Ser madre (y encima) joven

Ser madre (y encima) joven

Cuando mi pareja y yo anunciamos que traíamos una vida al mundo, tras felicitarme, algunas personas se apresuraron a preguntarme si el embarazo no iba a poner en peligro mi futuro profesional, mis opciones laborales y mi realización personal, “con lo joven que era” (tenía 28 años cuando me quedé embarazada). Todo eso no se lo preguntaron a mi pareja, un hombre, al que se limitaron a darle la enhorabuena. Sabía que me enfrentaría a muchos clichés, pero esta primera anécdota me avisó de que me enfrentaría a situaciones incómodas en más de una ocasión.

12/01/2018

Macarena


Miriam Sánchez M.
FLICKR https://www.flickr.com/photos/destellosderecuerdos
FACEBOOK https://www.facebook.com/Miriamsanchez.photography/

Cuando mi pareja y yo anunciamos que traíamos una vida al mundo, tras felicitarme, algunas personas se apresuraron a preguntarme si el embarazo no iba a poner en peligro mi futuro profesional, mis opciones laborales y mi realización personal, “con lo joven que era” (tenía 28 años cuando me quedé embarazada). Todo eso no se lo preguntaron a mi pareja, un hombre, al que se limitaron a darle la enhorabuena. Sabía que me enfrentaría a muchos clichés, pero esta primera anécdota me avisó de que me enfrentaría a situaciones incómodas en más de una ocasión.
A medida que avanzaba el embarazo, los topicazos hicieron acto de presentación: “¿qué harás cuando tengas que volver a trabajar?” “¿cómo vas a compatibilizar el trabajo y el cuidado del bebé?”, y otras preguntas relacionadas con mi reincorporación al trabajo y el cuidado de mi hija. Una vez más, a mi pareja no le preguntaban nada de eso. Él manifestaba su indignación, afirmando a conocidos y extraños que ambos íbamos a tener que hacer un esfuerzo extra. Pero claro, a quien abordaban con todas esas preguntas era a mí. Me miraban fijamente y las formulaban de forma mecánica, como si no esperaban que las respondiera.

Luego está por supuesto, la parte física. El embarazo, el parto y el postparto implican unos cambios muy violentos en el cuerpo. Tras mis revisiones periódicas, algunas personas se interesaban más por los kilos que había engordado que en el estado de la criatura. También recibí múltiples consejos sobre cómo no tener estrías, o como podría recuperar mi figura tras el parto. Como si eso me importara mucho. Creedme, si tanta importancia le diera a mi cuerpo, no habría buscado el embarazo. Cuando decía esto, las personas tan preocupadas por mi apariencia me miraban con extrañeza.

Llegó el día en el que nos enteramos que esperamos una niña. Mi pareja y yo nos miramos ilusionados delante de la pantalla del ecógrafo. Luego, con calma, analizamos a todo lo que se tendría que enfrentar por el mero hecho de ser mujer. Es triste, pero es así.

La cuestión de los apellidos también trajo cola. Decidimos que llevaría mi apellido primero, y eso nos ha traído más de un quebradero de cabeza. Ruptura de las normas no escritas, cuidado.

Hace dos meses, a mis 29 años y tras un parto largo, duro y que finalizó en cesárea ante un inminente riesgo de sufrimiento fetal, vino la vuelta a casa. Mi pareja fue a registrar a la niña al registro civil, pero no pudo: para que llevara mi apellido primero, tenía que ir yo, en persona, a firmar unos consentimientos. Si llevara el de mi pareja en primer lugar, todo esto no pasaría. Mi pareja protestó y alegó que, aparte de ser tremendamente injusto y dejarme a mí en situación de desigualdad, yo estaba convaleciente y con grapas en el vientre. Da igual; si quería cambiar el orden de apellidos, debía personarme yo en el registro.

Y allí nos plantamos: mi pareja, mi hija de una semana y yo, con mis grapas, mis dolores, mi hemorragia y mis molestias, para firmar el dichoso papel de inversión del orden normal de apellidos. Sí, tal cual se titulaba el documento. A pesar de todas las pegas, no dudé ni por un momento en que iba a ir. Le expliqué educadamente a la funcionaria mi opinión. Ella se encogió de hombros y me dio la razón, pero me dijo “es la ley, poco se puede hacer”. Una ley machista que parece que va a cambiar en junio de este año.

Otra mención hay que hacer a la lactancia materna. A los pocos días de dar a luz, tuvimos que ir a urgencias y, como mi hija lloraba, me puse a darle el pecho. Cuando levanté la vista, me encontré con la mirada reprobatoria de un señor. Yo sonreí; ya sabía yo que esto me lo iba a encontrar. Como pienso beneficiar a mi hija con la lactancia materna hasta donde queramos ambas, me he convertido en toda una lactivista.

Todo esto no es más que el principio de una carrera de fondo contra todas esas formas de machismos y micromachismos a los que una madre se enfrenta desde que anuncia su embarazo. Desde expresar que no queremos ropita rosa, ni que no vamos a agujerearle las orejas de la niña, hasta aclarar que mi pareja no “me ayuda”, sino que cumple gustosamente con las actividades propias de la paternidad. Tampoco “me” cuida a la niña, sino que cuida de su hija. Él está harto de dar explicaciones, pero la que se encuentra en el centro de la diana soy yo. Madre, joven y mujer. Vaya combinación. Y eso que no hemos mencionado que somos veganos y nuestra hija también lo va a ser, pero esa ya es otra historia.

suscribete al periodismo feminista
Download PDF
master violencia de género universidad de valencia
Etiquetas:

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

ayuda a Gaza
Download PDF

Título

Ir a Arriba