‘World of Warcraft’: ¿Compañeras o rivales?

‘World of Warcraft’: ¿Compañeras o rivales?

Enfrentarse a personas que no entienden su afición es la misión diaria de muchos amantes de los videojuegos. Defender que juegan al 'World of Warcraft' es otro escalón de dificultad en la propia comunidad de 'gamers'. Para nosotras existe otro nivel más, defendernos entre nosotras de los prejuicios y el desconocimiento mutuo para pasar a la sororidad.

16/01/2018

Isabel Ceballos Trueba

Captura de los avatares de dos jugadoras de World of Warcraft

Captura de los avatares de dos jugadoras de World of Warcraft

Mis primeros recuerdos como jugadora de videojuegos aparecieron de la mano de una GameBoy roja que parecía un ladrillo. Los muñecos en blanco y negro inundaron mi pantalla durante varios años conformando una red de memorias que aún perduran. Aún recuerdo a mi amigo Diego ayudándome a pasarme la pantalla final del espacio del Super Mario Land 2. En mi memoria quedan los enfados cada vez que se acababan las pilas y no había guardado partida en el Pokémon Azul. Mis desvelos con el Zelda Link’s Awakening y algunos juegos de Disney como el de El Rey León que supusieron un reto a mi, por aquel entonces, escasa habilidad.

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Luego llegaría la PlayStation con sus Dino Crisis, sus Medievil, sus Tomb Raider y sus Resident Evil. Como de aquella los juegos eran caros y yo no recurrí a la picaresca, acudía con frecuencia a los videoclubs para alquilar algunos títulos, ahí cogí el primer y único juego de mi vida que quité prácticamente nada más empezar, el Silent Hill, por pánico. Tras eso pasé al PC y hasta hoy es mi única plataforma para disfrutar de este hobby que trajo tantas emociones a mi vida. Lloré, reí, me frustré, me sentí poderosa y aún hoy, a mis casi 30 años, sigo emocionándome con muchos títulos.

Pero si existe un juego que me define, para bien y para mal, como aficionada a los videojuegos, ese es el World of Warcraft. En él pasé ocho años de mi vida y, aunque actualmente lo dejé de lado, no descarto volver cuando haya alguna propuesta atractiva para mí en futuras expansiones.

El WoW, al ser un juego de rol online multijugador masivo, tiene un alto componente social porque necesitas de la ayuda de otros jugadores para completar ciertos contenidos. Acostumbrada a jugar sola o en otros juegos en línea en los que era difícil encontrar personas que hablasen en castellano, para mí este MMORPG fue un descubrimiento apasionante. Conocí a mucha gente gracias a él y a muchos los sigo conservando como amigos, en su mayoría hombres porque hay más que mujeres.

Los jugadores del WoW conforman un ecosistema social que depende de tu servidor, de la facción que escojas entre dos que están en guerra, la Alianza y la Horda, que no se pueden comunicar entre ellas mediante el chat del juego, y de las hermandades a las que decidas pertenecer. Se puede describir el World of Warcraft como una vida aparte en la que cada persona adopta un rol de clase, de raza y de facción para completar unos objetivos propuestos por el mismo juego o por los grupos de jugadores. En esta vida aparte también existen relaciones de poder, reputaciones entre jugadores y una moral interna que ellos deciden seguir o romper con las consecuencias que eso conlleve.

Ese fuerte componente social presente en el World of Warcraft me permitió centrar mi Trabajo de Fin de Grado en él, concretamente en mi experiencia como jugadora y en la de otras cuatro chicas que también pasaron gran parte de su tiempo de ocio forjando una vida aparte en Azeroth, el lugar donde transcurren las aventuras de este videojuego. Al ser un entorno mayoritariamente masculino, me parecía interesante indagar en las diferentes experiencias de mujeres, descubrir si habían estado expuestas a situaciones de machismo y conocer su percepción de sí mismas como aficionadas.

Con el tiempo me percaté de que mi experiencia fue excepcional, pues yo empecé a jugar de la mano de una amiga, entré en una hermandad en la que mi líder era una mujer y las relaciones que mantuve con otras chicas siempre fueron de compañerismo. Pero en tres de las chicas a las que entrevisté se dio una circunstancia que me sorprendió especialmente. Ellas coinciden en afirmar un hecho con rotundidad: prefieren jugar con hombres antes que con mujeres. Consideran que en muchas ocasiones las mujeres son un foco de problemas dentro de las hermandades por motivos como su búsqueda constante de atención, envidias si una destaca más que otra y relaciones conflictivas con compañeros de hermandad.

Otra de las características que achacan las cuatro a sus compañeras dentro del juego es que flirtean con oficiales y líderes de hermandad para mantener su posición dentro de ella; todas mencionan experiencias durante su tiempo de juego en las que conocieron alguna mujer que utilizaba este recurso.

Una de las chicas entrevistadas acumula en su memoria situaciones desagradables en las que otras mujeres la trataron con desprecio. Para ella son más dañinas las experiencias desagradables que vivió con ellas, que todas las que sufrió con hombres. Admite que está mal su aversión hacia las mujeres dentro del juego, pero asegura que las veces que coincidió con chicas agradables ese rechazo desapareció. En el entorno de las hermandades de alto nivel, las situaciones en las que aparecen mujeres que quieren acaparar la atención parece acrecentarse. Una de las entrevistadas estuvo en una de las mejores hermandades a nivel español y tuvo problemas por ello.

Indagando un poco más en las experiencias de las cuatro jugadoras y comparándolas con las mías, constaté otra característica relevante en la dinámica de juego, y es que los cargos de poder dentro de las hermandades por las que han pasado los ostentaban predominantemente hombres. Los líderes de hermandad siempre eran hombres y entre los oficiales sólo había alguna mujer de forma anecdótica.

Esa necesidad que parece existir entre algunas jugadoras por destacar por encima de otras, esa rivalidad y visión negativa que tienen algunas chicas contra las de su propio género puede tener que ver con esta jerarquía de poder que está en manos del género masculino. En mi experiencia esto se debe principalmente a que en el juego la mayoría de jugadores son hombres y por estadística es lógico que ocupen más puestos de todo tipo dentro de las distintas hermandades.

Considero inevitable que esto suceda al menos hasta que haya más mujeres jugando, pero creo que es posible eliminar esa visión negativa que existe entre las jugadoras mediante la sororidad y el entendimiento mutuo. Quedarse con una experiencia negativa, o con un prejuicio derivado de comentarios a los que estamos expuestas dentro de las distintas hermandades no ayuda a dejar de ver a las demás como rivales. Entender que son compañeras que con toda seguridad hayan pasado por lo mismo que nosotras abriéndose camino entre una comunidad mayoritariamente de hombres. Para ello hay que hablar, contar experiencias y compartirlas entre nosotras, dejar de vernos como enemigas y empezar a mirar con la perspectiva de que estamos juntas en esto.

En mi caso no me di cuenta de esta situación hasta que hablé de ello con otras mujeres. Había oído, incluso presenciado algún caso sin darle mayor importancia porque conocía a otras muchas chicas como yo, que juegan para divertirse y para conocer a otras personas por el camino. Por eso creo que es de vital importancia hablar de nuestras experiencias como jugadoras, en este y en cualquier juego que tenga un componente social. Si no conocemos las experiencias de nuestras compañeras, difícilmente podremos entender sus comportamientos.

Todas sabemos que los videojuegos siempre se consideraron una afición para hombres, muchas sabemos lo que nos ha costado hacernos un hueco dentro y que desde fuera acepten que a nosotras también nos gusta jugar. Las que tenemos cierta edad sabemos lo que es la doble discriminación en este tema, una por ser mujeres y la otra porque hace unos años era un hobby marginal. También sabemos que cada vez estamos más presentes y que poco a poco se nos tiene más en cuenta a la hora de desarrollar videojuegos, pero queda mucho por delante aún y, si no nos ayudamos entre nosotras, ¿quién lo va a hacer?

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