Conducción y género: perpetuando los roles patriarcales

Conducción y género: perpetuando los roles patriarcales

Rosi Moreno

Steven Schwartz

Fin de unos días de vacaciones en un pueblito de Teruel y, como la mayoría de veces que no voy en coche, comienzo el camino de regreso a Barcelona en autobús. Me encanta viajar en autobús, aunque es más lento que […]

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27/10/2018

Rosi Moreno

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Fin de unos días de vacaciones en un pueblito de Teruel y, como la mayoría de veces que no voy en coche, comienzo el camino de regreso a Barcelona en autobús. Me encanta viajar en autobús, aunque es más lento que el tren. Creo que en realidad eso es lo que me gusta porque,  para mí, es ese paréntesis que muchas veces necesito y no me permito tomarme por el ritmo acelerado que, muchas veces, me impongo yo misma. Normalmente, es un tiempo para mí, para mis sueños despierta, para mis análisis de vida, para mis conversaciones conmigo misma, para mirar el paisaje y no pensar en nada.

Este último viaje en plena temporada de vuelta de las vacaciones, y gracias a un pequeño atasco a mitad de camino entre Zaragoza y Barcelona, se convirtió en un estudio estadístico casero e improvisado del porcentaje de mujeres que toman las riendas al viajar en familia, con su pareja o sus colegas. Mi estudio se concentró únicamente en las parejas compuestas por dos personas de diferente sexo. Por supuesto, mi interpretación del sexo de las personas en los automóviles que pasaban a mi lado podría estar en algún caso equivocada, lo sé. Totalmente de acuerdo con el hecho de que fue una simple estimación, un estudio nada riguroso y que, en algunos casos, mujeres y hombres podrían haber intercambiado papeles a lo largo del viaje. A pesar de todo esto, me quedé totalmente asombrada al mismo tiempo que desilusionada e indignada al descubrir que mi estimación no arrojaba más de un 5 % de mujeres al volante.

Curiosamente, en los automóviles con matrícula francesa el porcentaje de mujeres que conducía era muchísimo mayor. Aun admitiendo que esa diferencia de roles quizás no fuera representativa por la menor cantidad de coches franceses, sí pude ver más mujeres bajo matrículas francesas a las riendas del auto que bajo matrículas españolas. Sin palabras, me quedé sin palabras.

Aun más desconcertada me quedé cuando leí un estudio en el que se estima que las parejas de coche con mujer al volante y hombre en el lugar del copiloto en las carreteras españolas tiene una frecuencia del 24%. Desde luego, mi experiencia no llegaba ni de lejos a tal cantidad, a no ser que incluyera las parejas francesas en el cómputo.

Un 5 % es una cifra ridícula en pleno siglo XXI, en el que según los datos de la Dirección General de Tráfico en 2016, de todas las licencias de conducir, un 42% pertenecían a mujeres. Cientos de informes aseguran que el comportamiento de las mujeres delante del volante es mucho más prudente y seguro desde hace años. Ese hecho, junto con la demostrada mayor implicación de hombres en accidentes según un proyecto de investigación de la universidad y la empresa Eduardo Barreiros,  ha derivado en la disparidad de los precios en los seguros de coches a favor de las mujeres.

Parece que toda esta información no tiene suficiente peso a la hora de decidir en una pareja quién se responsabiliza de la conducción. Parece que los clichés machistas sobre la conducción de las mujeres, que se han encargado de reproducir a lo largo de los años nuestra sociedad patriarcal, siguen colonizando el subconsciente de millones de mujeres y hombres. Y ni siquiera voy a nombrar alguno de estos clichés para no seguir reforzando los prejuicios que transmitimos a través de la lengua.

Tenemos los derechos y las licencias  necesarias para tomar esta responsabilidad en las carreteras pero, sin embargo, no los hacemos valer cuando estamos junto a personas del sexo opuesto. Así, parece que nos sentimos y/o nos hacen sentir inferiores e incapaces de tomar otro de los puestos de control en la vida. O quizás, sea que estamos agotadas del continuo esfuerzo que supone para nosotras intentar transformar las estructuras establecidas.  Se trata de una demostración más de la falta de equidad en el ámbito de las relaciones personales.  Pero recordemos, como decía el lema de las luchas feministas en los años sesenta y que todavía sigue vigente, que “lo personal es político”.  Y en este contexto hay mucho campo de batalla para conseguir que los actos personales reflejen la política personal.

¿Qué hace que tantas mujeres sigan aceptando estos comportamientos y roles dentro de la pareja? ¿Qué “superpoder” ejercen todavía millones de hombres sobre sus parejas que no tienen la confianza para empoderarse en el ámbito privado? ¿De qué sirven todas las luchas para conseguir leyes, si luego las fuerzas se pierden en el camino, llega la rendición, la aceptación y la sumisión de nuevo? ¿Qué clase de plan social macabro o renuncia propia están haciendo que sigamos siendo tutorizadas, llevadas y traídas? ¿Qué estrategias se deberían emprender para transmitirles a todas estas mujeres la energía necesaria para enfrentarse a sus parejas y tomar las riendas de su coche y de su destino?

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