o humanos. Estos últimos en claro régimen de esclavitud, sobre todo para las mujeres, no hay más que leer la última reforma laboral.

En segundo lugar, y en el marco de este sistema socio-productivo voraz que busca convertir en beneficio cuanto toca, he recordado el artículo publicado hace unos días también por el mismo diario, haciéndose eco del nacimiento de la plataforma ‘Eurovegas NO’ en relación al proyecto que nuestros gobernantes, defensores a ultranza (nada desinteresados por cierto) del neoliberalismo reinante, tienen previsto poner en marcha en breve en nuestro país. Una especie de Las Vegas español al que han bautizado con el eufemismo “Centro Turístico Integrado”, que generará -según sus impulsores- más de 260.000 puestos de trabajo directos e indirectos, y que solicita (ojo al dato) se modifique nuestra legislación en materia de menores, migración y salud pública, al objeto de permitir el acceso a los casinos a menores de edad, flexibilizar las leyes de inmigración para favorecer “la entrada de directivos” en el país (imagino que también de quienes son dirigidos o mejor dicho, dirigidas por éstos) y permitir fumar dentro del recinto (6).

El tercero de los artículos que me sirve para mostrar lo insuficientemente mostrado y que ayuda a contextualizar el artículo anterior, hace referencia al evento Mobile World Congress 2012 celebrado recientemente en Barcelona , en el que vuelve a ponerse de relieve el carácter de “objeto” que, para una gran mayoría de hombres, seguimos siendo las mujeres. El artículo ironiza sobre la disminución de la demanda de “trabajos sexuales” (puestos de trabajo indirectos) observada durante los días del congreso motivada por la crisis, en contra de las expectativas inicialmente previstas, dejando patente cómo ocio y sexo forman parte del mismo concepto aún para muchos varones.

Y yo me pregunto: teniendo en cuenta la premisa inicial históricamente constatada, ¿qué papel nos espera a las mujeres –y por extensión a las personas de género femenino o feminizadas como las transgénero, travestidas, etc. afectadas por ese “coeficiente simbólico negativo” que dirá Bourdieu (3)- en este cada vez más globalizado complejo de ocio neoliberal- patriarcal en que se ha convertido el mundo?

Da miedo pensarlo, la verdad. En cualquier caso, y mientras no encontremos la forma de evitarlo, en nuestro país, cada cuatro años, las urnas seguirán marcando nuestro “precio de mercado”.

(1) Woolf, V. Una habitación propia. Seix Barral, Barcelona, 2001, p. 50.
(2) Bourdieu, P. La dominación masculina. Anagrama. Barcelona, 2000, p. 124
(3) Según Bourdieu, “un coeficiente simbólico negativo que, al igual que el color de la piel para los negros o cualquier otro signo de pertenencia a un grupo estigmatizado, afecta de manera negativa a todo lo que son y a todo lo que hacen”. Ibid, p. 116

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