El sexo del cerebro o el cerebro del sexo

El sexo del cerebro o el cerebro del sexo

Sí, hay muchos estudios, que cuestan dinero, destinados a demostrar que las cosas en esto del género son como son porque son así de naturales, ergo inmutables, y además buenas

13/09/2011

Interpretación de un cerebro, por Nicolas P. Rougier. Wikimedia Commons

Beatriz Gimeno

Me encantan los artículos que salen en la prensa, cada vez con más frecuencia, y que explican clarito clarito por qué las mujeres no sabemos aparcar y por qué los hombres son infieles y les gusta tanto el sexo; por qué a las mujeres nos da por la ropa y a los hombres por los coches (y por el sexo), o por qué las mujeres nos derretimos al ver un bebé y los hombres al ver una competición deportiva (y por el sexo).

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Sí, hay muchos estudios, que cuestan dinero, destinados a demostrar que las cosas en esto del género son como son porque son así de naturales, ergo inmutables y, además, buenas

En fin, que colecciono esos artículos y busco como una hormiguita los estudios en los que dichos artículos dicen basarse y me los leo de pe a pa, lo cual tiene mucho mérito. Aparte de la cantidad de veces que el redactor o redactora, por llamarle de alguna manera, no se ha leído el estudio o no lo ha entendido, y me encuentro con que dicho estudio no dice lo que el artículo asegura que dice, la verdad es que sí, que hay muchos estudios, que cuestan dinero, destinados a demostrar que las cosas en esto del género son como son porque son así de naturales, ergo inmutables y, además, buenas.

He aprendido muchas cosas de estos estudios. Por ejemplo, que es muy fácil colar un artículo a la prensa. Basta decir que un estudio de la Universidad norteamericana de, pongamos, Wisconsin, demuestra que las mujeres prefieren los zapatos de tacón a los zapatos planos porque eso es una ventaja evolutiva; así nos costaba un poco movernos de casa (de la cueva) si es que veíamos pasar a un hombre (heterosexualidad obligatoria, natural, por supuesto) que nos atrajera mucho más que ese con el que convivíamos en una cueva y con el que ya teníamos dos hijos; de esa manera no nos movíamos y no le dejábamos al tipo con los niños, que no podría cuidar porque tenía que salir a cazar; y si nosotras hubiéramos ido en pos de nuestro deseo pues los niños se hubieran muerto de hambre porque los hombres además de salir a cazar son unos egoístas y se lo comían todo ellos a no ser que estuviera por allí una madre dispuesta a pelear por la comida de sus vástagos. Pero nada de eso pasó, porque las primitivas se ponían unos zapatos incómodos con los que preferían no salir mucho de la cueva. Esa es la ventaja evolutiva, cuya base científica es que los fetos masculinos, a partir de la semana dos de gestación, reciben mucha testosterona en el cerebro gracias a su grandiosos genitales; esa testosterona se pasa después a los circuitos cerebrales, al córtex, al hipotálamos, pasa por las amígdalas y regresa a los genitales que, repito, son grandes. Escribo esto, le pongo un nombre inglés y lo publico.

Un artículo muestra lo fácil que es publicar estos estudios que “demuestran” que el sexismo es natural y lo difícil que es, en cambio, publicar los que aseguran que no hay diferencias cerebrales

Bien, el otro día me encontré dos artículos relacionados con esta mi pequeña afición el mismo día, ¡dos! Uno, lástima, no me hizo reír, sino que era serio. Aseguraba que todos estos estudios y teorías son una tontería, que todo lo que el “neurosexismo” (buen nombre) se empeña en encontrar no lo ha encontrado porque no existe y que las pequeñas diferencias que pueden encontrarse entre los cerebros masculinos y femeninos se deben a que el cerebro es sumamente plástico y se va adaptando durante toda la vida a las actividades que realizamos. Por ejemplo, los taxistas tienen muy desarrollada cierta zona cerebral relacionada con la capacidad de orientación. El artículo demostraba lo fácil que es publicar estos estudios que “demuestran” que el sexismo es natural y lo difícil que es, en cambio, publicar los que aseguran que no hay diferencias cerebrales de ningún tipo. Y dado que los científicos están muy presionados para publicar cuanto más mejor… pues eso.

El segundo artículo, el mismo día, lo firma y publica en otro diario una “neuropsicóloga, orientadora escolar, maestra y logopeda”, todo eso. Pues esta acaparadora de títulos recoge varios estudios, norteamericanos claro, que demuestran que las necesidades femeninas respecto a la pareja son (por este orden): 1.- Afecto (recepción de cariño, cuidado e interés por sus asuntos) 2.- Diálogo; 3.- Sinceridad (evidencias que le permitan confiar en la pareja) 4.- Estabilidad financiera; 5.- Compromiso familiar activo (es decir, corresponsabilidad del compañero). Así que las mujeres son personas normales y responsables. Las necesidades de los hombres son al parecer: 1.- Satisfacción sexual: 2.- Que la pareja le acompañe a las actividades que a él le interesan; 3.- Mantenimiento del atractivo de la pareja; 4.- Que aporte paz doméstica (vamos, que ella no de la lata con sus cosas) 5.- Que se muestre orgullosa de él. Y, además, ellas muestran una tendencia natural a la empatía y la solidaridad y ellos al sexo; que ellos son reactivos a las tentaciones de los sentidos y que sus impulsos (los de ellos) carecen de componente racional. Sigue diciendo que las mujeres no reaccionamos igual a los sentidos y que no, que si nos ponemos a pensar pensamos tanto, que lo del sexo pues que no nos compensa.

Y según estos estudios resumidos por la neuropsicóloga citada estas diferencias que los hacen aparecer a ellos como a un hatajo de imbéciles presuntuosos no se deben a la nefasta educación y socialización que los hombres reciben, no, sino a diferencias cerebrales que pasan (como yo mencioné antes) por la testosterona y los testículos. No es broma, este resumen cita los estudios en cuestión y los autores de los mismos. Visto lo visto no sé, la única conclusión que se puede sacar de todos estos estudios es que hay que acabar con los hombres para que el ser humano salga adelante, con lo que concluyo que Valerie Solanas tenía razón. Es lo que pasa, que te vuelven loca.

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