El té con la reina

El té con la reina

Curros bizarros mientras estás en el paro: parte 1

10/01/2018

Chica Niporesas

Ésta es una historia de desesperación y rayitos de esperanza, de caídas y… ¿levantamientos?, de cómo los caminos de la precariedad son inescrutables. Empiezo…

Me mudé a Londres hace algo más de tres meses y, antes, pasé una temporada en Bristol. Con mi formación, bilingüismo y experiencia como profesora de inglés, entre otras, no había Brexits que temer -pensé-. Craso error.

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Los ingleses no se andan con tonterías a la hora de ‘conceder’ empleo[1]. Me he pasado los últimos meses rellenando tediosas aplicaciones de una docena de páginas cada una donde por dar detalles tienes que acordarte hasta de las notas que sacaste en 3º de la E.S.O. Nombres de empleadores y referencias, listas y más listas, para, cuando llegas al final del documento pensando que la tortura llega a su fin, descubrir que aún te falta lo más importante: otro exhaustivo recuento de las habilidades específicas para el trabajo en sí (en mi caso, Communications Officer o técnica de comunicación) usando un método llamado S.T.A.R., acrónimo inmisericorde de ‘skills, tasks, actions, results’. ¡Porque tú lo vales!

Anyway… Entre noches sin dormir y cover letters por pulir (lo del CV está anticuando, nenas), buscando trabajos ya un poco de lo que sea, encuentro un bolo de un día un tanto peculiar. Con quien contacto para el trabajo era un tipo de la Sociedad Monárquica Británica vestido de tal guisa [ver ilustración], quien puso un anuncio en un grupo de Facebook de extras para televisión y cine diciendo que necesitaba personas urgentemente para atender un evento pijo.

En el email posterior, me cuenta que tenemos que hacer de delegados (no me preguntes de qué) en un evento del que no conozco los detalles hasta llegar al sitio. Adjunta un acuerdo de confidencialidad para que firmemos -llegada a este punto, decido reclutar a un amigo para la aventura-, con vigencia indefinida -en negrita-. No podemos desvelar cómo habíamos sido contactados, ni demás detalles. Nos dice que, de cara a la galería, debíamos ser ‘delegates‘ o, simplemente, parte de la audiencia que estábamos allí por nuestro interés en el evento.

Pues allá que vamos con nuestros atuendos ‘elegantes’ improvisados (‘bussines attire required’) pensando que  tomaríamos el té con la Reina, inventando posibles personalidades: import/export de bidés en mi caso -española en Inglaterra- y de tomates en el caso de mi amigo -italiano en Inglaterra-. Él parece un judío ortodoxo de los de Stamford Hill[2], al lado de donde vivimos, vestido todo de negro con un abrigo de paño hasta las rodillas y yo voy vestida con una chaqueta negra tipo pingüino y un poncho burdeos. Mi amigo me comenta que la combinación de colores no es la más lograda, y es que el bolso menos llamativo que encontré para tamaño evento es azul eléctrico.

Llegamos al hotel de lujo de localización secreta, nerviosos por nuestro aspecto y la incertidumbre de no saber qué es. Hacemos la cola, y pronto veo en los carteles que se trata de una conferencia sobre Catar y la seguridad global y regional. Ahí es nada. No hay ni rastro de patrocinadores, logos de empresas o instituciones organizadoras ni nada por el estilo. Los temas de las charlas, según el dossier eran: la lucha contra el terrorismo, los derechos humanos, la libertad de prensa y la democracia en el país (glubs).

Como periodista migrada precaria, especializada en Relaciones Internacionales, acabar de rebote en un evento así es una oportunidad para dar rienda suelta a la imaginación de conspiranoias globalizadas. Esos mismos días estaba teniendo lugar en Londres una feria de defensa y armamento. ¿Casualidad? Abro mucho los ojos para que no se me escape detalle. ¿Quién será quién?

Después de tomar un primer té en el que mi estómago lamenta la ausencia de pastelitos (¡a pesar de que se incluyen en el programa!), entramos en la sala de conferencias. El fundador Khalid Al-Hail, hombre de negocios e instigador del Movimiento de Rescate en Catar, explica que este acto no lo habrían podido celebrar en su propio país por la represión estatal. Parece serio el asunto.

Le siguen el general ‘Chuck’ Wald (encuentro que chuck significa algo así como ‘aguja’ o paleta de carne en inglés norteamericano, lo cual no hace sino aumentar la confusión), que en su pasado fue futbolista; y un tal Paddy Ashdown, perteneciente a la Casa de los Lores, ex líder de los liberales demócratas en Reino Unido y otras credenciales. Lord Ashdown of North-sub-Hamdon (intenta decir esto sin trabarte), también escribe novelas sobre espionaje en la Segunda Guerra Mundial y cuenta con éxitos en su carrera como el de haber sido el único miembro del parlamento elegido de la lista del paro.

Entre charlas sobre el islam político y la financiación a grupos terroristas en Catar, aparece el representante de los monárquicos British alabando las bondades de las monarquías constitucionales, dejando clarito que eso de Catar no es tal, y de esto saben un rato la Reina y “su gente en Palacio”, que velan por el respeto de los derechos y la democracia. [Nota al pie de evento: Este no es el señor que paga a gente en B para que atiendan conferencias de dudosa financiación, nooo.]

Llega el momento del esperado banquete. Civilizadas colas para servirnos moderadas raciones de cuscús y tomate con feta (ups, resultó ser sandía…) en cuenquitos que los comensales vuelcan con delicadeza en sus respectivos platos. Cuando termino la peregrinación canapil, atisbo que mi amigo se ha sentado con unos post-adolescentes vestidos en atuendos de nuevo ricos y me preocupa que cantemos mucho como infiltrados. La pausa es larga y la dicha es corta. Después de comer pastelitos, nos entra un sueñirrín que hace difícil concentrarse en las sesudas charlas sobre torturas cataríes y el debate de si Al-Jazeera representa la libertad de prensa o la voz del terror.

Una se siente un poco como que no sabe a quién creer ni cuánto creer. Alguien dice que la comunicación entre Arabia Saudí y Catar es como un teléfono escacharrado; así siento yo que estoy recibiendo la información. Me imagino entes diabólicos con nombres muy largos e institucionales, o a lo mejor existen de verdad… Me retumban en el conducto aurical: Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo, Qatar Rescue Movement, Shadow Defence Secretary (¡¿Secretario Sombra/sombrío de Defensa?!), etc.

Le toca hablar al embajador norteamericano para las Naciones Unidas, especializado en liberar presos políticos, sobre todo en Corea del Norte. Su misión en la actualidad es entrenar a líderes cubanos y birmanos porque no hay duda de que los líderes de esos países no molan. Está de acuerdo con el acuerdo nuclear con Irán -valga la redudancia-, pero “esas otras colaboraciones” con Hamás, los Hermanos musulmanes, eso sí que no. La participación de mujeres alcanza récords: cero, ¿o se puede decir -100%? De todas las voces ‘expertas’, hay dos testimonios de miembros de la oposición catarí, que relatan torturas del régimen. Para todo lo demás, señores blancos hablando de cosas desde podios. Ajá.

Si algo queda claro es que Catar está solo, aislado, repudiado por sus países vecinos y parece que también por países menos vecinos. Siempre les quedará los realistas británicos. Bueno, y una base aérea norteamericana “como sede de la lucha aérea contra el ISIS”. A ver, ¿Catar e Irán tienen buen rollito o no? Vaya follón…

La pregunta es: ¿y ahora qué? Y, ¿quiénes somos reales y quiénes infiltrados? Mi amigo y yo nos miramos, esperando a que uno de los dos sepa cuál es el siguiente paso. Por fin, se acerca el monárquico susurrando “Hola, amigos. A continuación vamos a tomar un piscolabis y luego procedemos al pa… [aquí su voz hace un fade out hasta lo ininteligible]”. Sólo le faltó un guiño.

El tipo monárquico se dedica a dar vueltas sin saber cómo hacer, esperando a no sabemos quién para pagarnos. Una hora después, por motivos desconocidos para nosotros, el tipo dice que le sigamos a la planta de abajo y acaba sacando billetes del cajero en la recepción del hotel y dándonoslos uno por uno, poniéndose cada vez más rojo, en vez de haber preparado sobres o cualquier cosa como más discreta.

“¿A quién le falta uno de £5?”.

Y así es, querides amigues, cómo la precariedad es caprichosa y te lleva por caminos inescrutables.


[1] Del lat. concedĕre: dar, otorgar, hacer merced y gracia de algo.

[2] Stamford Hill está en el noreste de Londres y es la mayor comunidad judía jaredí en Europa. Esto da para otro artículo…

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