Cuando una ópera cambia de final

Cuando una ópera cambia de final

Sílvia Suau

Vladislav Bezrukov
Opera Carmen in Summer Theatre, Varna | Creative Commons | Vía Flickr

La ópera es un género de música teatral -muy cercano a las élites- que no suele ser objeto de críticas ni ataques por machista o racista. ¿Casualidad o causalidad? La adaptación contemporánea […]

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02/02/2018

Sílvia Suau

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Vladislav Bezrukov
Opera Carmen in Summer Theatre, Varna | Creative Commons | Vía Flickr

La ópera es un género de música teatral -muy cercano a las élites- que no suele ser objeto de críticas ni ataques por machista o racista. ¿Casualidad o causalidad? La adaptación contemporánea de un clásico ha levantado controversias por una inversión de roles… ¡La maltratada asesina a su maltratador! Un final que remueve las barrigas acomodadas y que evidencia la naturalización de la violencia hacia las mujeres.

Hoy nos pondremos elegantes y hablaremos de ópera. De Carmen, de Bizet. De la obra en sí, de la adaptación realizada recientemente en Italia y de su recepción (y sus airosas reacciones). Y lo haremos para evidenciar que la mayor parte de las manifestaciones artísticas responden a unos ideales patriarcales que, aunque vinculamos erróneamente -y no casualmente- con las clases populares, la raíz está más que prefijada en las clases pudientes. Pero, vayamos por partes… ¿qué ha pasado? ¿por qué nos interesa ahora una obra de 1875?

Para empezar, daremos algunas pinceladas del argumento para entender toda la polémica posterior. Carmen es una gitana racializada que aparece caracterizada con los epítetos racistas que la moral occidental ha usado contra la población rom: trapacera, mentirosa, seductora, bruja… A todo esto, aparece Don José, el macho seductor ibérico que toma todo aquello que desea y, si alguien se niega, lo hace por la fuerza. Precisamente, aquí hallamos el quid de la cuestión: el protagonista no aguanta que Carmen no lo necesite, que sea independiente y se relacione con otros hombres y la asesina en un ataque de ira. La mata porque él tiene el poder para hacerlo: porque es hombre y ella se ha salido del guion establecido. Es decir, se produce un “la-maté-porque-era-mía” de manual en una de las óperas más aclamadas de la Historia de la Música. Un “crimen pasional” que no levanta reacciones contrarias, sino que emociona por “el incontrolable amor romántico del protagonista”. De todas maneras, estamos acostumbradas ya a esto: lo hemos estudiado en la escuela con muchos referentes culturales, lo legitima el Estado continuamente con sus políticas y- trágicamente- se nos recuerda el asesinato de una mujer una fúnebre y desesperante periodicidad.

Ahora viajaremos a la Italia del siglo XXI, con una adaptación realizada por Leo Muscato para el Teatro de Maggio. La obra ya no se desarrolla en una Sevilla decimonónica, sino en unas chabolas de cualquier ciudad europea en los años ochenta. El final cambia radicalmente y es Carmen quien, después de continuos ataques, asesina a su maltratador. La autodefensa feminista emerge como salvación, en lugar de repetirse el mismo homicidio machista. Expresado de otra forma, la mujer objeto del siglo XIX se metamorfosea en sujeto activo en el siglo XX. Y esto es un final imperdonable para los guardianes del arte -y del heteropatriarcado-: la sociedad acomodada florentina no ha tolerado esta inversión de roles. “Es ideología de género”, dicen los escandalizados… como si asesinar a una mujer por negarse a hacer todo aquello que el hombre le ordena no lo fuera. Como en una novela de Kafka, el director no ha terminado de recibir amenazas por las redes sociales y una constante lluvia de malas críticas, en lugar de asimilar las felicitaciones por realizar un teatro de denuncia de la realidad italiana.

¡El director se ha atrevido a girar el orden social! ¿Cómo puede ser que sea Don José el que muere, en lugar de ella, mujer, pobre y gitana? ¡No, no y no! En este punto, es adecuado que recordemos que, en Italia, han aumentado -solo en el 2017- un 158% el número de condenas por violencia machista; que Estrasburgo lo ha advertido por su ineficiencia contra el machismo; que, cada dos días, una mujer es asesinada en la cuna de la sociedad europea (para ser justas, debemos admitir que el Estado español no se aleja demasiado de estas escandalosas cifras). Sin embargo, todos estos datos son indiferentes porque forman parte de la hegemonía social y cultural… que se cambien el final de una gran ópera, ¡esto sí que es pasarse de rosca!

Pero nadie hablar de las letras machistas de la ópera, ni de la ropa usada por las protagonistas… es arte y todo vale. Aquello realmente patriarcal es el reggaeton, Romeo Santos, el trap, Maluma, los movimientos de Shakira… es decir, las manifestaciones culturales con las que se han vinculado -o, mejor dicho, ha habido intención de asociarlas- a les clases populares. El resto -todo aquello que está cerrado y es exclusivo- es arte. Y es su arte, el de las élites, que oprime y que no denuncia la realidad social. Pero lo es… y no es machista: es el producto cultural de una época concreta. ¡La otra música sí que lo es! Sí… y la chica del San Fermín lo buscaba; y Diana Quer era muy inestable psicológicamente; y ella iba muy bebida… y… y… dejemos de justificar la violencia machista y empecemos a girar la realidad para evidenciar que, todo aquello normalizado y aceptado por bueno, en muchas ocasiones es heteropatriarcal, racista y machista. Porque cuando cambian los finales, aparecen los reaccionarios; pero los debemos subvertir… no jugamos la vida.

Nota: artículo original publicado en catalán en aguait.cat (16/enero/2018)

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