Pido perdón por oprimir pero ¿cómo, por qué, para qué?

Pido perdón por oprimir pero ¿cómo, por qué, para qué?

Conectar con el dolor para empezar a romper con la violencia de los privilegios.

17/11/2017
Miki Decrece

Statues de Hernán Piñera | Vía Flickr | Licencia Creative Commons

 
Los hombres hemos nacido en una sociedad donde la opresión a las mujeres está tan normalizada que muchas veces se naturaliza y pasa como “normal”, como algo invisible a nuestros ojos. Incluso cuando nos topamos con el feminismo y lo acogemos con los brazos abiertos, es simplemente el inicio de una transformación interior que, poco a poco, se va dejando notar a nuestro alrededor, en nuestras relaciones. Es decir, que aunque nos vayamos volviendo más o menos feministas, aún hay comportamientos machistas que nos pasan inadvertidos u otros de los que somos conscientes y, aún así, seguimos reproduciendo.
 
Resumiendo, es innegable que, aunque queramos cambiarlo, los hombres hemos ejercido una opresión, la seguimos ejerciendo en mayor o menor medida y muy probablemente la sigamos ejerciendo, ojalá en menor medida… mientras nos movemos hacia el ideal de relaciones interpersonales armónicas, amorosas, amables y horizontales.
 
Vale, oprimimos… y ahora ¿qué hacemos con ese hecho?
 
Lo primero es darse cuenta. Pero no un “darse cuenta” intelectual, como el que admite que se ha dejado las luces de la oficina encendidas y aquí no pasa nada. Es un darse cuenta integral, sentido. Podemos visualizarnos en alguna de esas situaciones y conectar con el sufrimiento que nuestras acciones y/o nuestras inacciones han provocado. Esto es difícil por dos razones:
– Vivimos en una sociedad de bagaje judeocristiano donde la culpa sigue tan vigente que puede llevarnos a una situación bastante insana. La culpa, la vergüenza, el fustigamiento… no ayudan a movilizarnos para cambiar la situación. Nuestro sufrimiento no va a aliviar el sufrimiento de nadie así que, calma, que nadie se golpee el pecho. Además, podemos acabar cerrando nuestro corazón y yendo al lado opuesto, quizás del que veníamos, y acabar siendo auto-indulgentes o justificarnos… ¡Corta, corta…!
– Nos han enseñado que no hay que sufrir, sobre todo nosotros, hombre recios e indestructibles, por lo que nuestra mente se cerrará ante el sufrimiento y ante el dolor.
 
Sin embargo, es ese dolor, si lo vamos sintiendo poco a poco, dosificándolo para cuidarnos y seguir adelante, el que nos va a sanar. Cuanto más dolor sintamos, más compasión podremos desarrollar. Me refiero a la compasión budista, a la compasión por el sufrimiento de un igual, al producto del amor expuesto al sufrimiento, a esa pulsión vital de querer que el ser que sufre deje de sufrir. Así que, si queremos poner nuestro granito de arena en todo este desaguisado, la vía del dolor es la única.
 
Y no estamos solos. Cada vez más hombres, aunque todavía una minoría, son conscientes de su papel de opresor y de sus hábitos machistas. Compartamos nuestro proceso con otros hombres, compartamos nuestra vulnerabilidad, que nuestra valentía les inspire, creemos una complicidad colectiva de “hombres en proceso de toma de consciencia”. Tan solo cuando lo hagamos experimentaremos en nosotros y otros hombres sensibles el proceso de liberación que supone el cambiar de normalidad y generar relaciones donde lo normal es contribuir a un proceso de sanación y despatriarcalización de la masculinidad.
 
Pero ojo, este dolor que sentimos no es un dolor revanchista “vale, ahora nos toca sufrir a nosotros”. Eso ya lo dejamos atrás, junto con la culpa… Además, el dolor de la culpa va a saturar nuestra capacidad de sentir dolor y va a desplazar el dolor de las mujeres en nuestro interior. El dolor que queremos sentir es un dolor que parte des la sensibilidad. No es un dolor que nos producimos, es un dolor que ya existe, en las mujeres, y que poco a poco nos abrimos a él. Gracias al testimonio valiente de tantas y tantas mujeres hoy podemos exponernos a su dolor con el corazón tan abierto como seamos capaces. La escucha es una forma de amor. Utilicémosla.
 
Abracemos ese dolor, porque va a ser el motor que necesitamos para nuestra transformación interna y para poder pedir perdón desde lo más profundo de nuestro ser. Admitamos nuestro papel de opresores sin orgullo ni vergüenza, con total naturalidad y valentía, sin juicios y sin normalizarlo y, sobre todo, con ganas de cambiarlo. Olvidemos la versión rancia del “pedir perdón”, por favor. Optemos por un cambio con el corazón alegre.
 
Entonces, ¿qué puede significar el “pedir perdón”? Pues precisamente lo que quiere decir. Para empezar es una petición, no una imposición. Cuando decimos que estamos pidiendo algo a las mujeres, es necesario abrirse plenamente a la negación del perdón, sino tendríamos que decir que estamos “exigiendo el perdón”.
 
Y, ¿qué es el perdón? Perdón no significa olvido, ni desmovilización, ni normalización de la opresión, ni justificación, ni actuar como si nada hubiera pasado… Perdón significa exponer nuestra vulnerabilidad de quien reconoce el daño infligido y se reconoce falible. Perdón significa expresar a la otra persona que para ti existe, que su dolor importa. Como me dijo un amigo: el amor es hacer sentir a alguien que existe. Perdón significa también ponerse a disposición de la otra persona, de las mujeres, con la intención de restaurar el daño. Pedir perdón es el primer paso para la justicia social. No una justicia de venganza, sino una justicia restaurativa.
 
¿Y cómo podemos restaurar el daño? Buena pregunta, obviamente a mí no me corresponde el contestarla. Escuchemos, porque cada mujer, al igual que nosotros, es un mundo y algunas ya han hablado.
 
¿Y podemos esperar algo por parte de las mujeres? No. Recordemos que estamos pidiendo, no exigiendo. Todo lo que emerja de ellas va a ser un regalo. En muchos procesos de restauración, ya la petición consciente de perdón tiene un efecto terapéutico enorme, un alivio maravilloso. Pero el patriarcado (y nosotros) ha/hemos provocado un dolor enorme, tanto individual como colectivo. Por lo que no podemos esperar un alivio, si acaso desearlo. Recordemos que muchas mujeres, ante una falta total de iniciativa masculina de restauración del daño, han iniciado un proceso de sanación colectiva a través de la sororidad. Es decir, no nos necesitan para sanar. Así que no le estamos salvando la vida a nadie, simplemente estamos haciendo lo que podemos desde donde estamos, que ya es… Poniéndonos Zen: quien tira con arco sólo puede lanzar la flecha, no dar a la diana.
 
Pero, ¿y si no nos dicen cómo podemos restaurar el daño? Pongámonos en su lugar. Si alguien ha ejercido violencia sobre nosotros y nos expresa su deseo de restaurar el daño de manera general, puede ser que no nos apetezca decirle cómo puede satisfacer nuestras necesidades, porque expresar nuestras necesidades es mostrarnos vulnerables y, en este caso, ante alguien que nos ha herido. Así que sería absurdo exigir o esperar una respuesta concreta. La escucha, en esos casos, es lo único que podemos hacer, nada más.
 
Aún así, la escucha tiene un poder sanador, para empezar, con nosotros mismos, y quizás con muchas más.
 
Así que razón de más para que los hombres movamos ficha y pongamos la parte que nos toca a disposición de esa justicia social, y que lo hagamos con el corazón alegre, sin exigencias ni expectativas.
 
Sintamos su dolor, perdonémonos y pidamos perdón, movámonos hacia una sociedad libre de patriarcado desde el amor y la honestidad. Nos queda un largo camino, así que es mejor disfrutarlo juntas.
 
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