Grietas audiovisuales contra el homonacionalismo

Grietas audiovisuales contra el homonacionalismo

El cine 'queer' y feminista palestino resiste la violenta mirada del homonacionalismo, el racismo y la islamofobia. No trata solo de ‘decir’ algo distinto, sino de construir otras realidades posibles y diferentes de las hegemónicas, de habitar las grietas que se abren en sus márgenes.

20/10/2017
Loreto Ares*
Imagen del cortometraje 'En la prórroga', dirigido por Rami Yasin

Imagen del cortometraje ‘En la prórroga’, dirigido por Rami Yasin

Octubre de 2012 en un evento LGTBQ en Seattle. Se proyecta el filme israelí The Invisible Men (Yariv Mozer, 2012), que sigue a tres hombres gays palestinos. Una mujer de mediana edad es grabada tras la sesión comentando sus impresiones: “Se trataba de un tema del que no sabía nada, así que creo que fue genial”. “¿Y qué aprendiste?”, le preguntan. Ella responde: “Aprendí el miedo que da ser gay en Palestina, y lo divertido que es Tel Aviv”i.

Algo parecido siente la espectadora cuando ve otras películas israelíes de temática LGTBQ como The Bubble (Eytan Fox, 2006) o Alata: Amor sin barreras (Michael Mayer, 2012), israelopalestinas como Bar Bahar (Maysaloun Hamoud, 2016) o estadounidenses como el largometraje I Can’t Think Straight (Shamim Sarif, 2008) o la serie actual The Bold Type. Vemos que estos ejemplos, por tanto, no se limitan a filmes israelíes ni a la representación de población palestina, sino que van mucho más allá.

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Estas obras dibujan una oposición excluyente y jerarquizada que sitúa por un lado una idea de “Occidente” avanzado, desarrollado, democráctico, gay-friendly y defensor de los derechos de las mujeres frente a una Otredad exógena, orientalizada, intolerante, bárbara, irracional, misógina y LGTBQfoba. Es en estos elementos construidos como irreconciliables en los que estaría pensando ese amigo que me preguntó hace siete años por qué me matriculaba en un máster en estudios árabes e islámicos si soy bollera y “ya sabes cómo son ellos”. O aquel joven gay con un interés no por honesto menos violento que le planteaba en un congreso a un compañero musulmán queer cómo es posible que sus identidades fueran compatibles, si acaso él realmente existía.

El homonacionalismo como herramienta para comprender el mundo

La filósofa poscolonial Gayatri Spivak denunciaba en uno de sus más famosos ensayos cómo “los hombres blancos quieren salvar a las mujeres oscuras de los hombres oscuros”. Así, la retórica que instrumentaliza al colectivo LGTBQ para fabricar enemigos transnacionales podría ser: “personas heterosexuales (y muchas LGTBQ) blancas que quieren salvar a LGTBQ oscuras de heterosexuales oscuras”.

Imaginemos la heteronormatividad como un sistema cerrado que en un momento de emergencia nacional (como la conocida como “guerra contra el terror”) amplía sutilmente sus fronteras para incluir a algunas personas LGTBQ, siempre y cuando cumplan con determinadas condiciones de raza, clase, expresión de género… Así funcionaría el homonacionalismo, que fue pensado en un primer momento para describir Estados Unidos, aunque es un concepto que tiene vida propia y que se utiliza para describir la situación en muchos otros contextos.

No podemos decir si una persona o una película son más o menos homonacionalistas. Todas nosotras estamos construidas dentro de esa estructura y reproducimos sus mecanismos. Tal y como exponía Jasbir Puar (quien acuñó el término en 2007) en el congreso europeo sobre Geografías de las Sexualidades que se celebraba este septiembre en Barcelona: “Como mucho podemos cuestionarnos cómo afrontar y resistir al homonacionalismo, pero no se trata de un elemento descriptor que podamos escoger si nos aplicamos o no”. No se trata de cuál es nuestra intención sino de nuestra posición en un sistema.

En este contexto de creciente islamofobia y violencia racista, el cine y otras creaciones audiovisuales funcionan como una poderosa herramienta de producción cultural que vehicula el homonacionalismo pero que también puede servir para abrir grietas y articular resistencias. El orientalismo que exponía y criticaba Edward Said hace más de cuarenta años se caracterizaba por que el orientalista describe mientras que el oriental era descrito. Esto fomenta una idea unilateral de representación: nosotras describimos a las otras. Podemos verlo hasta cuando tratamos de ser críticas políticamente, ya que nos es mucho más sencillo estudiar el pinkwashing o las resistencias que pueden encontrarse dentro del cine “occidental” o el cine israelíii que escuchar cómo se resiste y cómo se generan las auto-representaciones.

Estrategias palestinas de resistencia: el cine como arma subversiva

 

Fotograma de 'Chic Point', de Sarif Waked (2003)

Fotograma de ‘Chic Point’, de Sarif Waked (2003)

Untitled. Hay unos créditos después de los créditos. Harem. Un joven francés blanco camina por las calles de Casablanca, entre zocos y baños árabes donde practica sexo con hombres magrebíes. Al mismo tiempo, busca al chico del que se ha enamorado y a quien termina encontrando y abrazando al atardecer. Se trata de una obra del palestino Alaa Abu Asad (2012) que realiza un nuevo montaje a partir de la película porno Harem del francés Jean-Daniel Cadinot (1984). Al recontextualizar este largometraje brutalmente orientalista, se modifica la dirección de las miradas. La obra de AbuAsad nos obliga a mirar al orientalista en lugar mirar al “oriental”.

En The Diver (Jumana Abboud, 2004), Buzo, un personaje de género, nacionalidad y nombre ambiguos, busca indefinidamente a Corazón. “Eres un buzo y tienes muchos disfraces. Disfraz 1, 2 y 3”. Se combinan diferentes formatos, a veces en el mismo plano en forma de collage. Buzo también ocupa el lugar de superhéroe/heroína, bajo bastante presión. Por un lado, es el rol que debe ocuparse para participar en la lucha nacionalista contra la ocupación, un rol hetero-masculinizado; por el otro, es la forma de salvarse ante la mirada hegemónica si se ocupa una posición de opresión. De hecho, la posición heroica no le otorga a Buzo más poder que la ovación, casi con sarcasmo, tal y como relata la voz narradora en sus últimas palabras: “Te damos una ronda de aplausos o te dedicamos una canción, pero le dejamos Corazón a los expertos”.

En estos dos cortometrajes encontramos algunas de las estrategias con las que el cine palestino queer y feminista resiste la mirada colonial: reapropiación y resignificación del racismo y la islamofobia, el uso del collage y de la superposición para desubicar y multiplicar las voces narrativas, permitiendo mirar simultáneamente desde el centro y desde los márgenes de los sistemas hegemónicos de género, raza, sexualidad y nacionalidad. Otras películas utilizan otros mecanismos: la articulación del discurso histórico desde lugares inhabitables (pero habitados), el humor y la ironía como ejercicio autorreflexivo, el concepto de mestizaje y de hibridación para huir de las identidades monolíticas y fijas, o visibilizar y problematizar cómo la violencia y las relaciones de poder están sexualizadas.

El cine palestino navega, por un lado, entre la invisibilidad de un territorio en el que la población palestina se ha dibujado como ausencia o como parte muda del paisaje (recordemos la célebre frase sionista de principios de siglo XX: “Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”); y, por otro lado, la hipervisibilidad del palestino terrorista, del musulmán violento, de la kufiyya y de las piedras. Mediando entre ambos polos, el cine palestino aporta una alternativa visual, una articulación posible de la existencia y experiencia palestinas, una práctica de resistencia, como diría Hamid Dabashi en una de las pocas monografías que existen sobre ello.

“El interés por el trabajo palestino está siempre relacionado con la portada de los noticiarios políticos. Si la situación es buena, entonces la gente está abierta a ello, si no, el interés cae”, dice Rami Yasin, un director de cine jordano-canadiense de origen palestino. En la prórroga, un cortometraje dirigido por él en 2014, expone la importancia de la comunicación intergeneracional para combatir la LGTBQfobia en la sociedad.

Trabajar con investigación y videoarte no es la forma más rápida de combatir la invisibilidad del cine palestino de resistencia, como nos explica el joven director Alaa Abu Asad: “Uno de los caminos para hacerse visible sería tratar los temas candentes satisfaciendo más a tu opresor. Por ejemplo: ser un artista etiquetado como palestino, árabe, homosexual, queer, musulmán… que haga que determinadas personas hambrientas de “cultura” (israelíes entre ellas, claro) lleguen al orgasmo”.

Las obras palestinas de resistencia feminista y queer tienen poca trascendencia pública, tanto porque los formatos y géneros utilizados tienen poca distribución, como por la escasez de infraestructura y apoyo financiero. Aun así, podemos encontrar obras muy interesantes, además de las ya citadas: el trabajo de Sharif Waked, Raafat Hattab, Eli Rezik, o Elias Wakeem.

Desorientalicemos el debate: ¿qué pasa en nuestras prácticas cotidianas?

Es importante hablar de lo que ocurre en Israel y Palestina, analizar estos discursos y aprender de cómo se resiste ante ellos, aunque también es importante que des-orientalicemos de una vez el debate sobre el racismo, la islamofobia y el homonacionalismo, porque fijar la vista en Oriente Medio no hace más que diluir desde dónde hablamos.

¿Por qué somos vulnerables a estos discursos? Además de criticarlos en cualquier película israelí con la que nos crucemos, ¿los reproducimos también en nuestros activismos, en nuestros artefactos culturales? ¿Cómo resistimos? ¿Cómo podemos hacerlo juntas?

Porque, volviendo a la cita del principio, no solo Tel Aviv no es nada divertido para las personas palestinas, ya sean gays o heterosexuales, sino que Madrid, donde yo vivo, tampoco lo es. ¿Y tu ciudad? ¿Y tu feminismo?

*Loreto Ares es activista feminista, doctora en periodismo y comunicación audiovisual.  


i Extraído del documental Pinkwashing Exposed: Seattle Fights Back (Dean Spade, 2015).

ii Porque claro que hay películas israelíes de temática LGTBQ que no entran dentro de la narrativa más claramente racista e islamófoba, como Garden (Ruthi Shatz y Adi Barash, 2003) o City of Borders (Yun Suh, 2009), pero eso quiere decir que no formen parte del sistema homonacionalista.

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