Feminista way of live

Feminista way of live

Propuesta de Itziar Ziga para el 25-N: "Si las mujeres pudieran contemplar con mayor serenidad la posibilidad de una vida sin pareja, sin sentirse por ello solas o fracasadas, o con una pareja mujer, sin sentirse por ello abyectas y rechazadas, no aguantarían tanto la violencia de los machos"

Texto: Itziar Ziga
25/11/2011

Patirke Arenillas para Mugarik Gabe

Itziar Ziga

Joder, otro maldito 25 de noviembre. En el que celebramos nuestra resistencia frente a esa violencia doméstica, de género, patriarcal, de mil formas y pelajes, que nos asalta a mujeres y parias sexuales. One more time. Hay tanto que decir, que sólo para recordarnos quiénes somos y qué hacemos, con todo el amor feminista del contramundo, trazo estas líneas empoderantes, subversivas. Espero que luminosas. Para trazar fugas posibles, que nos resitúen dichosas y alejadas de victimismos que jamás abrazaremos. Porque llevábamos décadas predicando en el desierto. Denunciando los malos tratos y recordando las redes de cuidado desde las que preferimos sobrevivir, antes que abocarnos a una destrucción colectiva que anule el amor y el cuidado. Las feministas, hemos preferido reformularnos.

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El amor, ese maldito pegamento mágico. En una sociedad que nos programa a mujeres y a hombres para no entendernos a la vez que nos obliga a emparejarnos, algo místico tenía que inventarse para que sigamos perseverando en esta fórmula absurda que tanto nos vulnerabiliza

Mientras los discursos hegemónicos entorno al amor romántico, a la heteronormatividad como destino, al estigma puta y a la consiguiente persecución legal de las trabajadoras del sexo, sigan tan vigentes, incluso más que nunca, no habremos ni rozado siquiera a esa bestia estructural que es la violencia machista. Ay, el Amor. Hemos mamado una cultura romántica tan desastrosa que nos prepara en bandeja para el maltrato. “Sin ti no soy nada”, cantaba Amaral en 2002. Y esa maldita tonadilla se te clava en el pecho como una sentencia que te impulsará a aferrarte a Él (o a Ella), como si su ausencia amenazara con desintegrarte sin remedio.

¡Qué decir de la saga Crepúsculo! Las adolescentes (y no tanto) del siglo XXI anhelando un amor que entrañe riesgo, peligro, muerte. Como no, el vampiro es él. Ella, la testaruda enamorada que pretende redimirlo con su cariño. Los ojos, vidriosos. La boca del estómago, de piedra. La felicidad, un instante. La confianza, ciega. La serenidad imprescindible para una existencia plena, inexistente.

El amor, ese maldito pegamento mágico. En una sociedad que nos programa a mujeres y a hombres para no entendernos a la vez que nos obliga a emparejarnos, algo místico tenía que inventarse para que sigamos perseverando en esta fórmula absurda que tanto nos vulnerabiliza. Me refiero al amor trágico, a la posesión colérica, a los celos que te disuelven las entrañas, a tragar con todo, a proyectar en vez de disfrutar, a querer cambiarlo, al pánico al abandono, a no dejarlo porque “ya llevamos tantos años” que te condenas a una vida sin futuro. A que hayamos interiorizado la intensidad amorosa como lo más auténtico que sentimos, cuando como todo, como el género, es una construcción cultural, por tanto, transformable. Aunque no por ello menos real, tampoco inevitablemente destructiva.

La gran Bárbara Rey revelaba el viernes 18 de noviembre en uno de esos momentos de climax televisivo, que hace muchos años vivió una noche de amor con su amiga, la periodista Chelo García Cortés. Y lamentó que no le hubieran gustado las mujeres, porque su vida hubiera sido mucho más feliz. Esas fueron sus palabras.

Hace poco, un amigo marica y yo lo comentábamos: semejante pedazo mujer aguantando tantos años a un enano de circo que la maltrataba. Él me decía que no lo comprendía, que una cosa eran nuestras madres, bloqueadas por la miseria franquista y otra, Bárbara. Actriz, vedette, mujer de mundo. Yo argumenté que todas ellas estaban patriarcalmente abocadas a lo mismo. Mejor que nadie entiendo que Sofía, su hija, se visibilice tan alegremente como lesbiana.

Si las mujeres pudieran contemplar con mayor serenidad la posibilidad de una vida sin pareja, sin sentirse por ello solas o fracasadas, o con una pareja mujer, sin sentirse por ello abyectas y rechazadas, no aguantarían tanto la violencia de los machos

Si lográsemos derribar el heterodestino obligatorio, contemplaríamos al patriarcado y al capitalismo desintegrarse más rápido que aspirina en vaso de agua. Porque, no nos engañemos, el que lesbianas y gays podamos casarnos – por ahora, a ver que pasa con Rajoy-, no significa que haya dejado de manipularse a niñas y niños para que acaten toda su vida la heteronorma. Quienes osan transgredirla, siguen siendo rebeldes. Y pagan de alguna y muchas maneras los peajes del estigma y la exclusión. Durante años, mantuve indistintamente relaciones con mujeres y hombres, o eso creía. Una amiga y ex me soltó, cuando le relataba lo pesado y posesivo que se había vuelto mi novio de entonces: “¡A mí no me aguantaste ni la mitad!” Fue una revelación, con lo chula que yo era –y soy- no tuve otro remedio que aceptarlo. Había priorizado a mis parejas masculinas, a costa de mi bienestar. Y nunca más.

Si las mujeres pudieran contemplar con mayor serenidad la posibilidad de una vida sin pareja, sin sentirse por ello solas o fracasadas, o con una pareja mujer, sin sentirse por ello abyectas y rechazadas, no aguantarían tanto la violencia de los machos. Y si las mujeres reconquistasen su sexualidad de una vez por todas, liberándose de ese pérfido mecanismo interiorizado y domesticador que es el estigma puta, abandonarían las señas de identidad de la feminidad decente y legitimada que las prepara en bandeja para el maltrato. Para demostrar que tú no eres una puta debes, no sólo señalar a la que sí lo es o al menos lo parece, sino también perseverar en una puesta en escena dulce, apocada, sumisa. Esa es la gran trampa, mientras sigamos reproduciendo esa división social entre chicas buenas y malas, todas estaremos en peligro. Las buenas, en el hogar. Las malas, en la noche.

El estigma puta regula, domina, más el cuerpo de las buenas mujeres que el de las inadecuadas. Como dice mi hermana Bea Espejo en su revelador Manifiesto puta, “por eso, y sólo por eso, las calles han de estar invadidas de putas y prostitutas orgullosas y fuera del armario. Por eso, porque las mujeres somos perseguidas al menor indicio de promiscuidad, el bien que hace a la mujer en general la presencia de las prostitutas callejeras es totalmente incuestionable”. Cuando defendemos a las putas de la violencia de los machos, ya sean clientes, policías o políticos, nos estamos defendiendo también a nosotras, las que no nos ganamos la vida con un trabajo sexual –aunque cada día dudo más de que alguno no lo sea- de los mismos agresores que amenazan nuestra existencia.

Por otro lado, creo que lamentarnos como feministas de que las instituciones nos hayan usurpado el discurso sobre la violencia machista para descafeinarlo no nos lleva a ningún lado. A estas alturas de la jugada, podemos ser muchas cosas pero no ingenuas. Siempre van a fagocitarnos todo, para no cambiar casi nada. Como me decía Edurne Epelde de Bilgune Feminista hace poco, “el patriarcado siempre tiene que asumir algo de nuestras reivindicaciones para evitar una ruptura mayor”. Incluso rentabiliza a su perverso favor nuestros análisis, nuestras redes, nuestras propuestas, nuestros logros. El enemigo es muy poderoso y está armado, esto lo hemos sabido siempre.

¿Mi propuesta para este 25 de noviembre? Que sigamos haciendo exactamente lo que hacemos, incluso más. Denunciando las mil formas de violencia machista y la ideología dominante que las impulsa. Vigilando el abordaje institucional, como hemos hecho siempre, para desenmascarar su paternalismo tramposo que nos revictimiza y controla. Reprogramar desde el cuidado entre mujeres, a las que necesitan una oportunidad para ser posibles. Dinamitar los cimientos del amor heterocastrador que nos domestica a todas.

Y seguir encontrándonos. Como reportera del periódico feminista Andra, antecesora en papel de Píkara, me topé en 2002 con Tamaia. Y me cambiaron la vida. Mujeres que acompañaban a otras mujeres maltratadas en los centros de acogida de emergencia. Y que decidieron continuar en ese camino de liberación, juntas. Llevan casi veinte años ofreciendo, de manera gratuita, un itinerario de recuperación (y reprogramación) a cualquier mujer que lo solicite en Catalunya. Yo implantaría unas Tamaia en cada ciudad, en cada pueblo.

Esta es la magia subversiva que encarna el feminismo. Aunque no salga en los telediarios. Mejor. Autodefensa, conciencia, redes, discurso, hacer. Y recordar que todo cambia. Luchar por un amor verdadero, es decir, amable. Por vínculos que escapen al heterodestino y a la pareja obligatoria. Abrazar a nuestras hermanas putas y conspirar con ellas, en vez de condenarlas a ellas, (y, sin darnos cuenta, a nosotras). Perseverar en la fórmula feminista de vida. Ya tenemos unos caminos trazados, nunca determinados, para transitar y trasformar. Generar nuestra posibilidad de existencia sin asalto patriarcal, sin violencia machista. Porque no hay nada más poderoso que el amor que no domina. El nuestro.

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