¿Dónde están las vacas? Especismo, Patriarcado y Capitalismo en Chile

¿Dónde están las vacas? Especismo, Patriarcado y Capitalismo en Chile

Gustavo Yañez

Juanedc
Vaca

Les traigo una historia, de poca monta según la última agitación mediática, de segundo orden de acuerdo con nuestras prioridades como sociedad que toma leche para vivir sanos y sanas. Se trata de Salvador, al menos así se le conoce entre quienes le […]

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14/09/2018

Gustavo Yañez

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Les traigo una historia, de poca monta según la última agitación mediática, de segundo orden de acuerdo con nuestras prioridades como sociedad que toma leche para vivir sanos y sanas. Se trata de Salvador, al menos así se le conoce entre quienes le respetan como un ser vivo mucho más grande que un humano, que no corre a la micro todas las mañanas, no maneja un auto, pero que rehuye del dolor y se regocija cuando le dan cariño, al igual que mis amigos y amigas, mi madre, tu y yo. Salvador es un toro que si no hubiese sido por algunas personas que dedican sus existencias a combatir la industria que se enriquece a costa del sufrimiento de miles de animales, probablemente estaría repartido en los refrigeradores de distintos hogares o ya habría hecho digestión en algún organismo humano.

Nació en alguna de las lecherías del sur de Chile y apenas su madre lo parió, Salvador fue separado de esta. La industria actúa selectivamente, puesto que para comprensión de esta Salvador sólo venía a este mundo para convertirse en “carne”, no para vivir ese vínculo inextinguible que solemos denominar amor. Así fue encerrado en una jaula de dos por dos, mientras el desgarro del despojo maternal podía oírse a través del llanto día y noche. A los terneros recién nacidos les brindan una dieta baja en hierro cuyo fin es producir carnes tiernas, que no desarrollen musculatura, pues así lo requiere la industria alimentaria que dará de comer a los comensales. Lejos de su madre, porque la leche no es para él, sino para consumo humano.

Para alegría de Salvador, a los quince días de haber nacido fue rescatado de esa cárcel en donde reina la tristeza llamada lechería. Su Madre no corrió la misma suerte.

Si retrocedemos en el tiempo, al igual que Salvador, Juno, por individualizar al ser vivo que llaman vaca en genérico, al momento de nacer fue separada de su madre, cuando todavía estaba en suspensión su cordón umbilical. Luego de meses de estar asilada, sus carceleros consideraron que su madurez sexual ya había llegado y con una máquina fue sujetada bruscamente, para violarla, que en la jerga industrial se denomina “inseminación artificial”, proceso a través del cual le insertan semen en su útero.

Pasados nueves meses, muy similar al ciclo humano, Juno dio a luz a un ternero, el que comenzó a acariciar apenas brotó de su cuerpo. Luego de veinticuatro horas su leche comenzó a salir e inmediatamente el ternero fue apartado de ella. Si no hubiese sido por aquella intervención forzosa, Juno habría amamantando a su cría por al menos seis meses, pero en vez de esto, su llanto reiterado explicaba la búsqueda y el dolor de la ausencia del recién nacido.

Juno continuó buscando a su cría, pero a quienes busquen su leche como si se tratara de oro, no les importó y en vez de consolarla, le incrustaron una máquina que iba a succionar su leche hasta la última gota. A las semanas Juno desarrolló una dolorosa infección llamado mastitis, en donde se forman bolas de pus alrededor de sus pezones, debido a la incesante succión.

Varias veces al día se repite la misma acción, ya que el objetivo es sacar la mayor cantidad de leche. La fórmula es simple: a mayor succión, mayor ganancia.

Después de las reiteradas ocasiones en las que es sometida a este proceso, sus ubres comenzaran a inflamarse a tal punto que sus patas traseras se arquearan, provocándole cojera y pudiendo inclusive fracturarse. En pocos meses más será nuevamente violada y embarazada. Durante los primeros siete meses de embarazo seguirán succionado, robando de la leche que produce su cuerpo. Su condena es que algunos humanos obtienen dinero por su leche y que otras la consumen a través de distintos formatos: queso, yogur, mantequilla, etcétera. Por eso, Juno se ha convertido en una esclava que aun estando embarazada debe producir leche incansablemente.

Nuevamente, Juno da a luz, y pareciera que la industria le ha arrebatado su instinto maternal, porque ya no acaricia a su cría, la huele y se aleja para descansar un momento. Sin descansa, maquinalmente es usurpada su leche. Al cabo de tres o cuatro ciclos de violaciones, embarazos y lactancia forzosa, su cuerpo se ha debilitado, está carente de nutrientes esenciales. Su cuerpo es vendido, sus ubres golpean el piso, no se puede mantener en pie y tienen que arrastrarla hasta el camión que la llevara agónica al matadero que la convertirá en carne de baja calidad, pero que lucirá gustosa y apetecible en la vitrina del supermercado o de la carnicería de la esquina.

En medio de la algarabía que ha suscitado la polémica por la colusión de las multinacionales Soprole, Nestlé y Watts, y que esta última demandó a Colún, que a su vez es la única empresa que no vende leche “reconstituida” es decir que es más fresca y libre de aditivos y pasteurización, que es chilena dice el fascismo incipiente, que no es como Soprole que no tiene conciencia de la migración descontrolada, y etcétera, las vacas, principales protagonistas de toda esta trama, no aparecen por ningún lado.  Sus cuerpos esclavos no entran en escena, no valen más que como mercancías vivas, dicen estos discursos y prácticas. La vaca es la abstracción misma, habitante en un potrero verde y natural, caminando libre y sin dolores por los campos de La Unión, que produce leche para millones de seres humanos.

Una sociedad que desgarra el horizonte neoliberal, curtiendo contra el infame patriarcado derechos reproductivos, agolpando a las calles porque lo único que de verdad es propiedad nuestra es el cuerpo, el útero, más específicamente en el caso de nuestras compañeras, sin embargo esconde bajo el choapino, que en este momento millones de seres vivas son encarceladas, violadas y embarazadas tantas veces que ya cuando sus cuerpos no pueden más, son degolladas hasta desangrar para ser trozadas y vueltas “carne”.

Al final de día el problema tiene texturas que deben ser desglosadas para un entendimiento que incite a la praxis: Especismo; su especie vale menos, está por debajo, sus intereses y deseos no tienen importancia con relación al deseo y necesidad humana de tomar leche. Patriarcado; violencia sexual, apropiación de su capacidad reproductiva, robo y posterior explotación de sus crías. Capitalismo; su secreción natural resultado de un embarazo, al igual que su cuerpo, es vuelta mercancía, que llevado al paroxismo unos alegan que es artificial, y otros añaden que es natural y nacional. Una triada lo bastante evidente como para eludirla si de lo que se trata es de hacerle frente a la dominación.

Las voces que hablan al respecto fijan prioridad en torno al problema de la leche: 1) salud humana, cuáles son más saludables y más dañinas para nuestra salud. Al respecto no hay claridad si es que las leches que vienen del extranjero, al añadirles aditivos para su conservación sean más nocivas que la otrora nacional más fresca y sin tener que transitar miles de kilómetros para que llegue a los hogares. 2) Colusión entre multinacionales (Soprole, Nestlé, Watts), lo cual habla de un espíritu ya conocido, no sólo del empresariado extranjero, sino que de la mayoría que hoy mantiene el monopolio de la mayoría de nuestros enseres vitales. 3) Promoción del producto nacional, a partir de un evidente sesgo xenófobo del delirante y terrorífico grupo nacionalista que ya inclusive olvidé su nombre. 4) Impacto medio ambiental evidente de la emanación de metano de estas vacas, que junto a la industria de la carne producen la mayor parte de  los gases que provocan el efecto invernadero y que mantienen en vilo la sobrevivencia de cientos de especies animales.

Somos la única especie animal que consume leche de otras especies, al punto de que el consumo per cápita en Chile, según estudios gubernamentales, bordean los ciento cincuenta litros[1], y que para ello sea posible, la industria lechera se ha encargado de hacernos aparecer este producto como uno inofensivo, bueno para nuestra salud y que trata con respeto a las vacas, cuando en realidad esta fetichización (la leche es una mercancía, un producto que al parecer tiene vida propia del cual obviamos su proceso productivo; la explotación), lo que provoca es que nos sea posible establecer alguna conexión con las animales, trabajadores super explotadas.

Para quienes nunca han visto cómo es que las vacas son objetivadas y esclavizadas, cuelgo el documental “Huérfanos de la leche: la industria de los lácteos en Chile”, que el grupo EligeVeganismo elaboró durante el año dos mil doce, en donde a través de la infiltración lograron captar la realidad de esas cárceles denominadas lecherías.

 

[1] https://www.odepa.gob.cl/rubros/leche-y-derivados

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