El debate sobre la prostitución

El debate sobre la prostitución

Beatriz Gimeno acaba de publicar el libro "La prostitución" (Ediciones Bellaterra). En este artículo analiza las diferentes posturas del movimiento feminista ante este tema, pero también sus propios debates internos.

01/02/2012

Acaba de salir a la calle el libro sobre la prostitución en el que he estado trabajando los últimos cuatro años. Comencé a leer sobre la misma después de participar o de asistir a varios debates  que me dejaron muy impactada debido a la violencia verbal, a la agresividad, y al dogmatismo que claramente se imponían sobre cualquier intento de debatir de verdad. Una agresividad que finalmente se terminaba siempre por imponer a las participantes de uno y otro bando por más que, algunas de ellas, quisieran mantener un tono de reflexión y auténtico intercambio de ideas. En seguida resultaba evidente que si alguien quería mantener un cierto tono de mesura y buscaba confrontar de verdad sus argumentos resultaba engullida por el tono general de un debate que, tal como está planteado, excluye cualquier matiz. Sobre la prostitución en España  sólo se puede estar furiosa y dogmáticamente en uno de los dos únicos bandos en los que se ha dividido la cuestión. Y estar en uno de esos bandos implica, demasiado a menudo, descalificar a las otras, verlas como enemigas del feminismo, aguantar también de su parte insultos y descalificaciones personales, etc. Cualquiera que haya asistido o participado en uno de esos debates sabe perfectamente de qué hablo. Y sin embargo, cualquiera que lleve en esto del feminismo muchos años sabe  también que hay feministas en ambos lados, entre las pro y anti prostitución; o abolicionistas y regulacionistas.

No estoy hablando de tener una posición neutral o de estar en el medio. Ante la cuestión de la prostitución ninguna feminista puede mantenerse neutral. Mi posición sería abolicionista, en tanto que estoy convencida de que la prostitución es incompatible con la igualdad pero la manera de acabar con la prostitución, la manera siquiera de pensarla, la manera de relacionarnos con las mujeres que se dedican a ella, no coincide siempre con lo que se considera una posición abolicionista. Mi posición admite muchos matices que no pueden explicitarse en este post, pero de los que dejo constancia en el libro. Me ha ocurrido en ocasiones, al estar asistiendo a alguno de estos debates o al leer un libro, que algunos de los argumentos de las feministas llamadas proregulación me han parecido perfectamente asumibles, mientras que al mismo tiempo, discrepo profundamente de algunas cuestiones  que se defienden desde lo que se supone que es mi propio bando. En ese sentido me surgían dos cuestiones. La primera es que ante una cuestión de una complejidad extraordinaria, las soluciones simples no existen y parece difícil también pensar que pueda existir una cuestión compleja de la que los matices y los tonos grises estén casi formalmente excluidos, como parecen estarlo cuando se discute sobre la prostitución en el seno del feminismo. Estoy situada, pero me niego excluir la complejidad.

La segunda cuestión que me preocupaba es que a mi alrededor muchas jóvenes feministas son proregulación: lo veo en los cursos universitarios que imparto, lo veo en las conferencias, lo veo en muchas de las reuniones políticas a las que asisto. Pero también son proregulación a mayoría de las personas progresistas, hombres y mujeres,  no especializados en feminismo. Podemos decir o pensar que no importa, pero sí que importa y demuestra, entre otras cosas, que muchos de nuestros argumentos abolicionistas ya no conectan con quienes deberían ser aliados o aliadas. Además, como he dicho, no me extraña esta situación porque yo misma encuentro insostenibles algunos de los argumentos que se defienden como dogmas de fe desde lo que se supone que es mi propio sector. Puede que el abolicionismo crea a veces que está ganando la batalla porque las instituciones se ponen, sólo a veces, de su lado, pero será una victoria pírrica y muy fácilmente reversible si no se convence a la parte de la sociedad que es, o debería ser, proclive al feminismo.

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Por ser ésta de la prostitución una cuestión central para el feminismo la imposibilidad de debatir de verdad, de manera que se pueda avanzar de alguna manera hacia consensos más amplios, me parecía muy preocupante. Esa es la razón primera que me impulsó a meterme en un estudio profundo acerca de esta institución. Pero cuanto más leía más difícil me resultaba abarcar la prostitución en toda su complejidad y, sobre todo, más difícil me resultaba decir nada que no estuviera ya dicho, porque la bibliografía es inabarcable también.  Finalmente, por esas dos razones, decidí orientar mi estudio más que hacia la prostitución como tal, hacia el debate sobre la prostitución que se mantiene en el seno del feminismo; ver qué tipo de debate es y por qué se ha configurado como imposible.

Así que este libro sobre la prostitución es más bien un libro sobre el debate que las feministas de este país mantienen (mantenemos) sobre la prostitución. Y siempre desde la convicción de que un verdadero debate sobre una cuestión tan central y tan compleja es imprescindible. Un análisis del debate nos llevará a las conclusiones ya mencionadas: tal como está es irresoluble y está cerrado en sí mismo. Llevamos treinta años discutiendo desde casi exactamente las mismas posiciones (aunque unas y otras afirman haberse movido). Pero a nuestro alrededor, en estos treinta años, todo ha cambiado. Ha cambiado muy profundamente la sociedad en la que la prostitución no deja de crecer, ha cambiado la percepción social acerca de la misma, han cambiado las protagonistas (víctimas/actoras), ha cambiado, y mucho, la percepción social acerca de la sexualidad en general; otras cosas permanecen inalterables, pero lo que no ha cambiado al mismo ritmo son los argumentos de las feministas que mantienen unas y otras posiciones. Por eso, además de estudiar el debate en sí, me interesaba tratar de abrirlo, buscar puntos de fuga.

Así pues he estudiado y analizado el debate de la prostitución intentando encontrar o proponer nuevos argumentos. El método que he utilizado es el de discutir los míos propios, no los contrarios porque eso sería lo fácil y porque eso es lo que siempre se hace: negar cualquier legitimidad o razón a cualquier argumento que venga desde el otro lado. Yo lo he planteado al contrario: he tratado de ver en qué son más débiles los argumentos utilizados por el sector abolicionista.  Soy muy consciente de que dada la virulencia con que la cuestión se expresa habitualmente es posible que finalmente el libro no contente a nadie, pero ese es el riesgo que se corre cuando se intentan abrir nuevas vías en caminos que parecen cerrados. Al menos creo que es un intento intelectualmente honesto.

No planteo soluciones políticas a la cuestión de la prostitución porque no es lo que este libro pretendía y porque, además, yo no tengo esas soluciones. Las soluciones reales son también demasiado complejas para resumirlas en un par de leyes, como a veces se quiere hacer; la prostitución no puede solucionarse legalmente, sino que es necesario un cambio cultural muy profundo. Las leyes a veces pueden colaborar en ese cambio o pueden, por el contrario, crear nuevas situaciones de injusticia que, a su vez, provoquen reacciones sociales contrarias a lo que en principio se pretendía. A pensar esas cuestiones es a lo que un verdadero debate dentro del feminismo debería dedicarse. Este libro intenta ayudar a pensar el debate y a provocar que se pueda debatir desde otros lugares. Me contentaría con que alguna persona partidaria de la regulación se replanteara su posición, o al menos, la matizara después de leer este libro.


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