Eider Elizegi

Eider Elizegi

Pasó de la afición por correr a la pasión por recorrer montañas y escalarlas. Hoy, Eider Elizegi vive en las montañas y escribe sobre ellas. Galardonada con el premio Desnivel de Literatura por su libro Mi montaña, repasa desde Potosí para Pikara su idilio con la montaña y las letras.

16/11/2010

Eider Elizegi

Pasó de la afición por correr a la pasión por recorrer montañas y escalarlas. Hoy, Eider Elizegui Tellechea vive en las montañas y escribe sobre ellas. Gipuzcoana de 34 años, tras estudiar Biosanitaria y pasar una larga temporada mirando a través del microscopio, sintió la necesidad de disfrutar de las montañas algo más que los fines de semana. Un día decidió irse a trabajar en el refugio de Goûter, (Mont Blanc) y, tras pasar cuatro meses allí, se sentó a escribir sobre lo que la montaña le había transmitido. La obra ‘Mi montaña’, fruto de esas reflexiones,  ha sido galardonada con el premio de Literatura Desnivel 2010 y está a punto de llegar a las librerías. Ha pasado los últimos meses escribiendo y vagando por otras montañas, las andinas. Lo ha ido narrando con detalle y poesía, en textos y en imágenes, en su blog ‘Vagamontañas’. Desde  Potosí, repasa para Pikara Magazine su idilio con la montaña y las letras.

¿Cuándo y cómo te enamoraste de la montaña?

Me crié en una casa en el campo y eso me permitió crecer muy en contacto con la naturaleza. Pero siempre odié todo tipo de deporte. Fue a los 20 años cuando, casi por casualidad, descubrí que me gustaba correr, y empecé a trotar largos kilómetros lentos y a participar en carreras populares. Más o menos al mismo tiempo, empecé a conocer los Pirineos, y me enamoraron. Hice un curso de técnica invernal y poco más tarde Arkaitz, mi hermano, me enseñó a escalar en roca. Poco a poco descubrí en la montaña el entorno perfecto para sentirme viva, desnuda, radicalmente libre. Esa unión con un entorno brutal me hace percibir en cada célula de mi cuerpo que vivir es un milagro.

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¿Alguna te ha hecho sufrir?

El cansancio y el miedo son parte de la experiencia de escalar, y yo no los relaciono con el sufrimiento. Más me han hecho sufrir, en todo caso, las montañas que no he tenido la oportunidad de escalar. Da igual que una montaña sea fácil o técnica, que la escalada te regale momentos verticales o que sea un paseo tranquilo. Todas implican disfrute porque todas son montañas. Me gusta saborear cada pisada. El ritmo, la inmersión en el movimiento como si se tratara de una danza que te absorbe, la sensación cambiante del cuerpo y de la mente según avanza el cansancio… Todo eso me cautiva. Me maravillan las montañas, al igual que el resto de cosas inertes, porque no necesitan de la consciencia de la propia existencia para existir. Son y están, y para ello no necesitan decir “yo”. Escalar, caminar, subir montañas, es para mí una manera de fundirme en esa realidad brutal, inmensa y bella que calla. Yo no percibo el alpinismo como un acto de dominio sobre la naturaleza, sino como una manera de armonizar con el entorno inmenso de la montaña a través de la acción de escalar.

¿Y cómo surgió la pasión por escribir?

La escritura no es una opción para mí, sino un acto casi involuntario ligado al acto de mirar. Las palabras son una manera de exprimir más cada cosa sencilla de la vida, una manera de pescar los destellos de belleza que surgen de la realidad más simple. Para mí, la montaña no es más que una alegoría perfecta de la vida. Compartir lo que escribo, aunque al principio me costara, es una manera de desnudarme, de librarme de mi timidez, de quitarme importancia y de fundirme más con la realidad que me rodea. De ser un poquito más yo.  Si escribo, vivo dos veces.

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¿Cómo llegaste al refugio de Goûter?

Iba prácticamente todos los fines de semana al Pirineo; allí me sentía en casa. Pero yo buscaba más; yo quería estar en la montaña sin tener que bajar, sin tener que regresar a la ciudad cada domingo por la noche. Buscaba una experiencia estática de la montaña: cuando escalamos, subimos y bajamos, y contemplamos la montaña durante esa actividad.  Yo quería subir a una montaña y estar, y mirarla de día y de noche, con buen tiempo y con tormenta, cuando yo estuviera contenta y cuando estuviera agotada. Por eso busqué un trabajo en un refugio. Un año antes, viajé al Mont Blanc y conocí a un amigo al que le dije: “Si consigues un trabajo para mí, vengo”. Contra todo pronóstico, lo hizo, y fue perfecto porque era justo la experiencia que yo estaba buscando.

¿Qué supusieron en tu vida esos cuatro meses trabajando en el refugio?

Fue un sueño hecho realidad. Una experiencia agotadora porque el trabajo era extenuante y continuo; en ocasiones no podía más. Pero fue una maravilla poder vivir allí arriba, rodeada de hielo, aire y luz. Además, me brindó un argumento de suficiente entidad como para escribir un texto con cuerpo, algo que era una asignatura pendiente para mí. Mi estancia en Goûter fue la excusa perfecta para intentarlo.

¿Cómo es la vida en Goûter?

No teníamos horario ni días libres, era todo el rato mucho trabajo, y sólo trabajo. Allí arriba la incomunicación es mayor que en cualquier refugio del Pirineo. Además, la altura y el frío desgastaban nuestros cuerpos y el paisaje era puro hielo, viento y luz.  Hubo chicas que subieron a trabajar, tanto la temporada que yo estuve como en años anteriores, pero por periodos más cortos. Hasta el año en que estuve yo al menos, ninguna mujer había trabajado nunca una temporada entera.

Y de ahí surgió ‘Mi montaña’. ¿Hablas de un lugar físico o de un lugar en tu interior?

Lo escribí al regresar, durante un tiempo de reposo obligado debido a una fractura de tobillo. Utilicé de base los mensajes de texto que había enviado desde el refugio a mi familia y a mis amigos, y que se habían quedado almacenados en la memoria del teléfono. Hablo de un paisaje muy especial, pero contado desde dentro, desde mi subjetividad. Es un relato que trata de explicar las sensaciones que despertaban en mí la convivencia con la nieve, el hielo y el aire. Describo los distintos rostros que me mostró mi montaña (que era el Mont Blanc pero podía ser cualquier otra) durante aquel tiempo, de la vida del refugio, de algunas historias de los montañeros que pasaban por allá…

Has pasado los últimos meses en las montanas andinas. ¿Cómo has visto a las mujeres de allí?

Me impresiona su fortaleza, tanto física como mental y emocional. Son mujeres que trabajan como mulas, que crían a muchos hijos, que mantienen la vida familiar. Trabajan, y se llevan a la wawa (niño) al trabajo. Aunque por otra parte, sobre todo en las regiones más pobres, las mujeres son las que más caro lo pagan: algunas viven explotadas y esclavizadas. Estos días ando recorriendo el Cerro Rico de Potosí acompañada por los trabajadores de una fundación llamada Voces Libres. La vida de los mineros es terrible: el trabajo es infernal y la esperanza de vida, según los últimos datos que se tienen, es de 35 años.

Pero además, en cada bocamina vive una familia que cuida del material y de las minas. Sobre todo son mujeres quienes vigilan el lugar durante 24 horas los 7 días de la semana. No pueden abandonar el Cerro porque si vienen los rateros, envenenan a sus perros y se llevan maquinaria, y entonces ellas contraen una deuda del valor del material. Como no tienen plata, les dejan de pagar el jornal hasta que recuperan el dinero equivalente al material robado. Estas mujeres suelen tener entre 5 y 12 hijos que crecen entre el polvo, algunos sin poder ir al colegio. Los mayores suelen trabajar en la mina para ayudar a su mamá: muchas de ellas no tienen marido porque falleció en la mina o porque las abandonó. “Las mujeres de Potosí trabajan como mulas y mantienen la vida familiar. Vigilan las bocaminas. Si vienen los rateros, contraerán una deuda del valor del material y dejarán de cobrar hasta saldarla”

¿Cómo reaccionan estas mujeres al conocer tu viaje, tus ascensiones e intenciones?

Se extrañan mucho al verme. “¿Nunca te has hecho crecer el cabello?”. Mi aspecto es lo primero que les llama la atención: no les cabe en la cabeza que lleve el pelo rapado por propia voluntad. Ellas llevan dos trenzas largas y negras, preciosas, que las protege del frío y de las que se sienten muy orgullosas. Y visten de una manera muy diferente a nosotras, con sombrero y polleras amplias. Son muy robustas, tienen un cuerpo ancho y fuerte, y una belleza rotunda de tierra. Les llama la atención que viaje sola. “¿Solita, no más, estás viajando?” Yo creo que se piensan que estoy un poco loca. “¿Casada eres? ¿Cuántos hijos tienes?”. Cuando les digo que no, y que no tengo hijos. Me miran sin poder entender cuáles pueden ser mis metas en la vida y compadeciéndose un poco de mí. También les extraña que escale nevados.

Tu viaje ha continuado por los países andinos: en el blog Vagamontañas, tus palabras recorren paisajes y personas, y esos rostros cobran voz. ¿Y ahora qué?

El viaje empezó con Jordi Rovira, con quien estuve escalando durante 4 meses. Cuando él se volvió a su casa, tal y como había supuesto que iba a ocurrir, apenas subí más montañas. Pero yo quería viajar un poco, conocer estos países, y en eso estoy. Mi idea inicial para Vagamontañas era un texto o tal vez un audiovisual. El blog fue casual; lo considero un cuaderno de notas que espero que se convierta en algo más. Decidí alargar mi viaje para profundizar más en las culturas andinas y para aprender más acerca de su cosmovisión. Ahora voy a volver a casa, pero en breves regresaré a estas tierras para seguir aprendiendo.

¿Qué renuncias implica la vida por la que has optado?

He reducido a tope mis necesidades para sentirme más libre, y poder viajar y disfrutar de montañas más alejadas. Ha sido una consecuencia de una trayectoria de vida, un paso coherente dentro de un camino que llevo años recorriendo. Eso supone muchas renuncias, pero las acepto con todas sus consecuencias: en realidad, las cosas que he dejado de tener me colman a través del vacío, haciéndome libre y volviéndome ligera. Para mí, esta sensación de libertad y de poder exprimir al máximo el instante presente sin tener más responsabilidad que la de saborear cada momento a tope, no tiene precio.


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