Mina: un misterio sin archivar

Mina: un misterio sin archivar

Se cumplen cuarenta años desde que Mina (Busto Arsizio, 1940), la rotunda diva italiana detrás de éxitos como ‘Parole, Parole’, se impuso un exilio rodeado de misterio en el sureste suizo. Desde allí, convertida en un mito prácticamente invisible, sigue grabando discos insólitos que se convierten automáticamente en éxitos de ventas.

Texto: Carlos Bouza
Imagen de portada del disco 'Salomé' (1981), en la que aparece como mujer barbuda

Imagen de portada del disco ‘Salomé’ (1981), en la que aparece como mujer barbuda

Totalmente retirada de la vida pública desde 1978, Mina Mazzini continúa emitiendo regularmente desde su mansión de Lugano (Suiza) lo que parecen mensajes extraterrestres. Estos llegan siempre envueltos en el mismo tipo de artefacto: un compact disc, a menudo en formato doble, cuya portada presenta al mundo la más reciente entidad virtual de la artista. Aquí y ahora, en julio de 2018, Mina es oficialmente una alienígena procedente de la galaxia Maebe: la terra incógnita que da título a su último trabajo discográfico.

En cuanto al contenido de las emisiones, podemos decir que conforman el legado musical más expansivo e imprevisible de la música italiana moderna: un conjunto que se desvía caprichosamente por las rutas de la música sacra, la ópera, el pop, el jazz, el bolero, el rap o la experimentación con texturas electrónicas. Para su elaboración, Mina puede convocar a amigos y amigas reclutadas en cualquier parte del mundo, pero los duetos suelen materializarse en condiciones extrañas: puesto que no todos son invitados a penetrar en su estudio casero, las aportaciones vocales se resuelven a menudo a través de un frío intercambio de archivos.

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Mientras todo esto sucede, es habitual que los paparazzi monten guardia a las puertas de la fortaleza, aguardando a que la fantasma o la extraterrestre decida asomarse al mundo convencional, para certificar que ni siquiera ella puede contradecir al paso del tiempo y la degradación física. A veces obtienen su fotografía, pero, de todos modos, ¿es realmente Mina esta anciana de cabello color fuego, piel traslúcida y enormes gafas de sol? La respuesta no importa. Decía el escritor Sam Shepard, en relación a Bob Dylan, que su caso nunca se archiva porque el misterio jamás se resuelve. De igual modo, el secreto de la pervivencia de Mina reside en parte en el hecho de que su misterio sigue produciéndose una y otra vez.

A sus casi ochenta años, la estrella esquiva no necesita pisar un escenario o someterse a rondas promocionales para conservar un público fiel y caudaloso, siempre dispuesto a seguir horadando en el mito. Mientras escribo esto, su discografía supera ampliamente las cien referencias, entre grabaciones inéditas y recopilatorios oficiales. Cada nueva entrega escala rápidamente las listas de éxitos, y entre todas suman más de setenta y cinco millones de copias vendidas. Hay algo claro en todo este misterio: nunca Italia había producido un fantasma tan rentable como Mina.

Los primeros años

Cuando era niña le gustaba elevarse de puntillas y perseguir las notas que nacían del pecho de la abuela Amelia, alargándose en el aire como una magia. Fue así como Mina conoció el bel canto, justo antes de descubrir que la radio lanzaba hechizos igual de efectivos, pero más modernos. Según su hermano, los nuevos conjuros venían de lejos, muy lejos de la región de Cremona donde ambos se criaban juntos, y allí alguien los había bautizado con el nombre de rock’n’roll.

En cuanto supo que aquel sonido joven se estaba extendiendo por Italia, Mina puso rumbo a Marina Di Pietrasanta, una localidad de vacaciones en la costa toscana que se había rendido ya a las tendencias de moda. Allí, en un pequeño local conocido como La Bussola, apoyada instrumentalmente por su padre y hermano, Mina se convirtió por primera vez en Baby Gate: un torbellino juvenil que traía consigo el nuevo lenguaje procedente de ultramar. Su ascenso fue meteórico, propiciado por los vientos de cambio que a mediados de los cincuenta se estaban registrando en la música italiana. A regañadientes, los tradicionalistas habían pasado el testigo a la vanguardia de los urlatori o gritones: cantantes que, como ella, Tony Dallara o Adriano Celentano, se abrían camino adaptando fórmulas pop de origen anglosajón.

En su caso, pronto llegaron los primeros discos, construidos sobre versiones de rockeros rebeldes como Gene Vincent, que le sirvieron de salvoconducto para introducirse en los principales escaparates promocionales de la época. A saber: la televisión y el cine de derribo, donde Mina (ya con su nombre real) encadenó películas diseñadas para exhibir su espaciosa voz de mezzosoprano, a menudo encogida para que pudiese encajar en los sencillos rocanroles que demandaba el público adolescente.

La grabación del twist ‘Tintarella Di Luna’, en 1959, fue un hecho decisivo en su carrera, pues hablamos de la canción que imprimió en el imaginario popular italiano la fantasía más insistente alrededor de la primera Mina: una ilusión basada en el arquetipo de chica inocente, apenas distinguible del resto salvo por su afición a broncearse con rayos de luna, y que la cantante no tardaría en contradecir. Por lo demás, el fenómeno Mina era ya imparable, filtrándose incluso en las capas más duras de la cultura popular: a comienzos de la siguiente década, su música podía sonar al mismo tiempo en los pickups adolescentes y en las primeras películas abstractas de Michelangelo Antonioni, como ‘La Aventura’ (1960) o ‘El Eclipse’ (1962).

Un poco antes, en 1960, hizo su primera aparición en el festival de San Remo, con menos éxito de lo esperado: ni ese año, con la canción ‘É Vero’, ni en las sucesivas ediciones, lograría alzarse con el primer premio del concurso. Sin embargo, su revancha fue larga y modélica: en el futuro, la artista acostumbraría a recuperar temas ajenos que habían pasado desapercibidos en el certamen, incluyéndolos en discos de enorme acogida comercial. De algún modo, San Remo supuso un antes y un después en la trayectoria de Mina, que ya estaba a punto de liberarse parcialmente del corsé pop para investigar en un repertorio estilísticamente flexible y arriesgado. Arrancaba así la construcción de la llamada ‘Tigresa De Cremona’.

Lo importante es acabar

Durante meses, la canción pasó de mano en mano como si se tratase de una granada de la que ninguna cantante quería hacerse cargo, tal vez por la regla tácita que disuadía a las mujeres de cantar cosas así. Al menos hasta que llegó Mina. El tema, compuesto bajo seudónimo por un principiante Gino Paoli, se llamaba ‘Il Cielo In Una Stanza’ (‘El Cielo En Una Habitación’), y narraba de forma elíptica algo tan poco novedoso como una relación sexual. Sin embargo, la canción era del todo moderna: sofisticada en sus arreglos, imaginativa en su descripción del espacio, rupturista en el hecho de que fuese una mujer la que hablase abiertamente sobre la importancia del placer compartido.

Con aquel éxito Mina conoció por primera vez la censura y el escándalo, pero ni el veto de la RAI ni la cruzada de las emisoras católicas consiguieron acobardarla. Muy al contrario, ‘Il Cielo In Una Stanza’ abrió un ciclo de interpretaciones cada vez más lúbricas y temperamentales, como la de la categórica ‘L’Importante È Finire’ (‘Lo Importante Es Terminar’): una composición de 1975 en la que Mina hablaba sin grandes rodeos de su derecho a correrse. Para la actriz y cantante argentina Elena Roger, que en 2004 coescribió el musical tributo ‘Mina…ché cosa sei?!’, el impacto de estas canciones entre las mujeres italianas radicaba sobre todo en el modo en que sus temas se enredaban con habilidad en la vida ordinaria. Así lo expresaba en el diario Página 12 ese mismo año: “(Sus letras) tienen mucho que ver con lo cotidiano: una mujer que va al supermercado y se enamora de todos los hombres que ve; una que visita al médico y le pide todo tipo de remedios; otra que se queja porque tiene una piedra en el zapato. Y por otro lado, Mina habla sobre los sentimientos contradictorios que los hombres despiertan en las mujeres, como se ve en ‘Grande, Grande, Grande’ o ‘Parole, Parole’”

La mala fama

En 1962, en medio de la incomodidad que ‘Il Cielo In Una Stanza’ había generado en los sectores más retrógrados del país, Mina se quedó embarazada de un hombre casado y decidió emprender su maternidad en solitario. Este episodio brindó a la RAI la ocasión perfecta para intensificar la campaña en su contra, imponiendo un nuevo veto que la desterró de la radiotelevisión pública durante casi dos años. Pero Mina no luchó ni se retrajo: simplemente continuó con su trayectoria, recorriendo Europa con las nuevas canciones que se acumulaban en la maleta. Durante su estancia en Alemania le llegaron los primeros ecos del clamor que exigía su regreso, y a continuación se sucedieron los ruegos, las disculpas y las ofertas. La negociación con la RAI no se dilató demasiado: en poco tiempo, Mina retornaba a Italia con la empresa convertida en su feudo.

La mujer que volvió era muy diferente a la de antaño: más dura en apariencia, pero también más desencantada y proclive a la desconfianza. Como todas las marcas de éxito, se acostumbró a duras penas a la falsificación en serie que recorría Italia, donde la demanda de cejas depiladas, pintura negra en los párpados y lunares que cambiaban de sitio generó miles de réplicas a lo largo del país. Pero lo peor era el juicio constante. Lo peor, en definitiva, era el sentimiento de alienación que no dejaba de crecer. Entrevistada en 1967 para la revista Garbo, Mina declaraba: “Ahora ya no soy una mujer, una criatura, sino un robot; o mejor dicho, una jukebox que canta”. La respuesta parecía abrir un camino interesante, pero el cuestionario estaba a punto de quedar suspendido en el vacío. “Ahora que ha alcanzado la cumbre del éxito, ¿cuál es su mayor ambición?”. Esta vez, el periodista tuvo que conformase con un gesto: Mina agacha la cabeza, incapaz de responder.

En cualquier caso, se mantuvo bajo los focos durante una década más, convertida en una presencia ubicua tanto en los platós televisivos como en las tablas de los mejores teatros. Hasta que en el verano de 1978, en un gesto de gran poder simbólico, regresó a La Bussola para ofrecer un último concierto. Allí aguardó pacientemente hasta completar la última canción, y después agitó su renuncia ante los medios y la audiencia, erradicando de sí todas las incomodidades de la fama con un sonoro “¡váyanse ustedes a la mierda!”. Aquella noche, según su antiguo colaborador Augusto Martelli, Mina “consiguió al fin su libertad para hacer lo que quisiera: comer, engordar o enamorarse sin ser juzgada”.

La demolición

En una de sus cubiertas más impactantes, de 1987, encaja su cabeza en el cuerpo de un culturista masculino

En una de sus cubiertas más impactantes, de 1987, encaja su cabeza en el cuerpo de un culturista masculino

Ayudada por un pequeño equipo de directores de comunicación, dibujantes y fotógrafos, la artista había comenzado en realidad el proceso de demolición de su imagen pública en 1971, con la edición del álbum “Mina”: el primero de su discografía en el que su rostro no aparecía en portada, sustituido en aquella ocasión por el retrato de un pequeño chimpancé.

Lo que parecía una broma típicamente minesca abrió sin embargo una extensa secuencia de diseños impactantes, en los que su antigua imagen tantas veces imitada pasaba a ser objeto de mutaciones imposibles. Las cubiertas podían desafiar invariablemente a las convenciones de género (Mina convertida en la mujer barbuda; su cabeza encajada en el cuerpo de un culturista masculino); a la lógica (Mina envuelta en cáscaras de naranja, o con una tarta de cumpleaños con velas-cohete a modo de sombrero); a las habladurías (Mina retratada como una mujer obesa, como respuesta a los rumores sobre su sobrepeso) o incluso a su propia condición humana (Mina convertida en pájaro o en una ciborg calva), pero el mensaje era siempre el mismo: Mina había sido reemplazada para siempre por un icono líquido, imposible de capturar.

Una batalla en curso

No obstante, siguió permitiéndose alguna concesión, siempre a su manera: por ejemplo, encargándose de un consultorio en la edición digital de Vanity Fair, concebido como un punto de encuentro con sus fans, pero que al mismo tiempo le permitía mantenerse fuera de plano. En algún momento de 2012, de entre las muchas consultas que se acumulaban en su ordenador, seleccionó el correo de Jenny: una joven discriminada por su jefe a raíz de su reciente maternidad, y que apenas encontraba consuelo en las canciones de su artista favorita. Mina la alentó con afecto y cariño, lamentándose de que el mundo fuese todavía un lugar tan hostil para las mujeres. “No debemos bajar las armas –escribió-. La guerra más fatal y violenta sigue aún en curso, y es aquella en contra de la dignidad (….) Te abrazo, querida”.

Cuarenta años después de su reclusión, tal vez esta diva fantasma no esté tan alejada como creemos de este plano de la existencia.

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