Nunca más

Nunca más

Este es el relato íntimo de una persona devastada tras finalizar una relación monógama con una persona cis.

09/09/2017

Texto anónimo

Una mujer mira a través de la ventana de un tren con expresión melancólica

No quiero volver a estar nunca más en monogamia. No quiero volver a estar, jamás, en una relación romántica con una persona cis. Siento el síndrome ese de estar fingiendo, exagerando, siendo egoísta, false, siento culpa, miedo, y más, al decirlo. Me estreso al intentar conjugarme en masculino, en femenino, en –e, siento que no tengo derecho a ningún sufijo. Tomo calmantes, tres veces al día. Necesito contar cómo llegué hasta aquí.

Hasta hace pocos días, estaba metide en una monogamia con una persona cis. Todo empezó muy natural y fluido, empezamos siendo amigues, y en ese entonces no me conocía lo suficiente como para saber lo que soy. Éramos (creía yo) dos cis quedando para tomar café, o cerveza, o comer unas pizzas, contarnos qué tal iba todo. Imbécil de mí, me sentía a gusto, porque no notaba (o no quería notar) tensión sexual o romántica, y eso me hacía sentir especialmente cómode. Incluso me hablaba de la gente a la que se follaba, se reía mientras me decía lo mucho que disfrutaba corriéndose y dejando a la otra persona a medias. Yo también me reía, pensaba que era broma, y no le daba más importancia. Me abrí mucho, y le conté cosas que no le había contado a nadie, que todavía no he contado a nadie más.

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Ya he dicho que soy imbécil, así que una noche acabé en su casa, borrache, deprimide, y acabamos en la cama, follando mucho y casi toda la noche. Me dijo que le encantaban mis manos, que le encantaba mi calma, lo mucho que escuchaba, mi forma de moverme, lo pequeñito que era todo mi cuerpo en sus manos. Yo recuerdo cómo mi autoestima estuvo bien esa noche, recuerdo cómo se desesperaba encima mío, cómo no podía resistirse más, y perdía el control. Recuerdo sentirme muy deseade, como nunca antes, y aunque no tuve un solo orgasmo ni ninguna otra sensación física especialmente placentera, disfruté de esa otra sensación. La sensación de que alguien te desee, de que alguien normal te desee, de que alguien que podría estar follándose a cualquiera, se me estaba follando a mí. Y seguimos quedando como amigues, así que me sentía en el paraíso, sentía que no podía pedir más al universo.

Obviamente, lo del sexo se repitió, y además de repetirse, fui conociendo a sus amistades, todas cis. Sentía que, por una vez, había conseguido llegar “al grupo guay”, al grupo de gente que habla como los adultos-adultos, que tienen cuerpos como los de los anuncios, que ligan con quien quieren, que hacen broma de cualquier cosa, con el grupito que no está acomplejado, y yo estaba ahí. Estaba ahí, recibiendo un beso con lengua en una discoteca a la que nunca me había atrevido a entrar.

Lo único que me fallaba era que cuando le comentaba lo que fuera sobre feminismo, me contestaba cosas como “yo es que no soy fan de ideas tan grandilocuentes”. Al poco rato, se puso a leer a Preciado, y a contarme todas las reflexiones y opiniones que tenía al respecto.

Un día, se despidió de mí con un beso en la boca. Eso no había pasado nunca. Otro día, me recibió con un beso en la boca. Eso tampoco. Luego me dijo que había una canción que decía “como muchos no habremos amado nunca”, y que desde que la oyó, que le preocupaba estar en el grupo “muchos”, pero que ahora, me amaba como muchos no han amado nunca. Yo sí había amado de esa y de otras muchas formas, pero me encantó que me lo dijera. Otra vez, alguien con un cuerpo de anuncio, con una personalidad bonita y estable, alguien normal, que podría amar a cualquiera, me amaba a mí. Para culminar, me dijo que no quería follar con nadie más que yo. Sentí miedo, pero yo también me sentía así, estaba enamorade, y quería pasar cada día del mundo a su lado, y no salir jamás de la cama.

Acabé viviendo extraoficialmente en su piso, lavaba los platos, barría y fregaba el suelo, hacía la cena, nos encontrábamos por las noches, y follábamos mucho y muy seguido. Sus compañeros de piso también estaban encantados conmigo. Hasta que empecé a opinar mientras hablaban. Entonces empezaron a reírse de mi, a no dejarme hablar, a atacar todos a la vez contra mi opinión. Me deprimí, y efectivamente, casi no salía de la cama. ¿Ya he dicho que soy imbécil?

El piso se fue a la mierda, y todos me culparon a mí. Me sentí culpable y me seguí deprimiendo. Se empezaron a llevar mal entre ellos, me sentí culpable, mi presencia traía la desgracia.

En una fiesta en la que me pasé un montón con porros y alcohol, exploté, exploté mucho, y acabamos discutiendo a lo grande, amenazándonos. Prometimos no volver a tratarnos así, y fuimos a vivir juntes. Imbécil…

Otra vez, al principio de la convivencia, yo mantenía la casa limpia, ordenada, con olor a incienso, y el sexo era genial, y nos queríamos mucho. Me gustaba sentirme útil otra vez, y le hice varios trabajos de la uni, y trabajé gratis, varias veces, en su lugar de trabajo. Ya “se había hecho feminista”, había llegado a ese momento en el que casi todos los blogs que lees son de feminismo. Me dijo que siempre había querido follar con una sola persona por el simple hecho de querer hacerlo, no porque nadie se lo imponga, y me volví a sentir bien. Ni me planteaba hacer nada con ninguna otra persona. Poco a poco, había dejado de estar con mis amistades, había dejado de ir al tipo de fiestas que iba antes, había dejado de estar con perros y otros animales (le daban fobia). Cuando le decía que había estado a gusto con otra persona (incluso si se trataba de, literalmente, cruzarme con alguien por la calle), sus celos saltaban, y me gritaba, me atacaba, me culpaba, me acusaba, hasta que dejé incluso de hablar por Facebook con otras personas.

Después de eso, me dijo que yo era una persona terriblemente aburrida, que estar conmigo era como estar en una cárcel, y me empezó a hacer preguntas del tipo “oye, si me follo a alguien, ¿quieres que te lo cuente?”. Hacía tiempo que yo estaba trabajando en mis celos, pero igualmente fue una situación que me costó, y discutimos más de una vez. Yo creía necesitar saber si mi pareja cis me estaba pidiendo simplemente follar con otra gente, sin más responsabilidad emocional que contarlo o no contarlo, si me estaba diciendo que quería “saltar” a una relación poliamorosa, o qué. Todas las respuestas eran algo así: “no es que quiera nada con nadie, pero en caso de querer, quiero poder hacerlo sin preocuparme por cómo te sentirás tú, porque cómo te sientes tú, me limita”. Nunca acabamos de cerrar ni abrir el asunto.

Otra vez, imbécil, me deprimí, mi autoestima se fue a la mierda, y el piso, y mi cuerpo, se resintieron. Acabé con una anorexia depresiva que todavía arrastro, y descuidando el piso. En esta misma época en la que el piso sucio y desordenado y mi anorexia eran un buen reflejo de mí, reconocí que no soy cis. Me dijo que tenía mucho trabajo y que no quería hablar del tema. Me prohibió hablar de mi identidad de género. Agradeceré toda la vida que exista Pikara, y que tengan un mail en el que puedes mandar cosas, y alguien lo lee. Alguien te escucha. Gracias.

En esa misma época, empezaron las palizas. Hasta las dos últimas, no me di cuenta de que no me las merezco. Me pegó palizas diciéndome cosas como que si le pedía que no me pegara tan a menudo, le entraban ganas de pegarme, y que por eso es culpa mía. Me dijo que me pegaba palizas por inútil, por inservible, por no saber hacer nada. Me dijo que me pegaba palizas porque me lo merezco. Me lo creí todo…

En la penúltima, me despertó con una paliza. No estaba del todo despierte, y estaba recibiendo una paliza. Entendí que eso no podía ser culpa mía. Se fue unos días. Volvió, y un día subió a casa, me pegó una paliza mientras se burlaba de cómo gritaba por el dolor, y llamó a la policía para que me fuera de su casa, porque yo no figuro en el contrato de alquiler.

Ahora estoy con mi familia, en casa de mi madre y mi padre. Unos cuantos de los golpes de la última paliza fueron a mis vértebras, las de la espalda. En el hospital han dicho que todavía tendré que ir revisándome, por si tengo daño neurológico. Duele todo el rato. Duele al levantarme, al sentarme, al estar quiete, de pie, en cualquier posición. Puede que no deje de doler jamás. Puede que pierda movimiento. Los calmantes no me calman, me atontan (no sé yo si una farmacéutica ha calmado jamás a nadie, pero oye, lo de atontar se les da súper bien, mejor que los porros).

¿Por qué necesito contar esto? Primero, porque lo necesito. Pero sobre todo, seas quien seas, estés donde estés:

NO SEAS IMBÉCIL, NO HAGAS LO MISMO, HAZ OTRA COSA, EXIGE RESPETO, Y SI NO TE LO DAN, VETE ANTES DE QUE LA COSA SE PONGA FEA

Yo no quiero volver a estar en una monogamia, ni quiero tener ninguna relación romántica con alguien cis, y sé que es difícil, pero igual son los calmantes.

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