Proyecto migratorio: una nueva identidad

Proyecto migratorio: una nueva identidad

Una pregunta lleva a otra. ¿Qué es una frontera? ¿Qué es una nacionalidad? Entonces: ¿Qué significa ser migrante? Las respuestas revolotean en mi cabeza cada mañana que despierto en este país que no es el mío. Estas cavilaciones mañaneras y todas las posibles resoluciones que trato de encontrar sólo terminan por develar que todos los conceptos son antinaturales. Nada nuevo bajo el sol. Pero todo nuevo bajo mi piel, en mi cuerpo.

10/09/2018
Ilustración: Andrea Fonseca

Ilustración: Andrea Fonseca

 

Barcelona. Poco más de 150 nacionalidades conviviendo en esta pequeña ciudad, comparada con la de México. Cuando viajo en metro, casi no distingo el catalán entre el árabe, el chino, el francés… Soy una migrante más en la tierra de los migrantes. Eso debería resultar un poco aliviador, ¿no?

Consciente de mis privilegios familiares, económicos, educativos e incluso raciales, me doy permiso de pensar en la vida tranquila que imagino que tienen aquí las personas en Europa. Aún no es momento, me digo. Pronto, tan pronto consiga trabajo.

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***

Es de noche. Voy llegando a la esquina de mi casa. Un hombre negro camina unos pasos delante de mí con una bolsa repleta de baguettes en una mano; en la otra, lleva una bolsa de plástico en la que puedo distinguir unas cuantas frutas. La calle está sola y oscura; de la nada, el hombre da vuelta y entra por una puerta hechiza hecha de un pedazo de madera de desecho y de una toalla.

Como el barrio en el que vivo está en medio de una vieja zona industrial, las naves abandonadas de las antiguas fábricas, no me han hecho voltear a verlas con particular atención. Pero de pronto, ese hombre, al que denomino sin certeza como migrante, me hizo voltear y descubrir que vive ilegalmente en ese sitio viejo y sin ventanas en una pieza. Por la cantidad de barras de pan que llevaba, deduzco que no vive solo. ¿Con quiénes, con cuántas más personas vivirá? Todo esto justo a lado de mi casa. ¿Cómo no me di cuenta antes? ¿Dónde esperaba que los manteros y demás víctimas de la criminalización de los inmigrantes del sistema capitalista durmieran? ¿Es que en algún instante normalicé su situación, como si hubieran nacido con el pesado costal blanco a la espalda?

***

La primera vez que solicité mi visa de estudiante para entrar a España me la rechazaron. Había pagado documentos apostillados, un seguro de gastos médicos, el propio trámite… Todo para que el fallo saliera en mi contra porque no contaba con los recursos económicos para mantenerme durante mi estadía en el país.

Qué golpe de realidad. Nunca antes se me había negado el acceso a ningún lugar. Estudié en escuelas privadas, entré a la UNAM, fui seleccionada para una de las mejores escuelas de actuación del país y de pronto… Mi clase social, ya bastante privilegiada en comparación de algunos de mis compañeros, amigos y en general de más de la mitad de la población de mi país, no era suficiente para poder entrar a otro país, no era suficiente para moverme por el mundo, para vivir en el lugar que quería.

Entonces, ¿quiénes sí?, ¿por qué yo no?, ¿porque soy hija de un maestro?, ¿es eso suficiente? Fue suficiente para quitarme la sensación de libertad de elección.

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Ahora, una vez obtenida la visa, ya viviendo en Barcelona, comienza lo que ya sabía que sería la parte más dura: el momento de no encontrar empleo para pagar el cuarto en el que vivo.

Pasan los días y la burocracia vuelve a hacerme una mala jugada: no puedo tener mi identificación de extranjero sino hasta dentro de 3 meses. Sin ella no puedo trabajar legalmente. ¿Entonces? Bien, me digo, no importa. Se trata de conseguir un buen trabajo “en negro”. Es decir, un trabajo ilegal en el que no existen contratos ni algún tipo de seguridad ni derechos laborales.

La primera opción es ser niñera. ¿Cómo se empieza? ¿Quién me dejará a cargo de sus hijos? No tengo experiencia y soy inmigrante. Nueva identidad. De Latinoamérica. Nuevo significado.

Me decido por crear un perfil en una página de niñeras que buscan familias que necesiten sus servicios. Comienzo: 23 años. Estudiante. Mexicana. Domino el inglés. Licenciada -miento-. Me explayo en la parte en la que hablo de mí para que parezca que cuidar niños es una de mis pasiones. Lo que sea para que confíen en mí. Pero, si me llegaran a llamar… ¿Cómo puedo yo confiar en ellos? Necesito dinero, no hay tiempo para eso.

Sigo rellenando los campos de información que me pide la página y llego a la sección de los trabajos que puedo hacer. Palomeo cuidar niños después de la escuela, ayudarles con la tarea, cocinar la cena y de pronto mi mano se detiene cuando leo la opción de hacer la limpieza.

***

Ya casi va a acabar el mes. Ninguna novedad, la página de niñeras no ha dado frutos. Ni un mensaje de interés. Necesito pagar la renta. Me recorre un sudor frío por el cuerpo. Imagino cómo los padrastros en los dedos de mi mano comienzan a salir poco a poco. ¿Qué pasa si no logro reunir el dinero? ¿Cómo pedirle más dinero a mi familia después de todo el despilfarro que hicieron para traerme hasta acá?

Es de noche. Camino por las calles para regresar a mi casa. Es un trayecto largo, pero es mejor ahorrar al máximo en pasajes. Se acerca la Navidad y en las vitrinas de las tiendas se esmeran en exponer y en restregar abundancia. Nunca antes me habían parecido las cosas tan inaccesibles. Mejor levanto la vista y, mientras descubro arquitecturas antiquísimas excelentemente iluminadas, todo me termina resultando inalcanzable. Como si hubiera lugares a los que simplemente algunos que no podemos acceder a ellos. Como si no perteneciéramos a ese lugar, como si, a pesar de vivir ahí, no nos pertenecieran ni cuando los miramos y paseamos frente a ellos.

Doblo la esquina de mi casa y diviso la fábrica ocupada por inmigrantes. Los minutos siguen pasando y eventualmente pasarán las horas y los días. Llegará el día de pagar la renta y llegará el mes siguiente. ¿Cuándo tendré mi identificación para poder existir en el sistema? Paso por la fábrica y pienso en los que viven ahí. Nunca me había sentido tan cerca de ellos. Lo que sea que eso signifique. Sigo caminando con cautela, como si anduviera sobre una cuerda floja.

***

Lo bueno de los malos días es que pasan. Entre las cortas conversaciones que logro entablar con mis compañeros de postgrado y las palabras de aliento de mi compañera de piso, me distraigo, respiro y sano un poco.

Cada vez que salgo de mi casa, ya sea de mañana o de tarde, me asomo con insistencia disimulada por los hoyos de las paredes de la fábrica ocupada, e intento ver qué hay detrás, cómo viven.

Un día, tengo suerte de caminar en el ángulo indicado y logro ver, entre los cartones que fungen de puertas, una silla de madera vieja despintada, que bien podía ser vendida a buen precio en la sección vintage, y un par de macetas con flores violetas. Con el sol arriba en el cielo iluminando ese escenario, pienso en una buena terraza. Pero, sobre todo, pienso en lo que ese espacio construido significa y me digo: espero algún día vivir como ellos.

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