Tú también conoces a esa niña

Tú también conoces a esa niña

La niña que protagoniza esta historia está en todos los lugares. Cuando yo me la encontré tenía siete u ocho años, pelo rubio y acento español y viajaba en autobús con su padre.

27/07/2018

Amaia Zuza

Seguro que tú también te la has encontrado, quizá con otra edad, otro pelo u otra nacionalidad. Te juro que aquella niña era una maravilla, una mente brillante. Ese día amenizaba su viaje jugando con tres muñecos; dos princesitas con vestidos de colores pasteles, pelo largo y zapatos de tacón y una figurita de una bruja, de esas que venden en los mercados medievales. Ella les inventaba un paisaje y les ponía voces y yo me tomé la licencia de meterme en ese mundo fantástico que construía en directo para mi deleite. De vez en cuando la conversación con su padre la sacaba (y a mí también) del mundo encantado.

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-¿Por qué estás triste princesa uno?

-Me duele aquí dentro porque con estos zapatos no puedo correr.

-¿Y para qué quieres correr? Además gracias a ellos puedes coger los frutos más altos de los árboles, que son los más ricos.

-¿Por qué no le pones nombre a la princesa?

-No le hace falta, papá. Hay muchas como ella. ¿Qué más da cual sea?

-No cariño, ésta es tuya y tienes que ponerle un nombre.

-¿Para qué?

-Para que no se sienta perdida.

-Quiero correr porque así podré llegar a todos los árboles en muy poco tiempo. Además con este vestido no puedo bailar.

-¿Y para qué quiere bailar si ya tienes un príncipe?

-Para moverme con el viento. Tampoco puedo montar a caballo. ¡Yo quiero viajar!

-¿Para qué quieres viajar si aquí ya tienes todo lo que necesitas?

-Y esta corona me pesa tanto que no puedo girar la cabeza…

-¿Y para qué quieres girar la cabeza?

-Para poder mirar hacia atrás, ver sólo lo que hay delante es aburrido. Y éste pelo…

-¿Qué le pasa a tu pelo?

-Que me da calor en verano y se me eriza en invierno princesa dos.

-Pero tienes muchas cosas por las que estar contenta. Vives en un castillo muy grande, con una habitación muy bonita y un jardín enorme. Además estás con el príncipe más guapo del reino.

-Los muros del castillo son tan altos que huelo las flores, pero no las veo… Y el jardín es tan grande que nunca he podido verlo entero porque los tacones se me clavan en el barro…

-Esa princesa uno es un poco tonta ¿no?

-¿Por qué?

-Porque es una princesa, y las princesas siempre tienen que estar contentas. ¿Me dejas jugar contigo?

-Vale. Tú eres la bruja.

-Pero princesa uno ¡todas quieren ser como tú! ¡Mira ese vestido nuevo que te ha traído tu príncipe del País Muy Muy Lejano!

-Imagínate ir al país muy muy lejano princesa dos. ¡Tanto para explorar!

-¡Las princesas no exploramos!

-Muahahahaha ¡soy la bruja del reino!

-Hola brujita

-Hola princesa uno. He oído tus quejas por el viento. Vengo a castigarte, te convertiré en conejo, por ser tan desagradecida. ¡Muahahahahahaha!

-No papá, así no es. Las brujas son buenas.

-No cariño, son malas.

-En este juego no. Toma a la princesa dos, dame la bruja a mí.

-Hola brujita. ¿qué haces por aquí?

-Las nubes me han contado que estás triste ¿qué te pasa?

-Que no quiero ser una princesa.

-¿Pero cómo no va a querer ser una princesa?

-¡Chss! ¿juegas o no juegas?

-Juego.

-¿Es eso cierto princesa dos?

-Así es, dice que le duele dentro porque no puede correr, ni bailar, ni mirar hacia atrás. ¡Qué tontería!

-¿Por qué es una tontería?

-¡Es la princesa más guapa y más afortunada del reino!

-Subiros a mi escoba, os llevaré a dar un paseo. Mientras volamos tenemos que cantar, si no la escoba no se mantiene en el aire ¿vale?

-Vale.

-Tiritititita ta taaaaan tupa tupa tararabababa tiiiin, lalalalalalaaaaa laaaaa laaaaa…

-Ya hemos llegado a nuestro destino. La montaña hombro, desde aquí podéis ver todo el reino.

-Es muy bonito brujita.

-Sí, es muy bonito.

-Dime princesa uno, ¿qué quieres ser entonces?

-Una campesina.

-¡Pero cómo vas a querer ser una campesina!

-Princesa dos aprende a escuchar si no te convertiré en sapo. Cuéntame, ¿por qué quieres eso?.

-Para hablar con la tierra y mancharme de barro.

-Pero puedes hacer eso mismo siendo una princesa.

-No, no puedo. Si me mancho este vestido los reyes me ahorcarán.

-Tengo la pócima que necesitas. Apunta; quince pétalos de rosa, dos de amapola, un puñado de tierra, agua de cascada, dos piedras lisas, un poco de hierva y 50 huesos de aceituna. Tienes que tomarlo durante diez días.

-¿Y me convertiré en campesina?

-No pero tendrás la fuerza necesaria para ser lo que quieras ser. Y si quieres ser campesina lo serás, si quieres ser caballera, también. Ahora subid de nuevo a la escoba que os devuelvo al castillo. ¡No os olvidéis de cantar!

-Tiritititita ta taaaaan tupa tupa tararabababa tiiiin, lalalalalalaaaaa laaaaa laaaaa…

Qué decirte que no sepas, aquella niña estaba realizando un gran acto de subversión y coraje. Lo mejor de esta historia vino justo después. Yo estaba frente a ellos. Ella ya se había dado cuenta de que llevaba mirándola desde que me había montado en el autobús. Cuando terminó de jugar con su padre, acercó su cabeza a la mía, con las manos rodeando la boca, adelantándome que me iba a contar un secreto. Yo me incliné hacia ella, ansiosa de recibir el regalo que me ofrecía.

-¿Sabes qué? La pócima de la bruja no era mágica, pero la princesa se lo creyó con tanta fuerza que consiguió quitarse los zapatos, el vestido y la corona. Y bailó, corrió y fue muy feliz.

-Vaya ¡qué sorpresa!

-Tú eres una bruja ¿verdad?

-¿Cómo lo has sabido?

-Porque tienes cara de buena.

-¿Me guardarás el secreto?

-Claro que sí.

Volvió a su postura erguida, mirando por la ventana, pero al cabo de menos de cinco minutos, de nuevo, se acercó a mi oído.

-¿Y tú? ¿Me guardas un secreto a mí?

-Dime.

-Tienes que decirme que sí, si no no vale.

-Claro. Sí, te lo guardo.

-Yo soy la princesa uno.

 

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