Descubriendo la vida y sus enigmas: la doble hélice y Rosalind Franklin

Descubriendo la vida y sus enigmas: la doble hélice y Rosalind Franklin

La mejora genética no hubiera sido posible sin los aportes de las mujeres campesinas y guardianas de semillas y sin los descubrimientos de Rosalind Franklin, olvidada por sus colegas y por la academia.

Nines Alquezar Castillo

Rosalind Franklin

Rosalind Franklin.

Diez mil años atrás, y simultáneamente en diversas regiones del mundo, se dio un hecho que cambiaría la historia de la humanidad: el origen de la agricultura. Hoy sabemos que las mujeres contribuyeron a ello de forma decisiva, ya desde la Prehistoria, seleccionando variedades de plantas silvestres con las que hicieron sus primeros experimentos. Otras muchas continuaron con la observación, la experimentación y la transmisión de conocimientos y prácticas, generando biodiversidad y miles de variedades cultivables.

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Aunque no basaron sus avances en conocimientos teóricos de física, bioquímica o genética, es innegable el saber acumulado, la importancia y trascendencia de sus hallazgos y la ciencia implícita en ellos. Su contribución a la mejora genética ha hecho posible una buena parte de nuestra alimentación, integrando e interrelacionando un buen número de saberes.

Diez mil años más tarde, la Genética sigue con enigmas por resolver. Las investigaciones en este campo han resultado esenciales en áreas como la agricultura y la salud. Y todo gracias al descubrimiento de una estructura molecular compleja, que por mucho tiempo supuso un enigma para la ciencia. Y sí, eso también fue obra de una mujer.

Una base común para la vida y una multitud de manifestaciones

Recolectar y extraer semillas nos permite rendir tributo a ese legado ancestral que tradicionalmente ha estado custodiado por mujeres de prácticamente cualquier rincón del mundo. Ellas, históricamente, han sido guardianas de semillas y de la selección de los mejores cultivares, buscando aquellas características que mejor se ajustaban a sus necesidades y su territorio, extrayéndolas, conservándolas, cultivándolas, intercambiándolas y generando variedades con nuevas propiedades. Ciencia empírica que se nutre de una larga experiencia acumulada y que representa un claro ejemplo de intercambio y mejora genética.

Así, estas semillas campesinas se han convertido en un fruto de la coevolución entre personas y plantas, generando un conocimiento tradicional que ha permitido alimentarnos incorporando más de siete mil especies de cultivo a lo largo de la historia. Un dato asombroso teniendo en cuenta que, actualmente, apenas son cuatro (patata, arroz, maíz y trigo) las especies que abastecen más del cincuenta por ciento de nuestra alimentación.

La biodiversidad se expresa en la gran variabilidad de especies que cohabitamos el planeta y muestra hasta qué punto la vida se adapta a las circunstancias de su entorno: hay cerca de cuatro mil variedades distintas de patata, diez mil de tomate y treinta mil de trigo. Aunque lo correcto sería decir que había, pues esas cifras se han reducido drásticamente por causa de un modelo de producción que tiende a homogeneizar los cultivos, sin tener en consideración las variables que configuran su adaptabilidad. Un tema más que preocupante, pues perder biodiversidad supone perder oportunidades de supervivencia ante los cambios.

Esta biodiversidad se debe, en parte, a información genética cifrada en el ADN celular, una molécula, cuyas siglas se corresponden con “ácido desoxirribonucleico”. Su composición química incorpora un grupo fosfato, un azúcar y una base nitrogenada. Son solo cuatro las bases: adenina, citosina, timina y guanina, y su combinación en parejas responde a un código que las enlaza en torno a una doble hélice: una hélice entre las dos cadenas que conforman la molécula y, una segunda, alrededor de un eje central. Geométricamente hablando, esta estructura otorga una gran fortaleza y le permite replicarse a sí misma, al desdoblarse.

Las propiedades del ADN están vinculadas a esa doble hélice que conforma su estructura. Descubrirla fue el primer paso para entender su funcionamiento y descifrar sus enigmas. De ahí que no resulte extraña la trascendencia que tuvo el artículo que, en 1952, publicaron James Watson y Francis Crick describiendo la molécula que almacena y transmite esta información hereditaria. Tampoco que les condujera al Nobel en 1962, premio que compartieron con Maurice Wilkins. Pero sí es de extrañar que por años se haya obviado la figura de una extraordinaria científica que contribuyó notablemente a su descubrimiento: Rosalind Franklin.

El descubrimiento de la doble hélice y Rosalind Franklin

Nacida en Londres en 1920, esta científica contribuyó, entre otros, al avance de la genética y al nacimiento de una nueva disciplina: la biología molecular. Franklin consiguió fotografiar nítidamente la estructura de doble hélice del ADN, uno de los descubrimientos científicos más remarcables del siglo XX y que, sin embargo, nunca le fue reconocido en vida, permaneciendo en la sombra por más de veinte años.

Fotografia de la estructura de doble hélice del ADN.

Fotografia de la estructura de doble hélice del ADN.

Así, a través de técnicas de cristalografía de Rayos X, adquiridas a su paso por París y aplicadas en el King’s College de Londres, consiguió la famosa fotografía. Ésta y otros avances de su trabajo llegaron a través de Wilkins, su compañero de laboratorio, a manos de Watson y Crick, rara vez con conocimiento ni consentimiento de su autora. Vaya, que cayó en manos de un trío de científicos caraduras de dudosa honestidad.

En el artículo que les llevó al Nobel, tan sólo agradecen vagamente los resultados experimentales no publicados y las ideas de Rosalind Franklin; excelente ejemplo de cómo subestimar su trabajo. Años más tarde, fue citada por Watson de forma estereotipada, como mujer grotesca, poco atractiva, rígida, agresiva, altiva, inflexible y nada femenina. Ese hombre, no solo se aprovechó del hallazgo de Franklin, sino que procuró el modo de desprestigiarla. Una muestra del carácter misógino y machista con el que se le ha tildado.

Lo que pasó con el trabajo de esta científica es una práctica que, lamentablemente, no constituye un caso aislado. Es lo que se ha dado en llamar ‘efecto Matilda’, concepto con el que Margaret W. Rossiter definió el olvido consciente y sistemático que habían sufrido las mujeres científicas e investigadoras. Este pone de manifiesto diversas formas de discriminación hacia las mujeres, al tiempo que refleja la negación de aportaciones, descubrimientos y trabajo de muchas científicas, otorgando su autoría a compañeros de investigación.

Rosalind Franklin murió con tan sólo 37 años de edad; posiblemente a causa de la exposición a Rayos X, que entonces se realizaba sin protección y que provocó el cancer de ovarios que causó su muerte. Como el Nobel no se entrega a título póstumo, sus logros jamás fueron reconocidos por la Academia. Su paso por Francia marcó su carácter y costumbres, dificultando su estancia en el King’s College, donde la enrarecida relación con Wilson y “trivialidades”, a juicio de Crick, como que tomar café en la sala de profesores estuviera prohibido a las mujeres, incidieron en su ingreso en el Birbeck College. Allí, su trabajo sobre virus, configuró la base por la que su colega Aaron Klug ganaría el Nobel en 1982. Otra muestra más de su gran capacidad.

Pero vayamos a sus orígenes. Logró estudiar gracias al apoyo de su madre y de su tía, que corrió con los gastos que le permitieron acceder a estudios de ciencias, cuando su padre, que opinaba que las ciencias eran cosa de hombres, le retiró momentáneamente su asignación. Ingresó en una de las pocas escuelas que admitían mujeres y obtuvo las mejores notas de su clase y unas de las más altas de acceso a Cambridge, donde se graduó en Física y Química y se doctoró. El objeto de estudio de su tesis fue la estructura del carbón para mejorar los filtros de las máscaras de gas, investigación orientada, en plena Segunda Guerra Mundial, a proteger la vida. Esa vida que, en parte, la ciencia explica.

Hechos, experiencias, experimentos, ciencia y vida

“La ciencia explica parte de la vida. Hasta donde llega, se basa en hechos, experiencias y experimentos”, dijo Franklin . Esta frase nos remite a ese aprendizaje vivencial, donde la vida se manifiesta y nos invita a emocionarnos con ello.A veces es preciso esperar. Como cuando toca sembrar las semillas que con esmero y tiempo atrás hemos recolectado, procesado, secado y guardado. Y es que la información que esconden sus genes las hace sensibles a características del medio que permiten (o inhiben) su nacimiento. Me maravilla pensar que toda esa información se encuentra en esa doble hélice que Franklin logró fotografiar, una imagen que permitió avances significativos para desvelar los enigmas de la vida y toda su manifestación.

Han pasado diez mil años y seguimos teniendo interrogantes por descifrar. La vida es compleja, y ese código genético y su manifestación aún presentan muchas incógnitas, en las que hoy sabemos que interviene también, y decisivamente, el entorno. Descubrirlas, en el futuro, será tarea de científicas del presente que, como Rosalind Franklin, procuren su explicación.

 


Referencias:
• Angulo, Eduardo (2014): ‘El caso de Rosalind Franklin‘, Mujeres con Ciencia.
• Cívico, Irene y Parra, Sergio (2018): Las chicas son de ciencias: 25 científicas que cambiaron el mundo, Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U.
• Martinez Mazaga, Uxune (2014): ‘Mujer, ciencia y discriminación: del efecto Mateo a Matilda‘, Mujeres Con Ciencia.
• Martínez Pulido, Carolina (2016): ‘Recordando a Rosalind Franklin‘, Mujeres Con Ciencia.
• Olaria, Carme (2008): ‘Las mujeres y los orígenes de la domesticación’, Cuadernos de Arte Rupestre, Universitat Jaume I, Castellón
• Rivera Ferre, Marta Guadalupe (2017): ‘Agroecología: una visión holística del sistema alimentario‘, CCCBLab.
• Valdés, Isabel y Rubio, Isabel: ‘Mujeres de la ciencia’, El País.

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