Querida pareja: no te trataré como mi abuela a mi abuelo, ni como mi madre a mi padre y me lo agradecerás

Querida pareja: no te trataré como mi abuela a mi abuelo, ni como mi madre a mi padre y me lo agradecerás

Isabel González Ramos

Demet | Pareja | Creative Commons

Hace unos meses leí un post en Facebook que compartía Plataforma Antipatriarcado sobre cómo las mujeres, en relaciones heterosexuales, siempre tienen que trabajar para deconstruir a sus parejas, moldearlas y hacerles ver que también son personas. Un esfuerzo que […]

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11/05/2018

Isabel González Ramos

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Demet | Pareja | Creative Commons

Hace unos meses leí un post en Facebook que compartía Plataforma Antipatriarcado sobre cómo las mujeres, en relaciones heterosexuales, siempre tienen que trabajar para deconstruir a sus parejas, moldearlas y hacerles ver que también son personas. Un esfuerzo que seguramente en muchas ocasiones resulte inútil. Lo firmaba una mujer llamada Inés Morales a la que le agradezco su perspectiva, porque me hizo replantearme a mi cómo funcionábamos mi entorno y yo en este ámbito. Como dice Ana de Miguel, una parte importante del orden social es la que atañe a las relaciones en los sexos y sería un gran error considerar esta cuestión como privada.

La misma autora recuerda la importancia que tuvo históricamente el derecho a elegir pareja en función de la atracción y la afinidad personal. Una idea feminista y revolucionaria. El amor romántico entendido como la búsqueda y elección de una persona para compartir un proyecto común de acuerdo con la preferencia individual –y no por el mandato de pautas familiares, tradicionales y económicas- contribuyó de forma decisiva a liberar a las mujeres de los matrimonios forzados. Sin embargo, aún con parejas varones que hemos elegido, las desigualdades resultan patentes.

Desde pequeñas, si hemos crecido en familias normativas, estamos más expuestas a la socialización patriarcal. Aprendemos a diferenciar comportamientos entre género y observamos cómo se trata entre sí cada miembro de nuestro entorno. En las relaciones sentimentales, veíamos primero cómo las abuelas, educadas por el franquismo y la Iglesia, se convertían en la sombra de los abuelos y les iban facilitando el camino de la logística hogareña y luego, cómo (en el mejor de los casos) las madres, herederas del mayo del 68, la cultura hippie, la revolución sexual de los 60 o la movida, al menos se replanteaban las cosas cuando lo hacían o mínimamente se quejaban. Sin embargo, en la actualidad, ninguna de las dos opciones ni dinámicas relacionales nos valen. Pareja, yo ahora quiero que te des cuenta por ti mismo sin que yo tenga que llamarte la atención: eres crítico con el mundo que te rodea, tienes consciencia social, date cuenta de las desigualdades que perpetuamos en lo privado sin percatarnos.

Las mujeres estamos agotadas. Profesionales de la psicología comenzaron hace unos años a hablar del “síndrome de agotamiento femenino”, resultado de las altas exigencias que sufrían las mujeres que trabajan tanto dentro y fuera del ámbito privado sin descanso. Y casi me atrevo a asegurar que incluso con el trabajo doméstico ya sufren una presión enorme. Como si esto fuera poco, también se ocupan del bienestar emocional de sus parejas varones. Cualquiera puede darse cuenta de lo complicado que resulta abarcar todas estas (sobre)responsabilidades.

Veamos ejemplos prácticos para que sea fácil de visualizar. Mi abuelo y mi abuela son dos personas nonagenarias que viven de forma independiente y sin casi necesidad de cuidados de la familia.  Hasta hace unos años, mi abuelo bajaba todos los días a pasear, iba a jugar con sus amigos a las cartas y cogía el coche para ir de excursión. A sus 93 años no sabe poner una lavadora ni freír un huevo. Mi abuela realiza todas las tareas domésticas, sin excepción. Mi padre aprendió cuando se independizó a los 20 pero no lo hizo asiduamente hasta bien entrados los 45, una vez mi madre se plantó. Pareja, yo te aprecio y por eso quiero y demando que seas capaz de cuidar de ti mismo. No necesito que seas un niño grande.

June Fernández, directora de la revista Píkara, resumía una de las ideas de este artículo de forma magistral en un tuit: “Acostarte con hombres es una práctica de riesgo. Enamorarte de ellos aún más”. Sean los mayores aliados que hayamos conocido o unos machistas rancios y redomados tienen, de origen, los mismos privilegios de género. Ana de Miguel en Neoliberalismo sexual habla de la idea de que los hombres a veces buscan una “sirvienta doméstica” que gestione sus emociones y afectos como si fueran “niños grandes”. Constituye otra perspectiva que el feminismo también intenta solucionar, ¿no prefieres, pareja, ser autosuficiente e independiente? ¿No te quejas cuando se te inutiliza al presuponer que no sabes cuidar, limpiar, organizar…? Tal vez a partir de hoy te lo plantees.

 

https://twitter.com/marikazetari/status/931885877365760000

 

Al final, las ideas que acuñaba Stuart Mill hace más de un siglo aún se encuentran vigentes: El matrimonio (hoy, tal vez, la unión entre dos personas) proporcionaría mayor felicidad a los cónyuges (hablamos en la heterosexualidad) en un régimen de igualdad, pero al mismo tiempo los varones perderían una serie de privilegios que les hacen muy agradable la vida.

Mi abuela a sus 92 años sigue haciendo cada día la comida a mi abuelo de 93. Mi padre, durante muchos años, no la hacía a no ser que mi madre, antes de irse a trabajar, no le hubiera indicado en una nota qué tenía que preparar para comer. Es una evolución a mejor pero, de facto, permanece inmutable una realidad: la carga mental es para las mujeres. Pareja, lo que te pido a ti es que tú decidas qué carajo comemos si hemos dividido así las tareas. Que hagas todo el proceso de ir al mercado, comprar los alimentos y ponerlos al fuego motu proprio. Lo mismo que se esperaría de mi, vamos.

El objetivo ideal sería conseguir una “unión libre”, como consideraba Aleksandra Kollontai. La unión libre se basa en el mutuo respeto de la individualidad y de la libertad del otro. Implica el rechazo de la subordinación de las mujeres dentro de la pareja y de la hipocresía de la doble moral sexual. Durante siglos, la cultura burguesa (hoy diríamos patriarcal) ha fomentado en los varones los rasgos de autosatisfacción y egoísmo y entre estos el de someter el “yo” de las mujeres.

En las palabras de la marxista nórdica Anna G. Jónasdóttir, las mujeres experimentan la explotación de su capacidad de amar. Tal y como sucede en la relación capital/trabajo asalariado, los hombres extraen fuerza y poder entendido como capacidad “una plusvalía de dignidad genérica” que al mismo tiempo desempodera a las mujeres.

En definitiva, existe una idea inmutable en cuanto a los sistemas hegemónicos: todas las clases sociales ascendentes modelan el concepto de amor en coherencia con las necesidades de su organización socioeconómica y de su visión del mundo, consideraba Kollontai. Y nosotras estamos luchando cada día para transformar todo el esquema heteropatriarcal que oprime a tantas personas. Pareja, súbete al carro, ya me lo agradecerás.

 

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