Tango queer

Tango queer

Se podría pensar que esta es una milonga cualquiera. Pero si nos acercamos lo suficiente a la pista, se desvelarán sorprendentes siluetas. Una de ellas parece una pareja de mujeres, que bailan con los ojos cerrados, dormidas en su propio abrazo, y tras ellas un cuerpo musculado, que podría ser el de un militar, dibuja ochos delicados guiado por un conductor de pelo blanco y bigote, mucho más menudo. Es el tango queer.

01/03/2011
Tango hombres

Dos hombres bailan tango juntos en esta foto de alrededor del año 1900. Wikimedia Commons

Texto relacionado: Entrevista a Mariana Docampo, codirectora del Festival Internacional de Tango Queer

Caminando por las calles empedradas de San Telmo, en Buenos Aires, una podría pasar sin advertirlo por la puerta del Buenos Aires Club si no fuese buscándolo. Pero si se asomara, quizá aceptaría la invitación de las escaleras empinadas y el rumor de tango.

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Si lo hiciera podría pensar que esta es una milonga cualquiera. En un salón en penumbra, con una pista circundada con mesas iluminadas con velas, en la que las siluetas de las parejas se mueven en sintonía, como si bailaran todas juntas a un tiempo. Pero si se acercase lo suficiente, se desvelarían las siluetas y quizá se sorprendiera al leerlas. Porque una de ellas parece una pareja de mujeres, que bailan con los ojos cerrados, dormidas en su propio abrazo, y tras ellas un cuerpo musculado, que podría ser el de un militar, dibuja ochos delicados guiado por un conductor de pelo blanco y bigote, mucho más menudo.

El tango nació en los márgenes, en los arrabales, y hasta que fue normalizado por el sistema bienpensante, fue bailado por parejas de hombres con hombres, mujeres con mujeres o mixtas en diferentes contextos

Quizá se sentiría más tranquila al ver una pareja más convencional, en la que el conductor avanza decidido mientras su conducida se deja llevar con la frente reclinada sobre él, hasta que giran, los brazos cambian, y es ella la que le conduce durante el resto del baile mientras él se deja llevar lánguidamente. Así se ve una milonga queer.

Si una va a las clases antes de la milonga, Soledad Nani, que enseña con paciencia a los más inexpertos, le explicará las dos cosas imprescindibles para bailar tango: que el tango es un baile social, y por tanto se debe bailar siempre en sentido contrario a las agujas del reloj, cuidando de no tropezar, y que la esencia del tango es el abrazo. La comunicación sin palabras entre dos cuerpos. Pero en el tango queer esos cuerpos no se llaman hombres o mujeres, sino conductorxs y conducidxs, y presten atención a la conjunción “y”, porque un mismo cuerpo puede transitar entre las dos posiciones.

Según explica Sofía Cecconi en su análisis del tango queer, el tango comparte origen con la teoría queer en los márgenes. Proviene de los arrabales, de las orillas del Buenos Aires del siglo XIX, donde se mezclaban prostitutas, inmigrantes, invertidos y travestis en las tabernas y los prostíbulos con los niños bien que iban allí a divertirse. Y hasta que fue normalizado por el sistema bienpensante, se conoce que fue bailado por parejas de hombres con hombres, mujeres con mujeres o mixtas en diferentes contextos.

Cuando triunfó en el París de 1910, las letras pornográficas se adecentaron y el baile se limó de aristas eróticas, para ser bailado tal y como lo conocemos ahora. El hombre como conductor, con el privilegio de caminar hacia delante controlando el espacio con la mirada, y la mujer de espaldas, con los ojos cerrados, dejándose llevar a ciegas. De esta manera, el hombre tiene el privilegio de manejar la mayor parte de la información sobre el baile, puesto que es él el que conoce y elige los pasos, y la mujer ni siquiera podría bailar sola, porque en su papel pasivo carece de la información para hacerlo. La clasificación del sexo de los bailarines, de esta forma, determina la estructura de poder en el baile. En el tango queer, en cambio, se enseña a todo el mundo a bailar en las dos posiciones, de forma que cada uno pueda elegir la suya, compartirla con quien prefiera y transitar entre ambas.

Dicen que el baile es la frustración vertical de un deseo horizontal, y en el caso del tango es evidente la sensualidad que se comparte al bailarlo. Así que la pista de una milonga queer se convierte en reflejo de lo que ocurre en la intimidad de los cuartos, de las posibilidades múltiples de deseo, de las dinámicas de poder que se establecen entre los cuerpos deseantes, y de la posibilidad de transitar en estas posiciones. Toda una lección de teoría en movimiento.

Visita la web Tango queer y mira este vídeo de presentación del Festival Internacional de Tango Queer


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