Sobre monoteísmo, capitalismo y patriarcado

Sobre monoteísmo, capitalismo y patriarcado

Pensamiento feminista sobre el Marxismo.

12/01/2018

O de si todas las opresiones se reducen a la capitalista

 

Teresa Larruzea y Jule Goikoetxea

Elliott Brown | Karl Marx – Easy Row Subway | Vía Flickr | Licencia Creative Commons

Hace un par de semanas se publicó en Borroka Garaia da! un artículo escrito por Kolitza (Marxismo y opresión de género – respuesta a Jule Goikoetxea y Teresa Larruzea) en respuesta a otro que habíamos previamente sacado nosotras en Berria (Marxen ‘Kapitala’ egungo patriarkatuan) y en El Salto (El capital de Marx desde el patriarcado actual). Compartimos aquí la segunda parte de nuestra respuesta, algo adaptada, con la creencia de que pueda aportar al debate feminista (aquí la respuesta completa: Sobre monoteísmo, capitalismo y patriarcado: respuesta a Kolitza).

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Más allá de las tesis que erróneamente se nos han adjudicado y, de los argumentos que de ellas se han esgrimido, diríamos que la base del conflicto está aquí:

Conflicto 1: De si hay o no un vacío analítico en El Capital

Según el artículo que aquí comentamos, a El Capital de Marx no se le puede criticar el no haber analizado las tareas de las mujeres en lo que a la reproducción de la fuerza de trabajo respecta, ni el hecho de que no estudiara la relación de esta explotación para con la producción de plusvalía en su mapa sobre el funcionamiento de la economía política capitalista. Y según entendemos, los argumentos son que: 1) En la sociedad que Marx investiga las familias obreras no tenían tareas domésticas que realizar porque trabajaban, hombres mujeres, niñas y niños,  hasta dieciséis horas al día, por lo que no tenían ni casa, ni ropa, ni prácticamente comida que cocinar. Y 2) En Marx la relación y proporción entre el trabajo productivo y el reproductivo es una expresión de la relación antagónica entre el capital y el trabajo asalariado.

En referencia al primer argumento, no es verídico que la enorme reducción del tiempo para la reproducción de la clase trabajadora (la desaparición de las tareas domésticas) fuera una condición universal en la época en la que Marx escribió El Capital. Según Silvia Federici (Federici, S. 2017), las empleadas de las fábricas oscilaban solo entre un veinte y un treinta por ciento de la población de las mujeres trabajadoras, entre las que, además, también algunas dejaban el empleo para dedicarse a su prole.

Pero estamos de acuerdo con la segunda enunciación, que es verdaderamente donde se juega el conflicto, cuando se afirma que la relación antagónica entre el trabajo asalariado y el capital, absolutamente central en la teoría marxista, tiene su expresión económica en la relación y proporción antagónica entre trabajo productivo y reproductivo. La pregunta, por lo tanto es, ¿qué abarca el análisis de la reproducción en Marx?

Entendemos por “reproducción” en El Capital al conjunto de actividades destinadas a la conservación de sí, a decir, a la conservación de la fuerza de trabajo, y por “trabajo necesario” para la reproducción aquél que, resultado de la división social del trabajo, el trabajador y la trabajadora desempeña para producir el valor de su propia fuerza de trabajo, que es aquí el valor equivalente a aquél de los medios de subsistencia que necesita para reproducirse (mercancías). Y es concretamente este “trabajo necesario” (Marx, K. [1867] 2010: 207), que la y el obrero realiza desde su puesto de trabajo y en el que se resume la importancia de la subsunción de lo reproductivo en lo productivo, lo que el estudio de Marx abarca de manera más metódica en relación a la reproducción.

Evidentemente, el ocultamiento de que las mercancías no produzcan, reproduzcan y domestiquen por sí solas la fuerza de trabajo no es obra de Marx, sino que es intrínseco al modo de producción que él estudia, pero ¿cómo puede ser que no se le dedique importancia investigadora al hecho de que la contradicción entre producción y reproducción oculta también explotación específicamente femenina en lo que a las tareas reproductivas realizadas fuera del puesto de trabajo respecta?, ¿al hecho de que es esta subordinación la que permite que una parte del trabajo que reproduce la misma mano de obra que genera plustrabajo le sea gratuita al capital? Esto es un hecho, aunque la ilegitimidad de la gratuidad sea un concepción burguesa de justicia que esconde que el trabajo para la producción de un sueldo es también una relación de apropiación y subordinación.

El aparato de la acumulación se sustenta sólo a partir de la contradicción entre la esfera de lo productivo y de lo reproductivo. Por supuesto, la que rige la formación social, la única importante para la sociedad del capital, es la producción de plusvalía, para la cual lo reproductivo no es más que su condición de posibilidad. Pero la escisión no es contingente al valor, y mediante ella el capital consigue que una parte del proceso (todo el trabajo reproductivo fuera del puesto de trabajo) le sea gratuita (y esto es una descripción de cómo funciona, no un análisis de si esta gratuidad le es o no sustancial). Y lo consigue porque la articulación de una variedad de estrategias identitarias, generadoras, en este caso, del dispositivo moderno del género, garantizan que un montón de gente haga mucho trabajo en favor del capital sin ningún sueldo ni prestigio a cambio (en donde, evidentemente, se utiliza “trabajo” en el sentido transhistórico de la palabra, no como relación social en donde lo concreto está supeditado a lo abstracto). Y no sólo eso, sino que al no ser actividades intercambiables por dinero, éstas no serán reconocidas como económicas, y por ende, carecerán de representación y de estatuto de realidad, es decir, de reconocimiento como actividades explotadas.

Es cierto que, además de haber observado las condiciones de trabajo específicas de las mujeres y las y los niños en las fábricas, se encuentra en El Capital un concepto de lo reproductivo en el que también intervienen trabajos llevados a cabo por mujeres más allá de lo que se realizan en el puesto de trabajo. Cuando se afirma, por ejemplo, que el desarrollo de la industrialización destruye la esfera de la reproducción para apropiarse de la totalidad del tiempo de las mujeres. O, en referencia a aquellos quehaceres que no pueden ser reducidos, cuando se indica que las mujeres de la clase trabajadora se ven obligadas a alquilar el trabajo de una obrera (Federici, S. 2017).

Pero a pesar de ello, la función que la empresa patriarcal desempeña en la producción capitalista (no como entidad esencial, sino como modo efectivo de funcionamiento) tiene un lugar poco estructural en El Capital, y su mención no es en absoluto analítica. No se estudian ni las relaciones no asalariadas, ni las características de la explotación de las mujeres en lo que concierne a la responsabilidad sobre lo reproductivo, ni la participación de esta escisión sexuada para con la tasa de plusvalía. Nos adherimos cuando se dice que no es el filósofo, sino la economía política burguesa, la responsable de la subordinación de lo reproductivo a lo productivo y de la invisibilización del trabajo realizado fuera del puesto de trabajo pero, y he aquí nuestro punto, limitándose al análisis del trabajo reproductivo dentro de lo fabril no se visibiliza en absoluto ni que la disociación sexuada del valor es un elemento de la máquina ni que este desdoblamiento abarca una parte crucial de la subordinación contemporánea de las mujeres. Por ello, a pesar de que se reconozca la opresión de género, la racionalidad capitalista no es pensada aquí como co-conformada a partir de la explotación patriarcal, sino como un modo de producción asexuado.

No obstante, y esto es muy importante, como el desarrollo teórico que le ha sucedido lo demuestra, la maquinaria analítica propuesta por Marx no está por ello en contradicción con un análisis del capitalismo a partir de sus entrañas patriarcales. Ahora, que su posición epistémica es androcéntrica es innegable.

Conflicto 2: De si el conflicto es entre el feminismo y el marxismo o de si lo es entre distintos tipos de feminismo

Que el conflicto no radica entre feminismo y marxismo ya lo dice el mismo artículo que se comenta, en donde hablamos de feminismo marxista. Sí, indudablemente, el conflicto se sitúa entre varias visiones del feminismo, pero también entre una visión materialista y consustancial del feminismo y una lectura monoteísta del marxismo (y subrayamos que decimos “lectura” y no “marxismo”) que folcloriza los análisis de distintos sistemas de opresión como contradicciones colaterales subsumidas bajo la dominación capitalista.

Nos valemos del estudio de Marx para entender la explotación dentro de los circuitos de acumulación del capital y, tras analizar la relación de éstos para con las distintas partes de la economía invisibilizada, concluimos necesaria (que no suficiente, y esto es crucial) la destrucción del modo de producción capitalista para la superación, entre otros, de la dominación heteropatriarcal (y, evidentemente, capitalista). Es decir, que puesto que la racionalidad del capital está estructurada a partir de la división sexual del trabajo (y viceversa), este modo de producción está absolutamente arraigado a las identidades de género (o, en su defecto, a la proliferación de otras diferencias y desigualdades) y en consecuencia la despatriarcalización pasa necesariamente por el anticapitalismo. Por lo que no, del hecho de que el género sea una clase social no se concluye necesariamente que dicha opresión pueda resolverse sin tocar las relaciones de producción capitalistas. Pero al mismo tiempo, dado que la forma social patriarcal y racista no se reducen a la capitalista, de la abolición del capital no se deriva la inherencia de la desaparición de estos sistemas de dominación. Y decir que el que se toquen las relaciones de producción capitalista no garantiza que el patriarcado, aunque mute substancialmente de forma, vaya a desaparecer, no tiene porqué ser un argumento idealista.

Por ello, la verdadera matriz sería, en última instancia, la siguiente:

Conflicto 3: De si existen más ejes de clase más allá del capitalista y de si la dominación es esencialmente burguesa

Kolitza, autor de la crítica Marxismo y opresión de género – respuesta a Jule Goikoetxea y Teresa Larruzea, expresa:

La mujer burguesa aparece de este modo como sujeto de opresión de género. Pero, si la mujer burguesa se aprovecha y desarrolla la opresión de género: ¿Cómo van a ser ‘’la mujer’’ y ‘’el hombre’’ en general, entendidos de forma interclasista, dos clases enfrentadas, o todavía peor: la polaridad específica creada por la opresión de género? […]El marido en la familia proletaria, el violador en la calle de un barrio, son figuras privilegiadas de colaboración de clase, como el policía o el encargado de fábrica, que colaboran con el mando capitalista y reproducen la subordinación de la mujer a una división sexual y política del trabajo, división sexual que favorece en última instancia a toda la burguesía. De lo contrario no puede explicarse por qué una niña negra multimillonaria tiene más poder que un hombre blanco adulto vagabundo.

En tanto que articulador de la función “mujer”, el patriarcado afecta a todas las féminas, pero lo hace de una manera substancialmente distinta dependiendo de la manera en la que cada cuerpo se relacione con otras categorías de opresión. Esto es evidente. Pero del hecho de que las mujeres burguesas opriman a las mujeres trabajadoras no se deriva que el patriarcado se reduzca a una relación exclusivamente capitalista. ¿O acaso los marineros de Ondarru no conforman una clase por el hecho de que exploten (ellos y su patrón) aún más a sus compañeros racializados? La mujer burguesa se va de copas mientras la señora latinoamericana cuida de sus hijxs, está claro (es decir, se desfamiliariza a partir de la comodificación o explotación ajena porque tiene los medios para ello), pero también la violan en el baño del bar, se mete los dedos para vomitar su exquisita comida, tiene más dificultades para avanzar en su carrera y la dejan fuera del mercado porque ya no está tan buena o porque está embarazada. Y no por ser burguesa, sino por pertenecer a la clase mujer.

Y aunque esa misma opresión sea radicalmente diferente hacia la de las mujeres racializadas y pertenecientes a la clase trabajadoras, existe aquí una tipología de dominación de los hombres como hombres hacia las mujeres como mujeres. Todas las clases son concretas, entiéndase, reuniones de lo múltiple, con especificidades y relaciones de poder internas, es decir, todas las clases están divididas, y esto es absolutamente crucial para no homogenizarlas ni esencializarlas. El marido de una familia proletaria no sólo colabora con su superior cuando calla a su mujer delante de sus amigos, sino que se beneficia también a sí mismo y a sus iguales. Y obviar este hecho, aparte de falso, es intolerable en términos políticos: es negar la existencia del patriarcado.

Por supuesto que una niña negra multimillonaria tiene más poder que un hombre blanco adulto vagabundo. Pero la vida de un hombre blanco adulto vagabundo no corre el mismo peligro que la de un hombre negro adulto vagabundo. Y el niño negro multimillonario, a diferencia de la niña negra multimillonaria, no ha salido corriendo de la habitación del hotel del productor de su nuevo disco. ¿Creemos acaso que por haber salido de la producción de plusvalía la reputación de un bangladesí será automáticamente equiparable a la de un noruego? ¿O que el humor de las bertsolaris mujeres hará que las plazas se rompan a carcajadas? ¿Que los cuerpos racializados dejarán de blanquearse a sí mismos? ¿Que los centros de adelgazamiento carecerán de demanda? ¿Que las niñas dejarán de tener miedo a ser violadas en las fiestas de su propio barrio? ¿Es sólo por un argumento de producción de mano de obra esclava que se ha prohibido el aborto (que también, pues las clases dominantes siempre han podido permitirse practicarlo) o existen causas paralelas que tienen que ver con la dominación propia y, por ende, precapitalista, hacia los cuerpos marcados como mujeres por parte de los hombres, como clases en sí?

Es innegable que, a partir de la instauración de la separación entre la producción y la esfera doméstica, la modernidad ha intensificado la dominación patriarcal en ciertos ejes, por lo que, las divisiones sociales por género han sido no sólo reproducidas, sino activamente producidas por el capitalismo (Briales, A. 2014). Ahora, eso no quiere decir que la dominación masculina se reduzca al servicio que mayoritariamente presta en la actualidad. El patriarcado se estructura a partir del trabajo (entendido aquí como una relación social específica de la modernidad), que se relaciona, a su vez, con dispositivos como la heterosexualidad, pero su articulación está motivada por una producción y conjunto de prácticas discursivas mucho más extensa, un entramado simbólico, político y conceptual que desborda el modo de producción capitalista. Y a pesar de que la unidimensionalidad sea siempre una ficción teórica, es decir, que el entramado práctico del patriarcado sea siempre coextensivo al del capitalismo, basta con imaginarnos un mundo fuera del dominio de la mercancía en donde se siga violando a las mujeres, sometiendo simbólicamente a los cuerpos racializados (es decir, racializándolos), o donde se haya extinguido el euskera, para saber de qué estamos hablando.

Esta es la tesis central: el patriarcado, sistema heredado de formaciones sociales anteriores, funciona en la modernidad esencialmente como categoría de explotación para la producción de plusvalía, pero aun siendo su forma actual una determinación del modo de producción capitalista, su existencia no es reducible a él, no se agota en él. En resumen, que aunque absolutamente imbricado con la forma capitalista, existe también un conflicto de orden enteramente patriarcal. Y por ello, que la abolición del capital garantice la disolución de la separación del valor sólo significa la superación del funcionamiento contemporáneo de la dominación heteropatriacal, no la desaparición del patriarcado.

Llamaremos feminismo burgués (o feminismo sin perspectiva de clase que termina colaborando con la racionalidad burguesa) a las reivindicaciones que se limitan a denunciar la problemática de género sin relacionarla con el servicio que la empresa heteropatriarcal presta al modo de producción capitalista (ya sea porque los sujetos no padecen opresión alguna más allá de la derivada del machismo-homofobia-transfobia o porque no analizan su codificación fundamental). De cualquier forma, aunque ese feminismo no abarque el pensamiento heteropatriarcal tal y como afecta a la inmensa mayoría de las mujeres (en términos de función socioeconómica), eclipse versiones más radicales del feminismo en claves materialistas e incida por todo ello sobre la ultraperiferia del problema heteropatriarcal, apela a una cuestión estructural e innegociable: la dominación masculina. Del mismo modo, llamaremos monoteísmo teleológico (o concepto de clase sin perspectiva consustancial que termina colaborando con el solipsismo patriarcal), a la maquinaria práctico-teórica que diluya la totalidad del antagonismo histórico, socioeconómico y político bajo el manto moderno y omniabarcante de la “clase burguesa”.

Afirmar que la “consustancialidad” (Kergoat, D. 2005: 95) hace desaparecer el antagonismo obrero-burgués o una visión materialista del funcionamiento de la maquinaria social, o, a la inversa, que la dominación patriarcal y la dominación racista se reducen a las relaciones de producción capitalista, en el mejor de los casos, es un error teórico, en el peor de los casos, es hacer pasar al reduccionismo por radicalidad.

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