De Alcàsser a Boiro, nuestras desaparecidas

De Alcàsser a Boiro, nuestras desaparecidas

Entrevistamos a Nerea Barjola (Santurtzi, 1980) para charlar con ella sobre cómo se construyen los relatos de terror sexual y de las heridas colectivas que provocan. Heridas que sólo curan el feminismo y la memoria.

06/02/2018
Nerea Barjola durante la entrevista.- Fotógrafa: Irene Ortiz Lloréns

Nerea Barjola durante la entrevista.- Fotógrafa: Irene Ortiz Lloréns

Nerea Barjola revive su primer relato de terror sexual en Microfísica sexista del poder. El caso de Alcàsser y la construcción del terror sexual, un libro editado por Virus, que está previsto que se publique en marzo. La suya es una generación marcada por un triple crimen que abrió heridas que aún no hemos sabido cerrar. Una generación de mujeres marcadas por el dolor y el miedo; que temió volver a hacer autostop, que recibió un cruel castigo por tratar de ser libre. Barjola lo tiene claro: los relatos de terror sexual son un mecanismo patriarcal para limitar la libertad de las mujeres. La violación, como explica Virginie Despentes es su imprescindible Teoría King Kong, es un proyecto político. Todas tratamos de sobrevivir marcadas por heridas colectivas que dejan huellas invisibles, pero evidentes. ¿Nuestra mercromina? El feminismo.

Miriam, Toñi y Desirée son los nombres de tres mujeres violadas, torturadas y asesinadas. Su historia forma parte de la memoria colectiva de todo un país que creyó compartir el horror de sus familias por televisión, pero la excepcionalidad de lo mediático de su caso no significa que sus asesinatos sean hechos aislados. Los últimos datos del Ministerio del Interior aseguran que un 43% de las denuncias por desaparición son de mujeres, pero la información no cruza las variables de género y edad, por lo que no podemos saber si esa tendencia es la misma en todos los tramos de la vida o, si por el contrario, por ejemplo, hay más mujeres jóvenes que hombres de la misma edad desaparecidos.

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En la hemeroteca de cualquier biblioteca, pero sobre todo en la memoria colectiva de las mujeres, aparecen pequeños recuerdos de desaparecidas. En Aguilar de Campoo, las familias de Manuela y Virginia siguen buscándolas desde 1992. Ni una sola pista. Nada. Ante sus desapariciones, silencio sepulcral y falta de sepultura. La historia se repite mucho después con Marta de Castillo o Diana Quer, ¿y cuántos nombres más nos quedarán por honrar? En Bilbao ninguna placa recuerda a Virginia Acebes, a pesar de que su asesinato conmovió a la ciudadanía vasca a finales de los 90, cuando su cuerpo apareció torturado en el monte Artxanda tras estar alrededor de 48 horas desaparecida. Laura Orue no volvió nunca a su casa de Zeberio en 1999. Su cadáver apareció cerca de allí. El cuerpo de Olga Casas lo encontraron en un colegio de Portugalete y el de Leticia Temiño, en una localidad cántabra. Esto solo en Bizkaia, sin indagar demasiado y en las últimas décadas. Escalofriante.

De izquierda a derecha, irginia Guerrero y Manuela Torres; Laura Orue, Virginia Acebes, Diana Quer y Marta del Castillo

De izquierda a derecha, Virginia Guerrero y Manuela Torres; Laura Orue, Virginia Acebes, Diana Quer y Marta del Castillo

Quedamos con Nerea Barjola en Bilbao. Revueltas con la oscuridad a la que ella arroja tanta luz en su trabajo.

—Lo tienes claro. El crimen de Alcàsser es un escarmiento a todas las mujeres.

Sí, claro. Es un castigo. Un escarmiento a toda una generación de mujeres jóvenes y libres.

—Lo atribuyes a los avances feministas que se estaban viviendo en el Estado español entonces.

Todo ataque heteropatriarcal se debe a un avance del movimiento feminista y, por ende, de todas las mujeres. La violencia se recrudece con nuestra libertad. No es algo estático. Su función es aplacarnos.

—¿El asesinato de Diana Quer es otro ejemplo? El movimiento feminista cada vez está más presente en la agenda política y mediática.

Es rara la semana en la que no nos encontremos ante un caso así, eso para empezar, pero algunos tienen más impacto en los medios que otros. En el asesinato de Diana Quer veo algunos elementos parecidos: como no podían culparla a ella, se culpabiliza a la madre (que si hace fiestas con hombres, que si es mala madre…) Tú analizas los discursos y la tendencia siempre es culpabilizar a las mujeres, pero tendría que analizarlo con más profundidad, claro.

—¿Pasó lo mismo con las jóvenes de Alcàsser?

Si no les llegaba el dinero para pagar la entrada de la discoteca, ¿para qué fueron? Si solo faltaban unos metros para llegar, ¿por qué se montaron en el coche? Según el relato mediático, ellas se pusieron en el lugar de peligro.

—¿En ese lugar que tú llamas ‘tierra de nadie’?

Sí. Es el lugar simbólico en el que las mujeres están en ausencia de protección masculina y, por tanto, pueden ser de cualquiera o más bien de todos.

—¿Una plaza de Iruña llena de gente en Sanfermines también es ‘tierra de nadie’?

Sí, porque no es un espacio desértico. Es una posibilidad simbólica, que el conjunto de la sociedad habilita y protege.

—En el libro insistes en la tendencia a buscar culpables y no responsables en estos casos.

Claro. Buscar responsables significa responsabilizar a la sociedad. En los juicios, pero también la ciudadanía, se buscan sólo culpables. Si se buscaran responsabilidades se iría a la raíz del problema y no se permitiría, por ejemplo, que programas como Espejo Público se enriquezcan con la violencia y la tortura de mujeres. ¿Cómo no está destituido un señor como Nacho Abad que escribió un tuit en el que preguntaba si el juicio de La Manada respondía a sexo consentido o a una violación? En ese tuit, él está reproduciendo y produciendo violencia sexual.

—¿Qué estrategia podría utilizarse para responsabilizar al conjunto de la sociedad?

No conozco ningún grupo de privilegiados que haya cedido sus privilegios voluntariamente. La educación y la formación feminista son imprescindibles para reestructurar el conjunto social.

—¿Y la responsabilidad de las instituciones? Estamos ante una vulneración de los Derechos Humanos y su cumplimiento depende de los estados.

Yo no pongo el foco ahí porque no confío en las instituciones como motor de cambio. En todo caso, confío en su estética.

—¿Su estética?

Las instituciones generan normativas (en el Estado español, por ejemplo, la Ley Orgánica 1/2004), pero luego no las dotan de presupuestos. Las normas se quedan ahí a ver qué pasa. Las instituciones en cuanto a la violencia machista tienen una razón de existir estética, pero no persiguen acabar con la violencia porque acabar con la violencia significa acabar con la sociedad tal y como la entendemos ahora.

—Entonces, ¿no es posible acabar con ella?

Sí, pero hace falta perspectiva feminista, voluntad política y social. Y yo no entiendo como agentes políticos únicamente a las personas que están ahí porque se les ha votado.

—¿Y qué papel juegan los medios de comunicación? Del triple crimen de Alcàsser se ha hablado mucho también por el espectáculo mediático que generó. ¿Hemos aprendido algo?

Han cambiado las formas, pero no el fondo.

—¿Susanna Griso, por poner un ejemplo, está haciendo lo mismo que se hizo entonces?

Sí, totalmente. Es indecente y difícil de atajar. Me acuerdo de la madre de una chica que había sido asesinada por su expareja, si no recuerdo mal, pidiendo en directo a Griso que no se atreviese a culpabilizar a su hija. Le preguntó a la madre a ver por qué se había ido con él si sabía que era violento. Ella respondió de una manera muy lúcida y directa, pero no es fácil. Es dificil darte cuenta de que con una pregunta que parece que hacen para ayudarte, porque están buscando a tu hija o porque quieren informar sobre su asesinato, en realidad lo que están haciendo es culpabilizarla de su propio asesinato.

—Tú hablas de que la violencia es “plenamente discursiva y enteramente corporal”. ¿Qué quieres decir con esto?

La violencia sexual no existe en tu cuerpo porque sí sino que tiene una base discursiva y, por eso, está presente en el cuerpo de todas las mujeres. Es corporal porque, aunque lo contrarrestes incluso desde el discurso feminista, la tenemos inscrita de manera corporal. Es orgánico. Los discursos producen cuerpo, dice Butler. Los discursos habitan los cuerpos. Ella describe el cuerpo como una materialidad organizada intencionadamente, es decir, los discursos habitan los cuerpos, construyen cuerpo, hacen cuerpo y en ese sentido, trato de explicar que la violencia sexual está construida discursivamente en el cuerpo de las mujeres. Los discursos y representaciones sobre la violencia sexual forman cuerpo, sustancia, materialidad y se vuelven orgánicos, igual que los discursos que producen género o sexo.

—¿Crees que con el caso Alcàsser nace la telebasura como se explica desde la teoría periodística?

Yo discrepo de esa idea. Antes también existía el periódico El Caso, en el que aparecían cuerpos de mujeres asesinadas y torturadas en primera plana. Creo que aludir al nacimiento de la telebasura es una excusa más para no explicar los asesinatos de mujeres en términos políticos y para impedir repensar la violencia sexual desde una perspectiva feminista, para no permitir abrir un debate en el conjunto social sobre los derechos que detentan los hombres sobre la vida y el cuerpo de las mujeres. Algunos estudios, sobre todo desde una perspectiva periodística, exponen que con el crimen de Alcàsser nace la telebasura, ¡pero hubo más consecuencias! Si sólo creen que produjo un cambio en la teoría periodística es que no han entendido, ni les interesa hacerlo, lo que supuso Alcàsser.

—Dices en el libro que se explotó el sufrimiento y se vendió como solidaridad. ¿Esto ha cambiado de alguna manera?

Yo creo que no ha cambiado nada. Me resulta muy difícil hablar en términos absolutos, pero yo sí que creo que se explota el sufrimiento y se disfraza de solidaridad todavía hoy. A veces veo cómo se presentan casos actuales y veo a Paco Lobatón desde Alcàsser diciendo: “Queremos compartir este sufrimiento de las familias y por eso estamos en directo”. No. No queréis compartir el sufrimiento de las familias sino explotar el dolor y el sufrimiento como exclusiva. Porque entonces no llevaríais al plató al apicultor que encontró sus cuerpos para contar en qué estado estaban los cadáveres. Entre contar qué está sucediendo y promover el terror sexual la línea es muy fina. Yo tenía ese miedo al escribir el libro: producir lo que estaba tratando de denunciar.

(Nota de la autora: No lo ha hecho)

—Los medios trataron de deslegitimar Antonio Anglés [uno de los asesinos de Toñi, Desireé y Miriam, que no ha sido detenido] aludiendo a su posible homosexualidad y cómo esta podría haber influido en la ejecución de un crimen así, en una evidente actitud homófoba. Igual que con Dolores Vázquez, condenada por error por el asesinato de Rocío Wanninkhof, a la que se machacó públicamente por ser lesbiana. Beatriz Gimeno escribió entonces un libro sobre este caso: La construcción de la lesbiana perversa.

Son formas de buscar desviar la atención del foco de lo importante: la violencia sexual como un elemento estructurante de la sociedad. Si ponemos el foco ahí y lo desvelamos, se cae; los cuerpos no heteronormativos son una excusa fácil para desviar una vez más la atención sobre el debate de la violencia contra las mujeres. Tenemos una sociedad tan homófoba y lesbófoba que en ese sentido les resulta más fácil desviar el discurso que responsabilizarse socialmente de la violencia sexual.

—En torno al caso Alcàsser también aparecieron muchas teorías de la conspiración, que aseguraban que había altos cargos de partidos políticos involucrados en los asesinatos de Miriam, Toñi y Desirée.

Sí y se sigue hablando de ello todavía hoy. A efectos de mi trabajo no tienen ninguna importancia porque el machismo y el sexismo son transversales a todas las clases. Yo no digo que no haya más gente metida, pero eso no quita para que los imputados estuvieran también implicados. A mí no me impresiona que altas esferas de un partido puedan estar implicados en algo así. Lo pueden hacer tengan dinero o no. En realidad, la teoría de la conspiración posibilitó mostrar a los autores del asesinato y tortura sexual de tres mujeres jóvenes como pobres cabezas de turco y en ese sentido, el conjunto social de alguna manera les está indultando. No puede ser que la sociedad construya un relato de Miguel Ricart [el único condenado por el caso Alcàsser], como un pobre hombre. Ricart confesó y confesó cosas que sólo podía saber él. Independientemente de que haya o no haya más culpables, pero eso no tiene nada que ver con mi objeto de estudio. Yo he querido hablar del discurso social y de cómo se construyó el caso, pero sobre todo de las consecuencias que tuvo para las mujeres y sus cuerpos.

—En tu libro está muy presente el análisis de Judith R. Walkowitz sobre Jack, el Destripador.

Sí, su reflexión me parece perfectamente extrapolable a Alcàsser. Conocemos el caso de Jack, el Destripador, pero no conocemos el contexto en el que se crea el mito. Ella hace un análisis de la hemeroteca y se encuentra con un momento histórico en el que las mujeres estaban ganando cotas importantes de libertad y ve cómo esa historia se utilizó también para alimentar el terror sexual. Anglés, Jack, el Destripador o el hombre del saco.

—En el caso Alcàsser observamos también una especie de fenómeno fan muy llamativo. Mucha gente acudía a los juzgados durante el juicio. Los asesinos de Marta del Castillo reciben en prisión regalos y cartas.

Sí, a Miguel Ricart también le escribían y mandaban regalos a la cárcel.

—¿Esto a qué se debe?

A que la vida de las mujeres no vale nada porque nuestros asesinatos son un juego. El libro de Walkowitz también empieza hablando de las visitas al Madame Tussauds para ver la cara de Jack, el Destripador; las rutas por Londres… ¡Era un asesino y torturador de mujeres! Una sociedad que convierte eso en ocio te está diciendo indirectamente que nuestra vida no vale nada. No valemos nada.

—¿Cómo se puede construir memoria desde una perspectiva feminista de este tipo de crímenes?

Es importante hablar de desapariciones forzosas porque no desaparecemos por arte de magia, ¡nos hacen desaparecer! A mí me hacía falta un término para esta idea. Hablamos de desapariciones forzosas de personas en regímenes totalitarios. En esos casos, todo el mundo sabe cómo enmarcarlo, pero no pasa igual con las desapariciones de las mujeres. Por eso me pareció que podría usar ese concepto, coger y decir: “Nosotras también sufrimos un régimen totalitario en el que se nos hace desaparecer”. En presente continuo: Nos están haciendo desaparecer.

—Hablas también de ‘geografías corporales’ como un concepto que te permite “posicionar el cuerpo de las mujeres en un territorio específico, en el cual rigen unas normas y unas obligaciones que imprimen”.

Sí, porque el lugar en el que operan los relatos sobre el peligro sexual es en el cuerpo de la mujeres. Las consecuencias del sistema heteropatriarcal son vitales en los cuerpos de las mujeres y solo se pueden curar con feminismo. El feminismo es teoría y antídoto también en este caso.

—Las heridas de Alcàsser aún están abiertas.

Muy abiertas. Espero que todos los discursos y los relatos de terror sexual se vuelvan contra sí mismos y los podamos reubicar desde nosotras. No se trata solo de honrar sus memorias sino de hablar de las consecuencias que tuvo en nuestras vidas ese relato y eso es perfectamente legítimo. Este libro nace de la indignación y pretende ser una pequeña aportación a su memoria porque fueron maltratadas antes, durante y después de sus asesinatos. La forma en la que se trató el caso ya nos implica a todas. Estamos legitimadas a hablar del daño desde nosotras, del daño que se nos hizo a todas. No. Ya no van a ser los antropólogos, los periodistas y los criminólogos hablando todo el rato de cada una de las partes del cuerpo que sufrió violencia. ¡Para que me digan luego que el único cambio que produjo el caso Alcàsser es el nacimiento de la telebasura!

—Pero ser consciente de todos esos dolores que tenemos inscritos en el cuerpo es doloroso.

Tiene consecuencias, pero creo que para bien. Yo necesité tiempo, aire y monte después de acabar la tesis para poder reconciliarme con la humanidad.

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