Masculinidades y feminismo: un espacio de “incomodidad productiva”

Masculinidades y feminismo: un espacio de “incomodidad productiva”

Jokin Azpiazu Carballo, sociólogo y activista, desafía los debates en torno a la masculinidad y a los grupos de hombres en 'Masculinidades y feminismo', un libro que, lejos de cerrar horizontes, abre nuevos, provocando cortocircuitos y multiplicando las preguntas abiertas.

23/06/2017

 

Jokin Azpiazu, autor de 'Masculinidades y feminismo'.

Jokin Azpiazu. / Foto cedida

Hace cuatro años, Jokin Azpiazu Carballo (Ermua, 1981), sociólogo y activista, dejaba en Pikara una pregunta en el aire. En su obra Masculinidades y feminismo, amplía su propuesta de una revisión crítica sobre los debates relacionados con la masculinidad y los grupos de hombres por la igualdad; una reflexión para generar cortocircuitos; un espacio de “incomodidad productiva”.

No ha estado solo para componerla: desde temprana edad, se relacionó con los movimientos feministas; en 2005, se mudó a Barcelona y formó parte de Alcachofa, “el grupo de hombres contra el sexismo y el patriarcado”; tres años después, regresó al País Vasco y retomó sus estudios culminándolos con un máster de género; y, en efecto, durante el proceso, han sido innumerables los debates que ha mantenido abiertos con grupos de diversa índole.

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En el primer capítulo, citas a Donna Haraway para proclamarte un «testigo modesto, transmisor subjetivo de una rica reflexión colectiva». ¿Por qué lo haces?
Masculinidades y feminismo no parte de reflexiones en solitario. He mantenido muchísimos debates y conversaciones con personas, colectivos y grupos, generalmente con gente de los movimientos feministas y LGTB; por ello, el libro tiene un componente colectivo detrás. Mi trabajo ha sido juntar esos debates; desde lo más formal, hasta lo más informal; desde charlar con amigas en barras de bar, hasta mi experiencia en grupos de discusión. No todo se me ha ocurrido a mí solo.

Nada más comenzar, desde el sofá de una sala contigua a su despacho –también es investigador en la Universidad del País Vasco–, Jokin Azpiazu subraya la importancia de un término que utiliza a lo largo del libro: la mirada. “Me planteé que, en muchos grupos de hombres y en trabajos en torno a la idea de qué es la masculinidad, el enfoque que se estaba dando seguía centrado en la propia mirada masculina y, además, desde la experiencia de una masculinidad concreta”, explica. Por ello, recomienda que los varones abandonen esas miradas y opten por otras que, construidas desde otras posiciones, puedan ayudarles más.

Un lugar donde encontrarlas, según él, es en el movimiento feminista, pero también más allá. El sociólogo opina que los grupos de hombres, mientras sí abren debates sobre sus relaciones con el feminismo, no siempre tienen en cuenta las miradas de los colectivos LGTB. “Los hombres, para deconstruir su masculinidad, deben prestar atención a los sujetos que hemos transitado por modelos no-legitimados”, dice. Además, sugiere que ambos colectivos suelen descuidarse entre sí: “Los hombres podríamos utilizar la referencialidad, las figuras, las teorías políticas o las vivencias LGTB y, asimismo, el colectivo gay podría repensar la masculinidad para luchar contra el machismo en su seno”.

En su tesina, Azpiazu analizó el discurso básico de algunos grupos de hombres e identificó varias cuestiones problemáticas. En Masculinidades y feminismo amplía el diagnóstico: por un lado, detecta la mirada ombliguista mencionada previamente y, por el otro, indica un riesgo de que refuercen el binarismo de género “planteándose como la otra cara respecto a los grupos de mujeres no-mixtos”. No le encuentra sentido: “Sería una locura pensar que los hombres nos reunimos porque nos sentimos oprimidos. Podemos sentirnos oprimidos, pero no podemos olvidar que pertenecemos al bando opresor”.

Apuntas que «la comodidad es improductiva» y abogas por la creación de espacios que generen una «incomodidad productiva». ¿Cómo se genera?
La idea de pensar que, en espacios cómodos y tranquilos, siempre se trabaja mejor, es equivocada. En los debates en torno a la masculinidad, como en todos, es necesario un mínimo de tranquilidad para empezar, pero, de vez en cuando, también hay que romperla. Es curioso. Cuando valoramos sesiones de trabajo o talleres de masculinidades, muchos chicos dicen: “He estado muy a gusto”. No está mal, pero si no hay algo incómodo, nos podemos quedar en el mismo sitio. Las cosas no tienen que ser solo interesantes; también tienen que ser transformadoras.

“NO PODEMOS SALIR DEL DEBATE CON MENOS PREGUNTAS DE LAS QUE TENÍAMOS ANTES DE ENTRAR”

Masculinidades y feminismo. ¿Es un espacio de «incomodidad productiva»?
Espero que sí. A mí, al menos, me ha generado mucha incomodidad escribirlo. He tenido que preguntarme muchas cosas mientras lo hacía y, si he conseguido transmitir algunas de las tensiones que se manifestaron en mí y en las personas que participamos en la edición del libro, si funciona para generar esos espacios de incomodidad o de movimiento… genial. No podemos salir del debate con menos preguntas de las que teníamos antes de entrar.

Hegemonía y novedad

Jokin Azpiazu propone revisar cuáles son, en la actualidad, los modelos de masculinidad hegemónicos. “Hemos tendido a visibilizar algunos modelos que nos han servido para metaforizar las conductas de masculinidad más negativas, pero creo que se nos ha ido de las manos”, dice. Según él, en su momento histórico, el modelo de “machirulo”, del machismo más evidente y descarado –hombre que no llora, siempre valiente, muy heterosexual, etcétera–, funcionó. Pero ya no; señala la existencia de otros modelos, que pueden parecen más modernos o alternativos, pero que solo “están tomando caminos distintos para conseguir los mismos efectos que antes”.

Es por ello que la separación, entre lo nuevo y lo viejo, que supone el concepto “nuevas masculinidades”, tampoco le convence. Cuenta que cuando, en la Barcelona de la década de los 70, los maricas empezaban a hacer visibles sus masculinidades diferentes, nadie las categorizó como “nuevas” –se les llamaba “locas” o “locazas”– y que no fue hasta que la hombría heterosexual de clase media comenzó a repensarse cuando se habló de algo novedoso.

A cambio de “nuevas masculinidades”, se adhiere al uso de un término acuñado por la socióloga americana C. J. Pascoe: “masculinidades híbridas”. “En vez de plantear el debate entre nuevas y viejas”, opina, “habría que hacerlo desde la hibridación” de las mismas: a las hegemónicas, se incorporan elementos no-hegemónicos y, de esa manera, nacen nuevos modelos que, aunque visiblemente aparentan inocuidad, siguen utilizando la masculinidad como herramienta de poder. “Es obvio que ya no funciona el modelo más garrulo en todo momento y lugar y, de igual manera que las democracias se han tenido que disfrazar de democracias modernas, la masculinidad tiene la necesidad de modificarse y de adaptarse para mantener su dominación”, sentencia.

“LA MASCULINIDAD TIENE LA NECESIDAD DE MODIFICARSE Y DE ADAPTARSE PARA MANTENER SU DOMINACIÓN”

Para terminar a este respecto, deja una reflexión sobre la mesa: “¿Tenemos que concentrarnos en proponer y reivindicar una masculinidad diferente o, simplemente, podemos mirar la masculinidad en sí como un problema? Porque igual me interesa más intentar dejar de ser un hombre, que tratar de ser uno nuevo”. Quizá Masculinidades y feminismo no dé respuesta a todas las preguntas que vierte, pero sí expone unas pistas, para que cada cual saque sus propias conclusiones.

¿Qué efecto deseas provocar?
El libro está escrito desde la sinceridad de las experiencias que he vivido, sí, pero también desde la confusión, desde debates que aún hoy siguen abiertos. No intenta cerrar cosas; intenta abrirlas. Quien tenga voluntad de leer un libro que deje el asunto cerrado no lo va a disfrutar tanto como quien tenga voluntad de pensar, de repensarse y de hacerse más preguntas.

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