“Si todo el mundo opina sobre mi cuerpo, ¿cómo no voy a querer ocultarme?”

“Si todo el mundo opina sobre mi cuerpo, ¿cómo no voy a querer ocultarme?”

Es normal que la sensación de sentirte observada te paralice. Es normal que a veces quieras esconderte. Tú, todas, somos escrutadas y sexualizadas continuamente y eso tiene un impacto en nuestra autoestima y bienestar. ¿Cómo podemos gestionar de la mejor manera el hecho, la realidad, de ser observadas y juzgadas como mujeres?

Imagen: Núria Frago

Ilustración animada de Núria Frago

La carta de la lectora
Soy una mujer de 26 años, cis, hetero, que últimamente tiene bastantes conflictos con los hombres de su entorno. Estoy terminando mi carrera universitaria en el campo de Ciencias de la Salud. Como muchos de los exámenes son de exposición oral, unes compañeres y yo decidimos apuntarnos a un curso de expresión oral.

Aunque el profesor del curso opina que me expreso bien y que mis ideas están ordenadas, criticó intensamente la postura de mi cuerpo: como protegiéndome, cubriéndome el pecho con los brazos, encogida en mí misma… El profesor continuó profundizando en su análisis y decretó que yo tenía que aceptar mi “cuerpo de mujer” como tal, y no esconderlo.

Hasta ese punto acepté las sugerencias, pero al terminar el curso mis compañeres tenían clarísimo que mi complejo venía “de cuando me salieron pechos en la pubertad, me sentí incómoda (yo sola), y desde entonces llevo intentando ocultarlos”. En ese momento me enfadé, les interrumpí y les conté que yo no tenía ningún problema con mi “cuerpo de mujer” pero que desde los 11 años, hombres mucho mayores que yo llevan parándome por la calle, gritándome obscenidades… y desde entonces, a cualquier hora, cualquier persona se da el lujo de expresar lo que opina sobre mi cuerpo. ¿Cómo no voy a querer ocultarme, si no puedo ni caminar tranquila de mi casa a la Facultad?

Entonces, uno de los chicos afirmó tajantemente que “yo tenía un problema muy grave con los hombres” y que “deja que te haga un cumplido: lo que pasa es que eres guapa y es lo que hay”. Estas dos frases me las han dicho ya varias veces en estos meses diferentes personas (todas varones), y no sé cómo responder o si debo trabajarme algo. Me dan tres mensajes que para mí son contradictorios:

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1. Si eres (los hombres piensan que eres) guapa, es normal que te paren por la calle, te interrumpan en tu trabajo o te acosen. No hay nada que puedas hacer sobre esto.

2. ¡No te escondas, tienes que estar orgullosa de ser mujer, salir de casa y vivir la vida!

3. ¡No te enfades con la situación, porque eso es lo mismo que odiar a los hombres!

Y yo, ante estos tres mandatos, ni me siento guapa, me dan ganas de esconderme y estoy furiosa. Desde la pubertad practico artes marciales y no suelo tener miedo a ser agredida cuando voy por la calle, pero la sensación de sentirme constantemente observada me paraliza. Ahora no puedo ni quejarme, porque los hombres de mi entorno están entendiendo que “estoy traumatizada” o que “les odio”. ¿Me aconsejan algo para salir de esta encrucijada? Gracias de corazón. (Ana)

Querida Ana,

Gracias por compartirnos tu experiencia.

Gracias por describir tan bien ese acoso y esa infantilización que vivimos las mujeres. Gracias por recoger esa sutilidad y falso buenismo que entraña en ocasiones (opino sobre tu vida y sobre tu cuerpo pero… ¡no para acosarte o como muestra implícita de superioridad!, sino para ayudarte, enseñarte, halagarte…)

Pero gracias, sobre todo, por recoger cómo la sociedad –no, no así en etéreo; definamos “sociedad”: nuestras instituciones, nuestros amigos, parejas, profesores, padres o compañeros- nos desautoriza en muchas ocasiones al denunciar dicha infantilización o dicho acoso.

Recuerdos

Leyéndote me han venido muchos recuerdos. Tus experiencias y tus palabras me han sonado como propias, como de amigas cercanas: el estar en el punto de mira, el saberte observada y sexualizada, el ser consciente de que tu cuerpo puede ser tocado u opinado sin tu consentimiento.

Me he visto a mi misma en el colegio, unos 14 años, con uno de mis primeros ligues. Saliendo de clase, recorriendo las calles entre risas, vergüenza y cierto pudor. Sus manos frías, ásperas, de repente recorriendo mi espalda y mis pechos. Mi incomodidad, mi deseo de zafarme, mi cuerpo encogido. Y mi sonrisa forzada hacia él, no vaya a pensar que soy una estrecha.

Me he recordado algo más mayor, unos 17 años. Último curso antes de la universidad. Corre un papel por el aula que resulta ser una lista de las chicas de la clase. Los nombres de todas nosotras están escritos arriba y hay unas puntuaciones que se refieren a nuestro culo, tetas, cara y el “conjunto”. Me viene un compañero a explicar que, aunque yo no tengo las mejores tetas ni el mejor culo, en conjunto puntúo de las más altas. ¡Siéntete orgullosa, pues!

Sigo. Llevo unos tres años haciendo yoga. Tres años de pelea con mis hombros, que se empeñan, tercos, en cerrarse. Hasta el día que me di cuenta de que era una manera de disimular mi pecho. VAYA. Una postura aprendida, una defensa. Igual que las veces que he teñido mi pelo de rojo o de oscuro, renunciando al rubio; o lo he cortado más corto, o más punki… porque son escudos inconscientes, para no ser mirada, escrutada, por la calle. Escudos para pasar desapercibida.

Y, sí. #MeToo. Yo también he aguantado, tantas veces, que hombres cercanos a mí me expliquen qué me pasa, por qué siento lo que siento, qué debo hacer. También he tenido que escuchar que sea más sexy, o más elegante, que explote más mi lado femenino.

Como tantas amigas, compañeras y conocidas con las que hablo. Como tantas clientas me cuentan en consulta. No son casos particulares, Ana: es algo estructural. Es patriarcado.

El acceso a los cuerpos de las mujeres por parte de los hombres

No es nada extraño que tengas identificado, Ana, que desde los 11 años recibes acoso callejero u opiniones no pedidas sobre tu cuerpo y sobre tu vida.

La realidad cotidiana nos enseña desde bien pequeñitas a las mujeres que nuestros cuerpos son accesibles y opinables. Sobre ello habla Carole Pateman en su libro de cabecera ‘El contrato sexual‘ donde describe como, fruto de la reorganización patriarcal de la sociedad en la modernidad, se establece un acuerdo no escrito donde los hombres pactan el acceso a los cuerpos de las mujeres.

Opino que este acceso no se refiere sólo al cuerpo físico, sino también al resto de nuestros cuerpos: el emocional, el mental y el espiritual (cómo nos sentimos, cómo pensamos, en qué creemos, qué opinamos).

En la construcción de la feminidad tradicional encontramos el origen. Las mujeres somos definidas como seres cuasi-infantiles necesitados de cierto asesoramiento. Por eso en las películas, los cuentos, las canciones… las mujeres casi siempre son las salvadas, las rescatadas, las asesoradas, las que cuentan con la intervención de un hombre que las dice lo que tienen que hacer.

Por eso, Ana, hay tantos hombres (muchos de ellos cercanos a nosotras, familiares, compañeros…) que consciente o inconscientemente se expresan con total naturalidad sobre nuestro aspecto físico, nuestra estética, nuestra ropa, nuestra vida emocional o sexual, nuestras decisiones, nuestros sueños y expectativas, nuestras creencias, incluso sobre nuestras percepciones y sentimientos.

Incluso, o sobre todo, sin que nosotras hayamos pedido opinión ninguna.

Mujer, necesitas protección y tutela. Mujer, tu cuerpo no te pertenece.

Desde el coaching trabajamos muchísimo con las creencias, que son ideas que presuponemos verdaderas y que regulan nuestro comportamiento. Muchas de ellas vienen dadas por nuestra cultura y marcan lo que una sociedad considera normal/anormal, bueno/malo, correcto/incorrecto, apropiado/sancionable.

Las creencias sociales aprendidas aquí son claras (y bastante retrógradas y machistas):

  1. “Las mujeres son seres infantiles o inseguros que necesitan protección, asesoramiento y tutela”.

  2. “Los cuerpos de las mujeres pertenecen a los hombres y como tal son opinables, accesibles y acosables”.

Estas creencias se encuentran en la base de las violencias machistas. Y están estrechamente relacionadas con la construcción de la feminidad, lo cual quiere decir que las chicas trans también están expuestas a ellas.

Tú, leída como mujer, has de escuchar a quienes realmente saben lo que te ocurre y lo que te conviene.

Tú, leída como mujer, has de saber que siempre hay un peligro latente ya que los hombres tienen derecho a acceder a tu cuerpo.

¿Os suena fuerte? Pues id al cine o encended la tele y observad los roles que se muestran. Si os parece exagerado, preguntádselo a la chica violada en San Fermín por “La Manada”. O a Diana Quer (me corroe la rabia y la tristeza). Si os sigue pareciendo exagerado, preguntádselo a todas las mujeres que están denunciando de manera pública abusos sexuales tanto en EEUU, como en España, como en tantos países.

O a cualquier mujer que pares por la calle y te cuente las veces que ha pasado miedo, se ha sentido desprotegida o ha sentido rabia yendo sola o acompañada de otras mujeres.

Distintos roles: la que calla y el que sabe

Callarse. Ese sería el aprendizaje de base que se nos inocula a las mujeres.

También valorar más la opinión de un hombre, por el hecho de serlo. O reconocer a los hombres inconscientemente como los que saben o los solucionadores oficiales. Tremenda carga para ellos también en ocasiones. Soy consciente de que algunos hombres no llevan nada bien este rol impuesto desde la masculinidad hegemónica. Muchos otros se benefician inmensamente de ese trono de expertos en el que se nos enseña a situarles.

Ellos protagonizan el rol privilegiado de quienes pueden y deben opinar, porque aprenden que su palabra es la ley. Y desde esa lógica patriarcal, ellos han de protegernos y guiarnos a las mujeres porque somos, claro, más indecisas y emocionales.

¡Sorpresa, no estamos locas!: Se llama gaslighting social

Ana, creo que el patriarcado tiene muchas maneras de desprestigiar aquello que denuncian las mujeres: minimizarlo, criticarlo, reírse de ello o presentarlo como una exageración o una invención. Y creo que las mujeres vivimos en una violencia “luz de gas” permanente a nivel social y simbólico (aquí puedes leer más sobre qué es la violencia luz de gas).

Esto quiere decir que vivimos inmersas en un mar de violencias más o menos sutiles, pero sin embargo recibimos el mensaje de que no podemos quejarnos porque nuestras condiciones de vida han mejorado ostensiblemente. Y esta contradicción entre lo que sentimos y la normalidad que se nos devuelve nos confunde, nos hace dudar de nosotras mismas, nos hace sentirnos perdidas.

La disyuntiva a la que nos enfrentamos las mujeres es: ¿doy credibilidad y validez a mi malestar o me creo el mensaje que se me envía de que vivimos en una igualdad real?

Ana, lectoras Pikaras, mirad si algo de esto os resuena:

Se opina sobre tu cuerpo, tu ropa o tu sexualidad y esto parece algo normal.

Te quedas embarazada y temes por tu puesto de trabajo.

Decides no ponerte un escote porque no te apetece sostener miradas y comentarios invasivos.

Sales de noche y sabes que te enfrentarás a contacto corporal, verbal y visual no deseado.

Si tienes relaciones sexuales con hombres, en la mayoría de ocasiones te sientes responsable de proponer el uso del condón y muchas veces has de “convencerles” para ello.

Realizas la mayoría de las tareas del hogar o de cuidados mientras a la par procuras seguir teniendo energía 100 para tu trabajo fuera de casa.

Tu padre se permite opinar sobre tu manera de vestir o tus relaciones cuando a tu hermano jamás le diría nada.

Profesores, jefes y mentores te hablan en ocasiones con una familiaridad casi insultante e infantilizadora.

Pero resulta que eres una odia-hombres y una exagerada por quejarte.

Ana, es normal que la sensación de sentirte observada te paralice. Es normal que a veces quieras esconderte. Te dicen que todo está bien, pero tú, todas, somos escrutadas y sexualizadas continuamente y eso tiene un impacto en nuestra autoestima y bienestar.

Esa confusión, esa descalificación, ese obviar el desgaste, la injusticia y el malestar; ese invalidar las experiencias de las mujeres, ese negar la evidencia… eso es gaslighting social.

Manual de supervivencia

Querida Ana, consejos o recetas mágicas para salir de esta encrucijada no puedo darte. Porque no existen. Tendrás que mirarte dentro, escucharte y elegir tomar las actitudes que más te convengan. También poner los límites que estimes necesarios para cuidarte. Y por supuesto buscar alianzas.

Es un hecho que las mujeres en esta sociedad estamos sexualizadas. Que nuestros cuerpos son campos de batalla. Cuanto más libres, más batalla.

Es un hecho que en esta sociedad patriarcal nuestra ropa, actitudes, las libertades que nos damos, nuestros cuerpos, maquillajes y decisiones parecen ser absurdamente opinables.

Pero también es cierto que las mujeres levantamos nuestra voz cada vez más, tomamos las riendas de nuestras propias vidas. Cada vez hay más referentes de mujeres que ponen límites a este “ser opinables”, acosables, abusables y que nos inspiran a las demás.

Sí me permito proponerte, proponeros a las lectoras pikaras, algunas reflexiones y herramientas que pueden ser útiles:

  1. Desactivemos la creencia de que debemos complacer y callar.

A las mujeres se nos educa para complacer y no confrontar. Muchas veces me lo habréis oído decir. Y es que lo considero crítico. Sin desactivar esta creencia aprendida, la mayor parte de las mujeres reaccionamos, como accionadas por un resorte, agradando; ofreciendo hacer algo cuando realmente no tenemos la disponibilidad, sonriendo cortadas ante comentarios ofensivos, callando por no generar conflicto o por no poner en evidencia al señor que te está ofendiendo o haciendo sentir violentada. Todo esto a costa de rabia y dolores de estómago.

No. BASTA.

Tu palabra es legítima. Tu sentir es válido. Tus límites no son negociables. Tus decisiones te pertenecen. Tus necesidades importan. Cuidarte no es ser egoísta, es sólo eso, cuidarte. Expresar cuál es tu disponibilidad es sano. No has de hacerte responsable de gestionar las emociones de los demás. Eres sabia. Eres la mayor experta en ti misma. Confía en tu intuición. Escúchate. TU CUERPO ES TUYO.

  1. Empoderamiento, empoderamiento, empoderamiento.

La palabra mágica. Y que nos quede claro, nadie puede empoderarnos, somos nosotras mismas quien hemos de agarrar las riendas para ganar ese poder. Porque, sí, Ana, el empoderamiento tiene que ver con ganar poder. Poder en primer lugar sobre nosotras mismas y nuestras vidas.

Como describe Clara Murguialday, experta en empoderamiento, “adquirir esta fortaleza es un proceso individual y subjetivo, que comienza con la toma de conciencia sobre la propia situación y sus causas, trae consigo un aumento de la autoestima y de la confianza en la propia valía, y proporciona a las mujeres un sentido de control sobre sus propias vidas”.

Ana, te lanzo algunas preguntas: ¿qué te ayudaría a ganar en poder sobre ti misma, autoestima, fortaleza y seguridad? ¿En quién y en qué puedes apoyarte? ¿Qué necesitas expresar y a quién? ¿Qué límites necesitas poner en tu vida? ¿Has pensado en participar en algún taller de autoestima feminista?

El segundo paso del empoderamiento es ganar poder junto a otras, el “poder con”. Tiene que ver con el poder colectivo, la necesidad de construir redes y alianzas para entender y enfrentar una subordinación.

Ana, ¿qué tal sería investigar sobre grupos de mujeres, grupos críticos, grupos feministas que haya donde vives? ¿Y en las redes? Expresar y escuchar a otras compañeras en un espacio seguro, nombrar opresiones y malestares compartidos, apoyarse, compartir intereses y conversaciones, construir estrategias conjuntas y conocer personas que viven situaciones parecidas a las de una es un bálsamo para el alma y ¡un subidón de energía!

El tercer paso del empoderamiento es el ganar poder para cambiar la realidad (el “poder para”). El “poder para” se refiere al potencial que toda persona tiene de definir su propia vida. En palabras de Murguialday, “se trata de un poder creativo que […] se expresa en la habilidad de las personas para reconocer sus necesidades y darse cuenta de que tienen capacidad de incidir en sus circunstancias para lograr una situación más favorable para ellas”.

Ana, ¿cómo puedes gestionar de la mejor manera el hecho, la realidad, de ser observadas y juzgadas como mujeres? ¿Qué ampliaría tu libertad? Sabemos que seremos sexualizadas, desde este principio de realidad (a día de hoy, al menos), ¿cómo puedes conectar con tu sexualidad y con tu cuerpo lo más libremente posible?

  1. Autodefensa.

Creo que las mujeres hemos de seguir aprendiendo a defendernos. No porque tengamos que vivir con miedo, que es lo que se nos ha enseñado. Sino para sentirnos seguras, que es diferente.

Y cuando hablo de aprender a defendernos, además de hacerlo físicamente, hablo de aprender a escucharnos, a confrontar si es necesario y a poner límites sin sentirnos culpables. Fue maravilloso hace unos días, en un taller de empoderamiento feminista con 20 mujeres, cómo trabajamos ese poner límites desde el cuerpo, desde nuestra voz, desde nuestra mirada y nuestro lenguaje corporal.

Basta. Hasta aquí. No quiero más. No estoy de acuerdo. Éste es mi espacio. Ahora me toca a mí. No estoy disponible. Eso no es opinable. Mi cuerpo, mis reglas.

Ana, la autodefensa también se construye desde lo colectivo: éstas son algunas de las frases que las mujeres acompañaron con su cuerpo, cada una como más le convenía, como más necesitaba, para poner límites. Orgullosas. Contundentes. Desde ese maravilloso y diverso “ser mujeres” del que ellas se apropiaron, cada una a su manera, todas juntas.

Te deseo lo mejor.

¿Estás en un momento de cambio vital? ¿Te sientes estancada, desorientada o bloqueada? Si quieres que nuestra coach feminista te oriente mediante un artículo que sirva además a más lectores y lectoras pikaras, escribe a participa@pikaramagazine.com

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