¿Y quién cuida a las amigas de las madres?

¿Y quién cuida a las amigas de las madres?

Hemos leído miles de relatos construidos por las madres primerizas pero ¿qué pasa con las treintañeras que no son madres? ¿Cuáles son sus historias?

09/09/2017

Espina Marina

Mujer secandose el pelo con secador de manera brusca ya que el pelo le cubre toda la cara

Hoy siento muchas ganas de compartir esto. De hecho, hace bastante tiempo que necesito compartirlo. Otra amiga se quedó embarazada y yo no me alegro por ello. O al menos no me alegro tanto como se supone que debería. Más bien me invaden sentimientos de angustia y pena. ¿Soy una bicha rara, o esto os pasa también a vosotras?

Se supone que la noticia de un embarazo es algo bonito, algo que debería alegrarnos, claro, siempre y cuando sea deseado y consentido. Estando ya en la treintena es lo más normal del mundo y todo a tu alrededor te empuja a plantearte el ser madre. Todas tus amistades cercanas van cayendo en esta dinámica, y quitando alguna excepción (muy excepcional), tus amigas tienen clarísimo que quieren tener descendencia en algún momento de sus vidas. En los últimos años, he visto como prácticamente todas mi amigas de la infancia y de la universidad se iban quedando embarazadas, una tras otra. También las compañeras de muchos amigos. Algunas ya van, incluso, por el segundo retoño. Y es que, claro, se nos pasa el arroz y hay que darse prisa. En algunos casos he visto cómo algunas, incluso sin tener ganas y después de una mala experiencia, han repetido. Porque ya tenemos una edad, y lo ideal son 2. Y si son niño y niña, mucho mejor.

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A lo largo de unos cuantos años, he ido observando y viviendo de cerca la experiencia personal y distinta de cada una, y me he dado cuenta de que, por supuesto, hay muchas maneras de tomarse la maternidad. No obstante, hay detalles que se repiten y que no dejan de ser una realidad, sea por motivos fisiológicos o por cuestiones culturales. Y esa realidad, como amiga de esas mujeres que se convierten en madres, me tiene bastante angustiada. Desde fuera se ve bien bonito el deseo de ser madre. Solo el hecho de que se utilice el verbo ser y no estar ya dice mucho de ello. SER MADRE. Porque una vez das a luz ya eres, para siempre, es un estado de tu ser, sobre todo y ante todo. Lo de ser tu misma, ser lo que tú quieras aparte de madre, eso ya queda en un segundo plano. Pero mujer, ¿cómo no vas a querer experimentar eso que es el sentido del vivir? Pues claro que quiero, vaya, el vínculo, el apego, las pataditas, el amor… Pero luego está el vivirlo desde dentro, pero como observadora. Y el desde dentro que yo he observado ya no sé si me gusta tanto.

Una de las primeras cosas que veo es cómo una tras otra siguen el mismo modelo (no sé si llamarlo tradicional o no) en todos los sentidos: tener una pareja heteromonógama, empezar la vida en pack, casarse, o no (porque somos muy modernas y eso ya no importa tanto), irse a vivir juntxs y procrear. Primero una criatura, y cuando tenga 2 o 3 años ya toca otra. Lo que toque. La familia y su efecto burbuja. Algunas se plantean una vida en colectividad, la comuna, la crianza compartida, la tribu y todas esas ideas utópicas que tenemos en la cabeza las urbanitas occidentalizadas. Pero se queda en eso, en un planteamiento que sería maravilloso, pero que nunca sucede. Y si sucede algo que se le parezca, la familia burbuja sigue teniendo un papel prioritario. La realidad es que vives en pareja, te conviertes en familia y se crea una barrera; venga, a currar y a organizarnos para pagar los gastos, que a partir de ahora irán en aumento cada año. Olvídate de temporadas sabáticas, de viajes de aventuras y de hacer planes a tu bola. Ya está, os metisteis en el bucle. La familia nuclear, el ideal capitalista. Unos de l@s dos (o l@s 2) a currar. Normalmente él. Y la otra a criar. Es lo natural, la cría es tuya, tú la has llevado dentro y tú la has parido. Siempre podéis apuntaros a un grupo de crianza o de madres (que no de padres, porque no existen) de día, que puede facilitaros un poco las cosas, también podéis turnaros para tener días libres, pero al final el pack lo formáis los 3 (o los 4, o los que seáis), y ahí hay ciertas cosas que no pueden entrar. Las amigas tampoco.

Por supuesto, dentro de ese pack las madres (en la mayoría de los casos) son las máximas responsables de su crianza desde que nace el bebé; les dan el pecho (o el biberón), dejan sus trabajos, dejan de hacer lo que les gusta en su tiempo libre, dejan sus aficiones, dejan de salir a partir de las 20h, dejan de quedar (solas, detalle importante) con sus amigas, dejan de ser ellas y se convierten en un apéndice (y en algunos casos, bajo mi punto de vista, unas esclavas) de sus bebés. Y es que el manual de la crianza con apego dice que tienes que estar a la entera disposición de tu hijx hasta que le dé la gana a la criatura. Si tarda 5 años, pues 5 años. Lo que haga falta. Y tú y tus deseos os jodéis. Punto. Y para las que pudieron y decidieron no criar con tanto apego, pues se las dejan en la guardería (vaya locura, dirían las de la crianza respetuosa) para poder seguir currando después de los 4 meses de mierda a los que tenemos derecho por baja de maternidad. O con las abuelas, para poder ir a hacer la compra, prepararle la comida al bebé, lavarle las 3 mudas que usa al día y adecentar la casa, que desde que parí no tengo tiempo para nada. O con un poco de suerte con el padre, que ha resultado querer ejercer y te aguanta a la cría un rato, hasta que llore tanto que no puedas consolarla más que tú. Y todo esto después del curro, por supuesto. Porque, tengámoslo claro, el tiempo libre de las madres se aprovecha para seguir currando, que no estamos para desperdiciarlo tomando el sol con una amiga en una terraza.

Otra cosa inevitable son los cambios de planes. Cambian los ritmos, cambian los horarios y claro, las aficiones tienen que cambiar. Cuando a ti, treintañera sin hijxs, lo que te viene bien es quedar a última hora de la tarde para tomar unas birras y (¿por qué no?) hacer la locura de cenar y charlar hasta las 12, tu amiga a esas horas está pensando en ducha, cena y teta (o biberón). Si quieres verla y poder hablar con ella, te toca ir a la hora de la siesta, que es cuando su bebé duerme, y joderte la tuya, claro, o por la noche, a partir de las 9 que con un poco de suerte ya se ha dormido y hablamos mientras pongo la lavadora, pero no levantes mucho la voz, a ver si se va a despertar. Porque cuando se despierte, ya puedes olvidarte de tener una conversación seguida y sin interrupciones con tu amiga. Esa opción no existe. Lo mismo pasa con los planes del finde; ya no se pueden hacer rutas por la montaña o pasar el día en la playa, ni siquiera sentarse tranquilamente a comer en un restaurante y tener una conversación. Ni qué decir de los planes nocturnos. A partir de ahora, o te adaptas a su nueva vida, o te puedes ir olvidando de tu amiga, porque ella ni siquiera tiene tiempo de plantearse el adaptarse a ti. Asúmelo, vuestra relación ha cambiado.

Luego (o más bien diría, además) están sus parejas. Lo de algunas es escandaloso. He perdido la cuenta de las veces que escuché salir de la boca de ellas eso de: con lo bien que estaríamos sin él, o cuando él no está, estamos mucho mejor, y siempre me pregunto: ¿y por qué estás con él, entonces? Terrible. Hay varias fases. Primero está la época postparto, en la que además de ser una montaña rusa de emociones, tienen que lidiar con el rechazo al padre, con el hecho de ir alejándose y dejar de cuidarse como pareja y con todas las contradicciones que se sienten, pues debería ser la época más feliz de sus vidas, pero no es así. Luego está la crianza. No tienen bastante con ser madres, que encima tienen que criarles también a ellos. Y mientras ellas curran 24 horas al día sin plantearse dejar a la criatura para ir a tomar un café con una amiga, ellos siguen practicando sus aficiones. Y así ves cómo ellas te lo cuentan con ese resquemor de la que está a punto de explotar porque no es capaz de permitirse tomar una mañana libre para ella como solía hacer habitualmente, pero que no se atreve a cuestionar el hecho de que él siga siendo capaz de tomarse su tiempo de relax. Hasta a las más modernas, esas que durante el embarazo decían que ellas pensaban seguir con sus curros y sus cosas, hasta a ellas se les dio la vuelta todo cuando tuvieron en brazos a sus cachorros. No sé qué es, no sé qué pasa, pero parece que se crea una especie de dependencia de la que no saben salir y que las martiriza. Incluso admitiendo que estarían mucho mejor sin el padre, no son capaces de estar sin él. Una locura. Y yo, no madre, que voy y lo veo desde fuera, mientras estoy de visita en casa de mi amiga y no me queda otra que arremangarme y colaborar en alguna tarea de su caótico hogar, tratando, a la vez de tener una no-conversación con ella, veo cómo el padre aprovecha para desentenderse de la paternidad fumándose un cigarrillo, encerrándose en su cuarto de entretenimiento, o saliendo a correr. Claro, con dos mujeres en casa, ¿para qué se va a molestar? Y tú ahí, callando y callando, porque está la barrera que no puedes traspasar, porque la teoría de la crianza colectiva es una cosa y la realidad cultural es otra, porque si hablas es para decirle de todo menos bonito. Muy terrible.

Y así va pasando el tiempo y vas viendo las cosas con perspectiva. Al principio me lo tomaba como una responsabilidad mía. Era como parte de mi vida, mis hermanas, mis sobrinos y sobrinas, mi familia. Yo formo parte de esto y tengo que adaptarme a la nueva realidad. Si hace falta voy donde sea, cuando puedas, tranquila, yo me acoplo a ti. Te ayudo en lo que necesites, ¿limpiar el polvo? Claro que sí, el de mi casa ya me lo dejo para otro momento. ¿Comer a las 3 de la tarde? Pues también, total, ¿qué más me da, si a mí lo que me gusta es comer pronto y echarme una siesta? Pero poco a poco me fui desgastando y dando cuenta de que yo no formaba parte de esa tribu, de que mi opinión no cuenta, de que nadie se acopla a mis planes, de que mis deseos siempre quedan en un segundo plano, de que si yo no me cuido, nadie lo va a hacer por mí. He ido perdiendo amigas, relaciones que eran muy buenas y muy cercanas, y que se han distanciado o incluso han desaparecido desde que han aparecido las distintas maternidades y cada una nos hemos puesto (o impuesto) nuestras prioridades. Es que, claro, con ese horario de curro que tienes, es muy complicado quedar contigo –me llegó a decir una amiga con la que he podido quedar 3 tardes a solas desde que parió hace 2 años (literal, 2 tardes, ni una más, y con el móvil pegado a su mano siguiendo la retransmisión que el padre le iba haciendo). Vivir todo este proceso me ayudó a abrir los ojos, y al final decidí poner mis prioridades por delante de cualquier bebé. Ay, las tías, como molan. Pero qué poco se las cuida.

Claro está que esta es mi experiencia personal, que habrá otras distintas y diferentes. Claro que ser madre no es nada fácil, que tiene sus cosas buenas y sus cosas no tan buenas, que la maternidad es muy solitaria y complicada. Claro que no todas os sentiréis identificadas con lo que cuento aquí, bueno, de hecho espero que así sea, pues todavía quiero tener la esperanza de que haya otras realidades posibles. También está claro que soy yo, sí, la que tiene un problema. Mi angustia es mía y no me queda otra que lidiar con ella. Tal vez debería saber cómo transmitir mejor a mis amigas mis necesidades. Quizás debería atreverme a traspasar la burbuja. Quizás me preocupa porque me veo muy dentro de esa dinámica. Porque también estoy en la treintena, porque siempre he pensado que algún día sería madre, porque me gustan l@s niñ@s y me lo paso genial jugando con ell@s, porque me encantaría experimentar todo lo bello que tiene la maternidad. Pero la realidad a mi alrededor hace que cada vez me plantee más cuál es el sentido de todo esto de la familia y de tener hij@s. ¿Será el ego? ¿Será instinto, o aprendizaje cultural? ¿O será una mezcla de todo? Cuanto más lo pienso, menos ganas tengo de traer una criatura a este mundo.

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