‘Cómo acabar con la escritura de las mujeres’: Otra historia de la literatura

‘Cómo acabar con la escritura de las mujeres’: Otra historia de la literatura

En este ensayo, la escritora de ciencia ficción y crítica literaria Joanna Russ describe de forma exhaustiva y sarcástica las incontables barreras vencidas una y otra vez por las escritoras de todos los tiempos, ella incluida.

14/11/2018
Imagen promocional del libro, traducido por Gloria Fortún y coeditado por Dos Bigotes y Editorial Barrett

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Es la primera vez que Cómo acabar con la escritura de las mujeres se traduce al español, treinta y cinco años después de su publicación. Su autora, Joanna Russ (Nueva York, 1937 – Tucson, 2011), activista feminista, autora destacada de ciencia ficción en los años 70, ensayista y crítica literaria, nunca llegó a ser demasiado conocida en España. Actualmente sus libros no son fáciles de encontrar aquí. Podemos preguntarnos si la razón es que no era una buena escritora, pero a estas alturas hemos leído a tantos autores mediocres que, al menos en principio, no parece un argumento consistente. Y tras la lectura de este ensayo cabe preguntarse cómo es posible haber hablado y escrito tanto sobre la relación entre literatura y feminismo sin que su nombre se haya convertido en un referente habitual. La claridad con la que Joanna Russ se expresa, la cantidad de referencias con que acompaña sus reflexiones y la impresionante honestidad que atraviesa sus palabras son razones suficientes para recomendar su lectura a cualquiera con ganas de saber más acerca de la represión ejercida en la literatura escrita por mujeres a lo largo de la historia. Se trata de un texto exhaustivo y a la vez lleno de sarcasmo, formulado como una guía que ofrece herramientas para evitar que «los miembros de los grupos “inadecuados”» se dediquen a la literatura o cualquier otra forma de arte: «El truco reside en hacer que la libertad sea tan solo nominal y después […] desarrollar diferentes estrategias para ignorar, condenar o minusvalorar las obras artísticas resultantes».

La lectura de Cómo acabar con la escritura de las mujeres puede resultar sorprendente. Y no porque los mecanismos que enumera sean un descubrimiento inesperado (aunque algunos sin duda lo son, especialmente aquellos que reflejan conductas sutiles), sino por su vigencia. Aunque el ensayo fue publicado en los 80, salvo por algunos aspectos (como la ausencia de nombres más actuales), podría pasar por un libro mucho más reciente. El panorama ha mejorado en algunos aspectos, pero por desgracia, no demasiado. No todavía. «La cantidad de experiencia que se deja fuera del canon literario oficial es sencillamente abrumadora» también hoy.

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«Para comportarse de forma al mismo tiempo sexista y racista y además mantener el privilegio de clase que se posee, solo hace falta actuar como requieren las costumbres, la normalidad, el día a día, incluso la buena educación». Joanna Russ deja claro cómo las autoras que, según la ortodoxia de la supremacía blanca heteropatriarcal, molestaban, hacían ruido o cuyos textos rompían con los roles socialmente adjudicados, han sido castigadas a lo largo de la historia, a veces de maneras evidentes, otras, con recursos menos visibles: prohibiciones informales (falta de recursos, falta de tiempo); negar la autoría de la obra, ya sea con meros errores de atribución o con otras sutilezas psicológicas más elaboradas; ninguneo a la obra, ejercido de demasiadas formas; aislamiento de la obra de su tradición y su consiguiente consideración como anomalía; afirmaciones de que la obra indica el mal carácter de la autora, por lo que su interés se reduce al escándalo; o, simplemente, ignorar las obras, a sus autoras y toda su tradición.

Russ señala casos flagrantes, como los libros que fueron alabados cuando se publicaron bajo pseudónimo masculino y ninguneados más tarde, al conocerse la autoría femenina. Cuando Cumbres borrascosas se publicó por primera vez en 1847 firmada por Ellis Bell la crítica interpretó que «su temática principal era la representación de la crueldad, la brutalidad, la violencia, la maldad en su forma más extrema» y entre ellos hubo quien aseguró que ese autor prometedor podría convertirse en uno de los grandes. Sin embargo, tres años después se desveló la autoría de la obra y a partir de entonces Cumbres borrascosas comenzó a convertirse en una historia de amor protagonizada por un amante castigador (interpretación apuntalada posteriormente por la película dirigida por William Wyler en 1939) y la juventud de Emily Brontë y la «distorsionada» vida aislada que llevaba fueron mucho más reseñados que el contenido de la novela o su novedosa forma.

Pero resultan mucho más inquietantes los ejemplos con los que Joanna Russ demuestra la abundancia de obras y autoras desprestigiadas con mucha más discreción, incluso las conocidas, como ilustran unas palabras del influyente crítico Mario Praz con las que despoja a Mary Shelley del mérito de haber escrito uno de los grandes clásicos de la literatura, Frankenstein: «Todo lo que hizo la señora Shelley fue proporcionar un reflejo pasivo de algunas de las fantasías salvajes que circulaban por el aire que había a su alrededor».

Joanna Russ recurre, como hemos dicho, a fuentes diversas para ilustrar sus explicaciones. Entre ellas, su propia experiencia, que resulta bastante esclarecedora: «Convencida de que no tenía verdadera experiencia de la vida, puesto que la mía propia no era parte de la Gran Literatura, decidí conscientemente que escribiría sobre cosas de las que nadie más sabía nada, maldita sea. Así que escribí realismo disfrazado de fantasía, es decir, ciencia ficción». Russ tenía fama de ser especialmente dura cuando ejercía como crítica, lo que le granjeó no pocas antipatías en el mundo literario. En su trabajo era rigurosa y seria y no parecía pensar que tuviera que pedir perdón por ello. Lo era hasta las últimas consecuencias. La disección del mundo literario que Joanna Russ lleva a cabo en este trabajo es tan amplia que ella misma no se libra del examen de conciencia acerca de su manera de ver el mundo predispuesta por sus circunstancias: ser una mujer blanca de clase media. Entiende que la percepción de una otredad susceptible de ser discriminada alcanza a todas las personas, incluida ella misma, y lo expone defendiendo la posibilidad del inagotable aprendizaje y la importancia de escuchar sin juzgar. Y es inevitable que este análisis alcance a quien lee Cómo acabar con la escritura de las mujeres. Su lectura nos obliga a una autocrítica profunda y honesta.

La catedrática de literatura inglesa Pauline Nestor dijo que «la historia crítica de Cumbres borrascosas puede leerse como la historia de la crítica en sí misma». Algo así ocurre con Cómo acabar con la escritura de las mujeres: la historia del menosprecio continuado hacia la literatura escrita por mujeres es un recorrido histórico por los mecanismos opresores que la misoginia, el racismo y la clase ha ejercido en todas las áreas, no solo en lo cultural.

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