Ebria de amor líquido

Ebria de amor líquido

 Laura Gaitán García

fcomsalamanca | AMISTAD

No suele resultar sencillo crearnos un relato propio de las experiencias que vivimos. Y más difícil nos resulta si dichas experiencias provocan emociones, inseguridades, sentimientos o grandes pasiones. Tendemos a explicarnos las cosas desde el yo pero se nos olvida tener […]

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20/07/2018

 Laura Gaitán García

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No suele resultar sencillo crearnos un relato propio de las experiencias que vivimos. Y más difícil nos resulta si dichas experiencias provocan emociones, inseguridades, sentimientos o grandes pasiones. Tendemos a explicarnos las cosas desde el yo pero se nos olvida tener en cuenta que, en la mayoría de los casos, nuestros procesos son compartidos por y con otras personas. Intentaré, a través de este humilde artículo, crearme un relato propio de lo que ha supuesto para mí el uso/consumo de redes sociales para ligar estos últimos años. Con un relato propio quiero referir a uno que me sea útil, que me permita entenderme pero también a entender al otro, y todo ello desde una perspectiva que me ayude a deconstruir ciertos mitos y me empuje a construir en colectivo. Antes de hacerlo, quisiera agradecer enormemente a Brigitte Vasallo por poner palabras en una entrevista para SomAtents, a los pensamientos que desde hace tiempo me rondaban. Pedirle también “disculpas” por compartir su discurso y apropiarme de alguna de sus ideas para crearme un relato.

He sido consumidora (más adelante se entenderá el porqué de la elección de este término y no de otro) de aplicaciones para ligar como Badoo, Tinder y Adoptauntio. Antes de comenzar a escribir el presente artículo, quise investigar sobre la información que los mass media nos transmiten de dichas apps. Saturada de leer tanto artículos sobre las aplicaciones mejor y peor valoradas por los supuestos usuarios, como de consejos sobre lo que debemos hacer o esperar de ellas las mujeres como mujeres y los hombres como hombres que somos; y agotada de recetas mágicas y estereotipos cansinos, he querido intentar hacer una reflexión diferente. Me gustaría reflejar lo que está suponiendo para mí deconstruir el amor romántico en el que he sido educada. Los entresijos y contradicciones que ello conlleva, pero también las pequeñas y grandes victorias que voy consiguiendo o están por venir. Hablar de los peligros del consumo de cuerpos pero también de la liberación sexual necesaria. De la gestión de la culpa dentro del empoderamiento político. De mi cuerpo y mi sexualidad. Y es que en muchas ocasiones me he preguntado: ¿qué es lo que me pasa? ¿Por qué incluso estando “soltera” por supuesta elección ansío tener una relación que cubra un supuesto vacío que siento?.

Aunque la respuesta no es sencilla de elaborar, sé que es importante para mí sentir que pertenezco a una red de apoyo mutuo, que existen varias personas que me cuidan y a las que cuido. Y es que la elección de “estar soltera” no tiene porqué criminalizar la necesidad de vínculo. Como ser humano que soy, necesito compartir, cooperar y construir con otros. Pero quizá de una forma alternativa al modelo de pareja que nos pauta la sociedad, en el cual siento a veces que no encajo.

Considero importante que para ser honesta al hablar de mi experiencia, marque primero mi lugar de enunciación. Es decir, desde dónde hablo y lo que ello supone. Pero dejando claro que esta es una experiencia, la mía. Y para ello, como si de un perfil de una aplicación cualquiera se tratara, me presento como: Mujer cis y hetero. Blanquita y originaria de la ciudad en la que vivo. Con trabajo y estudios “superiores”. Cuerpo normativo de treintaimuchos y sin descendencia. Feminista y estudiante de un máster de sexología y género.

Muchos privilegios, pero alguna que otra opresión también.

Como muchas mujeres de mi edad, me he criado en el mito del amor romántico. Crecí con Dirty Dancing, Grease y Pretty Woman. Tuve una educación sexual tabú por parte de padre y algo conservadora por parte de madre. La única mujer de tres hermanos. Tuve mi primera relación sexual algo tardía si atendemos a lo que el grupo de iguales dictaba, pero muy acorde a lo que se esperaba de mí por la educación recibida. Fui educada para amar de una manera muy determinada. He vivido una dualidad continua entre la razón y la pulsión. Siempre en contradicción entre lo aprendido y lo deseado.

El amor romántico fue consolidándose a comienzos del siglo XIX, cuando las relaciones dejaron de ser decididas por el entorno para pasar a ser una supuesta elección personal. Dicha elección personal, en principio libre, es la que ha aprovechado el capitalismo para vendernos una idea de individualidad en el amor que le beneficia enormemente. Y es que considero que para que existiera una libertad real sería necesario dejar de concebir el amor y los afectos como algo individual y privado, y otorgarles el lugar que merecen en el debate y la reflexión colectiva. Si entendemos nuestra forma de vivir el amor como algo personal en último término, caemos en la trampa y es por ello tan difícil desmontar ciertas ideas que pueden ser caldo de cultivo de futuras violencias de género. Y es que el amor romántico es una herramienta muy potente para controlar y someter a las mujeres, incluso a aquellas que creemos tener muy claro que no somos ni seremos propiedad de nadie. Se nos ha educado a que “por amor” seamos capaces de surfear situaciones de maltrato y abuso, capaces de sacrificar nuestras libertades y redes afectivas, capaces de abandonar nuestros sueños. Capaces de soportar no ganar nunca una eterna competición entre nosotras. El supuesto “verdadero amor” nos dignifica, nos eleva. Se sustenta en un sin fin de mitos como “que el amor todo lo puede”, “que es para toda la vida”, “que quien bien te quiere te hará llorar”, etc. Pero el lado más amargo del amor romántico nos convierte en seres dependientes y a veces incluso egoístas al utilizar todo tipo de estrategias para conseguir lo que creemos que deseamos.

Esperamos que el otro “lo deje todo por amor” y cuando este amor termina, nos deja abatidas y abatidos, y habiendo perdido todo lo que teníamos. Este amor del imaginario colectivo es todo menos amor. Es dependencia, necesidad y miedo a la soledad. Hemos llegado a tal punto que saltamos de una relación a otra como si estar sin pareja nos diera urticaria. No aprender a estar “solos y solas” nos lleva a que la pareja ocupe un lugar privilegiado en la jerarquía social y determine nuestra forma de relacionarnos con los demás. No queremos perder dicho privilegio porque supondría enfrentarnos a la ardua tarea de buscarnos un lugar en el mundo difícil de ocupar cuando no tienes la estabilidad que te proporciona la pareja.

Aunque el capitalismo y su individualismo nos han hecho interiorizar que las relaciones de pareja deben estar basadas en una independencia, las nuevas formas de ligoteo en la red conllevan el peligro de que dicha independencia limite el contacto real con el otro. Es decir, hace difícil la construcción de relaciones de reciprocidad y la lucha por un bien común. Es por ello que a la mínima tensión en el inicio de una nueva relación sentimental, nos agarramos a la gran y variada oferta que hay en el nuevo “mercado de la carne”, sin molestarnos en conocer a fondo a nadie. Nos centramos en el yo, en lo que necesitamos y deseamos por encima de todo, no dejando lugar a profundizar en la persona que tenemos delante.

Hoy día se intercambian cuerpos y se crean relaciones en la red como si de mercancía se tratara, disfrutamos en nuestras propias carnes de las leyes de la oferta y la demanda. Me ha resultado contradictorio que en mi caso esta forma de concebir y hacer uso de mi cuerpo haya supuesto un empoderamiento y liberación sexual necesario y anhelado, puesto que siempre me fue prohibido, pero a la par me haya dejado de alguna manera ‘ebria de amor líquido’. Poco a poco la sociedad va deconstruyendo las relaciones monógamas, y las va transformando en relaciones menos exigentes y con más derechos que obligaciones. Hasta ahora, eran únicamente los hombres los que, a escondidas, jugaban un juego en el que las reglas no habían sido definidas ni pactadas. El despertar de las mujeres en dicho sentido está suponiendo la deconstrucción del mito del amor romántico en el que fueron educadas. Pero, aunque liberador y necesario, sigue siendo un espacio por el que caminamos de puntillas y se hace necesaria una reflexión conjunta que nos ayude a construir en colectivo. Estamos asumiendo que el mercado entre en nuestra cama consumiendo sexo como si de cualquier producto se tratara. El peligro de todo esto es que acabamos deseando la novedad continua. Nos enganchamos al sexo casual y diferente como si de una droga se tratara, esquivando el miedo a perder a una persona debido a la facilidad de reponerla por otra. Esto nos lleva a no cuidar las relaciones esporádicas, a no tener en cuenta al otro y su particular vivencia. Nos perdemos personas maravillosas en el camino con las que sería posible construir relaciones afectivas, donde el sexo pueda estar o no presente. Parece que ya no estamos dispuestos y dispuestas a pasar por etapas difíciles y reconstruir desde la paciencia y el respeto. Comparamos a la persona que tenemos delante con un supuesto ideal de persona que consideramos posible encontrar, puesto que el escaparate de las aplicaciones cambia las ofertas a diario. Es cuestión de seguir probando.

Es contradictorio el enganche que proporciona jugar la partida frente al anhelo de encontrar a alguien especial que esté ahí para cuidarnos siempre. Y es por ello en parte que seguimos jugando, esperando “ganar la partida”. Los deseos y las relaciones se multiplican y diversifican cada día, y eso es una gran victoria. Pero para que las relaciones que tengamos, sean las que sean, importen, es necesario que aprendamos a cuidarnos y construyamos en colectivo, de forma contraria a la idea de sustitución de unas personas por otras que nos vende el capitalismo.

Y es que la ruptura con el amor romántico debe pasar por rescatar lo bonito del vínculo. Pero quizá no un vínculo exclusivo de pareja, sino un vínculo colectivo. Crear tejido con otras personas, puesto que el que la pareja sea nuestro único apoyo emocional nos hace débiles. Pero la idea de comunidad nos fortalece y nos permite avanzar como sociedad. Es difícil que incluso las relaciones más rompedoras, diversas, no normativas y transgresoras no caigan dentro de este bucle. El capitalismo intenta siempre mercantilizar todo aquello que producimos. Se nutre de ello y lo utiliza para vendernos algo. Si ir a “contracorriente” se convierte en una moda, acabaremos comprándolo de alguna manera. Y no hablo de que el sexo sin amor no deba existir y disfrutarse, pero no es lo mismo una noche de sexo con alguien que te está cuidando, que con alguien que te hace sentir un producto. Y es que el sexo nos revuelve las tripas del modo más dulce, nos englobamos gracias a la droga más sexy. Pero aunque el inicio de una relación es lo más atractivo y parece lo más relevante, no debemos pasar por alto el resto de cosas que se construyen en la misma con el tiempo, que la sostienen. Si nos olvidamos de esto, considero que no habremos construido nada a pesar de que los deseos, prácticas y relaciones sean cada vez más diversas y libres. A pesar de que las mujeres nos sintamos más liberadas sexualmente. Si cargarse la monogamia implica consumir cada fin de semana a alguien, me parece absolutamente maravilloso. Pero que sea desde los afectos y los cuidados. El potencial transformador de las relaciones no monógamas debiera ser que conlleven cambiar cómo nos relacionamos entre nosotras y nosotros.

Aunque cueste creerlo, es posible relacionarnos de otro modo. Hoy por hoy considero que pertenezco a una red de apoyo que, a través del esfuerzo y a pesar del paso de los años, se consolida y se hace más fuerte con el tiempo. Una red que me sostiene. Una red compuesta por amistades y familia. Amistades que tienen pareja en su totalidad y descendencia en su mayoría. Pero donde, y a pesar de las jerarquías antes mencionadas, siento que yo ocupo un lugar privilegiado. Aunque quedarme “sola” haya transformado mis relaciones sociales, es posible crear espacios de seguridad y confort en los que sentirte cuidada y querida. Redes de apoyo en las que participas de crianzas y proyectos vitales ajenos, pero sientes como propios. Y aunque por su complejidad, quizá no sea necesario poner la relación de pareja al mismo nivel que el resto de relaciones sociales, puesto que supondría dar veinte vueltas de campana al sistema en el que vivimos, creo que es posible crear un imaginario de pareja diferente.

En palabras de un buen amigo: <<¿Qué haríamos una noche cualquiera, muertos de frío en mitad del bosque, si no supiéramos, que más cerca que lejos, nos espera nuestra pequeña tribu?>>.

 

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