“Si me hubieran operado al nacer habría tenido más calidad de vida”

“Si me hubieran operado al nacer habría tenido más calidad de vida”

Gabriel Martín es una de las personas más activas en España en sensibilizar a favor de los derechos de estas personas, desde la crítica a las teorías queer y la confianza en el consenso médico que, desde 2006, establece cómo intervenir a los bebés que nacen con genitales considerados ambiguos. Frente a quienes se oponen a la cirugía, él afirma que, de haber sido operado al nacer, hoy tendría más calidad de vida.

14/11/2010

Gabriel Martín, psicólogo

Gabriel Martín

Gabriel Martín no se define como un activista intersex, ya que, desde su punto de vista, no existen las personas intersexuales sino hombres y mujeres nacidos con unos genitales intersexuales. “No se puede definir a las personas por sus genitales; una parte del cuerpo sin mayor importancia”. Sin embargo, es una de las personas más activas en España en sensibilizar a favor de los derechos de estas personas, desde la crítica a las teorías queer y la confianza en el consenso médico que, desde 2006, establece cómo intervenir a los bebés que nacen con genitales considerados ambiguos. Frente a quienes se oponen a la cirugía, él afirma que, de haber sido operado al nacer, hoy tendría más calidad de vida.

La asignación de sexo puede ser adecuada a la forma de sentir y al autoconcepto al desarrollarse esa persona, o no.

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Lo cierto es que la mayoría de asignaciones que se hacen son correctas. Hay muchos casos que son muy sonados y que hacen llevarse las manos a la cabeza. Es cierto que, hace unos quince o veinte años, los médicos pensaban que el sexo con el que te criaban era el sexo con el que te identificabas y te hacían cirugías hacia niña en todos los casos de intersexualidad. Eso ha cambiado a partir del Consensus. La investigadora Anne Fausto-Sterling hizo una revisión de 83 casos sobre intersexualidad publicados entre 1950 y 2000. En esos informes se habla de que el 85,54% de las personas estaban a gusto con el sexo que se les asignó al nacer. Parece que los médicos estuvieron acertados, ¿no?. El 14,46% pidió ser reasignado (como fue mi caso, por ejemplo). Hablar del 14,46% de una población que es el 0,018% de la población general es un porcentaje muy pequeño. Ninguno de los 83 casos dijo que no se sintiese o bien hombre o bien mujer. Cinco décadas de resultados y todos se sentían “dicotomizados” desde el nacimiento. Incluso cuando tuvieron la oportunidad todos eligieron quedarse (o ser reasignados) como hombre o como mujer. Esto debería hacer pensar a quienes niegan que estemos realmente “dicotomizados” por naturaleza.

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¿Y qué responderías a quienes se oponen a las operaciones?

No nos engañemos: las intervenciones son necesarias y, a menudo, imprescindibles. Pensemos en un niño nacido con los testículos en el interior de los canales inguinales. Si no se opera y se hace descender a esos testículos, se deteriorarán hasta el punto de que pueden tumorarse o, cuando menos, dejar de ser funcionales. Eso, aparte de la osteoporosis que tendrá que controlarse durante toda su vida. ¿Cosmética? Es fácil oponerse a las intervenciones cuando no es la calidad de vida de uno la que está cuestionada. A mí me tuvieron que extirpar los testículos y llevo veinte años poniéndome de una testosterona que dependo para poder estar lo suficientemente activo. ¿Qué pasaría si quebrase el sistema sanitario? Que, en dos meses, yo no sería capaz de salir de la cama. Llevo desde que tenía diecinueve años vigilándome los marcadores tumorales prostáticos y me tengo que hacer una densitometría ósea cada tres años. Si me hubiesen operado al nacer yo, hoy, tendría más calidad de vida.

¿Qué hay de la autonomía sexual del bebé?

El Consensus establece claramente que la prioridad siempre debe ser la funcionalidad y nunca la cosmética cuando el paciente es un bebé. Que cuando el bebé se haga adulto decida qué hace con el aspecto de su cuerpo pero, hasta entonces, es obligación de padres y médicos garantizar su salud, la funcionalidad de sus genitales y su calidad de vida (incluyendo su placer sexual). Siempre se aconseja asignar un sexo porque es mucho mejor crecer sintiéndote de un sexo diferente al que te han asignado que ir al colegio diciendo que no sabes aún si eres un niño o una niña. Si desde pequeño se le comenta que algunas personas no son del sexo que les dicen sino de otro, el niño o la niña será capaz de expresar sus dudas (o certezas) acerca de la asignación. Estamos teniendo casos más precoces de transexualidad que se adaptan de maravilla y es relativamente sencillo comprender que “Marian no tenía formados los genitales del todo al nacer y pensaron que era una niña, pero en realidad es un niño y ahora se llama Juan”. Si se hablan las cosas con naturalidad, los niños son muy comprensivos.

¿Qué recomiendas a las familias?

A los padres les ha tocado una situación difícil porque toda persona nacida con una intersexualidad se va a preguntar “¿mis padres hicieron todo lo que pudieron por mí?”. A menudo aconsejo guardar fotografías de los genitales del bebé y los informes médicos. Sería estupendo que los médicos entregasen un informe con lo que creen que sería la mejor opción para el bebé. Con todo ello, los padres podrán hablarlo con su bebé cuando sea lo suficientemente adulto como para dialogar sobre el tema. Entonces, el chico o la chica podrá tener elementos de juicio para saber si -cuando su vida estuvo en las manos de otros- hicieron todo lo humanamente posible en aquel momento.

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¿Cómo viviste ese proceso de conocer tu intersexualidad y decidir cambiar de sexo?

Cuando nací, mis genitales externos parecieran femeninos mientras que mi cariotipo era masculino (XY) así como eran masculinos mis genitales internos y las áreas cerebrales en las que se asientan la identidad sexual. Al llegar a la pubertad, todo mi cuerpo se desarrolló -de forma natural- como el del varón que realmente era (genitales, vello, barba, voz, musculatura, etc.). Supe que era un hombre nacido con unos genitales intersexuales cuando, en un libro sobre sexualidad, encontré una descripción del “pseudohermafroditismo masculino” (que era el nombre que tenían estas situaciones tradicionalmente) y vi que aquella descripción encajaba perfectamente conmigo. ¿Cómo reaccioné? Con una alegría inmensa porque siempre me había sentido chico y aquel libro me lo confirmaba. Y con un pánico terrible porque ya había sufrido maltrato durante toda mi infancia y adolescencia por ser “rarita” y ahora se iba a poner todo peor aún si quería adoptar mi verdadero sexo. Te hablo de la España de 1987 y de un pueblo lleno de curas y militares. A los 18, cuando me vio un endocrino por primera vez, me hicieron todo tipo de pruebas y tuve un diagnóstico. A partir de ahí decidí qué quería hacer con mi vida. Pasé por varias cirugías correctoras y emprendí el camino legal para rectificar el registro civil. En mi familia nunca encontré respuestas sobre lo que me pasaba. Cuando a los 18 años me propuse en firme dedicarme a encarrilar mi vida nadie me dijo “¡no!”. Pero sólo eso hubiese faltado.

¿Cómo influyó ese momento de entender lo que te pasaba en tu autoestima y tus relaciones sociales?

Lo que marca el antes y el después no fue el hecho de saberlo en sí, sino mi capacidad de explicarme y hacerme inteligible al mundo. Forma parte del ser humano que las personas se sorprendan o que no entiendan ciertas cosas. A veces hay que explicarlas. Y la mayoría de la gente devuelve afecto cuando les explicas quién eres y porqué eres como eres. El momento de saber que yo había nacido con una intersexualidad no fue una bisagra en mi vida. El “antes y después” respecto a mi autoestima me llegó con 33 años cuando me sentí fracasado en el intento de tener una vida que me hiciese sentir orgulloso de mí mismo. Me dí cuenta de que había estado ocultando mi verdadero yo al mundo porque había interiorizado toda la vergüenza y el estigma con el que crecí.

¿Cómo afecta todo ese recorrido a la vida sentimental y sexual?

Lo que importa es la cabeza y no los genitales. Los hombres (y mujeres) que me han amado, lo han hecho por la persona que soy, por cómo los traté y por cómo fue su vida junto a mí. Fausto-Sterling recoge la “sorpresa” con la que muchos investigadores recibían la noticia de que la gran mayoría de personas que hemos nacido con una intersexualidad tenemos vidas y relaciones de pareja (y sexuales) más que confortables. ¿No es cierto que el sexo está en el cerebro? ¡Y la vida nos ha dejado con un cerebro bien entrenado! Claro que tienes problemas y decepciones, pero el resto de personas también los tienen.

¿Se podría decir que nacer con una intersexualidad aporta alguna ventaja?

¡No tiene ninguna ventaja en absoluto! Otra cosa es que uno, en un ejercicio de madurez, intente integrar los aprendizajes que le ha reportado una vida como la que le ha tocado vivir. En ese sentido soy exactamente igual que cualquier miembro de cualquier otra minoría. Me ha podido dotar de una capacidad mayor para relativizar las cosas, abordar la vida desde una perspectiva mucho más amplia y con menos apego a lo que (me da la sensación) hace la mayoría. Nunca he ido de víctima por la vida. Naturalmente que lo he pasado muy mal muchas veces, pero he sido capaz de encontrar soluciones, una vida satisfactoria y mucha paz interior. Si algo bueno me ha enseñado haber nacido con una intersexualidad es saber aceptarme tal cual soy. Con mis defectos y virtudes. Y saber disculparme mis propios errores como los disculpo en otros.


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