Los chalecos amarillos no se tiñen de morado

Los chalecos amarillos no se tiñen de morado

Desde hace dos meses, miles de personas han tomado las rotondas de multitud de ciudades de Francia. ¿El motivo? Protestar contra la subida del precio del carburante y contra las políticas neoliberales que Macron lleva aplicando casi sin oposición desde hace un año. ¿De dónde viene realmente este movimiento? ¿Qué rol juega el feminismo? ¿Tiene futuro?

19/12/2018

 

'Quien siembra lacrimógenos, recoge revoluciones', reza el cartel, en un cortejo en apoyo a los chalecos amarillos, el pasado 17 de noviembre en París. / Foto: Teresa Suárez

‘Quien siembra lacrimógenos, recoge revoluciones’, reza el cartel, en un cortejo en apoyo a los chalecos amarillos, el pasado 17 de noviembre en París. / Foto: Teresa Suárez

 

A finales de mayo de este año, Priscilla Ludosky, una vecina del suburbio de Savigny-le-Temple, situado a 40 kilómetros de la capital francesa, lanzaba en la plataforma online Change una petición denunciando la subida masiva del precio de los carburantes. Ludosky, vendedora de cosméticos a domicilio, nunca imaginó que en tan poco tiempo más de un millón de personas firmarían su petición. Esa fue la chispa que inició todo. Desde hace dos meses, miles de personas han tomado las rotondas de multitud de ciudades a lo largo de toda Francia. ¿El motivo? Protestar contra la subida del precio del carburante así como contra el conjunto de políticas neoliberales que el presidente, Emmanuel Macron, lleva aplicando casi sin oposición desde hace un año. ¿De dónde viene realmente este movimiento? ¿Qué rol juegan las mujeres en él? ¿Y el feminismo? ¿Qué futuro le espera?

Un año de ‘macronismo’

El pasado 7 de mayo de 2017, Emmanuel Macron ganaba con una amplia ventaja las elecciones presidenciales en Francia contra la temida, por su propuestas racistas y xenófobas, Marine Le Pen. Su partido político, En Marche!, ahora convertido en La République en Marche!, creado de la nada un año antes de las elecciones, prometía ser un respiro de aire fresco en un país con una enorme crisis socio política.

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Es difícil resumir un año de mandato en un solo artículo, pero sin lugar a dudas Macron no ha perdido el tiempo. El antiguo exbanquero y exministro de Economía durante el Gobierno del socialista de François Hollande ha aplicado un 74 por ciento de las reformas económicas de su programa. La reforma laboral, los cambios en la red nacional de ferrocarriles, condenadas a una mayor privatización de los servicios, o la eliminación del impuesto a las grandes fortunas son solo algunas de las medidas que han hecho que Macron sea etiquetado como el presidente de los ricos.
¿Quiénes son las grandes víctimas de estas medidas neoliberales? Las clases populares, en especial las mujeres, las cuales constituyen el 70 por ciento de la masa trabajadora pobre, según un estudio del Alto Consejo por la Igualdad, un observatorio francés independiente que trabaja sobre cuestiones de igualdad de género.

En las zonas periféricas y rurales, con un servicio de transporte público muy reducido, el uso del coche es fundamental y, por ello, cada gota de gasolina cuenta. A principios de noviembre, Ludosky explicaba, en la emisora de radio France Info, por qué había lanzado la petición para lograr apoyos online: “Como todo el mundo que utiliza un coche, me di cuenta que el precio de un depósito lleno subía constantemente sin saber exactamente por qué. Buscando información, descubrí que dos tercios del precio eran impuestos”.

La subida del precio de carburante, una estrategia lanzada por el Gobierno y pensada para incentivar la compra de vehículos más respetuosos con el medio ambiente, resultó ser un fracaso: los precios desorbitados, pese a los descuentos, no se ajustan a la realidad de una buena parte de la población, que batalla cada día por llegar a final de mes.

En medio de toda esta tensión, con los precios del carburante aumentando sin descanso, el camionero Éric Drouet, originario del mismo departamento que Ludosky, lanza un llamamiento a un bloqueo nacional a partir del 17 de noviembre a través de la red social Facebook, principal espacio de organización del movimiento. Ataviadas con chalecos reflectantes amarillos, más de 282.000 personas responden al mensaje tomando las carreteras de toda Francia, instalándose en rotondas, en las entradas de las ciudades…

El movimiento se expande vertiginosamente, atrayendo a personas muy variadas desvinculadas de toda organización política o sindical, proclamando una serie de reivindicaciones contra la vida cara y exigiendo la dimisión del presidente.

Las mujeres, en primera línea

En toda movilización social, la presencia de las mujeres ha sido clave y sin embargo su participación siempre sorprende, como si se tratase de una novedad, de algo excepcional que termina olvidándose con el paso del tiempo. En los últimos meses, la mayoría de las huelgas que se han llevado a cabo en Francia han sido protagonizadas por mujeres racializadas, víctimas aún más de la precariedad laboral. El parón de 45 días protagonizado por las trabajadoras de la limpieza de las estaciones de trenes o lo huelga que actualmente llevan a cabo desde hace más de un mes las trabajadoras del lujoso Hotel Park Hyatt Vendôme en París son solo algunas de las demostraciones que han permitido visibilizar las duras condiciones de este tipo de trabajos y descubrir la realidad de quienes los realizan. Algo similar ocurre con el movimiento de los chalecos amarillos, protagonizado por una parte de la sociedad francesa que rara vez ha sido escuchada.

Las mujeres, a través de su participación activa en los bloqueos o en los medios de comunicación, han sabido posicionarse en las primeras líneas del movimiento. Usan el Facebook para organizarse y expresar su cólera ante las injusticias fiscales, la precariedad laboral, las dificultades para llegar a fin de mes… Además sus reivindicaciones incluyen los numerosos problemas para compaginar trabajo y vida familiar, pues si las políticas neoliberales son perjudiciales para las clases obreras y trabajadoras aún lo son más para las mujeres, como trabajadoras con mayores dificultades para acceder a puestos cualificados y, por tanto, condenadas a salarios inferiores, y como como responsables tradicionales de los cuidados.

El pasado 24 de noviembre, París se cortó en dos. Por segunda vez, una marea de chalecos amarillos tomaba de nuevo los emblemáticos Campos Elíseos al mismo tiempo que una masa violeta salía a la calles de la capital francesa contra las violencias sexistas y sexuales, un gesto que se repitió en numerosas ciudades del país, convirtiendo esta manifestación, organizada por el movimiento #Noustoutes (Nosotras todas), con más de 50.000 manifestantes (según las organizadoras), en una de las más numerosas en materia feminista desde hace muchos años.
Pese al éxito de convocatoria, la avalancha que representan los chalecos amarillos en el panorama sociopolítico francés redujo la marcha feminista a una simple anécdota en la gran mayoría de los telediarios nacionales, demasiado ocupados mostrando las imágenes de los Campos Elíseos coloreados de amarillo flúor y recubiertos de gas lacrimógeno.

¿La convergencia de luchas es posible?

Si el feminismo francés ya está de por sí bastante dividido, a grandes rasgos podemos decir que existen un feminismo burgués aún muy anclado en la segunda ola representado por el Centro Nacional de Derechos de la Mujer (CNDF) y un feminismo mucho más plural que tiene en cuenta las luchas de género, clase y raza, la aparición del movimiento amarillo simplemente ha añadido más puntos de discordia entre los diferentes colectivos. Una buena parte de las creadoras de #Noustoutes, como Caroline de Haas o la senadora socialista Laurence Rosignol, ambas originarias de ámbitos acomodados de la sociedad francesa, han manifestado su rechazo absoluto al movimiento amarillo, tratándolos de “cavernícolas”, un adjetivo influenciado posiblemente por los numerosos vídeos en los que se ven a algunos chalecos amarillos en actitudes sexistas, homófobas, racistas y xenófobas.

“Los chalecos amarillos no son nuestros enemigos radicales pero tampoco son nuestros aliados naturales”, afirmaba la militante antirracista Houria Bouteldja en un comunicado publicado en el sitio del Partido Indígena de la República, del cual es portavoz.

El carácter extremadamente chauvinista del movimiento, apoyado por numerosas banderas tricolores y los cantos de Marsellesa a pleno pulmón, especialmente durante las primeros días de movilizaciones, ha provocado la creación espacios en los que participan colectivos feministas, antirracistas y LGBT, más politizados e interseccionales, algunos de ellos agrupados bajo el nombre de #Nousaussi (Nosotras también). Estos nuevos espacios observan con interés la evolución de las protestas y discuten su implicación en la revuelta, centrando su apoyo en la lucha contra la injusticia social que encarna el actual Gobierno francés y su guerra contra los grupos más vulnerables de la sociedad.

La bolsa de trabajo de la ciudad de Saint-Denis es uno de esos espacios donde el colectivo Femmes en Lutte 93 (Mujeres en lucha 93, número del distrito del departamento de Seine-Saint Denis, el más pobre de toda Francia) organiza numerosas asambleas para discutir sobre su presencia en el movimiento. “La lucha no se puede hacer sin nosotras, sin las mujeres, sin las minorías de clase, género y raza, somos las primeras sufriendo la violencia y seremos las primeas en combatirlas”, afirma el manifiesto del colectivo.

Las manifestaciones semanales en las grandes ciudades, así como los bloqueos diarios en las periferias, han convertido a este movimiento en uno de los más seguidos desde Mayo del 68, consiguiendo hacer retroceder al Gobierno, que ha aumentando ligeramente el salario mínimo y suspendido la subida del precio del carburante, como llevaba años sin verse.

Sin embargo, estas medidas no son suficientes. Los chalecos amarillos continúan saliendo a las calles pese a la violencia desmedida y la represión masiva. Se han producido más de 4.500 detenciones desde el inicio de las revueltas, muchas de ellas realizadas incluso ante de comenzar las manifestaciones. Sin lugar a dudas, la cercanía del parón navideño es un examen para la continuación del movimiento que cuenta cada vez más con el respaldo de la población francesa, e incluso en el extranjero, y que ha marcado un hito en la historia de las movilizaciones sociales del país galo.

 

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