¡El rey está desnudo!

¡El rey está desnudo!

El drag king permite a las mujeres apropiarse de una masculinidad prohibida y desnaturalizar los mandatos de género

21/12/2010
Kali Sánchez

Kali Sánchez

¿No podrías ponerte más femenina? ¿Por qué no te dejas el pelo largo con lo bonito que lo tienes? ¿Por qué no te pones mejor una falda? ¿Y si te pintaras un poco? Esta retahíla de preguntas ha formado parte de toda mi infancia y adolescencia como mujer masculina, haciendo que sintiera la feminidad como algo molesto, impuesto desde fuera, que zumbaba en mis oídos con frecuencia variable aumentando al acercarse bodas, comuniones, o cualquier evento social que sirviera como expositor de feminidad.

“Ser femenina” era eso que parecía encajar con facilidad en los cuerpos de otras mujeres a mi alrededor, y que en el mejor de los casos yo podía llegar a imitar con una incomodidad infinita y sin dejar de sentirme una impostora. Cuando asistí a mi primer taller drag king esa pretensión de naturalidad se desvaneció ante mis ojos, y me di cuenta de que con el género nos ocurre como con aquel cuento, en el que todo el mundo finge que el emperador está vestido, a pesar de que en realidad lo ve desnudo.

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En un taller drag king se explican las técnicas necesarias para performar la masculinidad. Desde la apariencia a la forma de hablar, de ocupar el espacio, o la expresión corporal. Después se ponen en práctica y (punto fundamental) se sale a la calle para experimentar el mundo desde este lugar. No se trata de un ejercicio teatral, sino de una práctica política en la que cuerpos diagnosticados como mujeres al nacer se apropian de una masculinidad prohibida.

Todo el mundo sabe que para ser una mujer debemos peinarnos, maquillarnos, y vestirnos como tal. Inscribimos sobre nuestros cuerpos todos estos elementos, sabiendo que son artificiales, y así encajamos en la performance de la feminidad. Los hombres, sin embargo, no tienen que hacer nada para serlo, porque se supone que la masculinidad es natural. Emana directamente de sus genitales.

Kali Sánchez

Kali Sánchez

Cuando fui Mario por primera vez, tomé conciencia de pronto de lo cómodo que me sentía en esa masculinidad, y a la vez de lo artificial que había sido su construcción. Eso me hizo comprender automáticamente lo quimérica que es también esa articulación de lo femenino, que yo siempre había sentido en mi cuerpo como un disfraz. Y convirtió la feminidad y la masculinidad en una performance en la que no me sentía una extraña e incluso en las que era posible transitar, porque son categorías que no pertenecen a nadie por derecho natural. Hoy puedo vestir corbata y tacones vertiginosos, sin sentir ninguno de los dos elementos ajenos a mi cuerpo.

Lo primero que ocurre cuando eres un king es que la gente siente la necesidad de clasificarte.  Rastrean señales de género en tu cuerpo para quedarse tranquilos, como aquella pareja que pasó media hora discutiendo si tenía o no nuez al entrar en un bar como Mario. Después, el king puede resultarles atractivo, o generarles incluso violencia. Hace unos años, en una fiesta de chicas en Bilbao, una de ellas trató de echarme al grito de “¡A ti lo que te pasa es que quieres tener polla!”. De una manera u otra, el king es un interrogante que cuestiona los patrones de género y las dinámicas de deseo, en uno mismo y en los otros.

Coordinando talleres king he aprendido que explorar el mundo desde los zapatos de un hombre es una experiencia distinta para cada persona. Hay chicas que se sienten incapaces de probarlo, otras que están cómodas desde el principio, y algunas que varían mucho hasta que encuentran el king en el que se sienten a gusto. Lo que ocurre invariablemente es que todas se dan cuenta de cómo su entorno cambia cuando su forma de estar es masculina. Por mi parte, aparte de divertirme jugar al gran seductor, Mario siempre despierta en mí nuevas preguntas.

Sin duda, lo mejor que puedo hacer es recomendaros que lo probéis vosotrxs mismxs, porque no hay mejor aprendizaje que el que obtenemos desde nuestros propios cuerpos.  El king es otra forma de aprender que la política también se inscribe en la piel.


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