Relatos desde la diáspora

Relatos desde la diáspora

Cuatro mujeres indígenas otomíes emprendieron una batalla contra la Procuraduría General de la República (PGR), una de las instituciones más poderosas de México y su atrevimiento las llevó a prisión y las enfrentó al escarnio público.

21/04/2017

Lizbeth Ortiz Acevedo

Hasta que la dignidad se haga costumbre…

Jacinta, Alberta y Teresa, indígenas otomíes hacen historia

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Las luchas sociales encabezadas por mujeres indígenas tienen capítulos gloriosos que permean no solo al indigenismo latinoamericano sino que también se convierten en una encomiable lección para movimientos que trabajan por hacer valer el respeto irrestricto de las garantías individuales, así como de derechos humanos y un caso reciente en México otorgó nuevos rostros de tres mujeres otomíes que hicieron historia.

Ellas son Jacinta Francisco Marcial, Alberta Alcántara Juan y Teresa González Cornelio indígenas hñáhñú quienes emprendieron una batalla contra una de las instituciones más poderosas de México: la Procuraduría General de la República (PGR) que las llevó arbitrariamente a prisión.

El resultado de su lucha permitió denunciar y exhibir las practicas de operación corruptas de la PGR, visibilizar las violencias que vivieron sus cuerpos, patrimonios, familias y los espíritus de estas tres mujeres que trascenderán en las luchas del indigenismo en América Latina con la leyenda: “hasta que la dignidad se haga costumbre” exclamada por Estela Hernández, hija de Jacinta.

Jacinta, Alberta y Teresa, fueron detenidas en el 2006 y condenadas a 21 años de prisión por el delito de secuestro el cual jamás se les pudo acreditar, sin embargo, se enfrentaron al escarnio público, violencias, discriminación, fabricación de pruebas, declaraciones contradictorias en su contra, múltiples inconsistencias así como el no respeto a su identidad étnica por no contar con un interprete de su lengua otomí durante las declaraciones y diligencias de los juicios.

Ellas fueron exhibidas en la prensa como responsables de un delito que genera repudio social.

Las tres mujeres fueron detenidas en su comunidad Santiago Mexquititlán, un pequeño poblado al sur del estado de Querétaro, mientras la Agencia Federal de Investigación (AFI) realizaba un operativo en el mercado central. En ese proceso ellas fueron privadas de su libertad y enfrentaron cargos por el secuestro de seis agentes de esa corporación policíaca, la cual desapareció a los pocos años de su creación entre señalamientos de corrupción e ineficiencia.

Tras algunos años de litigio, Jacinta fue liberada en el 2009. Alberta y Teresa lo estuvieron hasta el 2010, sin embargo, fue precisamente ese momento en el que comenzarían una batalla no solo contra la PGR sino contra el tiempo, la resistencia, la apatía, el soslayo, la desigualdad, la pobreza, la discriminación, explotación y exclusión.

Jacinta, Alberta y Teresa, sus familias y héroes anónimos que las acompañaron en este proceso no cejaron en la lucha y a pesar de las adversidades lograron que el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez (Prodh) asumiera su defensa legal hasta lograr que el Tribunal Federal de Justicia Administrativa en México exigiera que la PGR llevara a cabo un acto de reconocimiento de inocencia y disculpa pública el cual se llevó a cabo el pasado 21 de febrero.

En el acto de disculpa institucional Jacinta, Alberta y Teresa relataron detalles de sus procesos y conmovieron a propios y extraños, sin embargo esta no era la primera vez que una mujer indígena tomaba el altavoz en un acto político para trascender en la historia, hablar desde su resistencia, desde los márgenes y desde su victoria.

Basta recordar la toma de la máxima tribuna de México en el 2001 por una mujer indígena insurgente. La comandanta Esther integrante del Comité Clandestino Revolucionario Indígena de la Comandancia General del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) quien durante la Marcha del Color de la Tierra, tomó el estrado ante el Congreso de la Unión representando a un grupo rebelde y con el rostro cubierto por un pasamontañas para hacer historia en la vindicación de los pueblos indígenas y de las mujeres.

En su discurso, Esther se definió como zapatista, dio prioridad a su identidad: “soy indígena y soy mujer y eso es lo único que importa ahora”. Reconoció su activismo político: “nosotras (las indígenas) nos decidimos a organizar para luchar como mujeres zapatistas” y exigió a diputadxs que se aprobara la Ley de Derechos y Cultura Indígena.

Jacinta, Alberta y Teresa en este 2017, al igual la comandanta Esther registraron dos hechos históricos en la acción política de las mujeres indígenas (aunque no son los únicos) que dan cuenta de la resistencia y liderazgo político ante un sistema de despojo y exclusión que parece que las lleva a luchar “hasta que la dignidad se haga costumbre”.

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