¡Sexo!

¡Sexo!

M en Conflicto diserta sobre el papel de la pornografía como instrumento de pedagogía sexual y esa pedagogía como forma de control social

03/04/2012

M en Conflicto

Mi vecina gime como una actriz porno.

A cualquier hora del día o de la noche, no importa si son las ocho de la mañana de un domingo y sus berridos se meten en tus sueños hasta que consiguen despertarte o si son las dos de la tarde de un lunes y hacen temblar la sopa en la cuchara. No es que me moleste especialmente que mis vecinos tengan una vida sexual abundante y sonora (que Itziar Ziga me libre de la sexofobia), el problema es que sus gemidos no evocan un apasionado placer, sino que entre los chirridos rítmicos de los muelles de la cama (porque el coito parece ser lo único que practican) se puede escuchar el mensaje: oh-sí-cariño-la- tienes-más-grande-que-nadie (pero acaba de una vez), que suele ser la banda sonora de muchas películas. Escucharlos me hace pensar en una amiga que me contó un día que a su novio le encantaba el sexo oral con ella “porque ponía cara de actriz porno”.

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La mayor parte de los chavales (y muchas chavalas) están hartos de ver el ABC felación-penetración-eyaculación antes de empezar a tener relaciones, de forma que la pornografía estándar se convierte en una pedagogía sexual sin competencia alguna, que performarán una y otra vez. Menos mal que Annie Sprinkle parió el postporno, que abrió la puerta a tantas representaciones visuales como personas y placeres.

En una sociedad en la que se habla sobre sexo tanto como se miente, y en la que el sexo asoma en todo aquel lugar en el que te quieran vender algo, aprendemos cómo se practica viendo pornografía. Como explica Beatriz Preciado, en el porno convencional nos enseñan quién debe practicar sexo con quién, de qué forma, qué partes del cuerpo se deben utilizar y en qué orden debe hacerse. La mayor parte de los chavales (y muchas chavalas) están hartos de ver el ABC felación-penetración-eyaculación antes de empezar a tener relaciones, de forma que la pornografía estándar se convierte en una pedagogía sexual sin competencia alguna, que performarán una y otra vez en sus propias experiencias. Repetirán las escenas, pondrán las mismas caras, e incluso, como mi vecina, sus gemidos sonarán igual que en las películas. Menos mal que Annie Sprinkle parió el posporno con aquella propuesta sumaria de: “si no te gusta el porno que hay, háztelo tú mismo” que abrió la puerta a pedagogías sexuales diversas que subvierten el ABC normativo ofreciendo tantas representaciones visuales como personas y placeres haya. Escenas pospornográficas sin dildos de carne, cuerpos diagnosticados como mujer eyaculando como fuentes, relaciones de poder consensuadas en lugar de implícitas…

Gayle Rubin explica en ‘El tráfico de mujeres’ cómo nuestras formas de practicar el sexo son disciplinadas a través de las leyes. En su lista de “sexo bueno” y “sexo malo” establece una jerarquía de prácticas y compañías sexuales a través de las cuales una va descendiendo en la escala. No tendrás los mismos derechos si te acuestas con tu pareja heterosexual, entre las paredes de tu habitación, para procrear en el seno del matrimonio, que si lo haces con una persona trans que acabas de conocer en una fiesta, de forma ocasional. En función de lo que hagas, con quién lo hagas, y dónde lo hagas descenderás en la escala de respetabilidad social, tendrás más dificultades de tránsito entre países o serás directamente perseguida o incluso ajusticiada según dónde te haya tocado nacer.

Y todo esto me hace pensar en cuánto poder tiene que haber alrededor del sexo para que sea necesario controlarlo de esta forma, y que el cuestionamiento de sus normas genere las reacciones virulentas que genera. Me pregunto si ese mismo poder ha tenido que ver incluso con que ahora estés leyendo este artículo… ¿a ti qué te parece?

Annie Sprinkle Fotografía.- Julian Cash

Annie Sprinkle Fotografía.- Julian Cash

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