Música y personas sordas: ¿Quimera o sacrilegio?

Música y personas sordas: ¿Quimera o sacrilegio?

Nos encargan interpretar una canción en lengua de signos para personas sordas y nos asaltan mil dudas… La música no es un territorio exclusivamente oyente, pero descifrar dónde se encuentran el punto de encuentro con esta comunidad lingüística es complicado. Abordemos la controvertida apropiación cultural y atrevámonos a dar pasos para resignificar el trabajo de interpretación en este ámbito.

14/06/2018

 

Son las 22:30, hora de máxima audiencia, de un lunes cualquiera. En el programa musical de moda esta temporada cantan y por una vez, también en lengua de signos. Me atrevo a dibujar el escenario al otro lado del televisor y suena bastante dispar: hay halagos, aplausos, emoción, pero también me imagino desconcierto, hastío y cuestionamiento. Desde ese panorama lleno de matices y complejidades me planteo explorar: ¿Cómo se conjugan la música y las personas sordas?

Las más reaccionarias dirían que simplemente no tiene sentido, que una producción cultural eminentemente auditiva no tiene nada que ver con un público sordo. ¡Neguemos así que hay personas sordas que disfrutan de la música! Sonrío recordando su cara al ponerse aquellos cascos conectados a un amplificador y darle al play. Ahí estaba, bailando al más puro estilo DJ sordo, dándolo todo en el salón de casa. No estamos hablando de los mismos códigos, por supuesto, su manera de percibir la música es justo esa, la de una persona sorda que no la oye, pero el ritmo y las sensaciones van mucho más allá del conducto auditivo. Quede de manifiesto que hablo desde mi experiencia como persona que ha vivenciado esas situaciones sin ser el sujeto de la acción, debido a mi condición de persona con audición. Desde esa posición adyacente, me atrevo a decir que en ocasiones el cuerpo adquiere otra dimensión para las personas sordas en estos contextos.

El modelo de acceso que se ofrece mayoritariamente en la interpretación de canciones a lengua de signos es el de la manera en la que la gente oyente percibe y concibe la música. Un acceso a una percepción construida desde un imaginario oyente. Es ahí donde me pregunto, ¿es eso lo que realmente les interesa a las personas sordas, o deberíamos indagar en torno a cuáles son esos códigos propios y trabajar en conjunto hacia otras direcciones? En este sentido, un ejemplo brillante de cooperación entre cultura musical sorda y oyente, es el trabajo realizado por el equipo de interpretación en la gala de Eurovisión de 2015 celebrada en Viena (disponible en YouTube a cachitos). Un equipo mixto, compuesto por intérpretes sordes y oyentes, se encargó de dirigir un proceso tan largo (¡6 meses!) como emocionante, en palabras de una de las coordinadoras.

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Un trabajo que presenta un reto en sí mismo por el carácter híbrido de su articulación. Por una parte, conceptualmente hablaríamos de una traducción, ya que contamos con un determinado margen de tiempo previo a la producción y tenemos un texto estable sobre el que trabajar. La canción no cambia, es algo fijo, lo que nos permite probar y debatir hasta topar con el equivalente lingüístico que más nos convenza. Pero a un mismo tiempo tenemos que denominarlo interpretación también, ya que al producto signado final no le vamos a poder retocar un signo a última hora tan fácilmente como lo haríamos si se tratase de dos textos escritos. Existe un carácter de simultaneidad inherente en la misma producción signada. La modalidad visual y no escrita intrínseca a las lenguas de signos, añade componentes específicos y estos aumentan el grado de complejidad de la tarea lingüística en sí misma. En definitiva, por muy bien que se tenga estructurado el texto signado en la cabeza cuando una se sube al escenario o cuando se inicia la grabación, se le da al play y solo hay una oportunidad. Si nos retractamos de alguna expresión o queremos reformular algo, corregirlo implicaría una nueva producción al completo.

Buceando en la idea de equipos mixtos introducida con anterioridad, fantaseemos un poco e imaginémonos una mesa redonda en la que encontrarnos. Yo escucho la canción y tú lees la letra a un mismo tiempo. Cuéntame qué te transmiten las palabras, qué historia ves ahí, yo compartiré mis sensaciones corporales al escucharla. Te puedo explicar matices como el desgarro o el desenfado en la voz, mientras tú me cuentas lo que te sugieren las expresiones faciales de la cantante. Dejemos a un lado las transliteraciones ‘palabra-signo’, ‘palabra-signo’, y contemos historias, ¡a las personas sordas les encanta contar historias!, y ¿qué es una canción sino un relato? Aprovechemos así una característica cultural prominente en nuestra comunidad como algo beneficioso en esta tarea. Atreviéndonos a dejar a un lado el miedo que nos inspira todo lo que no sea una interpretación literal, el ser cuestionadas por no ser lo suficientemente “fieles” al mensaje. Hablamos de ámbito artístico y aquí, amigas, la rigidez no es una buena compañera. Exploremos así interpretaciones libres, propongamos alternativas visuales, imaginemos cómo sería el videoclip que mejor transmitiría el sentido que le vemos a esa canción y tomemos como referencia esa pequeña película inventada en nuestra cabeza. Tendamos la mano y colectivicemos este proceso de creación, no solo como manera de acercarnos a una transmisión eficiente del mensaje sino como manera de (re)descubrir de la mano de compañeras sordas qué es eso de la música.

Un tema candente relacionado directamente con este tipo de producciones artísticas es el de la apropiación cultural. Es cierto que proliferan los videos de personas oyentes que han aprendido cuatro signos y deciden grabarse “cantando” su canción favorita para colgarlo en YouTube. A una se le abren las carnes al ver algunas cosas… Estar bajo los focos puede ser muy tentador, y despolitizar una lucha muy peligroso. Pero permitidme puntualizar, y romper una lanza a favor de ciertas compañeras también, diciendo que considero que no toda canción signada corresponde apropiación cultural por el mero hecho de estar producida por una persona oyente. Las que me conocéis sabéis que en este punto preguntaría: ¿qué es ser oyente, para empezar? Eso me daría para otro artículo y hoy no es el día. A lo que iba, si vamos a basarnos únicamente en los resultados de una audiometría para validar o no un trabajo realizado con un mínimo rigor, esperad que me bajo.

El modelo médico de patologización de la “sordera” nos ha hecho mucho daño como comunidad, no le demos la vuelta ahora para erigirnos (algunos) como fiscalizadores de la lengua. Con esto no quiero decir que la presencia de la lengua de signos en determinadas canciones no sea muy cuestionable, aunque se haga bajo ciertos estándares de profesionalidad. Seamos críticas, ¡por supuesto!, y valoremos con seriedad si esta inclusión lingüística se ha hecho como mera estrategia de marketing o gancho para un público oyente que siempre quedará fascinado, alabando las virtudes de una lengua que no entiende. Pero si realmente hay un proceso sistemático presente, un posicionamiento firme mediante el cual la lengua de signos adquiere un protagonismo parejo al de la lengua oral, si esta tiene un lugar propio dentro del producto musical, seamos también capaces de aplaudirlo y decir, “¡olé, claro que sí!”, nos guste más o menos el estilo de música que represente. Creo que algo muy muy básico que se nos escapa en este punto es que, ¡tampoco a todas las personas oyentes les gustan todos los tipos de música! Así que, desarrollemos la capacidad de valorar por una parte la adaptación lingüística/cultural y por otra la preferencia en estilo musical que tengamos cada una.

Por último, volviendo a la dicotomía presentada al principio; personas sordas vs personas oyentes; legitimidad para la producción vs colonización de la práctica. Seamos realistas y, colocando de antemano sobre la mesa el histórico de opresión y privación de la lengua que cargan las personas sordas en la mochila, aceptemos (aunque duela) que ser una persona sorda tampoco es sinónimo de desempeño de esta tarea musical bajo unos criterios lingüísticos de calidad “per se”. Transitemos así hacia clasificaciones enraizadas en torno a habilidades lingüísticas específicas, centrando nuestra atención de esta manera en las competencias de registro de la signante, más allá de su presencia o carencia de audición.

Leo todo esto y me imagino a mi misma en clase, un tanto abrumada con tanto discurso, tratando de llegar a “tocar” lo que estamos hablando. Así que paso a cerrar la reflexión compartiendo uno de los recursos que más me han inspirado en este camino, mi canción sorda favorita.

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Música, sin música. Sí, así, como suena. Toda una experiencia “radical” para las oyentes que nunca lo hayáis experimentado y una ventana con vistas para las compañeras sordas que anhelen producciones musicales propias. Ritmo, una letra tan ácida como política y todo el arte del mundo se entremezclan en este vídeo que hace las delicias de mis ojos cada vez que lo veo.

¡A bailar se ha dicho, chicas!

Para leer más:

Música sin oído

Comunidad sorda y feminismo: no basta con poner intérprete

Nota de la editora: Puede que te interese conocer el Glosario Feminista en Lengua de Signos que impulsamos hace unos años desde Pikara Magazine.

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