La polaca que revolucionó la ciencia

La polaca que revolucionó la ciencia

2011 ha sido declarado por la UNESCO Año Internacional de la Química en homenaje a una mujer nacida en Polonia en 1867, que hace exactamente cien años batió tres plusmarcas en la historia del conocimiento científico.

Texto: María Ptqk
11/03/2011

Marie Curie

2011 ha sido declarado por la UNESCO Año Internacional de la Química en homenaje a una mujer nacida en Polonia en 1867, que hace exactamente cien años batió tres plusmarcas en la historia del conocimiento científico. Fue la primera mujer en recibir un Premio Nobel, la primera persona a la que se concedió dos veces este galardón y, hasta hoy, la única mujer con dos Premios Nobel en distintas categorías: el de Química, obtenido en 1911 por el descubrimiento del radio y el polonio, y el de Física, que le fue otorgado en 1903 por el descubrimiento de la radioactividad espontánea junto a Henri Becquerel y Pierre Curie.

Al iniciar su tesis se empezo a gestar el mito Curie: el de una mujer menuda y laboriosa que emprendió la tarea titánica de manipular toneladas de pecblenda, un complejo material de uranio, en un rudimentario laboratorio construido por ella misma

Nacida Marja Salomea Skłodowska, Marie Curie, o Madame Curie, como la llamaron siempre sus alumnos y colaboradores (pues, según cuentan sus biógrafos, sólo las personas más cercanas podían dirigirse a ella simplemente como Marie), es uno de los personajes del siglo XX sobre el que más se ha escrito y, desde todos los puntos de vista, una mujer revolucionaria y excepcional cuya personalidad compleja es imposible de encerrar en una sola de las muchas etiquetas con las que, a lo largo de su vida, se la intentó definir.

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Con 24 años, Marja Skłodowska abandonó su Varsovia natal, y con ella, la militancia en la Escuela Volante, una organización clandestina contra la rusificación de la enseñanza polaca, y llegó a París, pobre como una rata, para iniciar sus estudios -sufragados por su hermana desde Polonia- en la Facultad de Ciencias de la Sorbona. De la penuria de aquellos años le vino sin duda la costumbre, mantenida hasta el final de su vida, de llevar la contabilidad exacta de cada uno de sus gastos, por pequeños que fueran, así como su carácter austero, enemigo de cualquier expresión de lujo o coquetería. El traje negro con el que aparece en casi todas las fotografías fue su vestido de novia, que eligió precisamente por su sobriedad para utilizarlo también en el laboratorio; y el mismo que lució en Estocolmo la noche en que leyó su discurso de aceptación del Premio Nobel.

Dos años después de su llegada a París, Marie se licenció en Ciencias Físicas; al año siguiente, en Matemáticas; dos años más tarde se casó con Pierre Curie y otros dos después, tras dar a la luz a su primera hija, inició su tesis sobre las radiaciones del uranio en la Escuela Superior de Física y Química Industriales. Esta fue la época en la que se gestó el mito Curie: el de una mujer menuda y laboriosa que emprendió la tarea titánica de manipular toneladas de pecblenda, un complejo material de uranio, en un rudimentario laboratorio construido por ella misma. Fue allí, en ese lugar que el también Premio Nobel de Química, Wilhelm Ostwald, calificó como “una mezcla entre un establo y un depósito de patatas”, donde Marie Curie llevó a cabo los dos grandes descubrimientos que le valieron fama mundial: el del polonio, nombrado así en honor a su país de origen, y el del radio, que condujo al desarrollo de las primeras terapias contra el cáncer.

Se manifestó públicamente como una atea radical y como una defensora a ultranza de la libre circulación del conocimiento científico (de hecho, se negó a patentar ninguno de sus descubrimientos). También apoyó a las sufragistas.

Cuando seis años después Pierre Curie falleció arrollado por un carruaje, Marie, que ya era titular de un Premio Nobel, le sustituyó en la Cátedra de Física de la Sorbona, batiendo un nuevo récord: fue la primera mujer en ocupar un puesto de enseñante en esa Universidad. Cuentan las crónicas que, en su primera mañana de clase, en el aula no cabía un alfiler, pues además de los alumnos y la prensa, había acudido toda la crema de la sociedad parisina, y que ella, ignorando los aplausos y la ovación, retomó la lección del día exactamente en el punto en el que la había dejado su marido.

Rigurosa hasta en los detalles más ínfimos, huraña con las masas y los actos oficiales, autoritaria en los círculos científicos donde siempre conseguió imponer su voluntad, Marie Curie fue también una enseñante entregada para los pocos alumnos que tuvieron el privilegio de formar parte de su Instituto del Radio (hoy, Instituto Curie); y una mujer apasionada y polémica, que estuvo a punto de ser llevada ante los tribunales por “destruir una buena familia francesa” a causa de su relación con uno de sus colaboradores (la esposa de él envió sus cartas de amor a los periódicos, dando lugar a uno de los mayores escándalos de la Francia de los años 20, que llegó a ser deliberado en Consejo de Ministros).

Marie tampoco se libró de la intensa xenofobia de la época. Vio cómo le era arrebatada la membresía de la Academia de las Ciencias del Instituto de Francia por un voto en la primera vuelta y dos en la segunda, tras una intensa campaña de enfrentamiento entre los medios conservadores, que la acusaban de “extranjera”, y los progresistas, que la celebraban como la gloria científica del país. En realidad, lo que estaba en juego no era tanto el sillón de la Academia como la disputa sobre el asunto que durante doce años dividió a la sociedad y la clase política francesa: la famosa Affaire Dreyfuss (militar de origen judío acusado de traición y finalmente absuelto), del que Marie fue uno de los muchos daños colaterales. Unos meses después recibió su segundo Premio Nobel, esta vez a título individual, pero nunca volvió a solicitar la adhesión a ninguna institución francesa ni presentó ninguno de sus trabajos ulteriores a la Academia de las Ciencias.

Aunque celosa de su vida privada y del uso mediático de su nombre, siempre se manifestó públicamente como una atea radical y como una defensora a ultranza de la libre circulación del conocimiento científico (de hecho, se negó a patentar ninguno de sus descubrimientos). Fue una de los 70.000 integrantes del Consejo de Las Mujeres en Francia, apoyó la causa de las sufragistas inglesas y se sumó a la campaña internacional para la liberación de sus dirigentes, condenadas a nueve meses de prisión por exigir el derecho de voto. Durante la primera gran guerra, Marie creó y dirigió, junto al director del Servicio Radiológico Militar, un proyecto médico pionero: una flota de 18 unidades quirúrgicas móviles que se desplazaban a los campos de batalla para radiografiar y tratar a los heridos in situ. Obtuvo el carnet de conducir, formó un equipo de radiólogos -entre los cuáles, muchas mujeres- y supervisó ella misma el desarrollo de las operaciones con la ayuda de su hija mayor, Irène, que entonces tenía 18 años.

Al final de la guerra y ante la incapacidad del arruinado Estado francés para financiar su Instituto, emprendió una gira por los Estados Unidos en busca de patrocinadores. La periodista Marie Mattingly Meloney -Missy-, personaje influyente en la escena neoyorquina y, como tantos, fascinada por el fenómeno Curie, se convirtió en su embajadora ante la sociedad norteamericana. Le organizó recepciones oficiales, reuniones científicas y políticas, veladas mundanas, ruedas de prensa y una campaña de recogida de fondos ante las esposas de la alta burguesía. El resultado fueron 100.0000 dólares con los que Marie adquirió el gramo de radio que necesitaba para continuar con sus investigaciones. Años más tarde, de nuevo con la ayuda de Missy, obtuvo un segundo gramo, que donó a la Universidad de Varsovia.

Para entonces, ya habían comenzado a manifestarse los primeros síntomas de toda una vida en contacto continuado con sustancias radioactivas. Con un estado de salud claramente debilitado y un inicio de ceguera, continuó con sus experimentos hasta su muerte en 1934. En 1995, por decisión expresa del Presidente Mitterand, sus cenizas fueron trasladadas desde el cementerio de Sceaux, donde reposaba junto a su marido, hasta el Panteón de París, convirtiéndose así en la primera y la única mujer que yace por méritos propios en el mausoleo nacional de Francia.

Este artículo está basado en la biografía de Françoise Giroud, ‘Marie Curie: una mujer honorable’, publicada por la editorial Argos Vergara de Barcelona en 1982. La biografía más célebre de Marie Curie, en la que se inspira también la obra de Giroud, es ‘La vida heroica de Maria Curie’, escrita por su hija menor, Ève, y publicada por Espasa Calpe. Ambos títulos están descatalogados.

Marie Curie Solvay

Marie Curie en la primera Conferencia de Solvay en 1911 (Wikipedia)

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