‘Carmen y Lola’, o el cine antropayológico

‘Carmen y Lola’, o el cine antropayológico

El espectador payo que vea la película de Arantxa Echevarría sobre la historia de amor entre dos jóvenes gitanas saldrá del cine como entró: con sus prejuicios antigitanos confirmados y a salvo de cuestionar el patriarcado, la lesbofobia y el antigitanismo estructurales.

Texto: Javier Sáez
20/09/2018
Las protagonistas de 'Carmen y Lola' en un fotograma del tráiler

Las protagonistas de ‘Carmen y Lola’ en un fotograma del tráiler

La película Carmen y Lola, dirigida por Arantxa Echevarría, plantea una historia de amor entre dos mujeres gitanas. Esta temática y la forma de abordar la trama por parte de la directora ha creado un amplio debate, tanto en el seno de la comunidad gitana como en la sociedad mayoritaria. Me gustaría analizar algunos aspectos que me han llamado la atención de esta película.

La mirada National Geographic

Antes de entrar en el asunto principal del debate (¿se representa adecuadamente a la comunidad?, ¿hay estereotipos?, ¿es solo una película, que no intenta representar a toda la comunidad?), me llamó mucho la atención la mirada que adopta la cámara, el tipo de cosas que filma y cómo lo hace: la directora nos presenta todos los estereotipos que tenemos los payos de la comunidad gitana, pero además con esa mirada antropológica del que se ha colado en una comunidad extraña y nos la muestra “desde dentro”. La directora abusa de esa mirada documental, “antropayológica” la llama un amigo mío gitano, de pasen y vean el mundo gitano; vemos los tópicos gitanos de la A a la Z: el mercadillo, el culto, la fiesta, el pedimiento, el roneo, el machismo, la homofobia (lesbofobia), los primos, la marginalidad, las palmas… con una forma de filmar “realista”, tipo cinéma vérité, de cámara en mano, que entra en las casas gitanas hasta la cocina, literalmente. Y muchas personas dirán: “pero es que eso es parte de la comunidad gitana, de su realidad”. Pero hay cierta confusión por una forma doble de filmar a lo largo de la película: las escenas “documentales” nos dan una sensación de realidad, y las escenas más preparadas dan una imagen de “ficción”. Entonces… ¿se trata “solo de una película”, o es un “documental”? La directora mezcla ambos lenguajes cinematográficos, de modo que siempre gana: si la acusan de no ser realista, apela a que es solo una ficción; si la acusan de ser demasiado ficción, afirma que lo que aparece “es real”.

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Y puede que sea “real”, pero esa no es la cuestión. Un problema de la película es que no interpela a la sociedad mayoritaria: casi no aparecen payos ni payas, y aunque hay una breve escena de discriminación cuando una de las chicas busca trabajo, la película transcurre en un mundo cerrado gitano 100%, donde no se aborda la interacción con la comunidad paya. Si a esto añadimos el doble exotismo (gitana y lesbiana: el morbo está servido, interseccionalidad a tope), es inevitable un enfoque de película para “payos curiosos”, aunque la intención sea “dar voz a las mujeres gitanas” (como si no tuvieran), o echar un cable solidario en la lucha contra la lesbofobia (“amigas gitanas lesbianas, oprimidas por vuestro pueblo, venimos a salvaros”).

¿Dónde están los payos?

Otro problema de la película es el contexto en el que se recibe, el público. El contexto es que hay un prejuicio antigitano instalado en la sociedad mayoritaria desde hace varios siglos. La mayoría de los payos y las payas recibimos desde que nacemos una serie de mensajes, prejuicios y estereotipos que solemos asimilar y repetir, y tenemos tendencia a generalizar cuando vemos alguna imagen o escena donde hay personas gitanas. Si una película muestra una escena de un padre blanco machista, el público no piensa “fíjate todos los blancos cómo son de machistas”. El blanco es lo que la semiótica llama “el elemento no marcado”. No es una “etnia”, no existe, es invisible, no se generaliza. Pero si una película muestra una escena de un padre gitano machista, eso confirma automáticamente nuestros prejuicios: “¿ves cómo son los gitanos de machistas?” (todos). Aunque no sea la intención de la directora, esa generalización se va a producir, en un contexto como el que vivimos actualmente. Lo mismo ocurre con la homofobia/lesbofobia: en la trama de la película (atención, spoiler, pero previsible) la relación lesbiana no cae nada bien en las familias de las chicas. Pero eso, aunque sea verosímil, solo confirma nuestros presupuestos: “Claro, es que los gitanos son muy homófobos”. De esta manera, el espectador payo queda a salvo, no se cuestiona el patriarcado de su propia comunidad, ni la lesbofobia generalizada que existe en España por todas partes (hay miles de lesbianas payas que son rechazadas por sus familias, pero nadie se va a acordar de eso viendo esta película; y hay padres y madres gitanos que apoyan y quieren a sus hijas lesbianas; esto tampoco está en el imaginario payo, ni en la película).

Es ese “otro” que hemos visto por la mirilla National Payographic el que es machista y lesbófobo, es un pueblo atrasado “que ya nos alcanzará” (supremacismo blanco y teleológico: todos los pueblos tienen que seguir el mismo curso de la historia, “evolucionar” hacia el mundo blanco). Insisto: esto no es un problema “de” la película, ni la intención de la directora, es un efecto automático social, colectivo, público, que se da siempre cuando se publican escenas donde hay personajes o familias racializadas.

Salvar a las lesbianas y la nación

Cuando hablo de los efectos colectivos en la recepción de la película me refiero a esto: refuerzo del antigitanismo, y posibles usos para el “payonacionalismo”. Jasbir Puar acuñó hace años el término “homonacionalismo” para explicar un fenómeno que se dio tras el 11-S en EEUU, y que dura hasta hoy. Se trata de utilizar los derechos de una minoría oprimida (en este caso las personas LGTB) para discriminar y perseguir a otra (en este caso del 11-S, los musulmanes). Este mecanismo se basa en promover la idea de que “los derechos LGBT están en peligro, porque TODOS los musulmanes son homófobos”, con el fin de aplicar políticas nacionales islamófobas (“echemos a todos los musulmanes, para proteger a nuestros queridos compatriotas LGTB”).

En el caso de la película Carmen y Lola, quizá sin querer, se da material para un discurso que yo llamo payonacionalista: ahora podemos discriminar y rechazar aún más a los gitanos, porque hemos visto, gracias a la película, que son muy homófobos/lesbófobos. “Ellos” (los gitanos) amenazan “nuestros” derechos civiles (LGTB) y nuestra sociedad (paya). Otra vez el famoso nosequierenintegrar. El problema es que este enfoque, además de legitimar la discriminación, deja intactas la estructura patriarcal (que afecta a payos/as y gitanos/as, y más a las mujeres de ambas comunidades), la estructura homófoba global, y la estructura antigitana (no hay una reflexión o una interpelación de la comunidad mayoritaria, ni de sus interacciones con la comunidad gitana)

Filmando al “otro”

Otra reflexión que podemos hacer es la siguiente: ¿tiene sentido o legitimidad hacer una película sobre una comunidad a la que no perteneces? Por supuesto, cualquier director o directora es libre de hacer lo que quiera y sobre el tema que quiera. Pero, tal y como me señalaba mi amiga Fefa Vila cuando salimos de ver la película, si la directora no cuestiona su posición de privilegio en su lenguaje, ni en su enfoque, se puede caer en una mirada colonial, de hablar desde un lugar de poder (blanco, payo, cis, etc.) sobre una comunidad oprimida, sin interpelar ese lugar de enunciación privilegiado. Creo que la directora no ha sabido resolver ese problema. La cuestión no es que lo que sale en la película sea “real” o no, sino desde qué lugar se filma, se dirige, se habla, y para qué públicos. No se trata de caer en un integrismo o fundamentalismo (solo los negros pueden hacer películas de negros, los gais de gais, etc.) sino de hacerse responsable del lugar de enunciación y de cuestionar a la propia comunidad dominante, y la narrativa habitual. Y sobre todo aportar un poco de diversidad y hetereogeneidad. La película presenta unas familias y personajes muy homogéneos, muy planos, lo que refuerza una imagen estereotipada de pueblo cerrado y monolítico; en ese sentido creo que al espectador payo no le aporta nada: vale, dos chicas gitanas se enamoran, las familias lo llevan fatal, el padre es machista, la madre lo vive como un drama y no lo entiende. ¡Vaya novedad! El espectador sale como entró, con sus ideas preconcebidas confirmadas: lesbofobia, machismo, comunidad atrasada y cerrada, lo que ya “sabíamos” (en realidad no sabe nada, porque la comunidad gitana no es así, pero sus prejuicios antigitanos quedan reforzados).

Es necesario siempre preguntar para qué se hace algo, desde dónde se hace, y para quién: ¿La película va a “ayudar” a las lesbianas gitanas? (¿pero quieren que se las ayude?). ¿Va a cambiar o eliminar nuestros prejuicios antigitanos? ¿Va a ayudar a combatir el patriarcado? ¿Va a abrir un debate en la comunidad gitana sobre la diversidad sexual (un debate que ya han abierto gitanos y gitanas)? ¿Qué opiniones están teniendo los espectadores gitanos y gitanas? ¿La película va a generar más solidaridad de la comunidad LGBT no gitana, que por lo general no se interesa por el pueblo gitano, cuando no lo rechaza abiertamente?

Para responder a estas preguntas, propongo seguir el consejo de la escritora y cineasta Marguerite Duras: “No se trata de que sea necesario conseguir algo, sino de que es necesario salirse de donde se está”.

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