Sobrevivir al feminismo de masas: guía de cultura ‘mainstream’

Sobrevivir al feminismo de masas: guía de cultura ‘mainstream’

Las espectadoras terminamos todos los mensajes: podemos ser críticas y saber por qué consumimos determinados productos culturales. Esto es esencial para analizar el feminismo de masas institucionalizado y vacío que sirve para vender, que ya no es feminismo. Siguiendo algunas propuestas de los críticos Elisa McCausland y Diego Salgado hemos creado una guía breve para analizar el 'mainstream' feminista.

19/09/2017
Parte del relatograma del taller que hizo Alberto Muriel.

Parte del relatograma del taller que hizo Alberto Muriel.

Decía el crítico José Luis Brea que la imagen compone el archivo descriptivo de las realidades de cada época y “oficia entonces de disco duro del mundo” 1. En el disco duro actual conviven videoclips de Britney Spears, memes de Lenin, capítulos de Juego de Tronos y de Velvet, gifs, Marguerite Duras y Steven Spielberg y muchos gatitos. Todo bajo la etiqueta de cultura popular o de masas, corriente principal o, en su angloversión, cultura mainstream. Visto así, el archivo de nuestra época puede parecer un poco cutre. Para mejorar este legado se ha ido imponiendo la estetización, lo cool, la estilización de las imágenes. Obviando lo violento, lo oscuro o lo perverso, la cultura mainstream parece proponer productos fácilmente consumibles, que se adapten al espectador, políticamente correctos y sin potencial subversivo. Ésta concepción de la cultura de masas llevó a un crítico cultural como Theodor Adorno a entender, a principios del siglo XX, que era el mal, el producto del aparato ideológico ganador que alienaba a las masas.

Frente a esta concepción pesimista, Elisa McCausland (periodista, crítica e investigadora especializada en cultura popular) y Diego Salgado (crítico de cine colaborador en revistas como Dirigido por) proponen Sobrevivir a la imagen mainstream: un análisis de la cultura de masas para desterrar la idea de que carece de valor, ejerciendo un aletargamiento. “Esta concepción se funda en la idea de que las personas son pasivas, como si fueran una vasija vacía que se llena de cultura popular, lo cual es una concepción clasista. Es una visión conductista según la cual no tenemos universo propio, no tenemos un pensamiento inteligente, cuando la realidad es que sabemos qué vemos y por qué lo vemos. Está más bien relacionado con la emoción”, explica Salgado. La conexión con las emociones y la capacidad de difusión pueden dar una idea de por qué una película como Pretty Woman resiste tras casi 30 años siendo líder de audiencia cada vez que se emite en televisión. Desterrar la idea del espectador pasivo es uno de los primeros pasos para analizar el mainstream. A partir de ahí, McCausland y Salgado hacen un recorrido desde las provocaciones que se esconden en las imágenes de masas, pasando por el mainstream invisible –esa telenovela que nos engancha pero que nadie reivindica–, hasta las que no se pueden gentrificar, las que sobreviven al margen de la corriente principal. Siguiendo sus propuestas hacemos una selección para sobrevivir a lo mainstream en general y al feminismo de masas en particular.

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Si se usa para vender, ya no es feminismo

Ahora que Frida Kahlo se reproduce más que el Che, resuena, entre otras, la advertencia que escribía Judith Butler en El género en disputa: la subversión, a base de repetirse, se convierte en cliché y al final, en mercancía. Salgado da una versión actualizada: “El feminismo es una moda, y el ejemplo de ello es que está en su fase final, la autoparodia”. Y Elisa McCausland realiza una distinción entre lo gentrificable, “lo que se puede aburguesar”, y lo que no lo es: “Si se aburguesa, entonces no era tan marginal. En el momento en que puedes usar las consignas del feminismo para vender, ya no es feminismo”, afirma. Hablar de feminismo mainstream es, en cierta manera, hablar de un feminismo blanco que regula las normas sexuales, vacío. “No se institucionaliza un feminismo abierto”, señala Salgado.

Otra parte del relatograma de Alberto Muriel.

Otra parte del relatograma de Alberto Muriel.

Para ilustrar esta idea proponen la última película de la saga Mad Max, Fury Road, estrenada en 2015 como secuela de las míticas cintas de los 80 y que ha sido ampliamente alabada por proponer una heroína a la altura de Max. McCausland se desmarca de este lugar común: “Fury Road no es feminista por el mero hecho de mentarlo; y mucho menos cuando se ha de devaluar el rol del héroe para dejar espacio a la heroína, en vez de crear una historia desde un lugar nuevo”. “Sin anunciarlo, la Mad Max del 81 –la entrega 2, El guerrero en la carretera– es guerrera, mucho más feminista que Fury Road, que es un Mad Max cuqui, esterilizado. De hecho Mad Max 2 daña la marca hoy porque no tiene clemencia con los espectadores. En muchas ediciones actuales para formatos domésticos y televisiones, las escenas más violentas están censuradas”, añade Salgado.


“Dice muy poco de Fury Road como ficción que su feminismo haya de subrayarse con pintadas reivindicativas en paredes por parte de las mujeres fugadas”, subraya Salgado. Otros ejemplos, según McCausland, pueden encontrarse en videoclips de cantantes como Lady Gaga que han ido incorporando el BDSMcombinación de Bondage, Disciplina; Dominación, Sumisión, Sadismo y Masoquismo–, pero “desactivando su sentido político y enlazándolo con el capitalismo y el dinero”. Un ejemplo es Britney Spears y su Work B**ch o Bad Blood, de Taylor Swift.

“Es un desfile de actrices y modelos, cuya clave está en que todas ellas no actúan, sino que desfilan. Se valen del poder de la apariencia, pues lo importante de este video está en la gestión de la imagen de marca de todas ellas, en el ‘quién es quién’, desde Lena Dunham a Cara Delevingne, sumando capitales simbólicos en torno a Taylor Swift”, dice McCausland. Además, señala que tanto en este vídeo como en otros ejemplos, el valor simbólico cultural como producto es la jovencita. No es casualidad que la imagen icónica de oposición a la Guerra de Vietnam se haya repetido una y otra vez con jovencitas que se rebelan contra la autoridad –como ésta o ésta.

Si hay un producto mainstream actual que haya unido el mito de la jovencita con el BDSM es 50 sombras de Grey, en la que estas prácticas eróticas son más bien una excusa para otras cosas, según Salgado: “Cuando están hablando del contrato parece que más bien están hablando del trabajo de hoy en día. Precario, sometido a un jefe con sentimientos, como si la empresa fuera una gran familia. Trabajo, emoción y familia están unidos. Caen las barreras. Todo encubriendo que somos esclavos”. El Círculo es el film en el que las barreras entre trabajo y familia, vida pública y privada, caen en pos de esa transparencia esclava. Y una vez más, la joven que busca el éxito, esta vez encarnada por Emma Watson.

Como contraejemplo a los anteriores, Kick Ass 2, una película basada en un cómic: “Trata un tema típico de confrontación del instituto como ese espacio de programación del género, o más bien, de trauma del género. La abeja reina del grupo quiere hacer una gestión uterina de manual, quiere su Ken, su casa, su coche…”, cuenta McCausland. En la escena de las pruebas para entrar en el equipo animadoras, Mindy se ve forzada a participar y sus compañeras esperan dejarla en ridículo públicamente.

The sick stick es, según McCausland, “el momento en el que se produce la catarsis, escatología mediante. Cuando las compañeras prosiguen con su discurso de acoso y la heroína, travestida de abeja reina, desmonta para qué sirve la feminidad”.

“Se puede pensar que en esta escena hay muy poca sororidad, pero en el instituto hemos estado todas y lo que está haciendo es desmontar todas las construcciones de la feminidad como moneda de cambio. Estas estrategias son desveladas en la película por medio de una violencia simbólica que le otorgan un sentido feminista del que carece, sin ir más lejos, Wonder Woman”, afirma.

La resistencia de las imágenes: más allá de la ideología

Somos directores de comunicación de nosotros mismos. No podemos compartir libre o públicamente porque no estamos compartiendo, estamos proyectando. Cuando se da una incapacidad para intervenir la realidad en sentido de acción, se vuelve más fácil regular lo que se dice”, argumenta McCausland al explicar por qué domina el mainstream amable. Nuestros placeres culpables o perversiones no son mostrados porque no casan con nuestra marca. La autocensura se aleja de aquel primer internet salvaje en el que podías ser quien quisieras tan sólo eligiendo un nickname, y cae en el actual marcado por el bigdata y las lógicas de mercado, en el que los productos culturales se hacen a medida de cada comunidad, siguiendo el paradigma Netflix. La plataforma analiza en tiempo real cuándo conviene estrenar un producto, por cuánto tiempo y dónde según determinadas identidades: comunidades negras, de clase media, inmigrantes latinos, feministas occidentales, consumo infantil, etc. Es sintomático el hecho de que el sistema de calificación realizada por los usuarios en Netflix ya no se corresponda con las estrellas y la calidad, sino con las emociones del espectador, y éstas con lo políticamente correcto y el valor del usuario como marca.

Un ejemplo, según McCausland, se da en la comedia romántica: “El feminismo como excusa para representar una liberación para las mujeres de las sumisiones de la vida capitalista. Rough Night, película protagonizada por Scarlett Johanson, está inspirada por la saga Resacón en las vegas, cuya crítica al sistema se desvanece en el momento en que te muestran que una vida cool está al alcance de cualquiera. Se trata de una falsa subversión. El cambio justo para que nada cambie”. “Y Girls Trip es exactamente lo mismo, pero para mujeres negras”, completa Salgado.

A pesar de esta regulación vacía, o precisamente debido a ella, se crean en internet zonas oscuras, bizarras, pero también de masas, en ciertos canales donde triunfan el porno, los crímenes de narcos y las disfunciones. “Lo incorrecto y la basura de verdad son importantes porque son lo no detectado. El porno se consume a diario pero no está en la esfera pública. Puede estar Amarna Miller y alguna más, pero en muchos medios al hablar de pornografía la ilustración sigue siendo un pepino. ¿Por qué si se supone que somos libres?”, cuestiona Diego Salgado. Sin embargo, McCausland recuerda que el porno, lo oculto y perverso, casi siempre se hace sobre los mismos cuerpos porque “quien puede mirar es el hombre blanco, burgués… Qué se puede ver está relacionado con el poder, con la lectura biopolítica de quién se abisma a determinados mundos. Internet reventó eso, pero ahora está llegando la censura. El porno y el terror, así como sus mezclas, son fugas”.

La subversión ejerce siempre una violencia, también la feminista, pero en el momento en que se amolda a las imágenes consumibles, deja de perturbar. “Hoy el 90 por ciento de lo que se consume es algo cosificado. El error es pensar que la cultura tiene que tener trascendencia y cambiar la política, además de la forma que me conviene a mí. Pero no tiene por qué tener incidencia, es algo que hacemos porque nos gusta, porque queremos. Cada vez somos más sectarios e ideológicos. Las ficciones se hacen con todo dicho, todo hecho para que las abraces –opina Diego–. Por ejemplo, Instagram es crítico y no lo pretende. Es una ficción colectiva que busca agradar. No queremos crear crítica, pero Instagram lo hace. Es una herramienta desoladora si miramos lo que explotamos de nosotros mismos”.

Michael Bay es un ejemplo de director de cine que crea sin otro objetivo que el de ganar dinero. A pesar de ello, la imagen de esta escena de Transformers rodada exclusivamente para hacer publicidad de un Nokia, se emancipa más allá del product placement. Sin pretenderlo nos retrata en la cultura de la burbuja socioeconómica. El caso de Pepsi y Kendall Jenner pasó menos desapercibido que el de Bay, por utilizar descaradamente el imaginario de la rebelión colectiva y el cliché de la jovencita revolucionaria para vender: “Tuvieron que quitar el anuncio porque a la gente le indignó que se utilizaran los movimientos sociales para esto”, dice McCausland.

El truco no es nuevo. Como cuenta Thomas Frank en La conquista de lo cool, ya en los 70 los empresarios estadounidenses fagocitaron la cultura en la que los jóvenes se habían apoyado para rebelarse. Otro ejemplo de revolución fallida: Los juegos del hambre. En concreto, la escena –minuto 0:57- en la que la protagonista, rebelde y adolescente, da su discurso. “Hay un cálculo bien hecho de capitalización instrumental del modelo revolucionario y del momento emocional. Es la explotación de una imagen ya creada. Esta película sirve bien para explicar cómo todos los movimientos ciudadanos no han dado nada nuevo”, señala.

“El medio es el mensaje pero la imagen también es el mensaje. La escena final de la protagonista en familia es una derrota aunque ella parezca feliz”, describe Salgado.

Para cerrar este ciclo rescatamos la propuesta de McCausland, la saga Crepúsculo: “Es interesante, aunque pueda considerarse ‘basura’, porque, sin quererlo, nos cuenta la historia de una emancipación, y lo que, desde mi punto de vista es más importante, cierra la saga con una batalla final sorprendente, ‘superheroica’, que ha pasado desapercibida para un público no adolescente”. Es cierto que el desenlace está repleto de parejas heteronormativas –salvando la relación con tintes de zoofilia y pedofilia entre la niña y el lobo–, pero no se puede despreciar una escena tan alejada del cierre de Los juegos del hambre, en la que la lucha contra el statu quo se salda con decapitaciones.

Este artículo ha sido posible gracias a un taller más general sobre la cultura de masas y la imagen, ‘Sobrevivir al mainstream’, impartido por Elisa McCausland y Diego Salgado y organizado por la editorial y productora artística Consonni, en su local de Bilbao, el 20 y 21 de julio de 2017.

Más lecturas para seguir profundizando:

La fusta en la mirada, Elisa McCausland

1 BREA, José Luis, Las tres eras de la imagen. Imagen-materia, film, e-image, Ediciones Akal, Madrid, 2010, p. 14.

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