Elis Regina: Lanzarse hacia la espada

Elis Regina: Lanzarse hacia la espada

Surge el nombre de Brasil y la memoria se llena de música y voces doradas. Sin embargo, 35 años después de la muerte de Elis Regina, nadie ha conseguido disputarle la consideración de cantante de cantantes. Fue, en sus propias palabras, alguien que podía compartirlo todo, excepto el escenario. Y una kamikaze que necesitaba el riesgo para mantener el equilibrio.

Texto: Carlos Bouza
Elis Regina en concierto./ Rubenilson23, Wikimedia Commons

Elis Regina en concierto./ Rubenilson23, Wikimedia Commons

El contexto

Cuentan que la bossa nova fue la creación solitaria de un bahiano llamado João Gilberto, lo que supone admitir que esta forma musical perezosa y compleja surgió de la cabeza del mismísimo Zeus. Una versión más ajustada a los hechos, aunque igualmente resumida, nos sitúa en algún punto de Rio De Janeiro a finales de los años cincuenta, donde este joven guitarrista seducido por el jazz tantea un modo nuevo de abordar algo ya existente. Su investigación se concreta en la batida: un peculiar ritmo de acompañamiento que, desplazado con respecto a la melodía, genera una suerte de samba reducida a un puro esqueleto o pura síncopa. Descubierto un nuevo mar, Gilberto construye un barquito con el que navegarlo: un canto suave e intimista; un canto falado para deslizarse cadenciosamente sobre la guitarra tartamuda.

El mar y el barquito, los dos juntos, constituyen lo que hoy conocemos como bossa nova: un prodigio asentando en el estilo interpretativo de Gilberto, pero rápidamente ensanchado gracias a las aportaciones del compositor Antonio Carlos Jobim y del poeta Vinicius De Moraes. Aunque la bossa irrumpió con estruendo en Brasil, acabando con el dominio de estilos como el maxixe, el baiao, el choro o la samba, y pese a que ningún músico futuro lograría escapar de la poderosa influencia de Gilberto, a mediados de los años sesenta una nueva generación de artistas comienza a reclamar un cambio de guardia.

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En torno a 1965, el declive comercial de la bossa hace que el interés popular se desplace hacia el MPB o Música Popular Brasileña: una corriente dirigida a la clase media urbana, alimentada por una reserva de estilos ecléctica y plural, que en poco tiempo será objeto de una importante exportación. Con su sistema de estrellas (Chico Buarque, Milton Nascimento, Caetano Veloso) forjado en festivales musicales televisados, el MPB se convierte en la banda sonora de una creciente tensión social, avivada por la dictadura militar impuesta en Brasil desde el año 1964. Caudaloso y multiforme, en la cresta de la ola de este movimiento todavía podemos distinguir a Elis Regina (1945-1982): una mujer menuda y volcánica, siempre rodeada de un fulgor singular.

Un metro en el pecho

Hasta hace no mucho tiempo, todavía se disputaban algunos señores el descubrimiento de esta brasileña de Porto Alegre, de quien se dijo que cantaba como quien se enjuaga las lágrimas o como quien camina sobre un filamento. Ambas imágenes sirven para describir la tristeza mineral con la que Elis interpretaba canciones ingrávidas, como aquel ‘Inútil Paisagem’ que en 1974 cerraba su disco conjunto con Antonio Carlos Jobim. Pero también está aquella Elis que era más bien como el gato de Cheshire de “Alicia en el país de las maravillas”: una cantante cuya sonrisa parecía flotar en el aire cuando desencadenaba la contagiosa alegría de piezas como ‘Vou Deitar e Rolar’. Elis era, pues, una mujer versátil y de fuertes contrastes, tanto encima del escenario como fuera de él.

Apenas unos años atrás, decíamos, aún había señores peleándose por determinar quién había descubierto a esta niña en un programa de radio de jóvenes talentos; quién la animó a certificar su valía en un primer contrato, o quién propició que el sello Columbia registrase sus habilidades en un disco inaugural de rocks y calipsos. Pero la única certeza es que a Elis la intuyeron sus padres, cuando la bautizaron con un nombre que consideraban idóneo para una futura cantante de éxito, y que después fue ella la encargada de perfeccionar su balanço o su swing o su portentosa cadencia, logrando que dentro del pecho le creciese algo que imaginamos como una cinta métrica, pero que en realidad es el secreto nunca desvelado del compás y el fraseo que la hicieron famosa. Ahora bien: nadie se ha peleado nunca por esclarecer quien desató su personalidad mercurial, tal vez porque ese es un episodio bien documentado en su biografía.

Todo empieza en el colegio, donde a menudo la crueldad se manifiesta por primera vez en la vida. Elis tiene catorce años y la profesora se le echa encima como una sombra funesta. Lo que le dice la sombra es que no es digna de vestir el sagrado uniforme de la institución. Y lo que argumenta la sombra es que las cantantes radiofónicas son unas putas, sean niñas o no, y que también lo son sus madres por permitirles cantar. Para la pequeña Elis, acostumbrada a lidiar con un fuerte pánico escénico, este episodio pudo haber sido la antesala de una renuncia, si no fuese porque la injuria terminaría por fortalecer su orgullo y redoblar su energía. De vuelta a casa, la niña contempla su futuro: nunca habrá segundos premios. Es decir: la única opción es ser la mejor, contradiciendo no solo a la sombra, sino también a las hemorragias nasales y a los dolores de estómago que la alertan antes de salir a escena.

O Beco Das Garrafas

Elis llega a Río de Janeiro en 1964, acompañada de su padre, coincidiendo con los días previos al golpe militar que derrocará al gobierno de João Goulart. Su destino es el mismo que el de todos aquellos compatriotas que tienen una guitarra o una voz que merecen ser escuchadas: el Beco das Garrafas, un callejón de Copacabana que antaño sirvió para acoger a la crema de la bossa nova, y cuyos clubes conforman ahora la cantera de la nueva guardia. Allí, Elis destaca no solo por su estilo (una manera de decir la bossa que elude el calmado flujo de Gilberto en favor de un canto abierto y efusivo) sino también por la revolución que anuncian sus maneras.

Como en el caso de Gilberto, la leyenda habla de una revolución solitaria, a partir de la cual este pequeño furacão, este pequeño huracán del que todos hablan, altera la fórmula intimista de la bossa para conducirla hacia los grandes aforos. Una ruptura que tiene su puesta de largo en noviembre de ese mismo 1964, en el teatro Paramount de São Paulo, donde Elis acaba su actuación entre el clamor de cuatro mil manos batiendo. “Nada me detiene cuando el maestro cuenta uno, dos y tres”, dirá en el futuro, tras una larga constelación de noches similares a sus espaldas. Lo que surge cuando el maestro da el pie puede ser, en fin, cualquier cosa: un lamento, una algarabía. En este momento suena ‘Agora Ta’, una canción del segundo tipo: Regina entra a pulmón libre, como una niña descubriendo el mar, como una mujer recordando la felicidad de la niña al descubrir el mar. ¿Quién podría siquiera soñar con detenerla?

Lanzarse hacia la espada

Otra escena fundacional: en 1965, una multitud carioca se sienta ante el televisor para disfrutar del primer Festival de Música Popular Brasileña, al que Elis Regina se presenta con ‘Arrastao’, una nueva composición que lleva la rúbrica de Edu Lobo y Vinicius de Moraes. La calidad de la filmación acusa hoy los rigores del tiempo, pero hay algo irreductible no solo en la voz de Elis, sino también en su cuerpo, o en como su cuerpo entero se pone al servicio de la música. El fragmento que ha sobrevivido dura poco más de un minuto, pero su valor es extraordinario por varios motivos. El más evidente es que recoge un momento particularmente dulce en la carrera de Regina, quien con los brazos imitando al Cristo Redentor y los ojos como bengalas está a punto de convertirse en la cantante mejor pagada de Brasil. Para el país entero, la actuación jalona un acontecimiento aún más significativo culturalmente, en cuanto que marca el pistoletazo de salida del MBP.

Pero, en contraste con el cariño popular, la artista se gana entre sus compañeros una discutida reputación de mujer áspera e intratable. Para Caetano Veloso es esa compañera “llena de talento”, pero “cursi y vulgar”, cuyo temperamento bronco parece mirar en dirección contraria a la sutil precisión con la que se enfrenta a su arte. Para Vinicius será siempre “pimetinha” (“pimientita”), un apodo indulgente que ella siente como algo parecido a un disparo. Porque quién sabe nada, en realidad, de esta mujer que apenas justificó sus turbulencias ante la escritora Clarice Lispector, confesándole su condición de ciclotímica que pasaba rápidamente de besar el cielo a morder la tierra.

Una intuición: puede que el problema con Elis no fuese tanto una consecuencia de sus fluctuaciones emocionales como el resultado del enorme grado de poder y autonomía que llegó a conquistar: un logro imperdonable en una industria poco habituada a bregar con mujeres que renunciasen a ser meros peones en manos de los grandes empresarios. En ese sentido, Elis encarna una distorsión incómoda, pese a que únicamente exigía lo que era justo: composiciones de calidad, músicos rigurosos, el derecho a no hacer concesiones. No obstante, el modo en que aprovechaba cualquier intervención para blindar su mala fama provoca corrientes de placer diabólico. “Si tener genio, ser exigente y rechazar el ser relegada es tener mal carácter, entonces lo tengo”. Subiendo la apuesta: “Entre la espada y la pared, me lanzo hacia la espada”. Resumiendo: “Poca gente morirá conociéndome”.

Afinación y emoción

Eran sus palabras favoritas, las palabras que Elis toqueteaba como si fuesen amuletos cada vez que se enfrentaba a una partitura. A su conjunción se debe que en 1965 se convierta en la atracción semanal del show televisivo ‘O Fino Da Bossa’, donde ejerce de catalizadora o testadora de las nuevas composiciones de João Bosco, Milton Nascimento o Chico Buarque. Una costumbre basada en una cuestión de flexibilidad y ductilidad vocal, pues todos saben que Elis se mueve con idéntica soltura en el terreno de la samba, la bossa, el jazz o el soul.

Podemos sumar una tercera palabra: contradicción. Refractaria en principio al movimiento tropicalista, que a finales de los sesenta anuncia el advenimiento de la guitarra eléctrica y la instauración de una suerte de psicodelia amazónica, Regina sorprende tiempo después con un ciclo de discos también eléctricos, en los que hierve su deseo de experimentación. Esa misma paradoja puede desplazarse al ámbito de lo político, donde sus gestos punzan en fibras más sensibles para el país. En una secuencia célebre, la cantante declara en 1969 que Brasil está gobernado por gorilas. Más tarde, acepta cantar el himno nacional durante la conmemoración de la independencia de Brasil, en un acto auspiciado por la junta militar. Y en un giro inesperado, poco después la vemos ante una marea humana, interpretando con un temblor ‘O bêbado e a equilibrista’: la simbólica pieza que sella el final de la dictadura, los indultos y el regreso de quienes tuvieron que huir. Añadamos una cuarta palabra: imprevisibilidad.

Qué saudade, Elis

La noche del 19 de enero de 1982 se presenta sin sobresaltos. Tras ofrecer una fiesta en su residencia de São Paulo, Elis se retira a su cuarto para trabajar en las músicas de un disco futuro. En algún momento de la mañana siguiente, durante una llamada telefónica, el interlocutor advierte algo extraño en el comportamiento de la cantante. Horas después se produce un trajín de ambulancias y coches de policía. Cuando los servicios médicos irrumpen en la habitación, encuentran su cuerpo ya sin vida, doblegado por una mezcla mal calibrada de vermú y cocaína.

Días más tarde, miles de personas acompañan el féretro hasta el cementerio, atravesando un mutismo denso que niega irónicamente la alegría y la música. Al mismo tiempo se suceden los obituarios, las semblanzas. Crónicas tal vez muy parecidas a esta, escritas por personas que se morirían, que nos moriremos, sin haber conocido a Elis Regina ni por asomo.

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